CAPITULO 1

3629 Palabras
"Él la rescató creyendo que era suya... sin saber que, desde el principio, ella ya lo había reclamado como propio." VLADISLAU Me paso las manos por el cabello en un gesto mecánico, como si con eso pudiera alisar el caos que me habita por dentro. Fuerzo una sonrisa. Esa que todos esperan de mí. La que encaja con el papel de líder confiado, sarcástico y dominante. Mis ojos barren con desgano el interior de la vieja bodega, donde varios miembros del consejo y aliados repasamos el plan para rescatar a Masha Lander. Fue secuestrada por su propio abuelo, un cabrón que merece la muerte lenta, y por ese fantasma al que todos llaman "el padrino". Me mantengo alejado de todos. No estoy de humor para hacerme el gracioso hoy. He estado teniendo problemas con mi organización y cada ataque he recibo lo he regresado con el doble de letalidad con la que me han atacado a mí. Como debe ser. Como lo haría un verdadero Pakhan. Letal, calculador, despiadado. Inhalo profundamente, pero el oxígeno se espesa en mis pulmones cuando mis ojos se detienen en ella. En la mujer de cabello n***o y ojos grises que está colgada del cuello del maldito Doyle. No voy a negar que me molesta verlos juntos. Quería a esa hembra para mí. La deseaba como se desea lo prohibido. Quería ser hacerla mía. Todos pensaron que solo era un enamoramiento más. Que simplemente me encantaba bromear cuando de ella se trataba. Que era un parte de un juego. Que equivocados estaban. La mujer si me interesaba de verdad. La quería para mí. Tiene todo lo que me gusta de una mujer. Belleza. Inteligencia. Astucia. El letrero de peligro. De letalidad lo lleva marcado en ese pequeño cuerpo lleno de curvas. Kali Darrend... Ella es la definición más pura y peligrosa de belleza oscura. Esa maldita lengua afilada como una navaja. Esa sensualidad que no necesita permiso para hacerte pecar. Esa mezcla de inteligencia y ferocidad. Y la cara de muñeca la hace ser la mujer perfecta. Es un cóctel letal, embriagador y maldito. Pero tenía que poner sus ojos en ese maldito psiquiatra y obsesionarse con él. Mientras ella lo perseguía, yo me quedaba quieto. Esperando. Soñando con el día en que me eligiera a mí. Hace algunos años formé una alianza con los jefes de las mafias mas poderosas. Aunque soy el Boss de la Bratva. Kali también es la líder de una de las fracciones que se han asentado aquí en Londres. Yo tengo casi todos mis negocios en Rusia. Mi país natal, por lo que no ha sido un problema compartir terreno con la mujer. Mis labios se humedecen por la fuerza de mi lengua, un gesto automático para ahogar la rabia. Aprieto la mandíbula cuando veo a Doyle inclinarse y decirle algo que la hace sonreír. Una sonrisa que debería haber sido mía. Prefiero apartar la vista de la pareja. —Sigues atormentándote con eso —dice una voz grave, rasposa, con ese inconfundible acento serbio. Darko. —Ella tenía que ser mía —gruño sin mirarlo. —¿Qué tiene la mujer que todos la quieren para ellos? —pregunta con un tono neutro. Lo miro de reojo. El cabrón está igual de intimidante que siempre. Pantalón cargo, botas de combate, jersey de manga larga, guantes de cuero. El parche que cubre uno de sus ojos no hace más que aumentar su presencia oscura. Su cabello n***o, rapado a los lados, deja ver claramente los tatuajes que se escapan por el cuello. Es una amenaza con patas. Fría. Inquebrantable. El hombre es todo músculos. Es el mas alto de los cinco integrantes del consejo. También el mayor de los cinco. Nadie sabe realmente de donde vino ni como llegó al poder. Su vida es un misterio y todos pensamos que la historia que se murmura en el bajo mundo solo es una tapadera de la verdad. —Simplemente es la mujer que todo hombre necesita en su vida... pero no todos pueden tener —respondo con un encogimiento de hombros. —Es como un maldito demonio, disfrazo de mujer —espeta. —Recuerda hay demonios que alguna vez fueron ángeles —le