Prefacio
Dicen que hay un mito tan antiguo como el tiempo.
Un susurro olvidado que se transmite de boca en boca, entre aquellos que aún creen en lo imposible.
Cuenta que cuando dos personas idénticas se cruzan —cuando el destino se atreve a duplicar un alma— una de ellas está destinada a morir.
¿Quién?
Esa siempre es la pregunta.
¿Ella… o yo?
Según el mito, el primero que ve al otro carga con la maldición. No importa si es el mismo año, la misma década o el mismo día. Cuando los ojos se encuentran, el reloj del destino comienza su cuenta regresiva. Y nada ni nadie puede detenerlo.
….
Allison corre.
Corre sin mirar atrás, con la respiración desgarrando su garganta.
El bosque la envuelve como una bestia viva, sus ramas son garras que rasguñan su piel, arrancando pedazos del vestido de seda que lleva puesto. El aire está helado, húmedo, espeso… cada bocanada es un cuchillo que corta sus pulmones.
Su cabello enmarañado se pega al rostro, empapado por la lluvia o por lágrimas —ya no lo distingue—.
Sus manos tiemblan.
Cuando las mira, las ve cubiertas de un rojo carmesí.
Sangre.
Fresca, brillante, caliente. Pero no es de ella.
Gotea desde sus dedos como un hilo interminable, manchando las hojas, mezclándose con el lodo.
Ella da un paso atrás, aturdida, y susurra para sí:
—Esto no es real… esto no puede ser real. Es un sueño… no, una pesadilla.
Intenta limpiarse, pero cuanto más frota sus manos, más se mancha.
El rojo se extiende sobre su piel, su vestido, su cuello.
El olor metálico la envuelve, penetrante, asfixiante.
Cierra los ojos con fuerza, deseando que todo desaparezca, rogando despertar.
Pero el frío sigue allí.
El barro sigue bajo sus pies.
Y el silencio… ese silencio antinatural del bosque… pesa más que cualquier grito.
¿Esto es real?
A lo lejos, algo cruje.
Pasos.
Ramas quebrándose.
Alguien la sigue.
El pánico le estalla en el pecho. Empieza a correr otra vez, tropezando, cayendo, levantándose.
Su mente repite una sola frase, una y otra vez, como una oración rota:
No soy una asesina… no soy una asesina… no soy una asesina.
Pero las imágenes la persiguen.
Un cuerpo inmóvil.
Sus manos empapadas.
El golpe seco contra el suelo.
Y el miedo.
Un miedo que no se parece a nada que haya sentido antes.
Allison corre hasta que sus piernas ceden.
De pronto, el bosque termina.
Ante ella se abre un acantilado, una grieta oscura que se pierde en el vacío.
El mar ruge abajo, violento, devorando las piedras con sus olas turbias.
El viento le azota el rostro con la fuerza de mil manos invisibles.
Mira hacia abajo.
Las rocas húmedas, las aguas embravecidas…
El final.
Tan cerca.
Tan fácil.
Por un instante, siente una calma extraña.
Una voz interior, suave y peligrosa, le susurra:
Solo un paso. Solo un salto. Y todo termina.
Cierra los ojos.
La idea de la paz la tienta como un veneno dulce.
Sus labios tiemblan al exhalar:
—Solo… un paso más.
Entonces la voz aparece.
Una voz real esta vez, detrás de ella.
Profunda. Fría. Humana.
—Hazlo.
Allison se gira con violencia.
La sorpresa la hace perder el equilibrio y cae hacia atrás, alcanzando las manos del hombre que se alza frente a ella. Él la sostiene apenas, sus dedos aprisionando los suyos con fuerza, pero sin intención de salvarla.
Sus ojos son un abismo.
No hay odio en ellos… solo una calma inhumana, un juicio silencioso.
El viento sopla entre ambos.
Ella tiembla, colgando sobre el vacío.
—Has matado —dice él con voz grave, sin emoción.
—¡No! ¡No era mi intención! —grita Allison, aferrándose, desesperada.
Él inclina la cabeza, casi con compasión.
—Aun así lo hiciste. Y todo aquel que mancha sus manos debe pagar por ello.
Ella llora, suplica, pero sus dedos se resbalan.
Él no se mueve.
No duda.
Simplemente la suelta.
Allison cae.
El aire la golpea, helado, violento.
Su cuerpo gira en el vacío, mientras su mente grita, aunque su garganta no emite sonido alguno.
Y por un instante, entre el rugido del mar y el vértigo del descenso, siente algo que no esperaba: resignación.
El hombre observa desde arriba cómo su silueta desaparece en las aguas turbulentas.
El eco de su caída se pierde entre las olas.
Entonces sonríe apenas, con una serenidad inquietante.
Sus ojos reflejan la oscuridad del abismo mientras murmura:
—Te encontraré de nuevo. Para muchos, la muerte es el final… Pero para mí, es solo el principio.