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Un hijo con mi exnovia curvy

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Descripción

Richard necesita un hijo para salvar a su empresa. Bárbara, su exnovia curvy, necesita ayuda urgente para evitar ir a prisión. Él le ofrece limpiar su nombre a cambio de que le alquile su vientre para tener a su hijo.

Una petición desesperada, un orgullo herido y un pasado que nunca se apagó. Lo que empezó como un trato frío se complica cuando los recuerdos, la cercanía y un nuevo vínculo los arrastran directo al corazón del otro.

¿Podrán cumplir el acuerdo sin enamorarse otra vez?

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Capítulo 1. Una violenta despedida.
Como una gatita me estiré en la cama. El roce de las sábanas de seda en mi piel desnuda me produjo una sensación de placer que redujo un poco el palpitar que sentía en mi cuerpo, sobre todo, en mis partes íntimas. Aquel dolor delicioso que experimentaba era similar al que me quedaba luego del sexo. «¡¿Sexo?!», me pregunté alarmada. De pronto un torbellino de recuerdos se desató en mi cabeza agitando una terrible resaca. Miré hacia la mesita de noche y vi la botella de vino vacía y las copas sucias, el terror me dominó. Con movimientos sutiles tomé la punta de la sábana y cubrir mi cuerpo enorme y curvilíneo, que desde la adolescencia tenía varios kilos de más, tapándolo hasta la nariz. —¿Qué hice? —murmuré en voz muy bajita, con la sangre helándose en mis venas. Con nerviosismo giré la cabeza para ver a la persona acostada a mi lado. Mis ojos se abrieron en toda su extensión al descubrir el rostro perfecto y varonil de Richard McKellen, mi apuesto y millonario exnovio, que dormía con placidez boca abajo en la cama y abrazado a la almohada, tan desnudo como yo. Su culo redondo de músculos duros brilló en todo su esplendor. —¡¿Qué hice?! —repetí presa del terror y en un tono casi imperceptible mientras mi corazón galopaba con fiereza en mi pecho y la humareda de la borrachera se esparcía despertando a mi conciencia. Estaba en la cama de un hotel de lujo junto a mi exnovio de la universidad, había tenido sexo con él y por el delicioso dolor que experimentaba, podía deducir que había sido intenso. ¿Cómo habíamos terminado en este lugar? ¿Cómo reaccionaría Melissa, su esposa, cuando se enterara de lo sucedido? ¿Cómo podría cumplir mi promesa de alejarme para siempre de él y olvidarlo después de lo sucedido en esta habitación? ¿Cómo recompondré en esta ocasión a mi corazón fragmentado para seguir adelante y sola, como siempre lo había hecho? *** Un mes antes. Cuando todo comenzó. Bárbara lloraba con el miedo atorado en su garganta, se sentía tan nerviosa y asustada que le costaba hablar. Temblaba como una gelatina mientras veía a Martín, su actual novio, sacar su ropa de las gavetas de la cómoda. —No puedo manejar esta situación ahora, Bárbara. ¿Te has parado a pensar en todas las pérdidas que tu actuación imprudente me está generando? —¡Yo no robé esa aplicación! ¡Tienes que creerme! Él la miró ofendido. —Hay pruebas en tu contra. ¿Cómo podría poner en duda la honorabilidad de los hermanos Adams? ¿Dices que ellos son unos mentirosos? —preguntó antes de dirigirse a la cama para lanzar sus prendas dentro de su maleta. Ella no paraba de llorar y temblar, su rostro y cuello los tenía empapados por lágrimas. —Yo no cometí ese delito. No sé por qué los Adams me acusan de robarles esa aplicación informática, nunca les he fallado. Ni a ellos ni a su padre mientras estuvo con vida dirigiendo la empresa. Él resopló con enfado antes caminar hacia el clóset. —Los socios que con esfuerzo había encontrado en esta ciudad cancelaron su participación en el proyecto que estoy por iniciar