Un adiós sin despedida.
Héctor estaba en su oficina cuando recibió un sobre con el sello de la empresa de su familia. Frunció el ceño al ver su nombre en el remitente. No esperaba ningún documento oficial. Con cierta inquietud, rasgó el papel y extrajo el contenido. Su respiración se volvió pesada al leer la primera línea.
Era el finiquito de Valeria.
El documento confirmaba que su hermana había vendido sus acciones y se había desvinculado completamente de la empresa. Héctor sintió un nudo en el estómago.
Desde hace más de un mes, Valeria no respondía sus mensajes ni devolvía sus llamadas. Al principio, pensó que solo estaba molesta o demasiado ocupada con sus proyectos en los restaurantes, pero ahora algo en su interior le gritaba que esto no era una simple distancia.
Sacó su teléfono de inmediato y marcó su número. Una, dos, tres veces. Nada. Un tono largo seguido por la misma grabación mecánica: “El número que usted ha marcado no está disponible en este momento”.
Su pulso se aceleró. Llamó a sus hermanas, una por una, pero todos le dieron la misma respuesta: nadie sabía nada de Valeria desde hace semanas.
Su amiga Stella tuvo la misma respuesta, pero ella le informo que fue hace un mes y medio a su departamento, pero que no la atendió porque estaba muy ocupada.
En ese momento se atormento ya que nunca más la llamo, ni la busco.
Nadie había hablado con ella, nadie la había visto. Era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra.
No podía quedarse de brazos cruzados. Sin perder tiempo, condujo hasta el restaurante que ella manejaba. Apenas entró, sintió la gran diferencia.
Ya no estaba su presencia en el lugar, ni su meticulosa organización. Preguntó por ella a los garzones algunos nuevos no sabían ni quien era, pero la respuesta del primer chef fue un golpe directo a mi pecho.
—Se fue. Renunció hace unas semanas —le informó uno de los empleados con evidente incomodidad, más bien desagrado, por no saber dónde estaba mi hermana gemela.
—¿Renunció? —repetí, como si la palabra no tuviera sentido en mi mente.
—Sí. Hace unos días estuvo aquí recogiendo algunas cosas, dejo todo funcionando para el nuevo administrador, pero no dijo a dónde iba.
Solo nos informó que ya no trabajaría más con nosotros. Y que su padre vendió sus acciones del restaurante y la empresa.
Y como ella siempre fue buena con nosotros organizamos una pequeña reunión solo con amigos ya que ustedes como familia le hicieron algo privado, porque ninguno estuvo en la fiesta, en aquel hotel.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda por aquellas palabras.
En mi mente las palabras aun bailaban de un lado a otro, mi padre vendió sus acciones. Y no se lo informo a la familia, como no me había enterado.
Valeria había cortado todo vínculo. Y nadie se había dado cuenta de eso hasta ahora.
Se apoyó en la barra, controlando su frustración y tratando de procesar la información.
¿Cómo era posible que ninguno de ellos lo hubiésemos notado?
¿Cómo era posible que Valeria simplemente se hubiera ido sin decir nada?
Mi mente se llenó de más preguntas y la certeza de que algo andaba mal se hizo más fuerte.
No podía ignorarlo. Tenía que encontrarla.
La ausencia que pesa
La oficina se sentía más fría que de costumbre, o quizás era solo mi pecho el que se helaba al mirar el sobre aún sobre mi escritorio. Lo había leído al menos diez veces, pero las palabras seguían siendo las mismas: Valeria renunció, Valeria vendió sus acciones, Valeria desapareció sin decir adiós.
Apoyé los codos en el escritorio y pasé las manos por mi rostro, exhalando un suspiro pesado. No podía entenderlo. No quería entenderlo.
Durante semanas había ignorado su silencio, convenciéndome de que solo necesitaba tiempo, que ya se le pasaría el enojo, que cuando estuviera lista regresaría. Pero ahora, con cada dato que descubría, quedaba claro que no iba a volver.
Mi hermana gemela se había ido.
Y yo ni siquiera lo vi venir.
La culpa
Me levanté de golpe, sintiendo la urgencia de hacer algo, de buscar respuestas.
¿Cómo no me di cuenta?
¿Cómo dejé que llegara a este punto sin siquiera sospecharlo?
Tomé mi teléfono y volví a marcar su número, a pesar de que ya sabía lo que iba a escuchar.
"El número que usted ha marcado no está disponible en este momento."
Otra vez.
Otra maldita vez.
Lancé el celular contra el escritorio con frustración. Había pasado los últimos años creyendo que, a pesar de nuestras diferencias y discusiones, Valeria y yo siempre estaríamos ahí el uno para el otro. Pero la realidad era otra. No estaba.
Y yo no había hecho nada por evitarlo.
Pensé en la última vez que hablamos. Fue una conversación breve, superficial. Algo sobre los restaurantes y Caleb, sobre nuestras responsabilidades, sobre cómo ella debía dejarse ayudar más. Tal vez mi tono fue duro, tal vez le di a entender que su opinión no importaba.
