Capítulo 7
Sobre la Cuerda floja
—¿A qué te dedicas? —suelta la primera pregunta, hago la cabeza a un lado pensándolo. No debe saber que trabajo en la misma empresa que su esposo.
—Soy fotógrafo —es lo que hago la mayoría del tiempo, le doy una sonrisa.
Decido que ya es tiempo de sacarla del fuego, coloco dos tazas y sirvo el café, le extiendo una y la otra me la quedo. La escucho soltar un gemido degustando el café. Mi polla no se pierde el sonido, duele, ya quiere que se arme la fiesta. Pienso en mantener mi plan inicial solo amigo, aunque esto será tortuoso. Necesitamos ir lento.
—¿A qué te dedicas tú? —ese es un buen tema para bajar la temperatura. Alza la mirada, no me pierdo el movimiento que hace con las piernas, no soy el único caliente aquí.
—Soy abogada —susurra, mi sonrisa se extiende, ya tengo una excusa para verla.
—Es bueno saberlo, suelo necesitar uno —bromeo haciendo que ría.
Los abogados que podrían ayudarme no lo harán, ya que son familiares de la que me demanda y eso va en contra de la familia, aunque sé que legalmente no pueden hacer nada para obligarme o sacarme dinero, es una buena manera de acercarme a mi principal objetivo.
—En efecto, pareces ser alguien muy problemático —en el tono que me lo dijo hace que se me seque la boca. —Pero, no ejerzo —susurra evitando mirarme.
No quiere hablar de ello, por lo que busco nuevo tema, pero no mido mis palabras hasta que me doy cuenta de lo que he soltado. Al parecer no logro enfocar de manera correcta.
—Estás tensa —la señalo como si fuera un crimen, alza las cejas buscando entenderlo —¿Tu marido no cumple sus obligaciones? —suelto sin previo aviso, detecto la molestia, inundar sus facciones y se levanta dispuesta a irse.
—Eso a ti no te importa —me grita y eso en lugar de dejarme frío me calienta más, eso es un no. Lo destila por todos los poros mientras busca como saltar a defenderlo.
—¿Eso es un no? —determinó con una sonrisa burlona.
A la mierda el autocontrol, ¡follemos!. Mis pensamientos están de acuerdo con mi cuerpo. Me mira indignada, comprendo que a mí como hombre me dolería el orgullo de saber que la respuesta a eso es un sí. Y que mi esposa, lo confirme, es un gran golpe en el ego. Da la vuelta dispuesta a irse, pero mi cuerpo se mueve más rápido. La alcanzo a agarrar de las caderas para atraerla a mi cuerpo, mi piel se eriza y escucho a la perfección el suspiro que sale de sus labios, intenta quitar mis manos, pero parece recargar su cuerpo contra el mío haciendo que sonría. Nos doy vuelta y hago que se recargue sobre la mesa dejando caer mi peso sobre su espalda, desde donde alcanzo comienzo a subir, acariciando con mis manos su piel de la parte interna de sus piernas, provocándola. Llegó a unos centímetros de su centro y mueve la cadera encontrando mi erección, lista. Quito mi peso de encima y quito mi sudadera lanzándola en algún lado al igual que mi playera y volver a dejar caer mi peso, su piel se eriza, no me lo pierdo, estoy atento a todas sus reacciones. Por lo que me doy cuenta de la indecisión en su mirada, parece estar debatiéndose en seguir o salir corriendo. Vuelve a ser el conejito asustado. Le doy el tiempo para que decida, no pienso obligarla de cualquier forma sé la respuesta. Paso mis manos por la curva de su cintura sintiendo lo suave de su piel.
—Pídelo —susurro en su oído y dejo un beso en su cuello, escucho el leve gemido. Mi amigo necesita liberarse.
—Fóllame —demanda y es como si de una orden se tratara.
Le doy vuelta y la cargó sobre mi hombro mientras suelta un grito de sorpresa, en otra ocasión la cocina será donde haremos la fiesta. Pateo la puerta y lo vuelvo a hacer para cerrarla. La dejó caer en la cama y comienzo a quitar su ropa encontrando un conjunto rojo de encaje que con su piel canela la hace ver demasiado provocativa. Paseo mi mano desde su cuello hasta su abdomen.
—¿Te gusta? —susurra avergonzada, busca mi aprobación, lo que me hace pensar que se lo puso para mí. Sonrió. Al parecer si desenvolveré mi regalo.
—Se te ve hermoso, pero en estos momentos quiero sentirte desnuda bajo mi cuerpo —soy directo, me acerco para besarla y comenzar a quitar su ropa interior. Batallo un poco con el bra provocándole una risa.
Con sus manos temblorosas me ayuda a quitar mi pantalón y mi bóxer, hasta dejarlo caer, saco mis pies de este, puedo escuchar su respiración nerviosa. Me quedo quieto pensando en retroceder, pero cuando cierra los ojos y vuelve abrirlos parece más decidida. Se deja caer y abre las piernas. Es un movimiento que me parece automático, busco su mirada hasta encontrarla, maldición, podría solo venirme con observarla, respiro debo controlarme si no a este paso parece un precoz.
Me coloco entre sus piernas, me acerco a besarla para eliminar los nervios, sus manos van a mi cuello para llegar a mi cabello donde jala, quiere más. Somos un remolino de caricias y besos. Dejo caer mi cuerpo sintiendo sus pezones duros y el gemido que suelta. Mi polla logra sentir lo húmeda que está. Coloco mi rodilla sobre el colchón para obtener equilibrio, mis manos comienzan a recorrer su cuerpo suave con las manos, dejó sus labios y comienzo a hacer mi recorrido de besos húmedos por su cuello, me tomo mi tiempo.
