Capítulo 9

1068 Palabras
El eco de su despedida Héctor El silencio duele más que cualquier grito. Y el de ella… ese silencio que dejó al marcharse… me está desgarrando por dentro. —Leonardo. El nombre salió de mi boca como una sentencia. Duro. Tenso. Sucio. Como si solo mencionarlo pudiera contaminar el aire. Siempre supe que ese tipo no traería nada bueno. Lo noté desde la primera vez que lo vi junto a Valeria, esa sonrisa calculada y ese brillo falso en los ojos. Pero ella no lo veía. O tal vez sí… y decidí ignorarlo. —Sofía me dijo que él intentó hablar con Valeria antes de que desapareciera —añadió Caleb, con el rostro marcado por la preocupación y algo más profundo… impotencia, quizás. El mismo vacío que me estaba devorando por dentro. Apreté el volante como si eso fuera a mantenerme entero. —Entonces, vamos a hablar con él. No recuerdo haber frenado en ningún semáforo. No recuerdo las bocinas, ni los rostros que miraban desde otros autos. Solo recuerdo la furia latiendo en mis sienes, el rugido del motor y mis nudillos blancos sobre el volante. Caleb no dijo nada. No era necesario hacerlo. Su silencio lo decía todo. Cuando llegamos al edificio, subimos sin saludar al portero. Golpeé la puerta de Leonardo con la rabia de un huracán contenido durante meses. Golpeé como si así pudiera abrir el tiempo, devolver las horas, las palabras no dichas… las promesas que nunca cumplimos. Tardó en abrir. Demasiado para alguien que no tiene nada que esconder. Su cara cambió al vernos. De sorpresa a incomodidad. De incomodidad a esa falsa calma que solo los cobardes practican frente al espejo. — ¿Dónde está Valeria? —le solté, sin anestesia. —No tengo idea —respondió, y sus ojos se movieron, nerviosos, esquivos. No hizo falta ser genio para notar que mentía. Caleb dio un paso adelante, con los músculos tensos como si fuera a lanzarse sobre él en cualquier momento. —Sabemos que hablaste con ella. Sabemos que tú sabes más de lo que estás diciendo. Leonardo tragó saliva. Se frotó la nuca, como si eso pudiera aclararle las ideas. —La llame hace un par de semanas. Quería… quería darle las respuestas. Las palabras me apuñalaron por dentro. Ella estaba buscando la verdad. Una verdad para la gran mentira de la que fue víctima… y no me llamó a mí. Bueno ella si me busco, pero yo no estuve a su lado, solo la corrí a un lado. -salgo de mis pensamientos. —¿Qué le dijiste? —mi voz sonó más rota de lo que pretendía. —Le dije la verdad —murmuró—. Que lo nuestro fue una relación de mentira, aunque yo la ame más que a mi vida. Ahora entiendo que Sofía tuvo razón todo el tiempo. Una carcajada amarga me llenó la garganta, pero no salió. Me limité a mirarlo, sintiendo las palabras pudrirse en mi lengua. —¿Y por qué, carajo, no se lo dijiste antes? ¿Por qué esperaste a que estuviera tan rota para decirle que todo fue un engaño? —¡Porque yo también estaba roto! —espetó, bajando la mirada al instante—. Porque me mentí a mí mismo tanto tiempo que olvidé cómo era decir la verdad. Y cuando ella me llamó, cuando escuché su voz… supe que no merecía más mentiras. — sé que le mentí, pero jamás le haría daño. -Por muy estúpido que suene. —Te dijo a dónde iría? —pregunté, aun sabiendo la respuesta. -No. Solo que... necesitaba empezar de cero. Que estaba cansada. Cansada de todo. De todos. Solo con esas palabras cargadas de todo y de nada. todo mi suelo se removió, salí sin decir más. La calle se veía distinta cuando salimos. Como si el mundo hubiera cambiado sin avisarnos. El ruido del tráfico sonaba lejano, irrelevante. Como un mal sueño del que no podíamos despertar. —Ella… se fue de verdad —susurró Caleb. Sin contestación. No podía. Sentía la garganta cerrada y un nudo en el pecho que no me dejaba respirar. Me quedé mirando mis manos. Las mismas con las que la abrace tantas veces, sin entenderla. Las mismas con las que la empujé lejos cuando más me necesitaba cerca. Valeria… Siempre pensé que era fuego. Que nada podía apagarla. Pero ahora entiendo que incluso el fuego se consume a sí mismo cuando no encuentra oxígeno. Y yo… su hermano, su gemelo la deje a la deriva después de tantas promesas hechas en nuestra infancia, adolescencia y adultes, pero falle. Esa noche no pude dormir. Me senté frente a los grandes ventanales de mi departamento, su ausencia me dolía, pero lo más gracioso es que jamás estuve como ella lo estuvo para mi… pero ahora que sabia y veía todo, esto olía a despedida. Cada palabra suya no dicha era una daga escrita con tinta invisible, que sólo podía leerse con el corazón roto. "No quiero que me busquen. No quiero que me salven. No quiero ser la herida de nadie más. Esta vez, me elijo a mí." Le fallamos. Todos. Yo creía conocerla, Pensaba que su silencio era su forma de decir “déjame”, cuando en realidad era su forma de suplicar “quédate”. Y yo... yo la dejé. la dejé sola, envuelta en miedos que nadie quiso darse el tiempo para ella, siendo que ella siempre tuvo tiempo para nosotros. Ahora pensando en todo, jamás fuimos una familia unida, solo ella nos dio su cariño, su amor y lealtad. A veces Me pregunto si piensa en nosotros. Porque ni siquiera sé cuándo nos dejó atrás. Si cada vez que abre los ojos en un lugar nuevo, se acordara de nosotros. Si que extraña las bromas tontas de que Caleb era como su hijo o los silencios incómodos que solo ella sabía llenar. las noches, cuando teníamos largas charlas en donde ella me contaba sus sueños, miedos y las enormes ganas de tener hijos, dé ser madre, pero no como la de nosotros. me preguntaba si todavía añoraba que la siguiéramos buscando. Yo sí. Yo no he dejado de buscarla. Ni un solo día. Ni un solo segundo. Porque su ausencia es un eco que me persigue. Y su despedida sin un adiós … esa maldita despedida a la que no asistimos… se ha convertido en mi condena.
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