La Carta
Mi amado Carlos, el cuaderno aquel que me regalaste cuando éramos novios, ese que utilizaba solo para escribir recetas de cocina, hoy, ya viejo y arrugado, pero que lo he guardado con esmero por los recuerdos que este me trae, lo he revisado, le quedan pocas páginas en blanco, a las que he hecho hoy mi cómplice para redactarte esta carta.
Eran las 10 de la noche y no dejaba de llover, el agua y la niebla empañaban hasta la ventana más cristalina, y una suave brisa entraba cada tanto por una hendija de la ventana de la sala de aquella casucha, típica de campo, hecha de madera, pintada con llamativos colores, en el que resaltaba el amarillo, con el que estaba pintado un toldo que cubría la terraza de la entrada de la casa, y justo ahí, estaba Merlía, una chica de pueblo, que suspiraba en aquella carta, un aire de esperanza.
Aquella noche lluviosa Merlia usaba ropa de cama, estaba por irse a dormir, pero se le había ido el sueño, reposaba sus pies recogidos en una mecedora vieja, hecha de mimbre, herencia de su abuelita materna, mientras sus piernas le servían de apoyo para recostar ese cuaderno, aquel que describía en esa carta que empezó a redactar para su amado Carlos.
Carlos, él también era un chico de pueblo, un poco ordinario, pero muy apuesto, y casi toda su vida, acostumbrado a las tareas de agriculturas familiar, seleccionar las semillas, sembrar, cuidar el cultivo, y aunque muchas de las tierras que trabajaba no eran suyas, tenía apenas una pequeña parcela, pero se dedicaba a trabajar para otros también para ganarse la vida. Aprendió muy bien la tarea de agricultor desde muy temprano, de la mano de su padre y abuelo y allí, en ese pueblo de agricultores, Carlos y Merlia se conocieron.
Entre los chubascos, la brisa agradable, y el olor a barro mojado, esa noche daba para más, para Merlia, el panorama era inspirador, las noches así le encantaban, cada tanto le brotaba una sonrisa, mientras revisaba en una pequeña caja de cartón, algunos recuerdos, que al parecer les resultaban motivadores para seguir escribiendo. Así que continuo, después de tomar un sorbo de su te preferido, manzanilla, para lograr dormirse lo más pronto posible, pero mientras le llegaba el sueño, siguió en su arrebato.
“Buscando en mis cartapàcios
viejos de la escuela, encontré una nota tuya, de esas que siempre me dejabas cuando al descuidarme quedaba mi libreta abierta sobre el pupitre y tu siempre tan notable, sabías escribirme palabras que llenaban mi corazón, con sentimientos que solo ellas las provocaban, esta nota dice, “siempre tuyo, siempre mía” te acuerdas amor. Que lindos momentos aquellos, en los que íbamos juntos a la escuela, me pasabas a buscar todos los días, a la misma hora, tu siempre tan puntual, y yo casi siempre me retrasaba, nos peleábamos por eso o por cualquier otra cosa, prosiguió inspirada, aunque en su rostro se podía percibir la nostalgia, pero no se detuvo, a todos les decíamos que éramos solo amigos, que loco no, intentando de ocultar lo que ellos reflejaban en nuestros rostros, o nuestras actitudes aniñadas, ba, enamorados, aunque tardamos tanto tiempo en aceptarlo, al fin sucedió.
Aquel municipio llamado "Monte Verde" apenas tenía unos 80 mil habitantes, repartidos en varios distritos municipales, donde casi todos se conocían. Los caimitos, Yaguana, yaboa, alvillo, estos, y otros nombres , correspondían a los diferentes pueblos, que conformaban Monte Verde.
Merlia era la hija del presidente de la comisión vecinal, su nombre era domingo, hombre simple, amable, y de muy buen corazón, ingenioso y ágil con las manos, arreglaba cualquier aparato electrónico que le venía a la mano, abanicos, licuadora, pero, las máquinas de coser eran su especialidad, sobre todo, las de pedales, tenía un pequeño taller, donde acumulaba todos los artilugios que los vecinos le daban para arreglar, y siempre atesoraba alguna que otra máquina de coser, de cualquier vecina, o la de su mujer, que era costurera y le daba tanto uso a su “singer,” a la que habría que arreglarla casi mensualmente,. Esa máquina, estaba para ser desechada, pero no, ella no se podía dar ese lujo, era la única que tenía, además, se la había heredado su madre, se trataba más de algo que representaba un aspecto sentimental, que la funcionalidad de la misma, eso si, Domingo disfrutaba arreglándola, pero, estaba consiente de que en cualquier momento, a la máquina habría que desecharla.