Llegó a sus pechos, pasó primero mi lengua alrededor haciendo que, de un respingo, luego pasó sobre el pezón, succiono y para terminar dejo un mordisco, sus gemidos son fuertes, esto le gusto, hago lo mismo con su otro pecho, mientras una de mis manos juguetea con el pezón libre. Llega al orgasmo, no me detengo para que se recupere y bajo mi otra mano por su abdomen hasta llegar a su centro, paso mis dedos permitiendo que la humedad los envuelva y comienzo a entrar, busco qué movimientos hace sus gemidos escandalosos. La observo jadear, hacer varios gestos sin cohibirse. Presiono el clítoris con mi pulgar y hago círculos, mientras sigo con mi tarea de entrar y salir, su v****a aprieta mis dedos cuando otro orgasmo llega. Me parece una mujer orgásmica. Lo que me gusta, parece que leer libros ha ayudado en esta situación. Sus uñas rasguñan mi espalda, en cuanto parece reaccionar las quita, le doy una sonrisa burlona.
—Cariño, creo que un garo te me ha subido en la espalda —murmuro.
Me levanto y me llevo mis dedos a mi bocabajo su atenta mirada, los meto haciendo un sonido de degustación y ella jadea como si hubiese hecho algo malo, lo que hace que extienda un más mi sonrisa.
—Mi nombre es Silas. Me parece que debes saber el nombre que gritaras ahora —le hago saber con voz ronca.
Me coloco de nuevo sobre ella, agarro sus manos y las colocando sus manos en su cabeza. Con mi mano libre guio mi polla a su entrada y comienzo a entrar en ella de manera lenta, por sus fluidos lo hago con facilidad, sin embargo, me doy cuenta de su gesto de dolor. Así que intento hacerlo más lento, me detengo cuando ya estoy por completo dentro, espero a que se adapte. Maldición, esto es la maldita gloria, no la dejaré ir, la ataré a mi cama, ¿Quién podría sospechar de mí? Cuando mueve la cadera entiendo que quiere que me mueva, comienzo a hacerlo de manera lenta para no lastimarla, hasta que sus gemidos cada vez son más fuertes. Suelto sus manos cuando intenta moverlas. Pasa sus manos desde mi pecho hasta mis hombros, donde me jala acercándome y enreda sus piernas en mi cintura, me dejo caer sobre ella sin dejar de moverme. No me pierdo ningún gesto de ella, parece perdida en el placer que le doy, se está dejando llevar, es como si la viera brillar, cuando me da una mirada el color gris parece brillar con intensidad.
Ella comienza a pasar sus uñas por mi espalda, mientras sus labios van a mi cuello, hago mi cabeza a un lado dándole mejor acceso, deja besos húmedos, siento las succiones que hace, ha dejado una marca en mi cuello.
—Silas —susurra en mi oído como una súplica que entiendo.
Mis movimientos se hacen más rápidos.
—Silas, más —me exige, hago mis movimientos bruscos y por los sonidos que salen de ella le encanta. El sonido de nuestros cuerpos al juntarse se escucha erótico.
Me elevó para poder llegar a sus pechos, sus uñas se entierran más en mi piel haciendo que suelte un gemido ronco, muerdo uno de sus pezones dándome cuenta de cómo arquea la espalda mientras sus paredes me aprietan. Llegamos al orgasmo al mismo tiempo, esta es la mejor sensación que he tenido en mi vida.
Quito mi peso de encima y salgo de ella para dejarme caer a un lado tratando de recuperar la respiración. Algo me alerta cuando me regresa a mirar pareciendo asustada, caigo en cuenta de algo, no he usado condón ¿Tengo condones?, Claro los que me regalan en mi cumpleaños mis hermanos, sin embargo, ese no es el punto.
Busco que decir sin que sea algo de un neandertal. Es casi imposible que quede embarazada. ¿Cierto? O debo decirle descuida hace tiempo que no tengo sexo, como por ¡Nunca! Y te aseguro de que no hay enfermedad. Proceso todas mis opciones hasta concluir en una.
—Lo siento, se me olvidó —me excuso, pero su expresión cambia, parece que no estaba asustada por eso. He metido la pata. Sí se puede.
—No puedo tener bebés —dice haciendo que me tense, la he liado. Es un tema que le duele, eso trae más preguntas provocando que me desvié en el expediente, decía que tenían un hijo, puede que después de él. —Te he dejado marcas —susurra avergonzada, esperando que le grite. Es fácil llegar a esa conclusión cuando se encoge en espera.
Mi cuerpo se pone rígido por esa acción. ¿Qué mierda?, Silas respira cuenta hasta diez sé con príncipe de grado azul, ignoró ese comentario, negando, obligándome a relajarme haciendo un lado el dolor pulsante en mi pecho, dándole una sonrisa para tranquilizarla y la atraigo a mi cuerpo para abrazarla y acariciar su espalda. No tengo palabras y no es como si ella quisiera que le dijera algo. Se queda quieta hasta que se relaja permitiéndome sostenerla mientras llora desahogándose, siento las lágrimas y como sus sollozos son los que ahora envuelven la habitación. Siento como se remueve e intento impedirle irse, sin embargo, se acomoda más contra mi cuerpo, buscando un refugio que no necesitaría si estuviera conmigo.