¿Por qué tanto, tu interés de saber?

934 Palabras
CAPÍTULO 2. ¿Por qué tanto, tu interés de saber? Mariela Los fines de semana en el campo se volvieron una rutina deliciosa, un escape necesario del bullicio de la ciudad. No solo estaban los encuentros furtivos y cargados de electricidad con Enrre, sino también la camaradería con sus hermanos y la alegría contagiosa de toda la familia. Las tardes se llenaban de partidos improvisados de fútbol en el terreno irregular detrás de la casa, donde las risas resonaban con cada tropiezo y cada gol, celebrado con la efusividad propia de la juventud. Luego, al caer la tarde, cuando el sol comenzaba a pintar el cielo de tonos naranjas y violetas, cambiábamos el balón por la pelota de béisbol. Las bases eran piedras marcadas al azar, y los bates, ramas fuertes encontradas en los alrededores. Enrre, con su energía y su sonrisa pícara, siempre lideraba los juegos, contagiando a todos con su entusiasmo. Entre juegos y risas, también había espacio para travesuras inocentes. Nos escondíamos en el maizal, contándonos secretos y asustándonos con sombras imaginarias. Organizábamos carreras de sacos que terminaban en caídas graciosas y competencias de quien comía más mangos sin ensuciarse demasiado. La conexión con la naturaleza era palpable: el aire fresco que llenaba nuestros pulmones, el olor inconfundible a tierra húmeda y flores silvestres, el canto constante de los grillos al caer la noche. Una de las actividades que más disfrutábamos era la excursión al río cristalino que serpenteaba no muy lejos de la casa. Caminábamos por senderos bordeados de vegetación exuberante, hasta llegar a las pozas de agua transparente donde nos zambullíamos sin dudarlo. Las piedras lisas y de colores adornaban el lecho del río, y pequeños peces curiosos nadaban a nuestro alrededor. Almorzábamos ahí a la orilla, compartiendo pescados recién fritos, sopa y frutas bajo la sombra de los árboles centenarios, sintiéndonos parte de ese paraíso natural. Los meses se deslizaban rápidamente entre estas visitas al campo y las eventuales vueltas a la ciudad. En cada viaje, la complicidad con Enrre crecía, aunque siempre manteníamos una distancia prudente cuando había más gente alrededor. Su miradas furtivas y sus roces accidentales eran suficientes para mantener viva la llama de la ilusión en mi corazón. contaba los días para volver a ese ambiente mágico, a esa libertad que solo el campo me ofrecía y, por supuesto, a sus ojos negros que tanto me turban. Con cada cumpleaños que pasaba, sentía que la niña que llegaba al campo de la mano de su madre se iba desvaneciendo, dejando paso a una joven con sueños y anhelos más definidos. La mayoría de edad se acercaba como un horizonte prometedor, lleno de posibilidades y, quizás de una libertad para vivir mis sentimientos por Enrre sin las restricciones del pasado. La espera se hacía a veces larga, pero la certeza de que pronto podría tomar mis propias decisiones me llenaba de una expectación dulce y nerviosa a la vez. Habían pasado unos cuantos meses, al mismo tiempo que tenía sin verlo, lo que faltaba era su llamada diaria. — ¿De dónde me estás llamando? —pregunté con curiosidad, ya que sabía que en el pueblo carecían de tecnología. — Desde la oficina del capitán —contestó con naturalidad. — ¿Qué haces ahí? —vuelvo a preguntar con un manojo de dudas. —Mis hermanos y yo decidimos servir a la patria y aquí estamos en el cuartel. En el primer trimestre, permaneció en el cuartelado; no le permitieron la salida por ningún motivo. Las llamadas fueron más frecuentes y por más veces en el día, incluso más duraderas, especialmente en la noche. De cualquier tema hablábamos, desde lo sencillo hasta lo más atrevido que podía sonrojar me con sus preguntas tan personales. Enrre. Agradecía que estuviera al otro lado del teléfono, su voz era un consuelo en medio de la distancia. Pero, a medida que nuestras conversaciones se profundizaban, no podía evitar sentir una curiosidad creciente sobre Mariela. ¿Tendría alguien especial en su vida? La idea de que pudiera estar con alguien me inquietaba, pero también me hacía reflexionar sobre el valor que le daba a su pureza. A veces, me sorprendía pensar en ella, imaginando su risa y su mirada. La distancia no solo separaba nuestros cuerpos, sino que también hacía que mis pensamientos divagaran en un mar de preguntas. ¿Cómo había cambiado su mundo en estos meses? ¿Seguiría siendo la misma chica que conocí, conservando su esencia intacta, o las experiencias la habrían transformado de alguna manera? La intimidad de nuestras charlas me llevaba a preguntarme si ella había encontrado el amor o si, por el contrario, se sentía sola en su nuevo entorno. —¿Por qué tanto, tu interés de saber? —dije sin una pizca de timidez, buscando con claridad qué busca. Era un momento delicado, pero la curiosidad me empujaba a indagar más. —Es solo que me importa saber cómo estás, lo que te rodea —respondió, casi como si intentara desviar la conversación. Pero yo no estaba dispuesto a dejarlo pasar. —Me gustaría saber si hay alguien en tu vida, alguien que te haga sonreír como lo hacías antes —dije con suavidad, intentando no sonar demasiado ansioso. El silencio se hizo presente por un instante, y pude sentir que mi pregunta había tocado un punto sensible. La tensión en el aire era palpable. No quería presionarla, pero el deseo de entender su situación y su corazón me empujaba a seguir. -No tengo a nadie - responde sin darme respuesta a lo mas importante ¡Me toca averiguarlo en su momento!
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