El aire exterior me golpea con una humedad pegajosa, diferente al frío clínico y constante del hospital. Es un alivio físico, pero no emocional. Jordyn y Ximena caminan a mi lado, sus voces vibran con una energía que no logro compartir. Sus risas son cascadas de alivio por haber sobrevivido a otro turno de doce horas en urgencias, un infierno de fluidos corporales, decisiones de vida o muerte y el zumbido constante de los monitores.
—¡Estoy tan jodidamente cansada que creo que, si me pinchan ahora mismo, salgo a chorros como una gaseosa! —exclama Ximena, ajustándose la correa de su bolso y tirando de su pelo rubio. Jordyn suelta una risa, un sonido agudo y musical.
—¡Ni me lo digas! Mis pies van a necesitar tres días de crioterapia.
Al cruzar la calle, el móvil vibra dentro del bolso. L