digo, con una media sonrisa torcida. —Por eso llegan al mundo con rostros hermosos. Para tentar, para arrastrarte al pecado. Para hundirte en lo más profundo de tus deseos... y destruirte desde dentro. Arqueo una ceja. Darko es todo un misterio. Su mente funciona en niveles que pocos logran seguir. A veces cita la Biblia. A veces al Diablo. Y nadie, ni siquiera los del consejo, sabe cuál de los dos lo acompaña más seguido. El hombre casi no habla. Le encanta ensuciarse las manos de sangre. Y ya en varias ocasiones casi nos mata a todos mientras entra es sus malditos episodios psicóticos. Nunca dice que los detona. Pero se pierde el mismo cuando está en uno. Me quedo en silencio. No vale la pena discutir sobre una mujer que ya no puedo tener. Decido no volver a mirar a la pareja. Paso las manos por mi cabello rubio, que últimamente he dejado crecer. Me gusta el aire salvaje que me da. Hoy no llevo mis trajes caros. Esta noche no somos empresarios. Somos cazadores. Como vamos a una misión. Estoy vestido con: pantalones negros. Camisa negra y botas militares. Me muerdo el interior del labio cuando observo a la madre de Mattia comenzar a ladrar ordenes porque su esposo ha decidido ir primero por su hija. El tío de Kali. Travix intenta detenerla. Abro los ojos cuando el padre de Kali. Agust Darrend suelta que ha podido confirmar que su cuñado fue uno de los sumisos Genesis. Todos nos quedamos en silencio. Era una verdad gritada a voces. Que todo el mundo quería ignorar. No culparía al hombre. Genesis Dalmat es hermosa. A sus años, su cuerpo sigue siendo objeto de envidia y deseo. Una letalidad que pondría a temblar hasta al hombre mas poderoso y una mente tan astuta e inteligente que haría caer naciones. Y lo más jodido... es que lo sabe. Tomo mis cosas cuando nos indican que es hora de partir. Estoy ansioso. Hace unos meses intentaron matarme. Fui a cerrar un trato. No me gustaba el lugar, pero el bastardo con el que debía encontrarme le gustaba frecuentarme. Necesitaba tenderle una trampa, pero resultó que el cazado era yo. Casi muero por no esperar al resto, pero alguien me salvo. Caí. Y por primera vez en años, la muerte me rozó. Por las noches, aún escucho su voz. Dulce. Suave. Casi irreal. Como una canción que sólo las almas condenadas escuchan antes de cruzar. Como el susurro de la muerte... cuando decide dejarte vivir un poco más. —¿Alguna vez te ha besado la muerte? —su voz era suave. Casi dulce. Aquella noche luchaba por mantenerme con vida. Pero me era difícil después de recibir los disparos. No la veía. Los ojos me pesaban, la sangre se me escapaba en silencio, como si no quisiera molestar. Pero entonces, sentí sus labios. Suaves. Fríos. Delicados como la caricia de una viuda sobre el féretro de su amor perdido. No profundizó el beso. No lo necesitaba. Lo selló con una sentencia: —Ya la muerte ha sellado tu destino. Intenté buscarla. Pero era como un fantasma. Fue ella quien llamó a los míos, quien me arrancó de las fauces de la tumba. No estaría aquí sin ella. Deseo encontrarla. Paso los dedos por mis labios. Maldita bruja. Me besó. Y desde entonces, mis labios arden con una memoria que no puedo borrar. Algo primitivo despierta en mí cada vez que la recuerdo. Muchos creen que mi sonrisa, mi cinismo, mis bromas, me hacen menos peligroso. Pero están equivocados. Soy tan letal como hermoso. Bien dicen que: "Todo lo que mata, viene envuelto en belleza. Sólo hace falta un envoltorio atractivo para que el ser humano quiera poseerlo... y firmar su propia sentencia de muerte." Llegamos al lugar donde se encuentran Hades Lander y Genesis Lander. Estamos equipados con armas de lato calibre. Granadas. Ametralladoras. Vestidos con tecnología que las fuerzas especiales se morían por adquirir. Cada cosa ha sido modificada y mejorada por Kali. Kali... la diosa de la guerra moderna. La mente brillante que convierte el caos en tecnología letal. Nadie tiene armas