YO TAMBIÉN TE HE EXTRAÑADO.

1392 Palabras
CAPÍTULO 3. YO TAMBIÉN TE HE EXTRAÑADO. Mariela.  Habían pasado pocas semanas; era sábado. Me levanté de la cama y me dirigí al armario. Saqué el morral y allí metí lo necesario para un fin de semana. Terminé de guardar los artículos de aseo personal y ajusté bien el morral. La emoción de salir a la naturaleza me llenaba de energía. Sin perder más tiempo, tomé una ducha rápida, como un relámpago apresurado por salir hacia mi destino. El agua caliente caía sobre mí, y mientras me enjabonaba, no podía dejar de pensar en lo que me esperaba. La idea de escapar de la rutina y fundirme en la belleza del campo me llenaba de alegría. —¡Buenos días, mami! —dije muy contenta al llegar a la mesa para tomar el desayuno. Tomé asiento y, seguidamente, me serví una taza de café. —Buenos días, hija. Recuerda que regresar el lunes no puede quedarte por más tiempo. —Asentí, sintiendo un ligero nudo en el estómago al pensar en la despedida. —Sí, mamá —le confirmé, después de tragar, ya que antes tenía la boca llena y no podía responder. Me despedí con un caluroso abrazo y salí de mi casa apresurada. Caminé diez cuadras hasta llegar a la parada de autobús que me llevó a la terminal. Cuarenta y cinco minutos en la carretera son muchos para mí, pero quería escapar de la ciudad y fundirme en la naturaleza. Además, extrañaba a los muchachos y divertirme con ellos. Ya sabía que no lo encontraría. Enrre no estaba en su casa con su familia, ya que se encontraba en el cuartel. Sin embargo, la esperanza de que pudiera aparecer me acompañaba en el viaje. Llegué pasada las ocho de la mañana. Al verme llegar, la señora Eleonor y su esposo, Adolfino, esbozaron una sonrisa y vinieron a recibirme con un cálido abrazo de bienvenida. —¡Qué sorpresa tan agradable! —dijeron al unísono, mirando detrás de mí en busca de alguien más. —¿Estás sola? —preguntó Eleonor. Asentí, sintiendo que una pequeña parte de mí se sentía sola en ese momento. Caminamos hasta el corredor y allí nos quedamos platicando trivialidades. También pregunté por los demás chicos. —Están en la tierra trabajando —respondió Eleonor con una sonrisa. La conversación fluyó con facilidad, llenando el aire de risas y recuerdos compartidos. Hablamos de los días pasados, de las travesuras que habíamos hecho juntos y de cómo el tiempo parecía haber volado desde la última vez que nos vimos. La calidez de su compañía me envolvía, y por un momento, olvidé las preocupaciones que había dejado atrás. A medida que el sol ascendía en el cielo, la luz iluminaba el corredor, dándole un brillo especial a la escena. La naturaleza a nuestro alrededor parecía vibrar con vida, y el canto de los pájaros se mezclaba con nuestras risas, creando una melodía perfecta. —¿Te gustaría ayudarme en la cocina? —sugirió Eleonor, interrumpiendo mis pensamientos. —¡Claro! —respondí con entusiasmo—. Siempre he disfrutado de cocinar contigo. Nos dirigimos a la cocina, donde el aroma de las especias y los ingredientes frescos llenaba el aire. Mientras preparábamos el almuerzo, compartimos historias y anécdotas, lo que me hizo sentir aún más conectada con ellos. La risa de Eleonor era contagiosa, y cada broma que hacíamos hacía que el ambiente se volviera más alegre. Sin embargo, a medida que avanzaba el día, no podía evitar que una pequeña parte de mí se sintiera inquieta. Pensaba en Enrre y en lo que podría estar haciendo en ese momento. La idea de que no estuviera cerca me hacía sentir un vacío que no podía ignorar. A veces, me sorprendía a mí misma mirando por la ventana, esperando verlo aparecer por el camino. La tarde pasó rápidamente, y pronto el sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Era un espectáculo hermoso, pero en mi corazón había una mezcla de emociones. La alegría de estar con Eleonor y Adolfino contrastaba con la nostalgia que sentía por Enrre. Cuando la noche finalmente llegó, la casa se llenó de un ambiente acogedor. Nos sentamos a la