¿Cuántas veces lo hice sin darme cuenta?
La verdad se clavó en mi pecho como una daga: Valeria no se fue de la noche a la mañana. Esto no era un arrebato. No era una simple decisión impulsiva.
Se fue porque llevaba mucho tiempo sintiéndose sola.
Y ninguno de nosotros lo notó.
La desesperación
Salí de la oficina sin decir nada a nadie. Necesitaba aire, necesitaba moverme.
Mi primer destino fue su departamento. Toqué la puerta con fuerza, llamé su nombre como un loco, pero nadie respondió. Un vecino salió y me observó con curiosidad.
—¿Busca a la señorita Valeria? —preguntó.
—Sí. ¿Cuándo fue la última vez que la vio?
—Hace semanas. Vi a unos hombres sacando muebles y empacando cosas. Ella me dijo que se mudaba.
No respondí. Solo asentí y me alejé, sintiendo que cada palabra que escuchaba hacía más profunda la herida.
No había vuelta atrás. Se había asegurado de no dejar rastro.
Volví al auto y golpeé el volante con frustración. ¿Dónde podía estar? ¿A dónde se había ido?
Tenía dinero. Tenía recursos. Pudo haber elegido cualquier lugar del mundo.
Y lo peor de todo era que, sin importar cuánto la buscara, si ella no quería ser encontrada, no lo sería.
La certeza
Apreté los dientes y miré a la distancia, sintiendo un vacío que nunca había sentido. No importaba cuánto la llamara, cuánto la buscara.
Valeria no quería ser hallada.
No por mí.
No por nuestra familia.
No por nadie.
Ella había tomado una decisión. Y, aunque me doliera admitirlo…
No podía culparla.
Pero no me rendiría, si debía buscarla por todos los rincones del mundo y si debo ir todos los días a buscarla a los mismos lugares lo haría.
con el corazón golpeando contra mi pecho, y lleno de culpa por no saber el paradero de su hermana.
Su hermana se había marchado y nadie lo había notado. Nadie había preguntado por ella. Nadie se había detenido a pensar en cómo se sentía ella de su rostro el día que ella fue por ayuda, pero solo la insulte.
Tome el celular y marque el número de Caleb y, cuando este respondió con su tono de voz despreocupado habitual, sentí una punzada de ira y frustración.
—¿Sabes algo de Valeria?
Caleb guardó silencio por unos segundos.
—No, hace tiempo que no hablamos. ¿Por qué?
—Se fue, Caleb. Vendió todo, renunció al restaurante y desapareció.
El silencio al otro lado de la línea fue pesado, casi sofocante.
—¿Cómo que desapareció?
—No responde llamadas. Su número no está habilitado. Nadie sabe nada de ella desde hace semanas.
—Mierda… —murmuró Caleb, con una tensión en su voz que rara vez se escuchaba.
—Espera, la última vez que hablamos fue por la fiesta que organizó. Me llamó para confirmar que iría… pero no fui.
Héctor sintió cómo un agujero se abría en su estómago.
—¿Por qué no fuiste?
—Estaba ocupado con… con una de las meseras. Pensé que no sería tan importante.
Héctor apretó los dientes.
—Todos la dejamos sola, Caleb. Todos, digo con una lagrima corriendo por mis mejillas.
Voy a buscarla. Y sin más ambos colgaron, cambie de dirección para poder ir a buscar más respuestas.
Sin perder tiempo acelero no importándole si se ganaba alguna multa por exceso de velocidad.
se encontraron justo cuando ambos llegaron al antiguo departamento de Valeria. Subieron sin importarles el llamado del conserje. Cuando llegaron al piso ambos sintieron un peso en sus pechos ya que no sabían que encontrarían.
Llamaron a la puerta sin obtener respuesta. Cuando el conserje del edificio se acercó, les confirmó lo que ya temían.
.- Perdón, pero la señorita Valeria ya no vive desde hace una semana en este departamento.
Usted estuvo acá ya mi compañero le informo que ella dejo hace días su departamento.
Y el mayor miedo de Héctor se hizo presente Valeria había vendido el departamento y se había ido hace más de una semana.
La culpa se clavó en el pecho de ambos como una estaca. Debo apoyar las manos en la pared, y respirar hondo tratándome de recuperar del mareo que me azoto.
Caleb se pasó una mano por el cabello, visiblemente agitado, buscando respuestas.
—Deberíamos haber estado ahí. —La voz de Caleb sonaba llena de remordimiento. —Debí haber ido a esa maldita fiesta.
No debí dejarla sola y más con lo que paso en estas semanas.
—Todos fallamos. —Héctor cerró los ojos un momento. —Pero tenemos que encontrarla.
Caleb lo miró y asintió.
—Hay alguien que podría saber algo. Ese es Leonardo.
Héctor frunció el ceño.
—¿Leonardo?