como las nuestras, a menos que esté dispuesto a pagar millones. —Te encargas de las celdas —me dice Mattia, con la indiferencia de quien ordena tirar la basura—. Mata a todos. Frunzo el ceño. —¿Y si hay víctimas? —pregunto por inercia. Él me lanza una mirada de . Me encojo de hombros. Era solo una pregunta. La verdad, tampoco me importa. Me acomodo la ametralladora en el hombro. Como siempre, me toca ir con Darko. Joder... sólo espero que hoy no le dé uno de sus malditos episodios. No tengo energía para que mi mejor amigo intente partirme el cuello. Otra vez. Todos nos ponemos en marcha. Esperamos la señal para poder entrar. —Solo no intentes matarme hoy —le murmuro a Darko. Él me mira con su único ojo bueno, ese que parece arder con locura contenida. —No me hago responsable de lo que pueda pasar —responde. —¿Quieres que te dañe el único ojo bueno que tienes? —bromeo. —¿Quieres que te dañe la cara de príncipe que tienes? —replica. —La violencia no es buena —bufo. —Lo dice el que mató a toda una familia completa por ser la culpable de la muerte de... No termina. Sacudo la cabeza, deteniéndolo. —La violencia sí es buena. Sirve para que no olviden que la belleza también puede degollar. fuerzo una sonrisa. No me arrepiento de haber matado a esos malditos. Por culpa de ellos, perdí lo único bueno que ha tenido mi vida. Desde que ella fue arrancada de este mundo. Llevo esta máscara. Este disfraz. La señal es dada. El caos comienza. Los disparos comienzan a sentirse dentro de la casa. Darko y yo comenzamos a movernos. Hombres armados comienzan a salir de todos lados y me dispongo a matarlos. Me muevo como un espectro. Preciso. Letal. Uno a uno caen ante mí. Siento el pulso de la guerra, la música de la muerte. Miro por encima de mi hombro y veo como Darko le está rompiendo el cuello a uno de los soldados. —Maldito engreído —bufo. Ese hijo de puta detesta usar armas. Él prefiere la sangre, las manos, los huesos rotos. Es una montaña de músculos. De ira y desórdenes mentales. Una bestia disfrazada de humano. Sigo avanzando. Largo pasillo. Tiro a matar. Gritos. Explosiones. El aire huele a pólvora, muerte y vísceras calientes. No me detengo. Cuando miro por encima de mi hombro para cerciorarme que Darko me sigue tengo que tragar con fuerza cuando me doy cuenta de que él maldito ha entrado en uno de sus malditos episodios. Pupilas dilatadas. Respiración acelerada. —Ni loco me quedo para que ese psicópata me confunda con sus alucinaciones —murmuro. Acelero el paso. Las lámparas parpadean. La luz es escasa, como si la casa misma temiera iluminar lo que está ocurriendo. No hay mucha luz. Por lo que es difícil moverme. El olor a sangre me quema las fosas nasales. Abro puerta tras puerta. Vacías. Hasta que una me detiene. Cerrada con llave. Saco la Glock y disparo. La manija cede con un chirrido oxidado. Me recibe una escalera interminable. Arrugo la nariz. El olor me golpea como un puño en la cara: descomposición, sangre rancia, excremento, orina, moho. La pestilencia me revuelve el estómago. El chillido de las ratas es intenso. Trago saliva con dificultad. Me relamo los labios. El corazón me retumba en el pecho, el pulso se desboca. Agarro el arma con más fuerza. Mi mente me grita que dé la vuelta. Que no hay nada aquí. Pero mis pies no le hacen caso. Se han anclado al suelo como si la podredumbre los hubiera atrapado. Tomo varias bocanas de aire. Aprieto y relajo los puños varias veces. Me obligo a bajar. Mis pasos resuenan en la vieja escalera de metal. El hedor empeora. Se mete por mi nariz, me quema la garganta. Abro los ojos cuando me encuentro una hilera de celdas. Varias están abiertas, pero hay una que me llama la atención cuando pienso que es mejor regresar. Un destello de algo rubio moviéndose me pone en alerta. Algo se agita en la oscuridad, y mi cuerpo reacciona antes que mi cerebro. Camino con cautela hacia la celda que está cerrada con un enorme candado. No hay mucha iluminación. Las ratas se deslizan entre mis botas, chillan, me ignoran. Me acerco poco a poco a la celda. Cuando estoy delante de ella. El aire me abandona los pulmones. Algo dentro de mí se quiebra. Tengo que tragar con fuerza cuando noto un pequeño cuerpo acurrucado en una de las esquinas. Está encogida como si el mundo le pesara demasiado, hay una criatura. Es difícil verlo porque se esconde demasiado bien con la oscuridad. Fundiéndose con la sombra, como si la oscuridad fuera lo único que la acepta. —¿Encontraste algo? —la voz de Darko me hace girar con violencia. Le señalo con la cabeza la celda. —¿Terminaste de matarlos a todos? —pregunto. Mientras busco la forma de abrir la celda. —Cuando reaccioné todo era un baño de sangre —responde con la calma de quien comenta el clima. —Menos mal me apresuré en irme. Hubiera podido terminar como ellos. —Ya deberías de estar acostumbrado. —¿A que siempre me dejen contigo porque nadie quiere lidiar con tus episodios psicóticos? —bufé—. No sabes cuánto me alegra. —Esta vez duró menos. Sacudo la cabeza. Le he dicho mil veces que se trate esos malditos ataques. Y cada vez que lo sugiero, termino con la cara bañada en sangre. Me centro en la pequeña cosita que tiembla en la asquerosa celda. Levanto el arma y disparo. El candado estalla con un estruendo seco. Le hago una ceña a Darko para que se quede donde está. Me acerco con cuidado. El hedor es peor aquí dentro. Me calcina por dentro. El aire se escapa de mis pulmones la veo. Está sucia. Con una bata blanca llena de sangre. El cabello rubio platinado lo tiene enmarañado. Es demasiado pequeña. Delgada. Frágil. Está hecha pedazos y, aun así, viva. Me acerco con pasos lentos. El aire se vuelve espeso. —¡Ey! —digo con suavidad. La pequeña muñeca rota. Se encoje más. —No creo que sea buena idea que te acerques —comenta Darko. Miro por encima del hombro y está con los brazos cruzados. —Solo mátala —añade, como quien ordena tirar la basura. Sacudo la cabeza. Me acerco más. Algo dentro de mí se enciende. Algo que no logro explicar. Una sensación protectora y posesiva me abarca. —Es mía —digo con los dientes apretados. No sé por qué lo digo. Solo sé que lo siento. Como si alguien hubiera tocado una fibra oxidada dentro de mí y la hubiera hecho vibrar. La pequeña cosita se acurruca más. No quiero asustarla. No quiero que piense que soy como los otros. —No voy a hacerte daño —le digo, más suave. Mi cerebro hace cortocircuito cuando ella eleva el rostro y sus ojos se encuentran con los míos. El aire comienza a faltarme. El corazón me galopea en el pecho tan rápido que se estrella contra mis costillas. Me quedo absorto en unos maravillosos ojos azules. Es como si el cielo le hubiera prestado su color intenso. Sus ojos Me perforan. Me arrancan el aire. Mis ojos recorren el rostro de muñeca que tiene. Parece sacada de una pintura antigua: delicada, inocente, angelical. Pero rota. Mi cejas se fruncen cuando noto que tiene una cicatriz que le cruza desde el pómulo derecho. Mi mandíbula se tensa. Mi visión se tiñe de rojo. La ira se enciende dentro de mí. Voy a matar aquel que la haya lastimado. No entiendo este sentimiento posesivo que ha nacido de la nada. No me detengo a analizarlo. No ahora. —Kukla —susurro en ruso, la voz grave, contenida—. Voy a acercarme... ¿puedo? Asiente. Apenas un leve movimiento de cabeza. Me arrodillo con lentitud, como si me aproximara a un animal herido. Y eso es lo que es. Una criatura rota, acorralada. —¿Puedo tomarte en brazos? —pregunto. Ella sigue sin hablar. Sus ojos están fijos en mí. Vacíos. Fracturados. Es una maldita muñeca. Una muñeca rota. Y ahora es mía. —Kukla ¿Puedo tomarte en brazos? —repito con la voz más suave de lo que jamás creí tener en el cuerpo. Ella después de unos segundos que parecen una eternidad asiente. La tomo con cuidado en brazos, al estilo nupcial. Siento su cuerpo tenso, tembloroso. Cuando hace una mueca de