Los Caimitos, era la localidad en donde vivía Merlía y su familia, tenía alrededor de 5 mil habitantes, la electricidad en ese sitio, era carente, y la mayoría de sus calles con falta de asfalto. La tierra de ese lugar era roja, decían que era la mejor para cultivar, y que lo rojo, era por el hierro que tenía, ¡cuentos de campesinos! pero, al parecer, daba resultado, ahí, ningún árbol dejaba de florecer, ni de dar frutos.
La comunidad eligió a Domingo como representante vecinal, por el trato cordial que manejaba con todos, a él acudían muchas veces también para pedir consejos, además, era un nexo entre algunos políticos y el pueblo. La gente en aquel pueblo, estaban acostumbrados a ver con más frecuencia a los políticos en tiempos de elecciones, prometiendo cosas que luego no cumplían. A mediados del año 2000, donde el país se preparaba para nuevas elecciones, Domingo, consiguió que el partido que gobernaba en aquel entonces, le construyera a la comunidad, una cancha de básquet, para que los jóvenes, tuvieran una oportunidad en el deporte, además, construyeron una biblioteca pública, que era tan necesaria para todos.
Los caimitos, no contaba con Escuelas Secundarias, todas las que habían, llegaban hasta el 8vo grado, por lo que la edificación de una , estaba en proceso. El gobierno local, alegaba que todavía no tenían fondos para ello, aunque se venía solicitando desde tiempos anteriores, la comunidad para ese entonces no lo había conseguido, pero no perdían la esperanza.
La biblioteca fue construida en un terreno abandonado por los dueños de una pinturería, que al quemarse por accidente, decidieron no invertir más en aquel lugar, aunque dejaron sin trabajo a más de 50 familias, donaron el espacio para que se construyera. La gente estaba muy agradecida de Domingo, o mingo, como le llamaban la mayoría, por todo lo que hacía para lograr el desarrollo de la barriada, sabían que era un hombre influyente, con muy buenas relaciones con los políticos que siempre rondaban por ahí en busca de votos, pero él, sacaba ventaja de esa situación, y dejaba bien claro con palabras y acciones, que todo lo que conseguía de cada dirigente, era para el bien y crecimiento de su comunidad y no para su bienestar propio y eso se notaba, era un hombre que no le gustaba andar envuelto en enredos o malos entendidos.
Carlos, era el hijo de un colmadero y agricultor sobresaliente de la comunidad. El colmado, era un pequeño almacén, donde Carlos junto a su padre vendían los frutos que cosechaban en su parcela, y algunos otros insumos de primera necesidad, si bien, este no era el único colmado, pero si el más grande y más surtido.
Don Tomás, era el nombre del padre de Carlos, le decían don, por ser un hombre influyente. Viajaba casi toda la semana a la ciudad, en una pequeña y vieja camioneta marca Chevrolet del 1990,amarilla, y con las puertas pintadas de rojo,. Iba en su vehículo para traer aquellos productos que muy bien se vendían en su negocio, papel de baño, pasta dental, fideos, arroz, linternas y pilas, estos últimos, si no podían faltar, porque a cualquier hora se cortaba la luz, y para encender los focos, la pila era muy necesario, por las noches al faltar la energía, parecía que el pueblo entraba en modo luciérnaga, se sumergía en una oscuridad profunda, y en cada casa, se podía ver una linterna encendida.
Las baterías, también eran muy utilizadas para las radios, de esa manera, los pueblerinos se mantenían informados de todo lo que pasaba en el país o el resto del mundo, a falta de luz eléctrica, que era un mal de casi todos los días, “la duracel” nombre de la única marca de pilas que se vendían en los chinchorros del barrio, venía como anillo al dedo para aplacar la situación.
Merlia, tenía una radio que usaba 2 pilas tamaño grande, y Carlos, se encargaba de que nunca le faltaran, para ella, era el mejor regalo, pues no se podía perder su programa musical de la tarde, donde todos los días, a las 3, pasaban su canción favorita “Cama y Mesa” de Roberto Carlos, aunque más adelante se fue enamorando de otras canciones como, “Hoy que estamos juntos de yuri y Rodrigo, y cuando nadie me ve, de Alejandro Sanz. Era una romántica sin remedios, y se le escuchaba tararear hasta en el patio de la casa cuando salía a tender la ropa “vaso frágil hoy que estamos juntos, si se nubla el cielo junto a mí te quiero” hacía una mezcla, entre un estribillo y otro, y a veces, no se sabía bien las letras, y le encajaba cualquier otra.
