UNA DOCTORA MAGNIFICA

1360 Palabras
**EMILIA** Después de unos minutos, me levanto y decido dar un paseo por el hospital. Saludo a algunos colegas y me aseguro de que todo esté en orden. Aunque el día ha sido agotador, me siento agradecida por tener la oportunidad de hacer una diferencia en la vida de mis pacientes. Finalmente, regreso a mi consultorio y me preparo para cerrar por hoy. Mañana será otro día lleno de desafíos y oportunidades, y estoy lista para enfrentarlos con determinación y pasión. —Nos vamos a casa. —Papá, esperaste por mí. —Me siento solo sin mi hija. —Y así insistes en casarme. —Por eso quiero nietos. Quiero ver a la familia crecer y tener pequeños corriendo por la casa. —Papá, sabes que tengo otros planes por ahora. Mi carrera es mi prioridad. —Lo sé, hija. Y estoy muy orgulloso de ti. Pero no puedo evitar soñar con tener nietos algún día. —Entiendo, papá. Y quién sabe, tal vez algún día cambie de opinión. Pero por ahora, quiero concentrarme en ser la mejor doctora que puedo ser. —Eso es lo que más admiro de ti, tu determinación y pasión. Solo quiero que te encuentres feliz. —Gracias, papá. Tu apoyo significa mucho para mí. Y aunque no esté lista para casarme y tener hijos, siempre estaré aquí para ti. —Y yo siempre estaré aquí para ti, hija. Ahora, vamos a casa y descansemos. Ha sido un día largo. —Sí, vamos. Necesito un buen descanso para enfrentar el día de mañana. Mientras caminamos hacia el coche, siento una mezcla de gratitud y amor por mi padre. Aunque a veces no entendemos nuestras decisiones, siempre está ahí para apoyarme. Y eso es lo que más valoro. —Papá, gracias por siempre estar a mi lado. Sé que a veces no es fácil entender mis decisiones, pero tu apoyo significa el mundo para mí. —Siempre estaré aquí para ti, hija. Quiero que sigas tus sueños y seas feliz, aunque eso signifique esperar un poco más para tener nietos. —Lo sé, y te lo agradezco. Prometo que, aunque mis prioridades sean diferentes ahora, siempre encontraré tiempo para nosotros. —Eso es todo lo que pido. Ahora, vamos a casa y descansemos. Mañana será otro día lleno de trabajo. —Sí, vamos. Necesito recargar energías para enfrentar lo que venga. En el camino a casa, conversamos sobre temas más amenos, gozando de la compañía del otro. Aunque nuestras expectativas difieran, el amor y el respeto mutuo nos fortalecen. Estoy segura de que, puedo superar cualquier obstáculo que se cruce en mi camino. Al llegar a casa, me despido de mi padre y me dirijo a mi habitación. Me siento agradecida por tener una familia que, a pesar de todo, siempre está ahí para mí. Mañana será otro día en el hospital, lleno de desafíos. «Amiga, ¿estás despierta?» Es el mensaje de Sonia, mi amiga. Trabajamos en el mismo hospital, pero rara vez nos vemos, debido a nuestros horarios tan demandantes. Aun así, siempre encuentra tiempo para escribirme al móvil y asegurarse de que estoy bien. Sonia y yo hemos sido amigas desde la niñez. Aunque nuestras carreras nos han llevado por caminos diferentes, siempre hemos mantenido el contacto. Sus mensajes son un recordatorio constante de que, a pesar de la distancia y el tiempo, nuestra amistad sigue siendo fuerte. —Sí, estoy despierta. ¿Cómo estás? —le respondo rápidamente, sabiendo que nuestras conversaciones, aunque breves, siempre me levantan el ánimo. —Cansada, como siempre. Pero quería saber cómo te va en emergencias. He escuchado que has tenido días muy intensos. —Sí, ha sido agotador, pero también muy gratificante. Cada día aprendo algo nuevo y siento que estoy haciendo una diferencia. —Eso es lo que importa. Sabes que siempre estoy aquí para ti, aunque no nos veamos tanto como quisiéramos. —Lo sé, y lo aprecio mucho. ¿Y tú? ¿Cómo te va en tu área? —Ocupada, como siempre. Pero me las arreglo. A veces extraño los días en los que podíamos vernos más seguidos. —Yo también. No obstante, al menos tenemos estos momentos para ponernos al día. —Exactamente. Bueno, no te quito más tiempo. Descansa y cuídate