Gian detiene sus estocadas de repente y yo abro los ojos, pero vuelvo a cerrarlos con fuerza maldiciendo mi lengua y mi extra excitado cerebro. Mierda, mierda, mierda. Tal vez si cierro los ojos y pido un deseo desde el fondo de mi alma, olvidará lo que le acabo de confesar o la tierra se abrirá para tragarme entera. ¡Una pestaña! Si me arranco una pestaña y pido el deseo, eso ayudará, ¿No? Su agarre en mis caderas se afloja y con suavidad, me obliga a levantarme del escritorio. Me enfrento a su rostro, pero no del todo. Mis rodillas están débiles y mis piernas temblorosas. Se excedió a sí mismo, no creo que haya tenido un orgasmo tan extraordinario como este antes. Ni siquiera en Nueva York. Sus cálidas manos no dejan de mi cintura y evado su rostro a toda costa. Dios, mi rostro está

