PROLOGO

2268 Palabras
"Ella lo eligió. Lo marcó. Y ahora está dispuesta a mentir, matar y arder... con tal de no soltarlo." ARTEMISA Miro mi reflejo en el espejo que tengo delante de mí. No refleja una persona. La bata blanca que cubre mi cuerpo es tan fina que apenas disimula la piel pálida y marcada. Mi cabello cae suelto, en ondas desordenadas sobre los hombros. Mis ojos azules... ya no brillan. No hay vida en ellos. Solo vacío. Solo muerte. Joder parezco un fantasma. Uno con un aire bastante inocente. Un fantasma con el rostro de niña y la mente de una asesina. A pesar de mis dieciocho años, mi cuerpo no cambió mucho. Sigo pareciendo una adolescente. Frágil. Pequeña. Inofensiva. Mis pechos apenas se insinúan, y mis caderas aún no tienen esa curva prometida por la madurez. Mi rostro... joder, ese maldito rostro que aún inspira ternura. Odio esa máscara de inocencia. Pero la he aprendido a usar. A manipular. A fingir. Doy un suspiro. No porque esté cansada. Solo me estoy preparando. Pronto vendrán por mí. Lo tengo claro. He dado la ubicación de la hija de perra que intentó asesinar a mi príncipe. A la que amenazó lo único que me pertenece en este mundo. Y las traiciones en mi mundo se paga con la vida. Me hubiera gustado matarla a mi misma, pero no tenia tiempo. Me han estado enviando a mas trabajos. Y sabia que los amigos de mi príncipe harían un buen trabajo. Me muerdo el labio inferior hasta sentir el sabor metálico de mi propia sangre. Lo dejo fluir, como un ritual. Las luces tenues del cuarto parpadean con una frecuencia casi burlona. Las ventanas vibran por los fuertes vientos y el sonido del aire le da ese toque espeluznante al ambiente. Trueno los músculos de mi cuello. Intentando relajar un poco mi cuerpo. Me paso las manos por el rostro y gruño por frustración. —No cambiaria nada —murmuro— haría todo igual. No merecía vivir. Ella no debía tocarlo y aunque sé que solo seguía órdenes. Mi cabeza parece no entenderlo. Unos pasos acelerados se sientes detrás de la puerta. Mis ojos recorren la vieja habitación. Las paredes están mohosas. La cama un poco destartalada y tiene unas asquerosas sabanas amarillas que supongo que en algún punto fueron blancas. Echo mi cabeza hacia atrás y en el techo hay manchas de lo que supongo que es sangre seca y algunos otros fluidos que me encantarían saber como diablos llegaron allí. La alfombra de peluche roja. Casi desgastada acaricia las plantas de mis pies. El aroma a tabaco se impregna en el aire. Inhalo y exhalo dejando que mis pulmones se llenen de aire. El viento sopla con mas fuerza. Haciendo que las ventanas se mueven violentamente. Quisiera ser libre. Es el pensamiento que me llega a la cabeza. Las puertas se abren de golpe. Dos de los trabajadores del padrino caminan con prisa hacia mí. Sé que voy a morir, pero no lo haré sin dar pelea. —Vamos —murmuro para mí misma, alzando la barbilla—. Vengan por mí. No dicen nada. Simplemente se me echan encima y en un rápido movimiento saco la navaja suiza que había guardado debajo de la bata blanca. Me giro sobre mis talones. Elevo una pierna y se la estampo con fuerza en la nariz a uno de los hombres. Siento el crujido de su nariz al partirse bajo mi talón. Agarro con fuerza la navaja, giro mi muñeca y en un ágil movimiento logro incrustar el filo de la lamina de acero en el ojo del otro hombre. Un chillido animal escapa de su garganta mientras cae de rodillas. Sangre caliente me salpica el pecho. Ambos maldicen. La adrenalina invade mi torrente sanguíneo. He sido entrenada para matar. Mi cuerpo me da la ventaja. Puede que no me hayan enseñado a leer o escribir, pero sé como acabar con la vida de alguien en un solo parpadeo. Prefiero el veneno. Eso no me permite ensuciarme tanto las manos, pero no puedo ponerme exigente. Los hombres se levantan y se vienen contra mí. El primero está herido, pero lleno de rabia. Otra vez con agilidad logro esquivarlos logrando que el proceso mi navaja llegue a la garganta de uno. La piel se abre con el paso del filo de la hoja, y la sangre comienza a caer como ríos rojos. El sonido que hace es hermoso. Casi hipnótico. El hombre