dolor, aprieto la mandíbula con tanta fuerza que me duele. Me trago las ganas de desatar una masacre ahí mismo. —¿Qué haces? —pregunta Darko a mi espalda. Se me había olvidado de que seguía aquí. —Me la llevo conmigo —respondo tajante. No dice nada. Silencio. Aprobación o juicio, no me importa. Así que salgo de la maldita celda y subo las escaleras casi trotando. Las balas se han detenido y supongo que han logrado rescatar a Masha. Me apresuro a salir. Casi que corriendo por el largo pasillo. La pequeña cosita que llevo en brazos se aferra a mi cuello. Está sucia. Huele mal y tiene muchas heridas en el cuerpo. intento no ser tan brusco. Cuando salgo al exterior, el aire frío me azota el rostro. Ella tiembla. La acerco más a mi pecho. No voy a soltarla. —¿Quién es ella? —pregunta la voz de Mattia detrás de mí. —Una rehén —digo. —¿Para que la rescatas? —el tono aburrido con el que pregunta me hace apretar los dientes. Antes de responderle, Eros aparece como un relámpago. La mirada ámbar oscurecida. El gesto tenso. —Dámela —ordena. Me giro y los ojos de color ámbar de Eros están oscurecidos. Tiene la vista clavada en la mujer que se aferra a mí. Como si fuera una pista. Una amenaza. Una oportunidad. La acerco más a mi cuerpo. —¿Por qué? —gruño. —Puede ser una de las lolitas asesinas —responde dando un paso—. Puede saber dónde está el Padrino. —Ella no sabe nada —digo. No sé si es una de ellas o no, pero no me importa. No la voy a entregar. Ella se viene conmigo. —Entrégala —ordena Mattia. —No. Ambos arquean las cejas y me miran con sorpresas. —¿No? —repite Mattia. —Es mía. Mattia ladea la cabeza y me observa. —¿Desde cuando recoges indigentes? —gruñe— ¿ahora eres un hogar de paso para los desamparados? La pequeña cosita tiembla en mis brazos. Yo la aprieto mas contra mi cuerpo. —Dámela —insiste Eros, ahora con el tono de quien no está acostumbrado a que le digan que no. —No. —Si no la entregas... No lo dejo terminar. Saco el arma y le apunto directo a la cabeza. —He dicho que no —gruño—. Es mía. Y como es mía, no me da la puta gana de entregarla. Mattia también desenfunda el arma cuando nota que estoy apuntado a su cuñado. —La misión hizo que perdieras la cabeza como Darko —bufa Mattia, sin dejar de apuntarme. —¿Qué pasa? —pregunta el recién nombrado. —Vladislau se cree albergue de beneficencia —le informa Mattia—. Tiene a una indigente en sus brazos. Que puede ser una lolita asesina. Pero míralo... se niega a soltarla como perro con hueso nuevo. Darko me observa, callado. La ceja arqueada. No dejo de apuntarles a los hombres. No me va a temblar la mano para irme en guerra con ellos. La pequeña muñeca rota que está en mis brazos es mía y no pienso entregarla. —Vladislau... —dice Darko. Sacudo la cabeza. —Es mía y punto —espeto— No la voy a entregar. Y no me hagan perder el tiempo que me importa una mierda quienes sean. Se acercan e intentan quitármela y me los cargo a todos. Eros me fulmina con la mirada. Mattia me mira con diversión. Y Darko... bueno quien sabe que está pensando. —Quién lo diría... —una voz femenina, suave y venenosa, rompe la tensión—. El ruso también puede obsesionarse. Levanto la vista. Kali. El rostro salpicado de sangre. El cabello revuelto. —¿Ya no eres el príncipe encantador? —se burla— Tan rápido me olvidas... Aprieto los dientes. Le gusta meterse en la cabeza de las personas. Me quedo callado. No pienso seguir discutiendo. Me doy la vuelta. Camino hacia mi camioneta. Mis hombres ya han despejado el área. Mi mano derecha me abre la puerta de la camioneta. En ningún momento suelto a la mujer que llevo en brazos. Me siento y la acomodo en mi regazo, su cabeza contra mi pecho. —Estas a salvo kukla —le susurro—. No voy a permitir que nadie vuelva a lastimarte. Mi segundo al mando se sube al asiento del piloto. Me mira por el retrovisor. —¿Destino? —Prepara el jet. Nos vamos a Rusia.
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