Emely.
—¿Entonces dormiste con el hermano silencioso? —me pregunta mi mejor amigo, Henry, arqueando una ceja con fascinación y preocupación a partes iguales.
—Así es. Tuve una crisis emocional cuando sus padres tocaron el tema de mi familia; una fisura que él presenció. Fue a mi habitación, conversó conmigo con una calma inesperada y me ofreció un consuelo genuino. Le pedí que se quedara, para no ceder al miedo ni a los recuerdos de esos días. No se negó —tomo un sorbo de mi café, la calidez líquida reconfortándome, y continúo—. Y luego, cuando está nervioso, habla de más. Me confesó que él también siente una profunda atracción por mí.
Henry sonríe con suficiencia, aunque sus ojos denotan el cariño protector que siempre me ha brindado.
—Vaya, los mellizos están cayendo rendidos y ya te
