I. ULACA-2

2025 Palabras
—¿Sabes, Pietro? Todas las cosas que estamos aprendiendo son de mucho alimento para la cabeza, no te quepa duda de que algún día te servirán para manejarte por la vida. Las matemáticas rigen el mundo de los vivos y son la base del futuro y del progreso; la retórica es el alimento del presente y nuestra herramienta para relacionarnos con los demás; las lenguas nos enseña a comunicarnos, la filosofía nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos y a darnos cuenta de nuestras interioridades, pero lo que, desde una posición privilegiada, lo domina todo es la historia. No cabe comprender la vida si no es estudiando cómo fue la de los muertos. Lo que hicieron, lo que dijeron, dónde fueron y cuál fue su herencia. La historia se ha conformado con sangre y cultura, y son estos ingredientes de tanta sustancia que no hay ciencia que pueda igualarse. La sangre ha inundado enormes extensiones de tierra sobre la cual se han ventilado disquisiciones entre reinos y señores durante toda la existencia de la humanidad. A través de la guerra los hombres se han conocido y han convivido. Se han conquistado, se han sometido y también se han liberado unos a otros. De la sangre derramada han resurgido pueblos o incluso civilizaciones; de los territorios ocupados, riquezas y hambre de vida. Las guerras y el poder político han sido compañeros inseparables; y la religión, casi la misma cosa. Todo está relacionado y no hay cosa de aquí que no produzca desequilibrios allá. Nada pasa desapercibido ante los ojos escrutadores de la historia, que si bien es verdad que las páginas más brillantes siempre las escriben los vencedores, no hay bando, ni poder, ni ser humano que no tenga su forma de hacerse oír pues, incluso, el morir ajusticiado es una forma de perpetuarse. La historia, te digo, es el espejo en el que nos hemos de mirar. Pero no orgullosos e hinchados de vanidad, sino humildes y despojados de estos atuendos que nos toca llevar. Si lo hacemos, observaremos que todo vuelve, que todo sigue igual, que nuestras cabezas contienen las mismas ideas que las de nuestros antepasados y que, entre otras cosas, seguimos luchando y matándonos por mentiras. Siempre ha sido igual, y admitiendo este argumento como materia de fe, cabe pensar que los que vengan detrás de nosotros harán lo mismo, aunque es imposible predecir cómo vivirán o qué harán, porque los que hemos heredado el mundo como lo conocemos, lo modificaremos a nuestro capricho o ignorancia y lo dejaremos reconstruido o quién sabe si destruido… Hay pueblos que danzan de forma imaginativa y alegre, otros bailan para demostrar su pena, los hay que tañen instrumentos de sonidos estridentes, los que solo usan percusión, los que nacen para vivir y los que viven para morir. Todo lo que te puedas imaginar existe. Sin embargo, aspecto fundamental en la historia es la transmisión, es decir, la forma en la que todo cuanto te he mostrado resumido se ha divulgado; casi siempre ha sido oral, y aunque esta forma tan antigua de transmisión padece el tremendo mal de no poder adivinar qué es verdad y qué mentira a causa de los miles de modificaciones realizadas por las gentes, sirve de referencia inequívoca de los tiempos pasados. ¡Podríamos hablar de Grecia! — dijo Michelle echando chispas por los ojos—. ¡Grecia!, esa gran civilización. El tiempo y las guerras la han convertido en envidia del mundo entero. ¡Tremendas guerras las que sufrieron sus murallas! ¿Y sabes por qué? Pues porque la ciudad se encontraba en la colina de Hisarlik, y era esta una posición tan estratégica para el comercio que al llegar a las costas troyanas las expediciones tenían dos opciones: seguir viaje marítimo a través del Helesponto, arriesgándose a perderlo todo, o continuar el viaje por tierra, para lo cual tenían que pagar peaje. Sin embargo, como ya te dije, a veces cuesta distinguir la verdad de lo que no lo es, pues si solo leyésemos los títulos que nos ha regalado Homero nos costaría adivinar los detalles políticos. La Cipriada, los Nostoi, la Odisea… Todas