Dennis.
Desde la ventana de mi auto, evalué el entorno: un edificio modesto, pero decente, en una calle tranquila. Nada menos de lo que se esperaría de alguien que cuenta con la ayuda de un programador de videojuegos. Me encontraba fuera de mi coche, apoyado en el capó, esperando a Emily con sus pertenencias. Hoy comenzaba su vida bajo nuestro techo, el primer paso de nuestro contrato de farsa. Ya habíamos informado a nuestros padres de que pronto les presentaríamos a nuestra prometida, asegurándoles que la primera reunión sería una cena íntima para no "incomodar" a Emily.
Tengo que admitir que la exótica rubia es una mujer de belleza impactante y una figura envidiable, pero lo que realmente la distingue es su personalidad inquebrantable. Es completamente única; nunca antes había conocido a alguien así. Mi madre, Erika, la adorará. Necesita esa clase de energía positiva, una amiga que la ayude a contrarrestar la negatividad que ha absorbido por culpa de los prejuicios contra su relación polígama.
Personalmente, no critico esa forma de amar. Crecí con un exceso de afecto y nunca me faltó nada. Estoy orgulloso de que mis padres defendieran su amor a pesar de las críticas. Sin embargo, jamás me he imaginado compartiendo una mujer con mis hermanos. Los tres somos fundamentalmente diferentes y excesivamente posesivos con lo nuestro. Nunca supimos compartir, ni siquiera nuestros juguetes de niños.
—¡Dennis! —Levanté la mirada.
Ahí estaba Emily, luchando con dos maletas visiblemente pesadas. Apresuró el paso, pero sus pies se enredaron y cayó de forma aparatosa. Con pasos rápidos, crucé la acera y la ayudé a levantarse. Ella, en lugar de avergonzarse, estalló en carcajadas y me miró con ojos brillantes.
—¿Qué te parece tan gracioso? Pudiste haberte lastimado.
—¡Fue divertidísimo! ¿Viste cómo caí? —Siguió riendo a carcajadas. Varias personas se detuvieron a mirar, pero ella no les prestó la menor atención.
—Vamos —Tomé las maletas. Abrí la puerta del copiloto para ella y fui al maletero a guardar sus cosas.
Subí y arranqué el coche. El camino de treinta minutos hacia el penthouse prometía ser largo. De reojo, noté que Emily estaba absorta en su celular, viendo un video de baile. Tarareaba y a veces cantaba la melodía con una voz bonita y prometedora, incluso haciendo movimientos sutiles con el torso.
—¿Qué miras con tanta concentración?
—Estoy aprendiendo un baile —Guardó el celular y se volvió hacia mí, mirando por la ventana—. Ángel quiere que empiece a grabar videos. Con la paga del comercial me inscribiré en clases. Aún me faltan muchas cosas por pulir. Quiero mejorar muchísimo.
La miré de reojo, mordiéndome el labio para evitar sonreír. —Es bueno que seas ambiciosa. La ambición te llevará lejos.
—No siempre —Volteó para mirarme directamente—. La ambición ciega, destruye y te vuelve una mala persona.
La miré por un instante más largo. Sus ojos azules eran cautivadores, y toda ella era una presencia magnética. Regresé la vista a la carretera, concentrándome en la conducción.
Llegamos al lujoso edificio. La ayudé a subir las maletas y entramos directamente al penthouse.
—¡Emely! —Darren salió de la cocina, con una expresión de alivio. Por favor, que no haya intentado cocinar.
—Hola, Darren —Emily se acercó a él y le dio un fugaz beso en la mejilla.
Levanté una ceja. ¿Por qué a mí no me había saludado con ese gesto tan cálido? Intentando ignorar el pensamiento absurdo, dejé las maletas a un lado. —¿Dónde está Dean?
—En la empresa. Vendrá más tarde —Darren parecía aturdido por el saludo—. ¿Quieres tomar algo? Acabo de hacer café.
—Adoro el café. Sí, por favor —Emily le sonrió.
—Bien, siéntate y te lo traigo.
Emily caminó hacia la sala y se sentó, sus ojos recorriendo el lujoso espacio. Su mirada se detuvo en unas fotografías de nuestra familia sobre la mesa de centro, una expresión de nostalgia dibujándose en su rostro.
—Se nota que ustedes y sus padres son muy unidos.
—Sí, lo somos.
Me miró a los ojos. —Eso es genial. Tener amor y apoyo familiar debe ser una bendición.
Darren se acercó y le entregó la taza. —Espero que te guste. No soy muy bueno en la cocina, pero hice mi mejor esfuerzo.
Emily dio un sorbo, soltó una risita ahogada y dejó la taza. —Dime que le pusiste azúcar y no sal, por favor. —Rompió a reír a carcajadas, contagiando el espacio con su alegría.
—¡Darren! —reprendí a mi hermano por su torpeza estúpida.
—Joder, no fue mi intención. Lo siento mucho —Darren miró avergonzado a Emily, quien se estaba muriendo de risa en el sofá.
—Oh, Dios —se recompuso, secándose las lágrimas—. Debes aprender a diferenciar la sal del azúcar. —Se levantó, tomando la taza—. ¿Puedo prepararme un poco?
—Claro —Darren la siguió a la cocina, pero antes de entrar se volteó hacia mí.
—Dennis, ¿quieres un poco? Te aseguro que no te arrepentirás.
—No soy muy amante del café, pero me gustaría probar el tuyo —respondí, impulsado por la curiosidad.