mucho. —Gracias, Sonia. Tú también. Nos vemos pronto. Al día siguiente me sumergí en mi consultorio, que siempre está lleno de papeles. Revisé todo lo que aconteció en mi ausencia; al parecer, hubo muchos ingresados. —Doctora, rápido, han llamado porque traen un paciente con un paro cardiaco. —Preparen todo para recibirlo. Me pongo mi bata y salgo hacia la entrada de emergencia. Veo la ambulancia estacionarse rápidamente. Los paramédicos bajan al paciente y uno de ellos me informa con urgencia: —No respira, doctora. —¡Despejen el camino! —gritó mientras corro hacia la camilla. Me subo a la camilla mientras avanza rápidamente hacia la sala de emergencias. Comienzo a realizar compresiones torácicas, bombeando su corazón con fuerza y ritmo constante. La camilla se mueve deprisa por los pasillos, y yo me mantengo enfocada en mantener el flujo sanguíneo del paciente. —¡Necesitamos un desfibrilador listo! —ordenó al equipo mientras seguimos avanzando. Llegamos a la sala de emergencias y el equipo ya está preparado. Conectamos al paciente al monitor cardiaco y veo una línea plana en la pantalla. Sin perder un segundo, aplicamos el desfibrilador. —¡Todos atrás! —digo antes de presionar el botón para administrar la descarga eléctrica. El cuerpo del paciente se sacude ligeramente, pero la línea en el monitor sigue plana. Continuamos con las compresiones torácicas y administramos medicamentos para intentar reanimarlo. —Vamos, no te rindas, eres un hombre fuerte, tienes familia que llorará si mueres —murmuró, enfocada en cada comprensión y cada segundo que pasa. Después de varios intentos, finalmente vemos un débil latido en el monitor. El equipo trabaja rápidamente para estabilizar al paciente, administrando oxígeno y monitoreando sus signos vitales. —Lo logramos, pero aún no estamos fuera de peligro. Mantengamos la vigilancia constante —digo, sintiendo una mezcla de alivio y agotamiento. —Busquen los familiares. —La esposa está afuera. —Llévame a mi consultorio. Mientras el equipo continúa cuidando del paciente, me tomo un momento para respirar y reflexionar sobre la intensidad de la situación. Entro a mi consultorio y veo a una mujer de mediana edad, muy elegante, que claramente pertenece a la alta sociedad. Le hago un ademán para que tome asiento. —¿Cómo está mi esposo? —pregunta con preocupación. —Por el momento está fuera de peligro. Vamos a ver cómo reacciona al tratamiento en las próximas horas. —Muchas gracias por su pronta acción. Me asusté mucho. —Es mi trabajo, señora. ¿Podría llenar este formulario, por favor? —Desde luego. —Ella lo llena y me lo entrega. —El señor Parker ya está registrado. — ¿Quería llevarlo a una clínica privada donde está su médico? ¿Qué me recomienda? —pregunta con un tono de incertidumbre. —Entiendo su preocupación. En casos de paro cardiaco, es crucial que el paciente reciba atención continua y especializada. Nuestro hospital está bien equipado para manejar emergencias cardiacas y tenemos un equipo de especialistas que monitoreará su progreso de cerca. No obstante, si opta por trasladarlo a una clínica privada, verifique que cuenten con los recursos necesarios para proseguir con su tratamiento de manera ininterrumpida. —Gracias, doctora. Valoro mucho su consejo. Quiero lo mejor para mi esposo. —Lo entiendo perfectamente. Si decide trasladarlo, podemos coordinar con la clínica privada para asegurar una transición segura y sin problemas. Mientras tanto, nuestro equipo seguirá cuidando de él con la máxima dedicación. —Gracias nuevamente, doctora. Su apoyo y profesionalismo me dan mucha tranquilidad. —Es un placer ayudar. Si necesita algo más, no dude en avisarme. La mujer asiente y se retira, dejando el consultorio en silencio. Me tomo un momento para reflexionar sobre la importancia de nuestro trabajo y la confianza que los pacientes y sus familias depositan en nosotros. En ese momento, un hombre alto y bien parecido entra agitado en mi consultorio.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR