CAPITULO 1
Los rayos de sol se filtraban por la ventana del cuarto de Armin, abrió los ojos poco a poco sintiendo una punzada fuerte en la cabeza, y un peso cálido en su abdomen.
– Ugh! Que pasó anoche, maldita sea siento como si un Formula 1 me haya pasado por la cabeza- dijo Armin, cuando por fin pudo abrir los ojos, notó que Maxi su gato estaba sobre el – Eh, tú bola de pelos estúpida quítate de encima, mejor has algo útil y tráeme un café n***o como mi alma- dijo mientras quitaba al gato con brusquedad de encima suyo.
Salió de su habitación con pasos pesados, y vio su nuevo trofeo de fórmula 1 en su mesa, una sonrisa arrogante se formó en su rostro, recordando los eventos de la noche anterior en la fiesta de celebración por su triunfo, llegó a la cocina de su lujoso pent-house, y puso la cafetera, el olor a café ya empezaba a llenar el ambiente, Max su gato se acercó a la cocina para que le sirvieran de comer.
-Si, si, ya voy, ¡vaya! Para eso si me haces caso verdad bola de pelos.
Armin abre la lata de atún de la mejor calidad y se la sirve en su plato a Max colocándolo en el suelo, el pequeño Max ronronea y comienza a comer.
Después del desayuno Armin se prepara para ir a entrenar a su simulador de última generación de Fórmula 1 que tiene en su oficina en casa.
Las horas pasaban y Armin seguía en el simulador, practicando y maldiciendo cada vez que algo no salía como quería.
Finalmente terminó su práctica y decidió meterse a bañar.
Al salir del baño, su teléfono sonó.
—¿Qué demonios quieres? —gruñó Armin al contestar, reconociendo la voz de su agente—. Espero que sea bueno o te juro que te haré correr por todo el circuito hasta que se te caigan las piernas.
La voz al otro lado soltó una noticia inesperada.
—¿Qué?! ¡Maldita sea, vuelve a repetirlo! ¡No me estás mintiendo, verdad, pedazo de inútil! ¡Mierda santa, esto es increíble! ¡Sí, claro que sí, cabrón, ahí estaré! —gritó Armin, la emoción desbordándolo—. ¡Eh, tú, bola de pelos! ¡Nos vamos al Grand Prix! ¡Mierda, mierda, mierda, tengo que prepararlo todo, joder! ¡Esto es lo mejor que me ha pasado en años, maldición!
Armin comenzó a preparar su maleta, su mente trabajando a toda velocidad.
—Les voy a patear el trasero a todos esos presumidos de mierda. Cuando coman mi polvo no sabrán qué fue lo que les pasó —dijo entre carcajadas emocionadas.
Ya en el aeropuerto internacional, Armin esperaba abordar el avión a Australia.
—Mierda, ¿cuánto más voy a estar esperando en este maldito aeropuerto? —refunfuñó.
—Atención, señores pasajeros: el vuelo a Australia se retrasará una hora. Les pedimos paciencia —anunció una voz por los altavoces.
—¿¡Paciencia!? ¡¿Paciencia!? ¡Maldita sea, tengo un maldito trofeo que ganar, joder! ¿Qué tanta puta paciencia puedo tener? —explotó Armin, ganándose algunas miradas curiosas.
Por fin, ya en el área VIP del avión, Armin se colocó sus audífonos y empezó a escuchar R&B. El vuelo transcurrió tranquilo.
A su llegada al aeropuerto de Australia, un auto de lujo ya lo esperaba para llevarlo al hotel donde se hospedaría.
En el hotel, hizo el check-in rápidamente. Una vez en su lujosa habitación, abrió el minibar, sacó una cerveza y se dejó caer en el sillón de la sala.
—Vaya, por lo menos es un cuarto decente —murmuró, antes de tirarse de espaldas en la cama king size.
De pronto, su celular sonó. Armin gruñó.
—¿Quién mierda es ahora...? —vio el número en la pantalla, puso los ojos en blanco y forzó una sonrisa que, aunque sabía que no podían verla, intentó sonar convincente.
—Hola, cariño. Sí, sí, acabo de llegar. Estoy cansado por el viaje... Sí, prometo llamarte mañana. Descansa también —dijo rápido, colgando sin esperar respuesta.
Su novia era una modelo famosa, llevaban un año juntos.
Armin se levantó y sacó otra cerveza del minibar.
—Joder... No puede estar un minuto sin llamarme. Sé que soy irresistible, pero necesito mi maldito espacio... pfff —refunfuñó.
Armin, piloto estrella de la escudería Red Bull, se acomodó su traje de carreras frente al espejo, el cual reflejaba su imagen: 1.87 de estatura, cabello n***o, ojos azul pálido, cuerpo atlético y definido.
Una vez vestido, se presentó para la práctica en la pista. En su mente solo existía la adrenalina del momento y la sed de victoria.
Finalmente, el día de la carrera llegó.
Armin estaba enfocado. Se acercó a su monoplaza y acarició el capó con cariño.
—Hoy es el día, nena. Vamos a mostrarles a estos perdedores cómo se gana una carrera —susurró.
El rugido de los motores era un trueno interminable en el circuito.
El calor dentro del casco era insoportable; el sudor resbalaba por la frente de Armin, empapándole las cejas, pero no parpadeaba. Su mirada era hielo puro, fija en el semáforo de arranque.
Luz verde.
La vibración del volante sacudió sus brazos cuando soltó el embrague. El monoplaza salió disparado como una bala en un estallido de velocidad brutal.
El asfalto temblaba bajo las ruedas. El viento azotaba los costados de su casco mientras devoraba metros de pista como un depredador hambriento.
A su derecha, un Ferrari intentó cerrarle el paso.
—Verdammter i***t! ("¡Maldito idiota!") —escupió Armin, girando bruscamente el volante y metiéndose en un hueco mínimo entre el muro y el rival.
Rozó el alerón del Ferrari; una chispa saltó en el contacto, pero Armin no soltó ni por un segundo el acelerador.
Ni un segundo de duda.
La primera curva se aproximaba como una trampa mortal.
Armin bajó tres marchas de golpe —el motor rugió como un animal herido— y tiró el monoplaza hacia adentro, adelantando dos posiciones más.
—Komm schon, Baby! ("¡Vamos, nena!") —murmuró entre dientes.
Aceleró al máximo en la siguiente recta. La aguja del velocímetro vibraba más allá de los 300 km/h.
Un McLaren apareció en su espejo retrovisor, acercándose peligrosamente.
Apretó el volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
De pronto, el McLaren se le lanzó por el interior y lo superó justo antes de la siguiente curva.
—Scheiße! ("¡Mierda!") —bramó Armin, bajando otra marcha y pegándose como una sombra al rebufo del rival.
En la curva cerrada, sin pensarlo, giró el volante, apretó el freno justo al límite... y se lanzó a adelantarlo, rozando neumático contra neumático.
—Friss meinen Staub! ("¡Cómete mi polvo!") —rugió con furia, sintiendo la vibración de la pista subiéndole por los brazos hasta el pecho.
Los latidos de su corazón golpeaban como tambores de guerra en sus oídos.
A la distancia, veía al líder.
Su próximo objetivo.
El aire era un látigo. El motor, una bestia furiosa.
Armin sonrió dentro del casco.
—Keiner hält mich auf! ("¡Nadie me detiene!") —gruñó, bajando la cabeza y lanzándose hacia la siguiente recta, donde la verdadera cacería apenas comenzaba.