A Merlia también le gustaba ver novelas, en la casa tenían un televisor a blanco y n***o con una antena pegada arriba, y disfrutaba de su telenovela en compañía de su mamá, y ambas, cada tanto discutían en algún episodio. Las discusiones surgían por las versiones que cada una manejaba del desenlace de la historia. La favorita, la que estaba de temporada en aquel entonces, era “abrázame fuerte” una novela mexicana que transmitían por el canal 5 local, a las 7 de la noche.
La trama estaba envuelta en un romance entre una joven hija de un hombre influyente dueño de una hacienda, en la ciudad de tabasco México, y la chica se enamora de un peón y el padre de esta se opone totalmente a ese amor. Las dos estaban envueltas en esa historia, y cuando se ponía más interesante, la luz se cortaba, cuando eso pasaba, las puteadas en esa casa eran históricas, porque ese problema no se podía remediar con las pilas.
La bronca por el corte de la luz pasaba al instante, porque la misma, podía volver o en el momento, o un día después, y casi siempre pasaba la segunda opción, y las noveleras, se enganchaban la mayoría de las veces, uno o dos capítulos adelantados, pero ya estaban acostumbradas.
Merlia había desarrollado el gusto por otros programas en la televisión, aunque en la tele local solo se podían ver 7 canales, en uno daban noticias, en el otro, algún programa infantil, en otro, aquella novela que ella amaba, y programas de cocina, este último era uno de sus favoritos. Ella amaba convertirse en chef, ese era uno de sus más grandes sueños.
Cómo la poblada los Caimitos no tenía Escuela secundaria, Carlos y Merlía al llegar a la secundaria, viajaban todos los días, más de 5 kilómetros, a la Escuela más cercana, en un bus, que pasaba día a día, en el mismo horario, era el único que los dejaba por ahí, así que tenían que estar a tiempo, que ganas de no quedarse echados allí, tenían aquellos dos, como muchos otros chicos del pueblo, pero Carlos y Merlia, querían terminar la secundaria, anhelaban algo mucho mejor, y allí en ese trajín, en ese vaivén, se animaron a contarse lo que sentían el uno por el otro, aunque Carlos era muy tímido, decidió dar el primer paso, ay uno de esos dias, al regreso de la Escuela, él venía muy callado, cómo pensativo,ella sabía que algo pasaba, y antes de despedirse como de costumbre en la puerta de la casa de Merlia, ella lo vio sonrojarse como nunca, y el sacó del bolsillo trasero de su pantalón color café, una carta
–Que es, le pregunto ella, – solo es una carta, él le respondió, cuando la leas, sabrás todo lo que siento, concluyó él, y se despidió con un beso, y desde entonces, la historia fue otra, ya no se ocultaban la mirada, ya no fingían ser solo amigos, para sus compañeros de la escuela, era oficial, pero para la familia, todavía tenían que ocultarlo un poquito más, para ese momento, ella solo tenía 16 y el 17, el único plan por el momento, era terminar la escuela.
Seguían cayendo gotas de agua afuera de aquella caseta tricolor, se sentían en el techo de chapa, la lluvia había refrescado el ambiente, por lo que Merlia decidió acomodarse, se fue a su cama, ya la mecedora le resultaba incómoda y fría, todavía no tenía sueño, habían pasado alrededor de unos 40 minutos después de las 10, pero ella se había entretenido con todos aquellos recuerdos que seguía sacando de su caja de cartón, al sacar otra libreta vieja, se percató de que se le había caído algo, lo levanto, lo olió y siguió escribiendo su carta.
” Aún conservo dentro de algunas hojas de papel, migajas de la rosa que me regalaste en nuestra primera cita, ahí donde nos tomamos de la mano y veíamos emocionados el atardecer, cerca del río, que verdor más inspirador, aunque ya ha cambiado mucho, pero yo lo recuerdo como era, ese día, en nuestra cita, no como amigos, sino como novios. Los pequeños pétalos ya están mohosos y secos, pero han dejado la marca en cada hoja de este antiguo cuaderno, las huelo, suspiró ella, y prosiguió, me recuerdan a ti.