ellas son hermosas composiciones de las que algún día te daré cumplida cuenta. En ellas se puede encontrar lo mejor y lo peor de la vida, lo mejor y lo peor de los hombres, lo mejor y lo peor de los antiguos dioses. Es como nuestra Biblia, que acoge todo lo imaginable. ¡Ah!, por cierto, recuérdame también que hablemos de la Ilíada. Aquella explicación le causó a Pietro tal impacto que durante dos días no pudo concentrarse en sus actividades. No había comprendido todo lo que le habían explicado, pero le habían abierto los ojos. Su vida ya no se limitaría nunca más a aquellas cuatro paredes y al entendimiento superficial de los asuntos mundanos; había descubierto que existía el pasado, un pasado rico e incierto que había desembocado en el presente y que se convertiría en futuro. Una semana después, nada más ver a Michelle, se apresuró a pedirle cuentas sobre el asunto de la Ilíada. Quería saber, necesitaba saber, y como Michelle se negó rotundamente a hablar del tema mientras no hubiesen acabado sus lecciones diarias, Pietro se amohinó y permaneció ausente hasta que recibió promesa de acabar pronto y despachar sin prisa sobre Grecia o sobre cualquier otra cosa que se le ocurriera. El muchacho pareció animarse un tanto, pero pasados pocos minutos volvió a su estado original de abulia. Michelle no tuvo más remedio que suspender las clases y plegarse a los deseos del chico. —¡Muy bien! Tú ganas. ¿Qué quieres saber? Dímelo antes de que me arrepienta. Tu actitud de hoy merecería una buena reprimenda, aunque lo dejaré pasar sin mencionarlo delante de tus padres. Creo que mi explicación del otro día te afectó demasiado y que incluso te ha creado un poco de ansiedad. Bueno, dime, ¿por dónde empezamos? —Ya lo sabes, por eso de la Ilíada. —Veo que insistes. En fin, trataré de explicártelo bien para que lo entiendas. Lo primero que te conviene saber es que, al igual que en el catolicismo existen multitud de vírgenes, en la civilización griega tenían dioses. El monoteísmo no existía y el pueblo disponía de todo un ejército de dioses a los que adorar y hacer ofrendas. Los había del viento, de los mares, del amor, de la guerra y de todo aquello que puedas imaginar; si para alguna ocasión novedosa faltaba un dios, rápidamente se inventaba o acomodaba uno. La relación con ellos era en muchos casos cercana y uno podía optar por ser adorador de uno u otro según sus propios intereses. Explicado esto te diré que Crises, sacerdote del dios Apolo, fue al campo griego con el fin de liberar a su hija de las garras de Agamenón, y que este, en lugar de apiadarse de un pobre hombre atormentado por la ausencia de su hija, se mofó de él y lo insultó… ¡Ah, doña Julia! ¿A qué debo el placer? —dijo el maestro interrumpiendo la narración. —Ven conmigo un momento —exigió la señora con moderada autoridad—, necesito que veas un documento que no consigo descifrar. Luego podréis seguir. Michelle no volvió ese día junto a Pietro, pues atendiendo al requerimiento de quien le pagaba, pasó el resto del día y casi toda la noche revisando y reescribiendo aquella dichosa carta que, debido a la humedad padecida, se había convertido en un gran borrón de tinta en el que, más que leer, había que adivinar o intuir las palabras. Por la mañana, Pietro le insistió para que siguiera con la historia que había dejado a medias, y con palabras entrecortadas y frases incompletas le soltó una copiosa arenga de preguntas que quedaron sin respuesta, pues Michelle estaba tan cansado por el trabajo nocturno que no pudo sino darle al aprendiz un libro y exigirle que practicase la lectura durante un rato. Las conversaciones sobre los clásicos griegos se hicieron cada vez más frecuentes. Dada la gran insistencia e interés de Pietro, muy pronto tuvo que comenzar el joven maestro a leerse de nuevo todos esos libros, pues su hambre de conocimiento era tal que una vez conocida la historia exigía detalles que solamente una persona muy versada era capaz de ofrecer. Pietro le pidió a Michelle que le dejase leer alguno de los clásicos, y este, pensando