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La mujer de Bastian Leroy

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Descripción

Bastian Leroy es un importante empresario francés, el cual ha atravesado por una fuerte situación amorosa, la cual lo llevó a pensar que no volvería a enamorarse; desde que su corazón se hizo frio e insensible, creyó que no podría volver a sentir amor o confianza por alguien; pero de la nada, llegó una mujer llamada Amelia Bonnet, para poner todo su mundo al revés.

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Capítulo 1: Así inicia mi historia
Narra Amelia Después de pasar toda una noche diseñando un logotipo para una tienda de donas, me comuniqué temprano con el cliente para decirle que su trabajo estaba listo; me apresuré con la entrega porque necesito el dinero, eso es obvio. —Se nota que no dormiste nada. —No, no he pegado el ojo desde ayer, pero no importa; ya tendré tiempo para dormir. Solo quería terminar pronto mi entrega, necesito terminar de reunir mi parte del arriendo. —Aún no te dan respuesta del trabajo. —No, no me han llamado. —No te preocupes, verás que pronto te llamarán de algún lado. Por ahora, puedes trabajar conmigo, me ayudarías mucho con los pedidos grandes, podemos partir las ganancias. Cloe tiene un pequeño negocio, es una tintorería, le ha ido bastante bien últimamente; eso es bueno, me alegra saber que sus cosas empiezan a marchar bien. —Oh, está bien. —Por ahora, ve a ponerte algo en los ojos, mira esas ojeras, pareces un mapache. —¿Por qué siempre me pones apodos? —pregunté caminando hacia el espejo para mirarme—. ¡Ay, Carajo! —grité al ver mi reflejo, si parecía un mapache. —Saldré un momento, tengo que entregar unos uniformes que me enviaron para lavar y planchar. —Bien, nos vemos más tarde —dije levantando mi mano. Busqué en el refri algo para comer, no veía más que pan tajado y mermelada, me temo que, por tercer día consecutivo, este será mi desayuno; no haré compra hasta que no se acabe el pan. Más tarde ya estaba lista para ir con mi cliente, quería entregarle su diseño. Cuando era una niña, pensaba que cuando tuviera 25 años, ya sería una mujer realizada; que tendría una casa enorme en el centro de la ciudad, un auto ultimo modelo y hasta los pechos operados, pero no, a mis 25 años no tengo una casa y tampoco un auto. ¡Oh! Al menos no tuve que operarme los pechos porque la pubertad me pegó fuerte, crecieron como un par de melones. Ahora soy diseñadora gráfica, vivo con mi mejor amiga e intento sobrevivir en un mundo bastante complejo. Caminé un par de cuadras para ahorrarme lo del taxi, igual, no estaba tan lejos; además es bueno caminar, oxigena el cerebro y ayuda mucho al corazón. Esa es la excusa del que no quiere pagar transporte. —Señor Alphonse, buen día —saludé al dueño de la tienda de donas. —Amelia, volviste antes de lo que esperaba. —Sí, es que ya terminé su logo. —¡¿De verdad?! ¿puedo verlo? —Sí, pero antes debe pagarme, son cincuenta euros. —¡¿Cuánto?! Por su manera de sorprenderse supe que le había parecido costoso. —Son cincuenta euros, señor. Tiene un logotipo diseñado desde cero, le hice algunos paquetes para publicidad y de promociones como me lo pidió; son cincuenta euros. —No te voy a pagar cincuenta euros por uno garabatos, ni siquiera te demoraste tanto tiempo en hacerlo. —Oiga, ¿Cómo se atreve a decir eso? No son garabatos, estudié dos años de diseño, sin mencionar el tiempo que tardé en aprender arte. Que me haya tardado poco tiempo es una muestra de lo que sé, además, no le estoy cobrando el tiempo, sino el producto y la calidad de lo que hice. —Tengo veinte euros, es todo lo que te puedo pagar. Ahora, muéstrame el logo. Abrí mis ojos de par en par ante el descaro de su respuesta. —No le voy a mostrar nada, mejor guárdese esos veinte euros en el trasero —respondí caminando en dirección a la salida. —¡Niña insolente! —grita el señor Alphonse. —¡Viejo miserable! —le respondí con el mismo tono dándole un portazo a su puerta. Salí a la calle muy enojada, no puedo creer que me haya tardado toda la noche haciendo un maldito diseño para nada, mierd*. Refutaba devuelta al apartamento, mordía mis labios y seguía refunfuñando conmigo misma. No puedo que caminé casi media hora por nada, ese viejo tacaño. ¿Cómo le pone precio al trabajo de otros? No estaba caro, eso es lo que cuesta. Me detuve en una esquina y miré hacia el interior de un local, era una repostería gourmet. —Oh, esa torta de chocolate se ve deliciosa —susurré. Miré enfocando mis ojos hacia el precio y costaba veinte euros, ¡Ay! ¿será que debí recibir lo que el señor Alphonse me daría? —No, no, no… es tu trabajo. Agité mi cabeza y seguí mi camino, traté de apresurarme para llegar antes de que Cloe volviera. Un rato más tarde estaba sentada en el sillón cargando a Bigotes, el gato de Cloe; miraba el reloj y el tiempo corría sin dar señales de mi amiga. Sentía algo extraño en mi pecho, por lo que decidí llamarla, quería saber si estaba bien; ya había tardado demasiado. —¿Hola? —Cloe, ¿Dónde estás? Llevo esperándote un rato y nada que