Esa caja que conservaba tantas añoranzas, estaba decorada con recortes de viejas revistas, y tenía pegado en uno de sus lados, una foto de ellos dos, recuerdo de aquella tarde cuando se dieron su primer beso.
Era mayo del año 2000, y el verano con su calor arrasaste vibraba en cada rincón de aquel caribeño pueblo, y en esa época, era muy común ver a las personas visitar el río, y pasar el día entero allí, en carpas, sillones, mecedoras, lo que viniera a mano, todo servía, eso si, que el lugar, era protegido por toda la comunidad.
El padre de Merlia por ser el encargado principal de la junta vecinal, tenía una gran responsabilidad con ello, por tal razón, se armaba un gran equipo organizado, quienes se aseguraban que cuando todos salieran de allí, el lugar quedara limpio, sin basura ni ningún estorbo que pudiera contaminar las aguas de aquel manantial que aparte de ser una de las principales atracciones del lugar, cuando el calor era más avasallante, se volvía aún más popular, aunque en ese pueblo, hacía calor todo el año, pero en algunos meses del año, se tornaba insoportable, y solo se toleraba, con las refrescantes aguas del río, al que todos visitaban y cuidaban.
Era un 7 de mayo, Merlia, Carlos y un grupo de amigos de la comunidad, decidieron pasar el día allí, entre algunas bebidas permitidas, y con algunos adultos que los acompañaban, dentro de ellos la madre de Merlia, Josefina, que aunque discreta, no era tonta ni perezosa, sabia muy bien lo que pasaba, o al menos, tenía la sospecha, pero, todos disfrutaban la hermosa vista del lugar, rodeado de un verdor envidiable, y las maravillosas y cálidas aguas, que invitaban a no salir de allí, Carlos y Merlia se miraban, era como si se hablaran con cada cruce de ojos, intentaron desaparecer de la muchedumbre para tener un poco de privacidad, pero el primer intento fue imposible, este fue interrumpido por el padre de Merlia, quien llego al lugar para supervisar que todo estuviera en orden.
Se escuchó un silbido, muy característico, que Merlia conocía bien, pues así acostumbraba su padre a llamarla, era algo que hacía desde que ella era más chica.
No hubo más que hacer, se acercó hasta él un poco temerosa
–Dime pa, le paso algo, le pregunto ella
–no hija, el respondió, solo vine a ver como andan las cosas por acá, y a decirles que estaba escuchando por la radio, que se apareja una gran tormenta
–ah si, no me digas pa, contesto sorprendida, con su acento de campesina.
Esa forma de hablar, era único de esa parte del país, bien al Norte, algunas palabras que terminaban con r, ellos le ponían i, y si llevaba i, entonces usaban una L, aunque los profesores en la escuela, se tomaban bien en serio su papel de enseñar, ayudaron a que muchos adolescentes y niños mejoraran su dialecto, pero con los más grandes, no hubo caso, y la comunidad se convirtió en una amalgama de jerga, los más jóvenes, luchaban con sostener lo aprendido, pero en los de edad más avanzada, se escuchaban decir palabras como, “empretame” por decir, “prestame”
“me comí lo libro” por decir “estudie mucho” “Abocarriba” por decir, Boca arriba, o acostado boca arriba, “acotejar” por acomodar, o arreglar, acechar por vigilar, Mai o ma, por decir mama, y pai o pa, por papa.
Engripar, por resfriarse, llovei, por llover, vea por ver
Eran un sin fin de palabras que formaban parte de su dialecto, tantas, con las que se podían armar un diccionario, y era evidente, que no era posible disolverse de la noche a la mañana, pero el avance, iba en camino
Merlia había mejorado mucho, pero con sus padres, no podía usar palabras muy finas u elegantes, o hacerles una corrección de alguna palabra mal pronunciada, para ellos, esto representaba una falta de respeto, y en más de una ocasión se le escuchaba reprochar a don domingo, así se llamaba su padre.
–Mire vea, ahora esta muchacha dizque enseñando a hablai a uno, ay cristo, jajaja, soltaba una carcajada, que buen hombre ese, amable, campesino y trabajador.
Aquella tarde en el río, la conversación entre Merlia y su padre fue rápida, ella intentó cortar enseguida.
–entonces ya mismo le digo a ma, pero no te preocupe pa, afirmo ella, el cielo acá todavía está claro, desde que se asomen las nubes, seguro nos vamos.