que no le podrían hacer ningún mal, le proporcionaba los ejemplares con puntualidad. Pietro se aprendía los textos con gran rapidez. Si era menester, los releía y memorizaba los pasajes de mayor valía. Le fascinaban las batallas y le cautivaban los vencedores, fuesen estos quienes fuesen, pues el éxito en la guerra significaba poder —aunque este fuese efímero—, y el poder tiene la capacidad de cautivar las mentes. Armas, guerras y estrategias. Esa era su obsesión. Prestaba atención a Michelle cuando le explicaba lo maravilloso del pasaje en el que los cantos de las sirenas hacían que los marineros se lanzasen al mar en busca de una muerte segura, y como Odiseo, ingenioso y hábil, evitaba la muerte atándose al mástil de la embarcación, pero le rebatía diciéndole que eso era solo un cuento para niños. Michelle veía cómo la mente del chico se abría rápidamente y que, de seguir, así llegaría día en el que le costaría mucho trabajo satisfacer su curiosidad. Así fue como, con el devenir de los meses, cuando Pietro era casi un erudito en cuestiones griegas, aprovechó el muchacho para requerir nuevas a su instructor sobre el reino de Tartessos, ya que, por lo leído aquí y allá, intuía que era importante. El maestro se sorprendió sobremanera y abrió los ojos como si le hubiesen pinchado con una aguja, pero, recompuesto al instante de su sorpresa, ordenó sus ideas y le pagó con una retahíla de hombre sabio. —Tartessos —comenzó diciendo el joven maestro—, ¿de dónde has sacado eso? El reino de Tartessos es un mito que muy pocos conocen. Se dice que hacia el siglo IV antes de Nuestro Señor, una nave con tripulación griega fue desviada de su ruta por las condiciones marítimas, y que tras dar muchos tumbos por el mar y navegar al pairo durante algunos días, avistaron tierra en cuanto las lluvias y los vientos hubieron cesado. Recompusieron las velas y los aparejos y pusieron rumbo a aquellas costas de la Península Ibérica. Fueron recibidos y cuidados de su debilidad y hambre por un venerado rey que respondía al nombre de Argantonio, quien los trató con tanto aprecio y delicadeza que parecía que fueran hermanos suyos. Los náufragos se recompusieron en poco tiempo, y, mientras recuperaban sus fuerzas asistían embelesados al espectáculo que ofrece el brillo de los metales nobles. El oro y la plata abundaban. Era tanta su cantidad que no tenían ningún valor. Los utilizaban en forma de planchas para enlucir paredes y techos, como hilo para confeccionar telas y vestidos, genialmente tallados a modo de estatuas y figuras, y como si de hierro común se tratara para la fabricación de cualquier herramienta de uso cotidiano. Los marinos se recuperaron. Algunos de ellos, ambiciosos y tunantes, llenaron por la noche un pequeño saco con cosas valiosas, y huyendo como solo lo hacen los cobardes o los arrepentidos, desparecieron del reino y probablemente de la vida, pues la riqueza convierte a los amigos en enemigos, y es de suponer que acabarían matándose unos a otros. Los que quedaron solicitaron del rey Argantonio permiso para establecer comercio con ellos y llevarles cosas de las que ellos carecían. Argantonio aceptó de buen grado la propuesta, y dándoles una pequeña cantidad de oro como adelanto por las mercancías que habrían de llevar, se despidió de ellos y los envió al mar sabedor de que no volvería a verlos nunca más. La ubicación de Tartessos era indescifrable, ni siquiera los marinos más expertos serían capaces de volver. —¡Genial, sublime! —espetó el chico—, es una historia bonita, pero ahora imagínate la segunda parte. Imagina por un momento que el barco que salió de Tartessos hubiese sido capaz de volver, e imagina lo que aquellas enormes riquezas hubiesen supuesto para Grecia. Antes o después se habría entablado una guerra, y siendo Tartessos un reino pacífico habría quedado sometido sin ofrecer resistencia. La leyenda de este reino tiene su gracia, pero lo realmente épico hubiese sido su conquista y s**********o. ¿No piensas tú lo mismo?
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