Preámbulo
“Pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.”
—Gabriel García Márquez—
—¡Doble o se retira! —grito el crupier, a uno de los hombres que se encontraba apostando en el veintiún blackjack, mientras que él, uno de los hombres más imponentes de la noche, largaba una calada al habano que tenía en la boca.
Esta noche es en la que se apostará el destino de una mujer que ni siquiera sabe el infierno que le espera.
—Lo apuesto todo… aunque me quede limpio por ahora, tengo la corazonada de que me llevaré todo—indica el hombre arrogante, mientras que su mayor contrincante lo ve directo a los ojos, penetrando el alma del donnadie con el que se encuentra jugando.
—un diecisiete, Erick… —dice el crupier, mientras que el hombre misterioso con el que se encuentra jugando le devuelve de nuevo la mirada con la que inicialmente habían dictado su noche.
Erick esta aturdido, no tiene ni un dólar en la billetera, ni siquiera para devolverse a su casa, ya que apostó el auto hace unas horas, ya no le queda nada.
—¿Cuál será tu forma de pago, buen hombre? —indaga el ganador de la noche, quien es acompañado por un séquito de matones.
—Yo… yo ya no tengo nada, señor, pido clemencia, pido su benevolencia, señor… —casi mojando sus pantalones frente al hombre que le aconsejo en un principio a que pensara con la cabeza y no con el corazón.
Ambos hombres se ven a la cara, mientras Demetrio, el asistente del hombre, le lanza una mirada a Erick, y es en donde se le ocurre una idea descabellada, pensando en salvar solamente su pellejo, sin importar nada ni a quién se lleve de frente, solo importa… “vivir”.
—¿acepta pagos en especie?
El hombre se queda anonadado, mientras que los demás empiezan a reírse y basta con un chasquido del interpelado para que, a rastras, se lleven a Erick al callejón de atrás, suplicando por su vida. ¿Quién arriesgaría su vida por ayudar a un pobre diablo? Nadie.
La música del casino no deja que la gente escuche la paliza y la posible muerte de un vicioso a los juegos, Erick era capaz de todo con tal de jugar y beber, sin importarle la familia que tenia y que le esperaba en casa, porque su mujer lo amaba, pero también incentivaba a que el tipo hiciera de las suyas aunque ella y su única hija pasarán hambres por días, con tal de que él estuviera feliz en su mundillo de porquerías.
—¿A caso crees que soy un idiota? ¿Por quién me tomas? ¿No sabes quien soy?— espeta el hombre que apunta con su pistola directo a la cabeza de Erick.
—¡Señor, señor, suplico piedad, por favor!
—Es muy tarde, hombre… ¿recuerdas cuando dije que pararas? No lo hiciste…
—¿A caso usted paró de jugar y apostar? ¿Por qué debía quedarme ahí, si podía ganar dinero? —espeta, nunca aprendió a quedarse callado.
—Soy Massimo, Massimo Luchesse… ¿te suena? —dijo el empoderado hombre que aún seguía apuntándole con el arma en la cabeza.
Erick trago grueso, esta noche no quería morir, aunque algunos pensáramos qué quería la redención y que cambiaría, esta a punto de demostrarnos lo que es capaz de hacer.
—Señor Luchesse… ruego por mi vida… tengo una hija… sí, tengo el pago, tengo el pago… es mayor a lo que espera.
El mafioso se quedó asombrado, si bien había matado o raptado a la mujer que él quisiera, no podía creer lo que sus oídos habían escuchado.
—Te escucho —dijo, chasqueando los dedos y haciendo a que su séquito saliera del callejón, dejándole sólo con el poco hombre que tenia frente a él, y con Demetrio.
Erick lo pensó, pero estaba a punto de ensuciar sus pantalones cuando el arma fue cargada por Demetrio.
—Mi hija, es hermosa, inteligente, una mujer especial… se la doy a cambio de que me perdone la vida, cóbrese, es su premio…
—¿Estas pagándome con la vida y cuerpo de tu hija? ¿Qué tan hijo de puta se puede ser por el vicio? —espeto, mientras empezó a rodear a Erick en cada paso que daba.
Este hombre exudaba elegancia, la muerte la tenia encima, un hombre frío y calculador, arrogante y malo, pero acepto, en su cabeza pasaron mil cosas de cómo reclamar el premio qué se le había sido otorgado por un hipócrita y payaso que lo veía llorando, entre sollozos pidiendo por su vida, a cambio de la de su única hija.
—¿cómo sabré que me la gané? ¿Qué demostrará qué tu me la entregaras?
Erick sacó una servilleta de su bolsillo, mientras buscaba una pluma, Demetrio vio directo a los ojos al mafioso Luchesse, mientras este asintió con la cabeza para que le brindará la herramienta que necesitaba ese hombre desesperado.
—Aquí escribiré con puño y letra la promesa de pago, si no cumplo con esta transacción, bien puede usted servirse matándome, mi palabra vale.
—Y espero que los hechos también, Erick Benson… sé quién eres, dónde te mantienes y ahora, seré tus ojos y tu sombra, qué no te asuste ver a alguno de mis hombres tras de ti, o incluso a mí, cuidando lo que ahora me pertenece —espeta con voz de mando, mientras que se coloca a la misma altura qué Erick.
El habano esta a punto de consumirse, pero este toma el brazo del miserable que tiene frente a él, tomando el brazo como si fuese un cenicero y apagando la colilla de lo que estaba fumando, haciendo a que Erick grite de dolor y suplique por su vida.
—Esta servilleta necesita algo más… cómo qué le falta color… Demetrio, ¿Qué opinas? —se dirige a su fiel acompañante, mientras este, de su bolsillo saca una navaja, poniéndose al nivel de Erick y haciendo a que, por fin, este se orine en los pantalones.
—Piedad, por favor, piedad —suplica, pero la navaja no lo apuñala, solamente le marca el rostro con una cortada de la ceja para el ojo, sin dañar el órgano vital, y dejando la firma de Luchesse.
Gotas de sangre caen a borbotones, mientras que Massimo toma la servilleta de la mano de Erick, en donde pacta la entrega de su hija como premio para el mafioso, limpiando la navaja de Demetrio en la esquina de la servilleta, un pacto con sangre que no puede quebrantarse e incumplirse, porque lo que le esperaría es la muerte.
—Démosle una vuelta a este idiota y vámonos, no cobraré ahora esto, Erick… pero te estaremos vigilando de cerca, espero que tu hija este deliciosa, como a mi me gustan, porque sino, tu transacción será en vano. No creo que quieras verme enojado, ¿verdad?
—No… no señor. Ella es preciosa, digna de un hombre como usted… ¿A dónde me lleva? No acabe conmigo, señor.
—He sido benevolente contigo, Benson… —acota, y de dos chasquidos, como si fuesen un silbato para perros, el séquito de sus guaruras llega a con él, esperando las órdenes qué dictará.
—Dejen a esta basura en urgencias, lo necesito vivo por ahora… Demetrio, vamos a casa —indica, mientras los hombres se llevan a rastras a Erick, Dios sabe lo que le espera en el camino.
El hombre sube a su auto, mientras su fiel y leal perro guardián lo conduce a su casa, con la servilleta en mano, una que no perderá por nada, porque cuando menos piense, reclamará su premio… el premio del mafioso.
(***)
Llegando a la mansión Luchesse, de inmediato Massimo baja del auto, adentrándose a su casa, su hogar, uno que lo vio crecer, así como vio morir a su madre gracias al error de su padre de traicionar a su mejor amigo, traición se paga con traición, y el matar a uno de los miembros del clan, era penado con muerte.
Su nana, una señora regordeta, proveniente de Sicilia, Mónica, era quien lo atendía y sabía muy en el fondo que Massimo no era malo, qué las circunstancias lo habían hecho así, una pobre alma perdida que no había encontrado paz y que le guardaba rencor a su padre, pero ella con su comida y amor, hacia a que este regresará con ella, a donde lo vio partir antes de ser un esclavo del propio dolor de su padre.
—Massimo, ¿Qué pasó? ¿Por qué estás manchado de sangre? —indagó la señora, detrás del rebelde de su “ragazzo”.
—No fue nada, nana, no te preocupes.
Él siguió caminando, pero ella lo detuvo antes de subir el primer escalón qué lo conduciría a su habitación.
—Dime, ¿Qué hiciste?
—No hice nada, solamente hice a que un idiota firmará un papel, eso es todo.
—¿matándole?
Massimo bufo, queriendo perder el control, porque si bien lo habían marcado como matón, solamente cargaba con la muerte de gente mala, no es que romanticemos o lo hagamos un héroe, nunca había matado a un inocente, según su récord.
—No he matado a nadie quién no haya merecido su condena, y no, no mate a ese idiota. Ven, acompáñame y prepárame el baño, por favor—Mónica le siguió, era a la única a la que le contaba todo, aparte de Demetrio, y a la única que le pedía las cosas con modales.
Llegaron por fin a la habitación, ella entró directo al cuarto de baño y encendió el grifo, a temperatura fría y caliente para que la tina estuviera como a él le gustaba, sabía que pedía la tina cuando estaba anonadado.
—Cuéntame, que paso, me estoy muriendo de la incertidumbre.
