Regreso a casa

1645 Palabras
CAPÍTULO CUATRO: REGRESO A CASA. Ethan Cooper. —¡Mamá, por favor! —exclamo con fastidio. Ruedo los ojos cuando mi madre nuevamente insiste en retenerme de cualquier modo—. No insista más, ya está decidido. Quiero acabar mis estudios en Londres —manifiesto una vez más. Manchester es una ciudad muy linda, pero aún no me he acostumbrado, a pesar del tiempo que hemos permanecido aquí. No sé exactamente qué es lo que me disgusta de estar aquí. Tal vez soy yo el que está mal y le busca miles de defectos. Londres es Londres y es la ciudad donde nací y me crié. «Es normal que quiera regresar a mi ciudad», pienso, justificando mi decisión. Hundo mis hombros, restándole importancia a mis propios pensamientos. Miro a mi madre. Tiene la cara molesta y, a la vez, con resignación. Yo me siento satisfecho porque por fin puedo ganarle una batalla a mi decisión. —Está bien, esta vez tú ganas, Ethan —dice con la voz más suave, lo cual me alerta—. Un mínimo de problema allá, te regresas de inmediato y eso no está en discusión. ¿¡Estamos!? Su advertencia no pasa desapercibida, porque una cosa que debo temer de ella es cuando mi madre habla con más calma y no con histeria. —Gracias, madre —digo, plantándole un beso en su mejilla. Seguido, le abrazo, demostrando mi felicidad inmensa. —¿Cuándo te vas? —pregunta con un gesto que aún muestra su desagrado por la idea de mi partida. —Mañana —respondo sin mirarla a los ojos. Fijo la mirada en mis uñas, como si tuviera algo urgente que quitar de ellas. —¿Tan pronto? —Ella levanta la mirada, los brazos cruzados. El movimiento de su pie es un tic de molestia—. Cualquiera diría que quieres salir huyendo de aquí, Ethan. Niego con la cabeza. —No es cierto —me defiendo—. Debo ir a la universidad mañana mismo por la tarde a buscar los horarios y el lunes inicio las clases —le hago saber, esperando que no arme otra de las suyas por haberme inscrito antes. Ella suelta un suspiro y seguido un gruñido de desaprobación. Sé exactamente lo que está pensando ahora, y está en lo cierto: me adelanté en el proceso sin darle previo aviso. —Bien, madre, voy a terminar de armar mi equipaje —le hago saber. No es necesario que le repita que mañana debo salir temprano a Londres. **** El aire frío y húmedo de Londres me golpea el rostro. Ya es otoño, y la ciudad me recibe con su característico gris, pero no puedo evitar sentir una chispa de emoción contenida. «Londres. De vuelta a casa», pienso. Cierro la puerta tras de mí y me detengo un momento, repasando el espacio que ahora será mi hogar. Estoy en el apartamento que mis padres me regalaron cuando cumplí la mayoría de edad. Ir a la mansión Cooper no era una opción para mí, ya que mis padres no están aquí, y un lugar tan grande no era lo que ahora deseo. Avanzo hacia adentro y voy directo a lo que será mi habitación. Cruzo el umbral y dejo la maleta a un lado. Tomo ropa casual de dentro de ella y la dejo sobre la cama. Retiro la ropa de mi cuerpo y voy a tomar un baño ligero. Al terminar de ducharme, inicio a vestirme. Deslizo el bóxer blanco para calzarme el pantalón y una camisa de tres cuartos en tonos de colores combinados: vinotinto y beige. Para completar la vestimenta, me pongo los zapatos. Bajo la mirada a mi reloj de mano y pienso que aún tengo tiempo. El toque final es el perfume que esparzo sobre mí. —Bien —digo y levanto el pulgar, dándome la aprobación en mi repaso a mi apariencia visual. Un último vistazo a mi alrededor. «Organizo a mi regreso», pienso. Salgo del edificio y miro a ambos lados, buscando un taxi. Necesito uno ahora en adelante. Una de las cosas de ser hijo de padres millonarios es que lo tengo todo, pero ahora, mi presión por haber salido de casa y de los lujos es que debo ser un humano más común y corriente. «Lo digo en el buen sentido de la palabra», pienso, recordándole esto a mi cerebro. Aparece un taxi en mi campo de visión, en el carril contrario. Me percato, antes de cruzar la calle, de que no venga un auto a toda velocidad y me impacte. Camino rápido para llegar al otro extremo antes de que el taxi pase y no pueda tomarlo. Saco la mano para que se detenga y, finalmente, lo hace. «Qué extraño hacer esto cuando siempre tuve un chófer», pienso mientras me deslizo en el asiento. Le indico la dirección de la Universidad al hombre mayor, y este asiente y responde: "En minutos estamos allá, joven". Flashback —Tendrás lo necesario, Ethan —anuncia mi madre—. Aquí tienes todo, pero ya que tomaste la decisión de irte y