automáticamente lleva las manos a su cuello. Comienza a ahogarse con su propia sangre. Gorgoteos y gemidos salen de su boca. Yo lo observo morir. Sin prisa. Su mirada se va apagando. En ese instante sé que tendré que dibujar otra raya en mi larga lista de vidas que he arrebatado. Una vida menos en el mundo. No sé en que momento llegué a las manos del padrino. Fue hace tiempo. Y mi mente ha bloqueado recuerdos de mi niñes. El hombre que solo le queda un ojo abre la boca como pez fuera del agua y sus facciones cambian. Ahora me mira con odio. Supongo que esos dos tenían alguna relación bastante estrecha. Se lanza hacia mi como un animal rabioso, pero soy mas rápida. Logro tomarlo de la chaqueta. Me impulso y logro subirme a sus hombros. El hombre pelea, pero muevo mi mano y le entierro la navaja en el otro ojo. Dejo que todos mis sentidos se apaguen y que la oscuridad me consuma. Soy esto. Un animal que han enseñado a atacar. A destrozar su presa. Siento mas pasos. Voces. Pero mi mente sigue apagada y mi instinto sigue en alerta. Sigo enterrando la navaja. El liquido caliente brota de la herida y salpica mi rostro. No me detengo. Hasta que siento un fuerte jalón. El dolor me hace pegar un grito y el ardor en el cuero cabelludo me indica que me han tomado del cabello. Mi cuerpo cae y golpea en el suelo. Un golpe seco. El dolor se extiendo por cada una de mis extremidades. El aire se me escapa de mis pulmones. Mi visión se nubla. Mis oídos zumban. Mientras mi corazón siga latiendo ellos no están a salvo. —Esto te va a pesar perra —la voz de alguien resuena en mis oídos, pero el dolor no me deja saber quien es. Soy arrastrada. Mis uñas intentan aferrarse al suelo de mármol, pero es inútil. Me llevan como a un animal herido, como a un trozo de carne vencido, como a una cosa. Intento luchar, pero el agarre es tan fuerte. No logro ver a donde me llevan. Solo sé que soy arrastrada por el enorme pasillo de la casona. Una puerta se abre. Mi cuerpo golpea el frio del metal. Ahogo un chillido cuando una de mis costillas impacta contra una escalera. No me alzan. Me siguen arrastrando como si fuera una bolsa de basura por el suelo. Una llave. Un cerrojo. Una reja. Una celda. Me tiran. El suelo de la celda me recibe como un viejo amante cruel: húmedo, sucio, lleno de muerte y orines viejos. El hedor a putrefacción no me molesta. He vivido entre esas paredes la mayor parte de mi existencia. No hay novedad en la miseria. Solo ruina. —El Padrino vendrá pronto —gruñe el hijo de perra. Me hago un ovillo. Me fundo con la oscuridad. No le temo. No le ruego. Me fundo contra la oscuridad. —No me arrepiento —susurro al vacío—. Lo haría mil veces más. A mi príncipe nadie lo toca. Las ratas corretean cerca, chillando entre sí, reclamando su territorio. El olor a sangre, a vómito, a piel rota... es reconfortante. Es mi hogar. He visto tanta muerte que la podredumbre ya no me ofende. Mi vista se ha acostumbrado a la oscuridad. No sé cuanto tiempo pasa. No hay reloj en el infierno. Pero alguien abre la reja. Soy tomada a la fuerza. Me colocan de rodillas, atan mis manos con unas cadenas de acero. No me muevo. No digo nada. Voy a aceptar mi destino. Unos pasos se acercan. Y en mi campo de vista aparece el padrino. Camina como si el mundo fuera suyo, como si la vida ajena le perteneciera por derecho. —¿Sabes por qué estás aquí? —su voz hiela. Es la voz de los que disfrutan ver el sufrimiento ajeno, no para obtener placer... sino poder. Los vellos de mi nuca se erizan. No respondo, pero mis ojos se encuentran con los suyos. Oscuros, vacíos y cargados de maldad. Me mira con odio, pero también con decepción. Como si me creyera su creación fallida. Una creatura rota que debe corregir. Se arrodilla ante mí. Toma mi barbilla con fuerza. —La lealtad no es opcional, Artemisa. Es absoluta. Y tú... tú la destrozaste. El brillo de una hoja de acero filoso aparece frente mi y pego un grito cuando mi rostro es rajado por la mejilla. La carne se abre. La sangre fluye, tibia, espesa. El escozor me hace gritar con fuerza. El aire me arde cuando toca la herida. Seguido siento como soy tirada al suelo y soy