—Nana, eres muy entrometida, pero bueno, tapate los ojos y te contaré—espeto, dejando al desnudo su cuerpo como el adonis qué es, y metiéndose a la tina, qué ya estaba en su mejor punto.
Empezó a contarle lo que había pasado con Erick, ella se asombro y se quedo muda ante lo que se le había conferido.
—¿La vas a reclamar?
—No, no me sirve de nada una mujer, nana. Además, contigo me basta, lo que no entiendo es como ese bastardo entrego a su hija a cambio de su vida, espero que los muchachos lo dejen en silla de ruedas o en coma, para que no llegue jamás al casino.
—¡Cállate, Massimo! —grito Mónica mientras se acercó a tallarle la espalda a su niño.
—Espero que esa chica jamás llegué a ser perturbada no lo merece. ¿Comerás algo?
—No gracias, puedes retirarte, mañana es un día cansado. Vendrá papá, prepara la mejor comida, no quiero que se ponga de mal humor y mandarlo al inferno cuando me traspase su pésimo humor. Buena madrugada, Mónica.
Ella le dio un beso en la mejilla, retirándose de la habitación, mientras Massimo trataba de deglutir todo, puso la servilleta enmarcada en el espejo del baño, soltando una risita y maldiciendo a Erick, mientras que el hombre ese, se encontraba en urgencias, lo llegaron a tirar los hombres de Luchesse, después de la paliza qué le dieron.
La esposa de Erick fue alertada gracias a una llamada del hospital, levantando de la cama a su hija, una qué despertó de inmediato, sacando el auto de la cochera y llevando a su madre a ver al tarado de su padre, uno que la había entregado al peor postor, o eso es lo que ella creerá.
Ánnika, con su mamá están cansadas de haber pasado la madrugada en vela, pero por fin Erick despierta, sin poder ver a los ojos a las mujeres de su vida y en especial a su única hija, quien ha sido víctima de sus actos tontos y adicción al juego, esperemos que esto no sea más complicado de lo que parece.
Erick decide no hablar, hacer como que nada paso, aunque su esposa tiene muchas preguntas y no obtiene ninguna respuesta, más sin embargo; reflexiones filosóficas llegan a la mente del ángel que tiene como esposa, tratando de asimilar el motivo por el cuál su esposo está callado desde hace unos días que le dieron el alta, y de la marca que le fue hecha como firma de lo que tiene que entregar.
Ella se acerca con sigilo, tratando de abrazar a Erick, pero este se aleja de inmediato, sigue sin poder sostenerle la mirada.
—¿Qué es lo que pasa, Erick? —indagó la dama, con preocupación y pesar en su corazón.
—he hecho algo malo, y hasta ahora pienso en lo que hice, no fue correcto, pero con esa gente no se juega, con él no—espetó, tragando grueso y sudando frío.
La mirada afilada de su esposa le hizo cambiar de tema, pero sin querer verla a los ojos.
—Sabes, he pensado demasiado en esto, y quiero el divorcio.
—No podemos divorciarnos, Ángela. Estoy quebrado.
—No me importa, sabre salir adelante con Ánikka, todo estará bien. Me cansé de vivir así, con un futuro incierto, con sueños que te has encargado de machucar y destruir con tus acciones, yéndote cada noche a apostar lo que no tenemos.
—No te daré el divorcio, olvídalo. Prometo cambiar, sólo dame una oportunidad.
Ella aceptó y el tiempo paso, Ánnika esta a punto de graduarse de la universidad, efectivamente Erick cambio y no supo más del hombre al qué le debía la vida y el tener a su hija al lado.
—Ya mañana es el gran día, y aun no lo puedo creer... —espeta Ánnika, emocionada por todo lo que estaba empezando a vivir, a sus apenas veinte años, siendo ya una abogada que prometía un buen futuro.
—Pues creelo, porque mañana todo cambiará, el tiempo ha pasado y la Deidad ha sido bueno con nosotros, estamos juntos qué es lo que importa, el amor, la unión y la bendición de seguir adelante, sin vicios, sin deudas... —a lo último que Erick espeto, fue interrumpido por su conciencia, esa que lo martillaba día a día, por lo que temía que algún día fuera a cobrar la vida.
—Si, ha sido un tiempo bueno, papá. Bueno, me voy a elegir mi vestido, Marge me acompañará a elegirlo y a reservar el restaurante al que quiero llevarlos.
—No te pongas en esos gastos, Ánnika, ese dinero puede servirte para cuando empiecen tus entrevistas de trabajo, el auto es muy viejo como para que lo lleves.
—No te preocupes, sé que nuestra suerte cambiará y para mejor—Fue lo último que había dicho y predecible para lo que iba a empezar a vivir.