Luego de escuchar de sus hijos que su papá había prometido hablar con la señora mala y la regañaría para que no le volviera a decir cosas feas a ella, Berenice se sintió un poco más segura, pero, aún así, cuando lo vio recargado a su auto estacionado afuera de su casa, sintió un enorme hueco abrirse en su estómago. Antuán, por su parte, sintió tanto alivio y tanta emoción por ver la camioneta de esa mujer llegar a casa al fin que casi brincó de alegría. Sí, había decidido confiar en ella, pero de todas formas no pudo evitar que una parte de él se recriminara por solo esperar en lugar de correr a buscarla. El fin de semana de Antuán había sido eterno, al contrario del de Berenice que se le había ido como agua entre los dedos, sin embargo, para los dos había sido un completo infierno.