golpeada. Pateada. Escupida. Solo podía gritar. El dolor se desborda. Escupo sangre. Sentía como la garganta se me desgarraba. No había clemencia. Tampoco la pedía. Quería matarlos a todos. Pero no podía. Las lágrimas bañaron mi rostro. No sé si son de rabia o de impotencia. El cuerpo ya no dolía. Mi rostro se sentía hinchado. Se me dificultaba respirar. Creo que me rompieron varias costillas. Sentía que sudaba. El pecho sube y baja en espasmos. Dejé que la oscuridad volviera atraparme. No sé cuántos días van desde mi encierro. Solo me traen un poco de agua y pan duro y viejo. No me han curado las heridas. Las ratas pasan por mi cuerpo. chillan y se quejan. A veces me despierto sudando, temblando, delirando. Las puertas se abren. Siento pasos, pero no me muevo de mi lugar. Desde la oscuridad veo como arrastran un cuerpo. Lo tiran en la celda frente de mí. Ella pelea. Se descontrola y mata a todo aquel que se intente acerca a ella. La observo. No digo nada. sonrío cada vez que intentan tomarla. Es como un animal salvaje al que acaban de encerrar. Un animal herido que no se deja tocar. Ataca y mata. Me agrada. Ella es caos. Instinto. Resistencia pura. Y yo... yo soy lo que viene después del quiebre. La observo durante horas, tal vez días. Se agota. Solloza. Pero no se entrega. Sigue luchando. Agotando sus fuerzas. Qué tonta. No sabe lo que viene. —Tonta— susurro. Intento no llamar su atención. No quiero que me castiguen. Los músculos los tengo entumecidos. Me duele todo el cuerpo. Pero me trago el dolor. De pronto, siento que me hablan. —Hey —es ella. Tiene una voz dulce. cálida. No respondo. Ella suspira. Está agotada. —Debiste haber enfurecido mucho al Padrino para que te castiguen de esta manera —le digo por fin. La noto tensarse. —¿Cómo te llamas? —pregunta. —No tengo nombre. Ella resopla. No voy a darle mi nombre. Me quedo callada. Ella vuelve a hablar. —¿Tú también lo enfureciste? Pienso si debo responde su pregunta o no. Pero decidió darle mejor un consejo. Una advertencia disfrazada de filosofía: —Cuando los animales salvajes son domesticados, es cierto, suelen doblegar su voluntad, seguir órdenes y obedecer ciegamente —digo, con tranquilidad— Pero subyacen en ellos el instinto primario, una chispa salvaje que nunca se extingue por completo. No dice nada. Por lo que sigo desvariando. No sé lo que digo. Hace rato perdí la cordura. —Cuando esa chispa se enciende, cuando encuentran una presa que despierta su deseo más profundo, es un error subestimar su naturaleza —a mi cabeza se viene esos ojos verdes, esa cabellera rubia —No importa cuánto tiempo hayan estado bajo el yugo de la domesticación, la fiera que reside en su interior resurge con una fuerza incontenible. Ella sigue en silencio. Y yo por alguna razón no puedo dejar de divagar. —Intentar arrebatarle su presa es desafiar su esencia misma, es invocar la furia de lo indomable. Por mas domesticado que parezca, un depredador siempre sigue siendo un depredador. Guardo silencio ante eso ultimo. Ella suspira. Supongo que no era la respuesta que esperaba. He pasado tanto tiempo sola, que mi lengua parecía no querer detenerse. Después de unos instantes vuelvo hablar. —De aquí nadie sale vivo —hablo con voz neutra— te quiebran hasta que ya no queda nada de ti. Y por lo que he visto, eres demasiado salvaje y eso a el padrino no le gusta. Van a buscar la manera de romperte, a tal punto donde lo único que podrás hacer es bajar la cabeza y ser una mascota obediente. Ella no dice nada. Y yo guardo silencio. Esto es peor que el infierno. Los seres humanos se quejan de los demonios, pero no se dan cuenta que somos una r**a mucho más destructiva, malvada y siniestra que cualquier otra r**a. Somos la peor creación del universo. Somos más monstruosos que cualquier demonio que haya parido el infierno. —Espero con ansias que lo intenten —murmura la chica. Tan bajo que fue difícil escucharla. Sonrío. Se dará cuenta que tengo razón. No quedará nada de ella cuando salga de aquí. Así como ya no queda nada de mí. Si la vida solo me permitiera verlo una vez más. Mi príncipe.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR