Renacer entre las ruinas
El sol comenzaba a ocultarse detrás de la ventana de mi apartamento, bañando la sala en una luz tenue que hacía que todo se sintiera aún más vacío. Me quedé sentada en el sofá, inmóvil, con la mirada fija en el teléfono, como si los mensajes en la pantalla pudieran desaparecer en cualquier momento. Pero el dolor… el dolor seguía ahí, tan vivo como las palabras que había leído y escuchado una y otra vez en mi cabeza.
¿Cómo pude ser tan estúpida?
¿Qué vi en él que me hizo confiar tanto?
¿Por qué nunca vi las señales?
Las horas pasaban, pero para mí el tiempo parecía haberse detenido. No podía dejar de pensar en él. En lo que habíamos sido. En lo que jamás fuimos. La desconfianza crecía en mi pecho como un monstruo, retorciéndose, devorándolo todo.
Entonces, su voz interrumpió mi tormento.
—Valeria…
Ese tono suave, esa calidez fingida, como si nada hubiera pasado. Como si él no hubiera destrozado mi vida en mil pedazos.
—¿Qué quieres? —pregunté con frialdad, sin siquiera mirarlo.
Escuché sus pasos acercándose lentamente. Conocía ese caminar, siempre tan seguro, tan imponente. Pero hoy no. Hoy lo sentí más titubeante.
—Te traje algo de comer… sé que no has probado bocado en todo el día.
Cerré los ojos, tratando de contener la risa amarga que amenazaba con salir. ¿De verdad creía que podía solucionar esto con comida?
—¿Tú crees que puedo comer después de todo esto? —mi voz salió calmada, cargada de un veneno que ni yo sabía que tenía dentro.
Él se quedó quieto, sin saber qué responder. Y por un segundo, me pregunté si realmente entendía lo que había hecho. Si siquiera comprendía el dolor que me causaba. Pero la verdad era que no. No podía entenderlo. Los hombres como él solo conocían su propio ego, su propio placer. El sufrimiento ajeno era algo que jamás les quitaba el sueño.
—Valeria…
No. No quería escucharlo.
—No me toques, Leonardo.
Lo dije con tanta firmeza que hasta yo me sorprendí.
Vi cómo me miró, desconcertado. Había algo en su mirada, un destello de arrepentimiento quizás, pero no iba a caer en su juego otra vez. No esta vez.
—Lo siento… sé que cometí un error. Sé que debí decírtelo desde el principio…
Dio un paso hacia mí, pero levanté la mano, deteniéndolo en seco.
—¡No te atrevas a decirme que lo sientes!
Las lágrimas que había contenido todo el día comenzaron a caer con fuerza, pero no de tristeza, sino de rabia. La rabia contenida por años.
—¿Sabes qué es lo que más me molesta, Leo? —le dije con la voz quebrada por la furia—. Que nunca me importaste lo suficiente como para ser honesto conmigo. Me usaste, me mentiste y ni siquiera tuviste los cojones de decirme la verdad.
—Yo… yo no quería hacerte daño, Valeria.
Su voz tembló, pero lo miré como si fuera la última persona en el mundo en la que pudiera confiar.
—Claro que querías. Es tan fácil ser un mentiroso, ¿verdad? Pero cuando alguien te descubre, te haces el pobrecito. Eres un cobarde, Leonardo.
Y en ese instante, las palabras dejaron de ser suficientes.
Me levanté de golpe, sintiendo cómo la furia se apoderaba de mí. Leonardo retrocedió un paso al ver la determinación en mi mirada, pero no le di oportunidad de reaccionar.
Mi mano voló por instinto, chocando contra su rostro con un sonido seco.
Él se quedó en shock, con la mejilla enrojecida y los ojos abiertos por la sorpresa. Yo tampoco podía creer lo que acababa de hacer, pero no me arrepentía. Ni un poco.
—No me hagas perder más mi tiempo. —Mi voz era firme, tan afilada como una navaja—. Vete. Y no regreses.
Leonardo me miró, sus ojos llenos de algo que parecía arrepentimiento. Pero ya no me importaba. Era demasiado tarde.
—Valeria, no lo hagas…
Su voz sonó quebrada, como una súplica. Pero ni siquiera sus lágrimas lograron conmoverme.
—Vete. Y no me busques más.
Sus labios se separaron, como si fuera a decir algo más, pero desistió. Lo vi dar un paso atrás, con los hombros caídos, derrotado. Giró sobre sus talones y se marchó.
El sonido de la puerta principal cerrándose resonó en mis oídos como un eco.
Me dejé caer sobre el sofá, respirando pesadamente. No sabía si estaba llorando por lo que había perdido o por lo que finalmente había dejado ir. Pero algo dentro de mí comenzó a sanar, aunque fuera apenas una grieta.
No sabía qué me deparaba el futuro, pero sí sabía una cosa:
Ya no podía seguir atrapada en este ciclo.
Había pasado demasiado tiempo siendo la víctima, la idiota. Ahora, tenía que tomar las riendas de mi vida.
Me quedé allí sentada, en medio de la oscuridad, y por primera vez en mucho tiempo… sonreí.
Había sobrevivido.
Y ahora, era el momento de reconstruirme.
El Dolor de las Ruinas
El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando me desperté sobresaltada, envuelta en sudor frío. La pesadilla aún pesaba en mi pecho, como si las palabras de Leonardo siguieran resonando en mi mente, como si él aún estuviera aquí, en la habitación.
Me incorporé lentamente, sintiendo cómo la oscuridad me envolvía con la misma indiferencia con la que él había tratado mi dolor. Pero esta vez, no iba a dejar que me tragara.
La primera luz del día se colaba tímidamente por las rendijas de las cortinas. Miré el teléfono sobre la mesa, la pantalla apagada, pero no hacía falta revisarlo para recordar lo que había pasado. La furia, las palabras, la ira… todo seguía ahí, pero ahora sentía algo distinto. Ya no me consumía. Algo dentro de mí había cambiado, algo pequeño, pero lo suficiente para empujarme hacia una nueva sensación: la necesidad de sanar.
Solté un suspiro y caminé hasta la ventana. La ciudad despertaba poco a poco, indiferente a mi propio caos. Miré a la gente en la calle, ocupados en sus rutinas, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que yo también quería ser parte de la vida otra vez. Algo dentro de mí estaba roto, pero quizás ese quiebre era la oportunidad de reconstruirme.
Hoy iba a ser el día. El día en que dejaría de vivir atrapada en lo que fue. No más noches sin dormir, sin comer, sin hacer nada más que revivir lo que ya no podía cambiar. Había sobrevivido al dolor, pero ahora tenía que aprender a vivir sin las promesas vacías que nunca se cumplirían.
Me puse ropa cómoda, algo que hacía mucho no hacía por mí, y caminé hacia la cocina. El silencio de la casa me envolvía como una manta pesada, pero no iba a dejar que me dominara. Puse a calentar un café y mientras esperaba, me miré en el espejo. Mi reflejo me devolvió una imagen que apenas reconocía. Sin embargo, mis ojos tenían algo diferente. Determinación.
Cuando el café estuvo listo, sostuve la taza entre mis manos y el calor me reconfortó. Sabía que el camino no iba a ser fácil. Sabía que las ruinas de mi relación con Leonardo aún ardían en mi interior, pero me negaba a dejar que esas llamas me consumieran. Necesitaba soltar lo que fue y, más importante aún, perdonarme por haberme quedado tanto tiempo en un lugar donde ya no pertenecía.
Los días pasaron, y aunque la lucha interna no desapareció de inmediato, comencé a reencontrarme con lo que había olvidado: mi amor por la pintura, la lectura, la vida. Volví a mis clases de yoga y, poco a poco, recuperé la rutina que había abandonado cuando me perdí en él.
Un sábado, mientras caminaba por el parque, sentí algo diferente. Como si algo dentro de mí se hubiera abierto, dejando salir una brisa fresca que despejaba mi mente. Ya no era la misma mujer que había llorado y gritado en su apartamento, la que se había sentido perdida. Ahora, caminaba con paso firme, con una sonrisa sincera, sin miedo a lo que vendría.
El teléfono vibró en mi bolso.
Un mensaje de Leonardo.
“Valeria, no me atrevo a pedirte que me perdones, pero quiero que sepas que lamento haberte hecho tanto daño. Siempre serás la persona que más amaré, siempre serás mi princesa.”
Lo leí en silencio, sin emoción. Durante unos segundos, lo sostuve en mis manos, y luego, sin dudarlo, apagué el teléfono. No necesitaba sus palabras. No necesitaba su arrepentimiento. Lo único que necesitaba era ser honesta conmigo misma y con mi propio proceso de sanación.
Guardé el teléfono y seguí caminando. El sol brillaba con fuerza sobre mi piel, el viento acariciaba mi rostro.
Sabía que aún quedaba mucho por reconstruir, pero ahora, al fin, me sentía capaz de hacerlo. Y por primera vez en mucho tiempo, miré hacia el futuro con esperanza.