ELIZABETH. —No, él no es Noah —respondí, mientras dirigía una mirada perpleja tanto al doctor como al joven que estaba frente a nosotras. La voz familiar de Noah cortó el aire, tan clara y distintiva, que provocó un escalofrío en mi espalda. —¡Daniel! —exclamó Noah, su tono cargado de urgencia y preocupación. —¿Cómo están Janet y el bebé? ¿Se encuentran bien? —preguntó sin aliento, con una mezcla de miedo en sus ojos oscuros. —Afortunadamente, llegaron a tiempo. Necesita reposar en casa y evitar cualquier esfuerzo excesivo —respondió el doctor, su voz calmada y profesional. La preocupación de Noah era palpable, como una nube densa que lo rodeaba, ajeno, a mi presencia. Aprovechando su distracción, intenté escabullirme sin que me notara. Nicole captó mi señal y se movió para facilitar