–bueno mija, valla y disfrute de lo que queda del lindo día, porque va a llovei
–Gracias pa, en un rato estamos allá, se despidió, dándole la espalda, con cara de quien se había pegado tremendo susto.
–que quería tu pa, mija, le pregunto su madre
– vino a decirme que se viene la lluvia, pero mira ma, el cielo esta claro.
–pero muchacha, tú sabe que acá, cuando el día está más claro llueve, así que vámonos mija, antes que nos agarre el aguacero en el camino.
–ay ma, déjame un rato más, si casi ni me moje en el río, vea, vallase adelante, yo me voy con los demás sí.
La doña, al principio no estuvo muy de acuerdo, pero tenía miedo de mojarse con agua de lluvia, porque se podía pescar un resfrío, porque allí, se guardaba la creencia de que el que se moja con agua lluvia, se resfriaba, y ella no quería eso, y le advirtio
–está bien, la dejo un rato más, pero, usted no se me quede por ahí chiviriquiando, cuando me salga de acá, se va derechito pa la casa
–si ma, contesto desesperada, con más ganas de tener un rato a solas con Carlos.
Cuando se aseguró que doña Josefina se había ido, Carlos la tomo del brazo, se escondieron detrás de un árbol, y se sentaron encima de una gran roca plana, y sin perder tiempo, se besaron, fue un beso largo y apasionado, con todo lo que implica la ilusión de un primer beso, y ahí mismo, aprovecharon para escribir al costado de la piedra que ya estaba garabateada por otros que tuvieron la misma idea que ellos, la fecha, sus nombres, y el día de ese gran beso, y lo completaron con una foto, que se hicieron con una cámara instantánea, que les había prestado Emanuel, el amigo cómplice de ese amor de pubertad.
La madre de Emanuel “vivía en los países” así decían en el campo, cuando alguien emigraba de ese pueblo y de ese país a otro más desarrollado, y Emanuel, era como una especie de rico campesino, con otros privilegios que muy pocos se daban, además, su madre, quien exactamente vivía en EUA, le mandaba y le proveía de cosas que allí no se encontraban, ni se podían comprar.
Ambos decidieron que la foto se la quedaría Merlia, y tomados de la mano, sumergidos en ese amor adolescente, escucharon a su amigo Emanuel gritar
–Hey, apúrense, que ya si se nubló el cielo
Ni bien termino de hablar, empezaron a caer gotas de aguas, con tanta fuerza, que todos recogieron sus pertenencias a los apurones, los tortolos, no se habían dado cuenta antes, que el cielo había cambiado de claro a gris, y de momento, esas fuertes gotas, se volvieron copiosas, no hubo remedio, que correr y disfrutar de la lluvia camino a casa. Y en ese trayecto, empapados bajo un cielo embravecido, hubo más besos, como desaprovechar ese momento, pensaron ellos, lo demás no importaba.
Apenas eran las 5 de la tarde, pero el cielo estaba tan nublado que se sentía como el anochecer, y gracias a que el recorrido a la casa no era tan largo, apuraron el paso para llegar cuanto antes, además, iban acortando el camino, metiéndose por callejones que ellos conocían muy bien.
Carlos, Merlia y sus amigos, vivían todos en el mismo barrio, así que se fueron repartiendo de casa en casa, y los últimos en despedirse fueron Merlia y Carlos, eran los que más cerca vivían, a tan solo dos cuadras de distancia, y Carlos la dejo en la puerta de su casa y se despidió, pero no con un beso, pues tenía miedo que los padres de ella los estuvieran mirando, además, la lluvia seguía cayendo y ya se habían mojado bastante, igualmente, los besos que se habían dado, eran suficiente para cerrar esa noche, aunque el entusiasmo que se generó después de ese episodio, encendió en aquellos dos, la magia del primer amor.
En aquel pueblo, las lluvias eran frecuentes, y como decía el refrán que todos sabían muy bien “acá el día más claro llueve” era muy real, aunque en cierto modo, las lluvias favorecían mucho a la cosecha, pero algunas veces, estas corrían el riesgo de echarse a perder por el exceso de agua, sobre todo la siembra de arroz,
por ello, debido a situaciones similares en el pasado, donde se perdió mucho, el padre de Carlos considerado como el mejor agricultor del pueblo, junto a otros compañeros, construyeron un sistema que permitía drenar el acceso de agua cuando fuera necesario.
Construyeron un drenaje hecho de tubos y botellas de plásticos, y bolsas bolsas recicladas.