—Ese idiota la engaño, todo lo que vivieron fue una mentira. Fue Sofía quien me conto la verdad.
Héctor sintió un vacío en el estómago.
—Y ahora es demasiado tarde. Por qué mierda no la tome en cuenta.
Un silencio pesado se instaló entre ellos. Caleb lo miró con sus ojos llenos de lágrimas.
—Tenemos que encontrarla. No podemos dejar que se haya ido así.
Pero en el fondo, los tres sabían que Valeria ya había tomado su decisión. Y nadie la había escuchado a tiempo.
La sombra del remordimiento
La culpa es un veneno silencioso. Te carcome por dentro, te susurra todas las cosas que pudiste haber hecho diferente, todas las veces que ignoraste una señal, todas las palabras que no dijiste cuando debiste haberlo hecho.
Y ahora, Valeria se había ido.
Estaba en medio de la calle, fuera del edificio de Valeria, que alguna vez fue su hogar, con las manos apoyadas en la pared, intentando recuperar el aliento. El peso en mi pecho era insoportable, como si una losa de concreto me aplastara las costillas.
¿Cómo dejamos que esto pasara?
A mi lado, Caleb estaba igual de destrozado. Nunca lo había visto así. Siempre había sido el despreocupado, el que tomaba todo con ligereza, pero ahora… ahora tenía el rostro desencajado y mojado por las lágrimas derramadas y la mirada perdida.
—Debí ir a esa fiesta. —Su voz apenas era un murmullo, pero estaba cargada de un remordimiento que sentí como propio.
No contesté. No tenía sentido repetir lo obvio. Sí, debimos haber estado ahí. Sí, debimos haberla escuchado. Sí, debimos haber hecho algo antes de que fuera demasiado tarde.
Pero no lo hicimos.
Y ahora solo nos quedaba el vacío de su ausencia.
El eco de su despedida
—Leonardo. —Mi voz salió tensa al mencionar ese nombre. Nunca me cayó bien ese tipo, pero ahora, al enterarme de que la engañó, de que fue otra mentira más en su vida, la ira me nubló la mente.
Caleb asintió con el rostro endurecido.
—Sofía me dijo que él estuvo tratando de hablar con ella antes de que desapareciera. Si alguien sabe a dónde fue, es él.
Mi mandíbula se tensó.
—Entonces lo averiguaremos.
Sin perder más tiempo, salimos del edificio. El auto rugió cuando aceleré, sin importarme los semáforos ni las normas de tránsito. Caleb estaba en el asiento del copiloto, con los puños cerrados sobre sus muslos. Ambos éramos un cóctel de emociones a punto de estallar.
Valeria había desaparecido.
Y no íbamos a permitir que eso quedara así.
El enfrentamiento
Leonardo vivía en un departamento en el centro de la ciudad. Cuando llegamos, toqué el timbre con fuerza, golpeando la puerta sin paciencia.
Tardó unos segundos en abrir. Su expresión pasó del desconcierto a la incomodidad en cuestión de segundos al vernos en su puerta.
—¿Dónde está Valeria? —pregunté sin rodeos.
Leonardo frunció el ceño.
—No tengo idea.
—No juegues con nosotros. —Caleb dio un paso adelante, con los ojos encendidos por la rabia. —Sabemos que hablaste con ella antes de que desapareciera.
Leonardo suspiró, pasándose una mano por la nuca.
—Miren, no sé exactamente a dónde fue. Solo sé que me llamó hace un par de semanas. Quería respuestas.
Mis manos se cerraron en puños.
—¿Y qué le dijiste?
Bajó la mirada, visiblemente incómodo.
—La verdad. Que lo nuestro nunca fue real. Que todo fue un acuerdo… que Sofía tenía razón.
Mi respiración se volvió pesada.
—¿Por qué? —pregunté con voz áspera. —¿Por qué hacerle eso?
Leonardo soltó un suspiro, con un deje de arrepentimiento en su rostro.
—No lo sé. Nunca quise hacerle daño, pero cuando me di cuenta de que era demasiado tarde, ella ya se había ido. Me dijo que no quería saber más de nadie.
Mi pecho se contrajo con fuerza.
—¿Te dijo a dónde iba?
Negó con la cabeza.
—Solo que necesitaba empezar de cero.
La sombra de la ausencia
Salimos de ahí con el estómago revuelto. Leonardo no nos había dado una dirección, pero nos había dejado algo claro: Valeria se había ido con la intención de no volver.
Entré al auto, sintiéndome más perdido que nunca.
—Ella… de verdad se fue. —Caleb murmuró, mirando por la ventana con la mandíbula tensa.
No respondí. Solo miré mis propias manos, aquellas que habían estado vacías cuando más la necesitó.
Siempre pensé que Valeria era fuerte, que podía con todo, que no necesitaba a nadie.
Pero estaba equivocado.
Y ahora, cuando finalmente me daba cuenta, ya no estaba aquí para escucharlo.