ARIANA Habían pasado dos semanas desde que llegué a Madrid y finalmente podía decir que estaba instalada. Mi padre se aseguró de darme todas las herramientas necesarias para sobrevivir en esta nueva ciudad, aunque, en el fondo, yo sabía que lo hacía para asegurarse de que no pensara en regresar. No lo culpaba, su miedo a verme rota de nuevo lo hacía ser más protector que de costumbre. Aquel último día antes de que él se marchara, fuimos juntos a la universidad para reunirnos con el decano. Me sorprendió la calidez con la que nos recibió, aunque no tanto cuando vi cómo sus ojos se iluminaban al estrechar la mano de mi padre. Ángel Galeano era un nombre que resonaba en el mundo de la ciencia y, aunque él siempre había mantenido un perfil bajo, su legado hablaba por sí solo. Yo lo miraba co