por culpa de lo que dice la prensa de ti. Creen que yo podría estar involucrado y prefieren alejarse. ¡Quedé de nuevo con las manos vacías! —acusó, abriendo los brazos en cruz—. Ahora debo empezar de nuevo en otra ciudad, aquí dejaste mi reputación manchada. Me señalan por ser la pareja de una ladrona —dijo eso último con reproche—. ¿Sabes el tiempo y el dinero que me has hecho perder? —¡No soy una ladrona! ¡Lo que dicen de mí en la televisión es mentira! El hombre tomó los trajes colgados en el ropero y se dirigió a la cama para guardarlos en la maleta. Como ella no pretendió apartarse, porque necesitaba detenerlo para obligarlo a creer en su palabra, él la empujó con violencia. Bárbara cayó al suelo golpeándose la cadera. —¡Eres una estúpida! —bramó Martín y lanzó de mala gana la ropa dentro de la maleta antes de encararla, posando en la mujer todo su desprecio—. ¡Mírate! —soltó, señalándola con un dedo—. Eres una cerda, una gorda molesta y torpe. ¿Cómo esperas que confíe en ti si ni siquiera eres capaz de mantener tu dignidad? —¡Por favor, Martín! ¡Tienes que creerme! —suplicó ella desde el suelo y en medio de su doloroso llanto. —No puedo, Bárbara —expuso con firmeza—. No puedo confiar en alguien que me ha manipulado, que me usó para alcanzar sus fines. Que no tuvo respeto por mí ni por mis proyectos y decidió afectarme. ¡Eres una egoísta! Ella como pudo se puso de pie, soportando el dolor en su cadera. Él le dio la espalda para terminar de guardar la ropa y cerrar la maleta. —Martín, yo no robé esa aplicación, no la vendí a la competencia de los Adams ni me aproveché de ningún dinero que no he trabajado. Es falso lo que se dice de mí en la televisión, la denuncia que hacen está equivocada. Él la miró con rencor y tomó su maleta. —Aquí la única equivocada eres tú. Por tu culpa perdí a mis socios, no puedo iniciar mi proyecto en esta ciudad, debo mudarme de nuevo y empezar otra vez fuera de California. Se irguió con prepotencia. —Yo aprendí mi lección, Bárbara, espero tú recibas la tuya. Me decepcionaste, tan solo eres una… —La miró de pies a cabeza, con asco—. Una gorda descuidada y egoísta. Deseo que pagues por todo el daño que has cometido. Ella quedó boquiabierta y paralizada, impactada por las palabras desagradables que él le había dirigido. Martín caminó hacia la puerta dispuesto a marcharse. Luego de unos segundos de tensión, Bárbara reaccionó y fue tras él, aunque caminando con dificultad por culpa del dolor en la cadera. —¡Por favor, espera! ¡No te vayas! ¡No me dejes sola en este momento! ¡Tengo mucho miedo! Lo tomó por un brazo cuando él abrió la puerta para evitar que se alejara. Martín se libró con rudeza de su agarre y, para apartarla, le dio una sonora bofetada con el dorso de su mano. El golpe hizo que ella girara la cabeza con violencia y estuvo a punto de hacerla caer de nuevo, aunque mantuvo el equilibrio. —¡Déjame en paz! ¡¿No entiendes que no quiero estar más contigo, gorda egoísta?! —exteriorizó el hombre antes de salir y cerrar con un portazo. Bárbara estuvo un instante mirando aterrada la madera, con sus manos temblorosas cubriendo su mejilla golpeada, que ardía por el dolor. Su boca estaba abierta en una O perfecta, sin poder emitir los gritos de angustia y sufrimiento que tenía atorados en la garganta y con los ojos repletos de lágrimas que pugnaban por salir. —Martín… —susurró con gran pesar, sin poder creerse que aquel hombre, con quien había pensado construir una vida, la abandonaba de esa manera, sin confiar en su palabra. Con pasos lentos y renqueante se llegó al sofá y se tumbó sobre el mueble ocultando el rostro en los cojines. Así exteriorizó el miedo y el dolor que palpitaban en su pecho.

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