Capítulo 1
Las vacaciones de invierno terminaron después de dos semanas de pura desconexión del ámbito escolar y todo lo que ello conllevaba, desde los últimos acontecimientos hasta las personas involucradas, incluso mis propias amigas. Papá me propuso viajar la segunda semana y fue lo mejor que me pudo haber pasado, después de la primeros días en casa excusándome e ignorando mensajes, mi duelo personal comenzó a acentuarse lentamente hasta el punto que dejé de contar cuántos chats abajo quedaba el de él.
Me convencía todos los días que era lo mejor, pero lo extrañaba tanto que el vacío en el pecho no se iba ni con alcohol. No podía negar que fueron quince días para descansar la mente de tanta intensidad y yo quería estar segura de eso, pero desde el domingo a la noche que llegué de viaje y comencé a prepararme para el lunes, que mi corazón no dejaba de latir desenfrenado, el cuerpo me traicionaba hasta para recibir el aire que necesitaba para respirar cuando finalmente, el lunes lo tuve que enfrentar en la primera clase.
Mi primera impresión cuando lo vi de reojo, fue un maldito escalofrío que me recorrió todo el cuerpo y hasta casi me ahogo con mi propia respiración, me obligué a no mirar pero era tan magnético que no pude evitarlo cuando entró al aula, se había cortado un poco el pelo y sus tatuajes estaban visibles dado que la calefacción le permitía estar en remera y mostrarse como si acabara de salir de la ducha, todo de Franco era hermoso, yo juraba que no había visto hombre más perfecto que él, aunque seguía siendo como una patada en el estómago cuando alguien más percibía lo mismo que yo.
—Este cada vez está más lindo. —comentó Gina por lo bajo y no quise que eso me molestara, pero era imposible no sentir un nudo en el pecho por escuchar cada baboseo que decían de él. Se suponía que no debía importarme, y traté que funcionara al punto que, mentalmente me repetí que lo odiaba muchas veces, ayudó mucho que volviera a ser él al callar a todos con su usual malhumor e ignorara por completo el sector donde yo me encontraba.
Mi teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo de mi pollera, pero dado que comenzó a explicar un tema nuevo y no quería darle ningún motivo para que en el futuro me jugara en contra con las notas, lo ignoré a pesar de la insistencia de los mensajes. Apenas tocó el timbre, quise ser la primera en salir, pero antes de poder abrir la puerta, Tomás y Jona entraron vestidos de gimnasia, lo que significaba que venían de la primera reunión del equipo y se perdieron la clase de matemática con permiso, o quizá con beneficio de parte de ellos y el profesor. El mío fue que ambos agacharon la cabeza al verme y me pasaron por al lado temerosos de siquiera mirar en mi dirección y que yo los liquidara peor de lo que ya lo había hecho antes de comenzar las vacaciones, por mentirosos y confabuladores.
Entré al baño y saqué finalmente el teléfono para ver de qué se trataba tanta insistencia, y al ver que eran llamadas de un número desconocido y que tenía mensajes del mismo, entré intrigada a saber de quién se trataba.
Mia, soy Roberto, quería decirte que acabo de encontrar a tu mamá en la casa descompuesta, sospecho que no sea sólo alcohol, la estoy llevando a la clínica, comunicate conmigo en cuanto puedas.
Agregué el contacto rápidamente con las manos temblorosas y lo llamé, no contestaba y no lo hizo por varios minutos provocando en mí una alteración poco controlable.
— ¿Qué pasa Mia? —me preguntó Vicky sobresaltándome al entrar al baño detrás de mí. Negué y nerviosa volví a marcar el número de él, como no me atendía, intenté comunicarme con el celular de mi mamá pero obviamente falló.
—Mierda, mierda.
—Mia...
—Nada. —le dije y salí del baño porque no quería hablar con ella presente, me dirigí rápido a los pasillos vacíos donde los alumnos ya habían bajado al recreo. Volví a marcar el número, las piernas comenzaban a temblarme y tragué el gusto amargo antes que contestara el teléfono. —Hola Roberto, ¿qué pasó?
—Hola Mia.
— ¿Qué... qué pasa?
—Es tu mamá, le están haciendo un lavaje de estomago y va a estar internada en observación, estuvo… estuvo consumiendo Mia. —dijo apenado y yo cerré los ojos sintiendo el peso de la preocupación caerme de nuevo, el nudo que tenía en la garganta se hizo más fuerte, así como la tensión en mi cuerpo. —la… la encontré en la cocina tirada y no reaccionaba, creo que se excedió…no sé qué pasó, yo…
No podía estar pasando en serio, no otra vez.
— ¿Cómo está ella ahora, está bien? —pregunté con la voz débil ya que mi angustia se estaba propagando y no me quería dejar hablar. —decime que está bien... por favor.
—Es que no lo sé todavía, pero enseguida tenga noticias voy a llamarte, yo creo que va a estar bien, tranquila Mia…
—Voy a… voy a pedirle a mi papá que retire, ¿dónde están?
—Está bien vos no te preocupes, yo me voy a encargar, ya hablé con tu papá y me dijo que iba en camino a buscarte,
—Ok, gracias. —dije con la voz apenas audible y corté, me tapé la cara con las manos y me sequé algunas involuntarias lagrimas. Me apoyé en la pared y traté de respirar hondo, a lo lejos escuché el barullo típico del recreo, por lo que me quedé en el pasillo vacío hasta que logré calmarme y mi papá solo me escribió que estaba en camino.
Esperé hasta que el timbre sonó y los chicos empezaron a entrar, quise caminar hasta el baño y encerrarme pero tenía que pasar por mi salón y Cortez ya se estaba acercando a entrar, así como mis compañeros.
