PRÓLOGO
PRÓLOGO
—¿Qué es esto? —dije en voz baja mientras sacaba la foto. Mi corazón latía acelerado, sintiendo una intuición inexplicable.
Giré la imagen que tenía en la mano; mis ojos se posaron en el rostro de esa mujer, a quien reconocí al instante. No me hice preguntas sobre por qué él la tenía en su billetera; la respuesta era evidente y respondía a las dudas que ya me había planteado.
El mundo se me vino encima al descubrir que mi esposo, el hombre que amaba con todo mi ser, me estaba engañando con su antigua novia de juventud.
Como pude, me contuve; no dejé que las lágrimas salieran. El nudo en mi garganta estaba atorado, y no desaparecía.
Regresé la billetera a su lugar y me quedé con la foto de «ELLA». Sin perder tiempo, busqué fotos de mi hija, de tan solo siete años, y de él. Actuando con furia e irracionalidad, coloqué la imagen en un lugar visible para él al entrar a nuestra habitación.
Salí y lo busqué por la casa. Cuando lo encontré, solo lo miré con dolor, y él, al encontrarse con mis ojos, percibió lo que transmitían.
—¡Te espero en la habitación! —dije con seriedad, dejando que mi voz sonara neutra. Me giré sobre mis talones y volví a nuestra habitación, dispuesta a esperarlo.
Cuando él entró, la tensión era palpable.
—¿Qué te pasa, Mariela? —preguntó, intentando aparentar tranquilidad.
—¿Qué me pasa? —repliqué, dejando escapar una risa amarga—. ¡Lo que me pasa es que me he dado cuenta de que soy la última en tu vida, que eres un cobarde que no tiene el valor de ser honesto! ¿Cómo pudiste traicionarme con ella, de nuevo? ¡Eres un miserable!
—No es lo que piensas, yo—
—¡Cállate! —interrumpí, sintiendo cómo el dolor se transformaba en rabia—. ¿No es lo que pienso? ¡La foto está ahí, en tu billetera! ¿Qué más necesitas para que entiendas que me has roto el corazón? ¡Tu traición es inaceptable! No puedo seguir así.
—Mariela, por favor, hablemos—
—¿Hablemos? ¡Ya no hay nada que hablar! —grité, sintiendo que cada palabra era un puñal—. La única alternativa que veo es el divorcio. ¡No puedo vivir con un hombre que no respeta nuestro amor!
Él dio un paso hacia mí, pero retrocedí, como si su presencia me quemara.
—No puedes tomar una decisión así en un momento de rabia. —Su tono era casi suplicante, pero no iba a dejarme engañar.
—¿Rabia? ¡Esto no es solo rabia! Es la realidad que me has impuesto. He sido una esposa leal, he estado a tu lado en los buenos y malos momentos, y tú decides jugar con mi corazón como si nada. ¿Qué te crees, que soy una tonta que se traga tus mentiras?
—No es así, Mariela. La relación con ella fue un error, un capítulo cerrado—
—¡Un capítulo cerrado! —grité, sintiendo cómo la indignación me invadía—. No puedes cerrar un capítulo que sigues leyendo. ¿Acaso crees que soy ciega? ¡La tienes en tu billetera! ¡La llevas contigo a todas partes! Eso no se hace, y tú lo sabes.
—Te prometo que no volverá a pasar. Podemos superar esto—
—¿Superar esto? —repliqué, con una mezcla de incredulidad y desdén—. ¿Cómo se supone que voy a superar que me has traicionado? ¿Cómo puedo confiar en ti de nuevo? ¡Esto no es solo un error, es una traición!
Su rostro se tornó grave, y por un instante, vi la culpa en sus ojos. Pero no me iba a conformar con eso.
—Si realmente me amabas, no habrías hecho esto. —Mi voz temblaba, pero no iba a ceder—. He dado todo por ti, y tú me pagas con deslealtad. No puedo seguir así. La única salida que veo es el divorcio.
Él se quedó en silencio, incapaz de responder. La habitación estaba cargada de una tensión insoportable, donde cada palabra no dicha pesaba más que cualquier grito. Era un abismo entre nosotros, uno que parecía imposible de cruzar.
—Si decides seguir con esto, entonces no hay vuelta atrás. —Mi voz se volvió fría—. No puedo ser parte de una relación donde no soy la única.
Con esas palabras, sentí que el peso de la decisión caía sobre mis hombros. Ya no había más espacio para ilusiones.