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El Camino de los Mundos.

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viaje en el tiempo
los opuestos se atraen
drama
pelea
secretos
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Descripción

La vida de Odette no le había resultado fácil junto a su padre, tras el abandono de su madre a los dos. Odette trabajaba en una ferretería, la ferretería de los Sulivan un matrimonio mayor que la acogió como si fuera su nieta. Su padre policía de su pequeño pueblo, Deadwood, un pueblo a las afueras de América, un pueblo histórico, casas en montañas, ambientado.

Rodeado de muchos bosques y vegetación. Odette, decide irse con un grupo de amigos a una excursión a las minas, donde se solía ir a hacer hogueras y montar tiendas de campaña. Odette ajena a los bosques y al camino hacia las minas se despista, acaba en el sendero equivocado y le descubre un nuevo mundo, donde conoce el Paraiso y el infierno en un lugar mágico.

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Capitulo 1.
El despertador sonó a las siete en punto, Odette lo apagó sin rechistar y se levantó como cada mañana, no necesitaba pensarlo demasiado: fruta, ducha rápida y, antes de salir, café y tostadas para su padre. Jayce su padre, trabajaba de noche y a esa hora ya se dejaba caer, agotado, en la mesa de la cocina. —Aquí tienes —le dijo ella, dejando el plato frente a él. El hombre respondió con una sonrisa cansada, ella fingió que también sonreía. — ¿Cómo has pasado la noche? — Pregunto su padre. — Bien... — Hizo una pausa. — Debo irme, luego nos vemos. — Odette salió con rapidez por la puerta, no soportaba cruzar más de dos palabras, su padre, miro el plato de comida y miro por donde se había ido su hija, sin saber que hacer para que le hablase. De camino al trabajo paró, como siempre, en la cafetería de Clara. Su amiga la esperaba con el almuerzo ya listo. —Café con hielo, agua y pastel —tarareó Clara, colocándole la bandeja delante—. ¿Qué harías sin mí? — Seguramente morir de hambre —respondió Odette, arrancándole una risa, se despidió de ella lanzándole un beso al aire. Al llegar a la ferretería, Matt Sullivan ya estaba en la puerta, el viejo de setenta años la recibió con un gesto cariñoso, como si fuera de la familia. —Buenos días, chiquilla. Hoy tenemos tornillos, clavos y algún que otro vecino con ganas de conversar, ella le sonrió con ganas, era con la única persona que soportaba estar, junto con Clara. Ella se ajustó los vaqueros rotos, sonrió y entró al mostrador. El trabajo era sencillo, pero la rutina empezaba a pesarle. Cada cliente que atendía con paciencia le recordaba que su vida entera cabía en esas cuatro paredes y en ese pequeño pueblo, lo más emocionante de las semanas era ordenar los tornillos de diferentes tamaños. Por las tardes se encerraba a estudiar, lenguas extranjeras, algo que realmente amaba. Soñaba con trabajar como traductora y, sobre todo, con marcharse. Le quedaba un año para terminar la carrera y eso era lo único que la mantenía todavía de pie. La relación con su padre era más difícil. Él intentaba hablarle, hacerla reír, contarle historias del pueblo o de su turno nocturno. Ella asentía, agradecía por sus esfuerzos, pero las palabras que de verdad quería decirle se le quedaban atascadas en la garganta. La falta de comunicación había abierto una brecha incómoda entre los dos. Una noche Odette salió con Clara al cine. Se rieron demasiado con una película romántica de moda y suspiraron por el protagonista como si tuvieran quince años otra vez. Pero cuando caminaron de regreso, Clara soltó el comentario de siempre; —Deberías comprarte ropa más alegre. Un vestido, algo que no sea n***o o gris. Así Paul vería que ya no te importa. Odette puso los ojos en blanco, aunque en el fondo agradecía que Clara intentara sacarla de ese cascarón, no se sentía cómoda con esos comentarios. Desde que su madre había muerto, nada había vuelto a ser igual, la tristeza se había instalado en ella como una sombra, volviéndola callada y reservada. Incluso se cortaba el pelo ella misma frente al espejo, riéndose a veces del reflejo de su cabello naranja, herencia de su madre, y de los ojos color miel que venían de su padre. Loren, su antigua amiga que le robó a su novio, todavía la llamaba de vez en cuando. Odette ya no contestaba. Su ex también insistía con mensajes. Ella los borraba sin leer. No pensaba dar su brazo a torcer otra vez. Al fin de semana siguiente, cuando Odette recogió a Clara en su nuevo coche de segunda mano que le había costado vender cientos de clavos y tornillos, lo consiguió, ella seguía en su línea de gustos, un escarabajo azul marino, su amiga se subió riéndose. —¿Azul oscuro? Odette, hasta tu coche tiene depresión. — Dijo con gracia, ella sonrió de lado. No necesitaba explicar que, aunque no fuese el coche perfecto, al menos era suyo. Clara cambió sin dudarlo mucho y adueñándose del espacio, enchufo la radio y, al encontrar su emisora favorita, terminaron cantando como locas a Lana del Rey mientras se alejaban del pueblo. Y al menos por ese momento, la rutina de Odette, no peso tanto…

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