Nicoló Cuando Álvaro me habló de Marta, tenía la esperanza de que estuviera equivocado. Esta mujer había sufrido tanto con su pequeña bebé que no podía creer que ella hubiera sido cómplice de Mireya para hacerle ese daño tan grande a mi madre, que aún así no tenía remordimiento. Pues ahora que veo el rostro de Marta, demacrado y enfermo, pero con una enorme sonrisa, me doy cuenta de que no le importa lo que puede estar sufriendo. Parece que, por el contrario, fue satisfactorio todo lo que hizo. —No me mires así, muchacho. No tienes derecho a juzgarme si no sabes todo lo que sucedió. Yo le sonrío y empiezo a negar. Creo que nada, nada de lo que haya sucedido justifica el daño que le hicieron a mi madre, y eso no se perdona. Pero solo tengo una pregunta: —¿Por qué, Marta? ¿Por qué, si m