Ella asintió y continuó su camino. Unos segundos después, un delicioso aroma a café recién hecho invadió la sala, muy distinto al brebaje salado de Darren. Caminé hasta la cocina. Emily ya estaba sirviendo tres tazas.
—Vaya, esas espumitas no me salieron a mí —comentó Darren.
—Es porque no colocaste suficiente café —Ella se giró hacia Darren—. ¿Tienen leche y galletas?
—Sí, ¿pero por qué? —preguntó Darren.
—Es delicioso tomar café con leche acompañado de galletas de chispas de chocolate. Pero si no les gusta, lo dejamos así.
—No, no, quiero comprobar si es delicioso. —Darren sacó la leche y sus galletas favoritas—. ¿Te gustan las galletas de chispas de chocolate?
—Me encantan —Emily sonrió radiantemente—. ¿Te gustaría leche en tu café? —me preguntó. Solo asentí—. Bien, aquí está el café de Dennis. —Me lo acercó junto a unas galletas—. El café de Darren —Hizo lo mismo—, y el mío.
Nos sentamos en la mesa del comedor. Mi hermano y yo dimos un sorbo, e intercambiamos miradas de genuina sorpresa. El café de Emily estaba exquisito, mejor que el de cualquier cafetería premium. Creo que, por primera vez, el café me resultó una bebida deseable.
Pasamos parte de la tarde conversando, bueno, más bien Darren y Emily, quienes parecían tener una conexión inmediata. Le mostramos el penthouse, su habitación, la ubicación de las nuestras y nuestros despachos. Le prohibimos estrictamente la entrada a la oficina y habitación de Dean por su obsesión con la privacidad. En mi caso, le dije que podía entrar con mi permiso explícito. Darren fue el más amable, dándole acceso libre siempre que lo necesitara.
La noche cayó, y Dean aún no llegaba. Cada uno se retiró a sus labores. Yo me encerré en mi despacho para adelantar trabajo. Apenas llevaba unos minutos cuando un golpe débil sonó en mi puerta.
—Adelante —dije.
Emily asomó la cabeza, con una sonrisa traviesa. —Hola. Solo vine a preguntarte algo.
—¿Fuiste con Darren? —pregunté, sin levantar la vista de mi laptop.
—Sí, y está completamente agotado —Puso las manos detrás de la espalda—. ¿Puedo usar la cocina? Necesito preparar la cena. No pude almorzar por los nervios de la mudanza.
—Puedes hacerlo. Solo no dejes un desastre. Dean odia la suciedad y el desorden.
—Cuenta con ello. Dejaré la cocina impecable —Sonrió con entusiasmo—. ¿Hay algo que no te guste o que te cause alergia?
—Odio el tomate. A Dean le desagrada la cebolla. Y Darren es alérgico a los duraznos.
—Muy bien. Ya no te molesto más. —Salió del despacho.
Solté un suspiro. Me resultaba agotador tener que explicar mis manías personales. No pasó mucho tiempo antes de que otro golpe débil sonara en la puerta.
Ríe con nerviosismo. —Te traje esto. —Se acercó y dejó un vaso de zumo de manzana, mi favorito, sobre el escritorio.
Me esforcé por no mostrar mi sorpresa ante su gesto tan atento. Soy un hombre notoriamente desagradable, y ella, en lugar de evitarme, se preocupaba por mí. Soy patético, pensé.
—Bueno, ahora sí iré a cocinar —Me dio otra sonrisa fugaz y salió.
Una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro. Esta chica era increíble. Ninguna otra mujer con la que nos habíamos involucrado se había preocupado por nuestro bienestar, solo por el dinero y el lujo.
De pronto, un olor delicioso invadió el penthouse. Apagué mi laptop y fui a la cocina. Ahí estaban Darren y Emily, el primero babeando por la comida que la rubia preparaba. Me acerqué sin hacer ruido. La boca se me hizo agua al ver la carne sellándose en el sartén.
—Ya casi está listo. Solo un poco más a la carne —dijo ella mientras volteaba los filetes—. ¿Me ayudan con los cubiertos y los platos?
—Claro, no hay problema —Darren se giró, me vio y sonrió con complicidad—. Busca los vasos y la bebida, hermanito. —Me dio una palmada en el hombro.
Rodé los ojos, pero fui a buscar los vasos y jugos. En ese instante, el ascensor se abrió y apareció Dean, mirándonos con una ceja levantada. Entendía su asombro: ninguno de nosotros cocina.
—Bienvenido, Dean —dijo Emily con una sonrisa. Dean se quedó ligeramente estático—. Llegaste justo a tiempo para la cena. Espero que no hayas cenado.
—No lo hice. Iba a pedir algo a domicilio. Me ganaste.
—Genial. Ve a cambiarte mientras nosotros servimos la comida.
—Bien... —Desapareció por el pasillo.
Emily sirvió los cuatro platos, luego la bebida, sentándose frente a Darren y dejando las cabeceras para Dean y para mí. Nuestro hermano mayor se quedó inmóvil, mirando la comida con genuino deseo. No estábamos acostumbrados a la comida casera; solo comíamos así en casa de nuestros padres.
La cena fue excelente. Emily nos contó que fue ayudante de cocina y aprendió mucho. Nos dimos cuenta de que no sabemos casi nada de su vida pasada, solo que huyó de una familia que no la apoyaba a los dieciocho años. Pero, al verla sonreír y cocinar, supimos que ahora estaba logrando sus sueños. Y estábamos seguros de que llegaría muy lejos.