dejarnos, entonces eso te enseñará a valorar algunas cosas, y entre ellas, las comodidades. Tendrás tu apartamento, pero no tendrás quien te lleve a un lado a otro, te las arreglas como puedas. La despensa está llena; allí no te faltará nada, con la gran diferencia de que tú mismo debes preparar tus alimentos. Y, por último, cada mes habrá un depósito con una cantidad medianamente considerable para tus gastos necesarios. «¿Con que esas tenemos, eh?», me digo para mí mismo. Miro a mi padre a ver qué dice o cómo reacciona, y este está más serio que de costumbre a esta hora de la mañana. —Acepto, madre —No es mi intención contradecirla. Le voy a demostrar que puedo sobrevivir, aunque no sepa freír un huevo y mucho menos andar como un peatón más circulando las calles londinenses. —Bien —dice, mostrando una sonrisa y seguido me da dos besos, uno en cada mejilla—. Espero que tu estadía en Londres sea de tu agrado, hijo —y la ironía es más evidente en su tono de voz. —Compórtate y no hagas travesuras —dice mi padre, y por fin habla. Me da un abrazo y un golpe en la espalda en forma de despedida. Fin del Flashback. —Hemos llegado, joven —anuncia el hombre al girar. Me doy cuenta de que ya está parqueado. Saco el dinero y se lo entrego. El hombre me mira extrañado. —Falta diez —me dice, y comprendo que le he dado la cantidad incorrecta. Paso la vergüenza y termino entregándole el restante. —Eh, sí, disculpa —digo, y procedo a salir. Ya afuera, le doy las gracias. Estoy en la universidad London School of Economics and Political Science (LSE). No es que me importe la política, pero me gusta la Economía. Un año de estudio ya me ha instruido lo suficiente. Dejo salir un largo suspiro; el vaho se condensa ante mis ojos mientras observo el imponente edificio. Hace casi un año que no sentía esta familiaridad. El campus de Manchester era grande y moderno, pero le faltaba la densidad histórica y la urgencia que se respira aquí. Mis padres insisten en que debí quedarme en el Norte para estar cerca, pero la verdad es que necesito este cambio. Necesito el ritmo de Londres, el anonimato de sus calles y la promesa de independencia que me ofrece. Subo los escalones, ajustando el cuello de mi camisa. Me detengo un momento al cruzar el umbral, respirando el aroma a madera antigua, papel y café tostado que impregna el vestíbulo. Camino entre un torrente de estudiantes que fluyen con mochilas y laptops. Hay una energía palpable, una mezcla de ambición y nerviosismo. Veo la señalización y me dirijo hacia la oficina de Asuntos Estudiantiles. «Solo necesito mi horario de clases y encontrar el edificio de la Facultad de Economía», me recuerdo, tratando de mantener el objetivo simple. Al llegar, la oficina está llena, como era de esperar. Frunzo el ceño ligeramente, preparándome mentalmente para la espera. Mientras hago la fila, repaso en mi mente las asignaturas obligatorias: Microeconomía Avanzada, Modelos Matemáticos, Historia del Pensamiento Económico... Las asignaturas me entusiasman; el camino que mis padres esperaban que eligiera (Derecho) está muy lejos. Finalmente, una mujer joven detrás del mostrador me llama. —Buenos días. Soy Ethan Cooper, estudiante transferido. Segundo año de Economía. Vengo por mi horario. Ella teclea algo en su ordenador; su expresión es impersonal. —Ah, sí, señor Cooper. Ya tenemos su expediente de Manchester. Bienvenido a LSE. Aquí tiene la clave de acceso a la plataforma. Su horario está ahí, junto con el mapa del campus. Tomo el papel con la clave, sintiendo el peso de la responsabilidad. No solo se trata de las clases; se trata de cumplir conmigo mismo, lejos de la sombra de las expectativas familiares. Salgo de la oficina, sosteniendo el papel con fuerza. El campus se extiende ante mí, lleno de edificios de ladrillo rojo y ventanas altas. Siento el gusanillo del hambre en el estómago, un recordatorio de que no he comido nada y ya comienzo a sentir los estragos de mi nueva estadía. —Debo conocer los salones —me digo a mí mismo. Recorro el lugar, revisando cada salón en la parte de arriba. El tiempo me pasa y se me va aquí. Salgo y me encuentro que el sol se ha ocultado. Salgo y, mientras veo los autos salir en filas, pienso en que debo solucionar mi propio traslado. Llego a la calle y voy caminando, sintiendo el frío de la noche. Tomo esta caminata como un paseo. Busco un lugar donde pueda alimentarme. En mi campo de visión, y con letras grandes iluminadas, veo "Coffee Coffee".
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