mesa, disfrutando de una cena deliciosa y compartiendo risas. Sin embargo, mi mente seguía divagando. La imagen de Enrre aparecía en mi mente, y cada vez que pensaba en él, sentía cómo mi corazón daba un vuelco. —¿Te gustaría que hiciéramos una fogata esta noche? —sugirió Adolfino, rompiendo el silencio que se había instalado en la mesa. —¡Sí! —exclamé, sintiendo que la idea traía consigo una chispa de alegría—. Sería perfecto para terminar el día. Después de la cena, nos dirigimos al patio trasero, donde una pequeña fogata ya estaba preparada. Las llamas danzaban, iluminando nuestros rostros y creando sombras que jugaban en las paredes. Nos sentamos alrededor, disfrutando del calor del fuego y del sonido crepitante de la leña. Mientras compartíamos historias y risas, el cielo se llenó de estrellas. Mirar hacia arriba me hizo sentir pequeña, pero al mismo tiempo, me llenó de asombro. La belleza del universo me recordaba que había algo más grande que mis preocupaciones. De repente, escuché el sonido de la puerta al abrirse. Mi corazón dio un salto, y sentí mil mariposas revoloteando en mi estómago. La figura de Enrre apareció en la entrada, un poco ebrio, pero con una sonrisa que iluminaba su rostro. —¡Mariela! —exclamó, acercándose con pasos inciertos. El mundo a mi alrededor se detuvo. En ese instante, todas las preocupaciones y dudas se desvanecieron. Solo existía él, y su presencia llenaba el espacio vacío que había sentido durante todo el día. —¿Qué haces aquí? —pregunté, intentando ocultar la mezcla de sorpresa y alegría en mi voz. —Vine a verte —respondió, su voz temblando ligeramente—. No podía dejar pasar la oportunidad de estar contigo. Mientras se acercaba, sentí una oleada de emociones. A pesar de la confusión que había en mi mente, una parte de mí anhelaba este momento. Las mariposas en mi estómago revoloteaban con fuerza, y mi corazón latía desbocado. —No sabía si vendrías —dije, tratando de mantener la calma. —No podía quedarme sin verte. —Su mirada era intensa, y en ese instante, supe que todo lo que había sentido durante el día se desvanecía ante la realidad de su presencia. Eleonor y Adolfino nos miraron con una sonrisa cómplice, y comprendí que estaban felices de vernos juntos. La atmósfera se volvió mágica, y el aire parecía cargado de promesas. Enrre se sentó a mi lado, y la calidez de su cuerpo me envolvió. —¿Cómo has estado? —preguntó, su voz suave y llena de preocupación. —He estado bien, pero te he extrañado —respondí, sintiendo que la sinceridad brotaba de mis labios. —Yo también te he extrañado. —Sus ojos reflejaban una mezcla de emoción y anhelo. La conversación fluyó entre nosotros, como si el tiempo no hubiera pasado. Hablamos de nuestras vidas, de lo que habíamos hecho en las últimas semanas, y de cómo la distancia había hecho que nuestros corazones se sintieran más cerca a pesar del tiempo separados. A medida que la noche avanzaba, el fuego chisporroteaba y las estrellas brillaban intensamente en el cielo. La conexión entre nosotros se hacía más fuerte, y cada risa compartida era un recordatorio de lo que realmente significábamos el uno para el otro. Cuando el fuego comenzó a apagarse, Enrre se inclinó hacia mí y, en un susurro, dijo: —Mariela, hay algo que necesito decirte. El latido de mi corazón se aceleró. La incertidumbre llenaba el aire, pero también había una chispa de esperanza. Mientras el calor de la fogata se desvanecía, su mirada se volvió intensa, y su voz se llenó de emoción. —No importa lo que haya pasado, siempre estaré aquí para ti. Quiero que lo sepas. Las palabras resonaron en mi corazón, llenándolo de calidez. En ese momento, comprendí que a pesar de las dificultades y los malentendidos, había algo especial entre nosotros que no podía ignorar. La noche se llenó de promesas y posibilidades, y mientras compartíamos miradas y sonrisas, supe que este era solo el comienzo de una nueva etapa en nuestra historia.
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