Capítulo 1: La historia que no cree
El auto lujoso se detiene fuera de la humilde verja de madera y pronto un hombre se apresura a abrir la puerta trasera, sin embargo, en lugar de recibir las gracias, un gruñido es lo que sale de su jefe.
—No soy como mi padre, a mí no me duelen las manos ni me pesan las puertas.
—Disculpe, joven… —el hombre se aclara la garganta de manera amenazante y el sirviente baja la mirada—. Señor, perdón.
El hombre camina con elegancia y peligrosidad hasta la humilde morada de uno de sus sirvientes. El anillo que fue de su madre se perdió misteriosamente y el mayordomo no ha dudado en acusar al hombre que vive allí. Como es de los que soluciona todo por su propia mano, llama a la puerta esperando respuestas y encontrar la joya. Cuando la puerta se abre, una joven de ojos azules intensos, piel blanca como la nieve, cabello rubio dorado y labios rojos se enfrenta a la figura de aquel hombre. Pero, a diferencia de todos en Augusta, ella no se intimida y le pregunta con tranquilidad.
—Buenas tardes, señor McFair, ¿qué necesita de mi padre?
—Me temo que él tiene algo que es mío, jovencita —intenta pasar, pero la chica se pone en medio y con firmeza le dice.
—Llamaré a mi padre —cierra la puerta en la nariz del hombre y este abre los ojos sorprendido, porque nunca le pasó algo como aquello.
Muy pronto se oyen los gritos histéricos de una mujer adulta y una bofetada, por una extraña razón, el señor McFair siente que le hierve la sangre. La puerta se abre otra vez y una mujer desaliñada aparece frente él.
—Perdón, señor, pero Katherine no tiene modales, por favor pase, mi esposo viene enseguida.
—Debería enseñarle mejor a su hija —dice algo molesto y la mujer se apresura a decirle.
—Oh no, señor, gracias al cielo que no me castigó con una hija así. Es hija de mi esposo —antes de que la mujer siga soltando su veneno, los pasos de Peter Sinclair la silencian.
—Señor… —antes de que inicie toda la reverencia, Erick suelta con su voz demandante de siempre.
—Peter, he venido por el anillo de mi madre —el hombre frunce el ceño confundido.
—¿Cuál anillo, señor McFair? —tras Peter, Katherine abre mucho los ojos, porque sabe de qué está hablando el jefe de su padre.
—El anillo de mi madre. Gilbert me dijo que estuviste en la casa ayer por la tarde arreglando el lavabo en mi cuarto, el anillo de mi madre estaba en un joyero de roble ayer, pero hoy no.
—¡No, señor, se lo juro! Yo jamás haría algo como eso, un hombre fiel no muerde la mano que le da de comer.
—Bueno, si debo confiar en alguien, es en Gilbert y si él dice que fuiste tú, no me queda más que registrar hasta el último rincón de esta casa, o me veré obligado a llamar a la policía además de despedirte.
El hombre se lanza de rodillas para suplicar, mientras que dos hombres entran a registrar todo, volteando muebles. Pero no es hasta que se cae el cuadro de su madre, que Katherine reacciona.
—¡Espere! —Katherine se enfrenta al hombre con valentía, aunque es notorio qué está temblando—. Mi padre no ha robado ese anillo.
Ella abre su mano empuñada y deja ver un hermoso anillo de oro blanco con zafiros y diminutos diamantes. Su madrastra se adelanta y la abofetea sin medirse, levanta la mano para hacerlo de nuevo, pero McFair la detiene.
—Deténgase —dice con voz peligrosa.
—¡Es una ladrona, ella no puede seguir aquí! ¡Es una vergüenza!
—Hija, yo sé que tú no fuiste… jamás has entrado en la casa del señor.
—Y nunca lo haría, tal como me ha dicho tu esposa tantas veces, padre, yo no combino con tanto lujo.
—Explica de una vez, muchacha, cómo llegó el anillo de mi madre a tus manos —exige Erick McFair.
—Fue Salma, señor —ella le responde con seguridad y mirándolo a los ojos, a pesar de tenerle cierto temor.
—Es una acusación muy grave, estás culpando a la hija de Gilbert, mi mayordomo y hombre de confianza en la casa —le advierte él y ella asiente.
—Sí, lo sé. Ayer fui a llevarle el almuerzo a mi padre como todos los días, ella estaba sacudiendo unas cosas y tropezó conmigo, caímos al suelo, me empujó y se marchó enojada. Vi el anillo, quise decirle que se le cayó, pero me ignoró y luego pensé que ella no tendría dinero para un anillo así.
—¿Y por qué te lo quedaste?
—Porque estaba esperando a que mi padre me dijera quién lo había perdido.
—Pudiste quedártelo —le dice McFair con los ojos entrecerrados y ella se ríe bajito.
—¿Para qué? Venderlo sería imposible sin que me tilden de ladrona y usarlo… ya le dije, yo no combino con las cosas elegantes.
McFair se mete el anillo en el bolsillo y mira atentamente a la muchacha, la que ayuda a Peter a ponerse de pie. Como nadie tiene nada más que decir, Erick solo le hace una leve inclinación de cabeza a modo de despedida y sale de allí cerrando la puerta. Sin embargo, en lugar irse, se queda oyendo a la familia tras esta.
—¡Pudiste quedarte callada! Ahora tendríamos algo que vender para pagar nuestras deudas y pagar los estudios de tu hermana —le grita la mujer.
—Así no es como me enseñaron mis padres. Un día Dios me recompensará por mi honestidad.
—¡Claro, porque de honestidad se vive mucho! Tú y ti padre solo son un par de inútiles, no sirven para nada, ni siquiera podría venderte a algún hombre medio decente y adinerado porque eres un espantapájaros con esa ropa.
—Prefiero eso a ser como tú —el golpe en la mejilla de Katherine vuelve a sonar y el hombre irrumpe en la casa nuevamente. Todos se quedan perplejos, menos la chica que está tirada en el suelo rasgando su vestido para limpiarse la sangre que le sale del labio.
—Me he arrepentido. Después de todo, tu hija ha sido muy grosera conmigo y no me fío de su historia.
—Señor, si hay algo que deba pagar por ello, déjeme ser yo quien se haga responsable… —suplica Peter, pero el señor McFair no retrocede.
—No será necesario, ella puede pagarme perfectamente —toma a la chica por un brazo y la levanta del suelo—. Katherine se convertirá en mi esposa, tal vez así pueda enseñarle algo de modales y aprenda quién manda aquí.
—¡¿Qué?! —protesta ella muerta de miedo.
—Pero, señor, ella es solo una niña, apenas tiene dieciséis años…
—Es eso o tú irás a la cárcel por el crimen de tu hija, decide… —antes de que Peter se niegue, ella le responde a Erick.
—Lo haré —dice Katherine con toda la actitud de una mujer valiente y McFair solo sonríe de medio lado—. Me casaré con usted, pero deje a mi padre en paz.
—Bien… en una semana será la ceremonia. Procuren preparar a mi futura esposa —le dedica una mirada a la madrastra y le advierte—. Y más les vale que no tenga ni un rasguño o el responsable de cualquier daño que sufra mi prometida lo pagará con sangre.
El hombre deja la puerta abierta, Katherine se queda mirando la figura perderse y siente cómo el mundo comienza a tragársela poco a poco sin la mínima oportunidad de escapar.