regresas, ¿todo está bien? —Estoy en urgencias —responde. —¡¿Qué?! ¿Estás bien? ¿Qué te pasó? —Sí, estoy bien, solo que tuve un pequeño incidente. Fui a llevar los uniformes a la tienda donde debía llevarlos y al salir, pisé mal un escalón y me doblé el tobillo. En cuestión de segundos se infló como globo. Deberías verlo. —Por Dios, iré de inmediato —solté bajando a Bigotes de mi regazo. —No, no, no es necesario. Me darán salida en un rato, me dijeron que debo tener el pie vendado por unos días porque parece que solo fue un estirón. Estoy esperando a que me den la autorización. Pero… si quieres ayudarme, entonces ¿podrías hacerme un favor? —Claro que sí, ¿Qué necesitas? —Alguien acaba de llamarme, vieron mi publicidad de la tintorería y quieren que lave unos vestidos; ¿podrías pasar a buscarlos? —Claro que puedo, ¿A dónde debo ir? —Te enviaré la dirección por mensaje, muchas gracias Amelia. —No tienes que agradecer, para eso estamos. Estaba por cortar la llamada cuando ella volvió a hablar. —Amelia, debes tener mucho cuidado con los vestidos; toma un taxi de regreso a casa te daré el dinero cuando nos veamos. —Sí, está bien. ¿Qué tan difícil debe ser? Ella me envía la dirección por mensaje de texto, creo que sé dónde es esto. Es un edificio bastante alto que está en el centro de la ciudad. Bajé hasta la planta principal y tomé un taxi, tardé un poco más de veinte minutos en llegar a Leroy Corporation. Al bajar del vehículo le dije al portero que iba de parte de Cloe por los vestidos, me parece que el hombre tenía información porque asintió y me dijo que fuera al segundo piso, en el último almacén estaba lo que buscaba. Daba pasos cortos para poder mirar la inmensidad de este lugar, por Dios, es una locura; es demasiado grande. He pasado muchas veces por aquí, pero creo que es la primera vez que entro a este lugar. Cloe me había dicho en el mensaje que las llaves del almacén estaban sobre extintor, que abriera, tomara los vestidos, cerrara y volviera a dejarlas donde estaban. Hice lo que me pidió, abrí y entré a lo que es el almacén más grande que he visto en mi vida. Es la primera vez que estoy ante tantos maniquís desnudos, ropa colgada en diferentes ganchos, espejos gigantes e incluso una especia de pasarela en la mitad de ese salón al que llama almacén. —Vaya, cuanto glamour —dije asintiendo al ver los vestidos que debía llevarme. Eran dos vestidos, uno de color rojo y otro dorado, estaba alucinando ante la belleza de vestido que tenía en frente de mí. Los detalles, los cortes, era precioso. —Hasta el maniquí se ve fabuloso con ese vestido. Era tanto mi asombro y admiración por esa pieza, que una vez se lo quité al muñeco que lo llevaba puesto, tuve la tentación de probármelo. Miré a todos lados y todo está oscuro, el sol se ha ido y parece que no hay nadie, me lo probaré; solo quiero ver cómo me queda. Sin pensarlo, me quité mis jeans y mi suéter, con mucho cuidado empecé a acomodarme el vestido y casi que, retorciéndome como lombriz, logré cerrar el cierre que estaba en la espalda. Aun con mis tenis puestos, levanté el vestido con cuidado y fui hasta el fondo del almacén para verme en los espejos. —Oh, que hermoso me queda —dije mirándome desde diferentes ángulos—. Solo me queda un poco largo, la dueña de este vestido debe ser muy alta. Empecé a posar frente a ese espejo y la magia de este vestido es increíble, me sentía muy femenina, hasta resalta mi figura. Me puse en puntas de pie y traté de ganar altura, pero aún el vestido arrastraba. Me incliné un poco y traté de acomodarlo abajo para no pisarlo, pero cuando fui levantando mi cabeza para verme, en el reflejo del espejo aparece la figura de un hombre. —¡Oiga! —gritó de repente. Salté impresionada y empecé a retroceder. El susto me espantó al punto de hacer que todo mi cuerpo se congelara. —¡¿Qué hace aquí?! —volvió a gritar encimándose a mí—. ¡Dígame! En ese último gritó levantó sus brazos y dio pasos largos, me llené de nervios por ver al sujeto, más cuando intentó acercarse, en medio de mi temor y mis nervios, mi reacción fue correr. Sí, comencé a correr aun con el vestido puesto. —¡Oiga! ¡Deténgase! No frené mis pasos en un solo momento, eso se sentía como correr o morir. Salí de aquel almacén disparada, iba rumbo al elevador. Logré llegar y marcar el botón de la planta baja, mi respiración estaba acelerada, mi corazón estaba como loco. Tan pronto las puertas del elevador se abren, veo a aquel hombre correr por las escaleras. Estaba en un shock bastante particular, era como si no pudiera pensar con claridad; tan pronto vuelvo a reaccionar, intento seguir corriendo, pero algo hizo que me atascara. Aquello que arrastraba del vestido se había quedado atorado en las puertas del elevador, en mi intento de escapar y de ponerme a salvo, lo que hice fue tirar con ambas manos del vestido hasta el punto de hacer que se rasgara y así poder seguir corriendo. —¡Cierren las puertas! —gritó el hombre que me perseguía. Fue demasiado tarde para él, ya yo estaba en la calle corriendo como loca.

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