—Mia...
— ¿Mia, qué te pasa? —preguntó preocupada Vicky llegando hasta mí para abrazarme y apenas pude responderle, Cortez se acercó con la misma preocupación en la expresión.
— ¿Mia estás bien, necesitas un poco de aire? Tomate unos minutos si querés.
— ¿La puedo acompañar, profe?
—Quiero estar sola Vicky. —le pedí queriendo taparme la cara para que no me vieran que tenía los ojos hinchados por llorar, por lo que me di la vuelta lo más hábil posible. —me van a venir a buscar.
—Avisame si necesitas algo. —me dijo, asentí y Cortez la hizo entrar así como a todos los demás. Caminé rápido hasta el último baño que casi nadie frecuentaba, rogué que estuviese abierto porque solían cerrarlo ya que daba a un pasillo lateral al final del edificio y los alumnos se escapaban con facilidad, pero para mi suerte, pude entrar.
Me arreglé un poco, me lavé la cara y abaniqué mis ojos para secar las lágrimas que involuntariamente salieron. Otra vez volvía a pasar y estaba harta, tan cansada que me agobiaba tan solo pensar en lo que esta situación significaba, la última vez fue hacía dos años y mamá no cooperaba en nada, papá ya no quería pagar sus rehabilitaciones ni psicólogos para ayudarla, lo hacía por mí y aunque lo intentara, ella volvía a caer hasta cuando me hacía creer que todo esto ya no era parte de nuestras vidas.
Con dificultad, abrí la puerta que daba al lateral del colegio y aunque habían cerrado y ya nadie podía escaparse, por lo menos daba a la calle y podía sentarme a respirar aire fresco, no quería llorar frente a nadie y para ocultarme hasta de mí misma, agaché mi cabeza entre mis rodillas para hacerlo en silencio.
Mamá complicaba mi vida, ella era el primer motivo por el cual nunca iba a poder estar tranquila y olvidarme que no era una mala mamá pero la adicción siempre la llevó a postergarme, a no elegirme y a faltarme, a no molestarse en que papá cubriera hasta su lugar incluso cuando no lo lograba, ella lo delegaba sin un ápice de culpa, o eso parecía ser porque volvíamos otra vez a lo que prometió que nunca más volvería a hacerme pasar.
— ¿Mia?
La voz de Franco me paralizó aún más de lo que ya me sentía, había olvidado por completo su existencia y aunque mi mente no estaba en paz, lo que menos quería era atormentarme con él y que me viera en mi estado más vulnerable, demasiado ya lo había hecho.
— ¿Qué te pasa?
Me sequé las lágrimas rápido y lo vi por el rabillo del ojo con un cigarrillo sin encender entre sus dedos, como si fuese peor. Él fumaba en los lugares más escondidos del colegio, tuve que haber pensado que este era un excelente escondite para ello.
—Nada. —murmuré indiferente y traté de ignorarlo sin mirarlo, bufó y se agachó frente a mí obligándome a sentir su presencia tan cerca que se me erizó lo piel, sus ojos conectaron un segundo con los míos e intenté evitarlos rápidamente cuando me aceleró el corazón más de lo que ya lo tenía.
— ¿Qué te pasa? no se llora por nada.
—No me pasa nada, y te conviene irte antes de que alguien te vea y te echen porque crean que te acostas conmigo. —lancé con la voz entrecortada sin meditar que eso no tenía por qué decirlo, pero me había reprimido tanto en las últimas semanas que necesitaba desahogarme con cualquier cosa y el llanto me quería atacar de nuevo.
Él respiró hondo y evitó mi provocación al volver a hablarme.
—Decime qué te pasa, no me voy a ir hasta que me lo digas.
— ¿De qué sirve si te vas a ir igual? No quiero hablar, dejame sola por favor. —le pedí y volví a ocultar mi rostro entre mis manos reprimiendo un sollozo. Él se quedó igualmente agachado frente a mí, su perfume me llegaba a las fosas nasales y me debilitaba más de lo que quería, me ponía nerviosa e histérica a la vez.
—Por favor decime qué te pasa…no te puedo ver así.
— ¡Dejame Franco, por favor!
—En lo profesional no puedo dejarte y en lo personal no quiero, no me la hagas difícil y decime qué pasa así puedo ayudarte.
— ¡No quiero que me ayudes!—dije elevando la voz y levantándome del suelo para mantenerme estable, aunque me agarró levantándose también para que eso fuera posible. — ¡dejame tranquila!
—Mia...
— ¡Basta Franco, hacé tu vida y dejame hacer la mía en paz!—le pedí, me quise soltar pero me agarró del brazo haciéndome volver y el toque me afectó más de lo que esperaba de mí misma, no tuvo que hacer ningún esfuerzo por tenerme cerca.
—No mezcles las cosas, por favor... quiero ayudarte, no te puedo ver así.
— Ayudame no haciéndomela más difícil. —murmuré con las lágrimas cayéndome por las mejillas y me fui antes que pudiera seguir insistiendo, porque estaba segura que si me pedía una vez más que le contara cualquier cosa, era capaz de buscar su abrazo y consolación en el lugar que más paz me daba en el mundo, y el cual ya era imposible por miles de razones obvias.
Si dejábamos pasar la línea de confianza de nuevo, todo iba a ser peor para nosotros y lo mejor era dejar de fomentar algo que no podía tener mucho futuro. Me dolía más que nada pensar así pero debía intentarlo, incluso cuando su cercanía volvía a estar pendiente de mí y sabía que era mi punto débil.