Capítulo 3

1735 Palabras
Redescubrirse Valeria El murmullo de la cafetería se convirtió en un eco lejano mientras Sofía hablaba con entusiasmo. La calidez de su voz y la naturalidad con la que la conversación fluía me recordaban quién solía ser antes de perderme en Leonardo. Con ella no tenía que fingir, no tenía que medir mis palabras ni preocuparme por cada gesto. Me sentía segura. —Entonces dime la verdad —dijo Sofía con una sonrisa traviesa, apoyando los codos sobre la mesa—. ¿Qué sigue para ti? La pregunta me tomó por sorpresa, pero al mismo tiempo, me dio un pequeño impulso de emoción. Pensé en la lista que había escrito esa misma mañana, en las cosas que quería recuperar, en la mujer que anhelaba ser de nuevo. —Quiero empezar de nuevo —dije con firmeza—. Recuperar todo lo que dejé de lado, volver a ser yo. Sofía asintió con aprobación, como si esperara exactamente esa respuesta. —Me encanta. ¿Cómo piensas hacerlo? Saqué mi libreta del bolso y la giré hacia ella. —Hice una lista. Sofía leyó en silencio, y con cada punto que recorrían sus ojos, su expresión se iluminaba más. Cuando terminó, me miró con picardía. —¡Esto es genial! Pero… —tomó un bolígrafo y añadió algo en la lista—. Hay una cosa en la que puedo ayudarte ahora mismo. Me incliné para leer lo que había escrito. 6. Salir a divertirme sin sentir culpa. Levanté la vista y la miré con incredulidad. —¿Salir a divertirme? —Sí, amiga. Ya es hora de que recuerdes lo que es disfrutar sin miedo. Esta noche, fiesta en mi departamento. Un grupo pequeño, solo gente de confianza. Te prometo que te hará bien. La idea me asustó un poco. Había pasado demasiado tiempo aislándome, sintiéndome cómoda en la soledad porque al menos ahí nadie podía decepcionarme. Sin embargo, una parte de mí, la que aún anhelaba sentirme viva, susurró que lo intentara. Respiré hondo. —Está bien —acepté finalmente—. Vamos a hacerlo. Horas más tarde, me encontré de pie frente al espejo de mi habitación. Me observé con detenimiento, tratando de encontrar a la Valeria de antes en mi reflejo. Había elegido un vestido n***o que tenía guardado desde hacía mucho, ajustado pero elegante. Me maquillé con sutileza, lo suficiente para resaltar mis ojos y mis labios. Mientras terminaba, sentí un nudo de ansiedad en el estómago. ¿Y si no encajaba? ¿Y si esta nueva versión de mí no era suficiente? Cerré los ojos y respiré profundo. —Eres suficiente —susurré, obligándome a creerlo—. No necesitas la validación de nadie para brillar. Con esa certeza, tomé mi bolso y salí. El ambiente en el departamento de Sofía era cálido y acogedor. No había una multitud abrumadora, solo unas diez personas conversando, riendo, disfrutando la noche. Me tomó unos minutos relajarme. No estaba acostumbrada a la energía vibrante de una reunión sin la presión de complacer a nadie. —¡Llegaste! —exclamó Sofía, abrazándome con entusiasmo—. Ven, quiero presentarte a alguien. La seguí hasta un pequeño grupo que hablaba animadamente en la esquina. Me sentí observada, pero no de la manera invasiva que conocía, sino con una curiosidad ligera, casi agradable. Fue entonces cuando lo vi. Alto, de cabello oscuro y barba bien recortada. Su presencia era firme pero tranquila, y cuando Sofía nos presentó, sus ojos se fijaron en los míos con una calidez inesperada. —Valeria, él es Adrián. Adrián, ella es mi mejor amiga y una de las personas más increíbles que conozco. Adrián sonrió con amabilidad y me tendió la mano. —Es un placer conocerte, Valeria. Dudé un instante antes de estrechar su mano, sintiendo el peso de los años en los que el contacto con un extraño me había generado más miedo que emoción. Pero esta vez, no hubo ansiedad. No sentí la necesidad de retroceder. No sentí que tenía que protegerme. Mi corazón no se aceleró por nerviosismo o temor, sino por algo diferente. Algo nuevo. Y por primera vez en mucho tiempo, pensé que quizás, solo quizás, el futuro podía ser más brillante de lo que había imaginado. Un Refugio Inalcanzable La noche había sido mejor de lo que esperaba, pero eso no significaba que estuviera lista para todo lo que implicaba. Desde el momento en que Adrián me sonrió, noté la mirada de complicidad de Sofía, su forma de apartarse estratégicamente para dejarnos solos. Lo que al principio parecía una simple presentación fue convirtiéndose en una conversación más profunda de lo que había previsto. Adrián era inteligente, amable y tenía un sentido del humor que, para mi sorpresa, me hacía reír sin esfuerzo. Pero en algún momento de la noche, cuando lo vi observándome con más intensidad, entendí lo que realmente estaba pasando. Le gustaba. Y no era que estuviera mal. Adrián no era Leonardo. No era alguien que me hiciera daño ni que buscara controlarme. Pero el simple hecho de que existiera la posibilidad de un nuevo interés amoroso me asustó más de lo que podía admitir. No estaba lista. No aún. —Voy a casa —murmuré a Sofía cuando ella pasó a mi lado con una copa en la mano. —¿Ya? Pero si la noche apenas empieza. —Lo sé, pero… necesito procesar algunas cosas. Ella me miró con atención, su sonrisa disminuyendo solo un poco. No necesitaba explicarle más. Me conocía demasiado bien. —¿Quieres que te acompañe? Negué con la cabeza. —Estoy bien. Hablamos mañana. Salí del departamento sin hacer ruido, sintiéndome aliviada al inhalar el aire fresco de la noche. Caminé por las calles vacías con pasos ligeros, abrazándome a mí misma como si con eso pudiera encontrar un poco de seguridad. Adrián era un buen hombre. Lo había visto en sus gestos, en la manera en que me escuchaba con genuino interés. Pero yo aún estaba rota en demasiados lugares como para permitirme sentir algo más. No quería hacerle daño. Y no quería que él me hiciera daño a mí. La Búsqueda del Refugio A la mañana siguiente, el silencio de mi apartamento me resultó insoportable. El vacío en el que había aprendido a existir de repente se sentía más pesado, más frío. La soledad, que antes era una forma de protección, se convirtió en una sombra que no dejaba de acecharme. Necesitaba ver a mi familia. Ellos siempre habían sido mi ancla, incluso en los momentos en los que me alejé por completo, perdida en la tormenta de mi relación con Leonardo. Sabía que mi madre se preocuparía por mí, que mi padre intentaría hacerme reír con sus chistes malos, que mis hermanos me molestarían con cariño como si el tiempo no hubiera pasado. Esa era la calidez que necesitaba. Así que tomé mi bolso y salí sin pensarlo demasiado, dispuesta a buscar refugio en los brazos de quienes siempre habían sido mi hogar. Pero al llegar, encontré otra realidad. —¿Mamá? —pregunté al entrar en la casa, esperando ver su rostro aparecer en cualquier momento. Nada. Seguí caminando por el pasillo, escuchando el sonido lejano de una conversación en la cocina. Cuando llegué, vi a mi madre de espaldas, con el teléfono pegado a la oreja mientras anotaba algo en un cuaderno. —Sí, entiendo… Ajá, no te preocupes, yo me encargo… Levanté la mano para llamar su atención, pero ni siquiera me miró. —Mamá… Me ignoró por completo, demasiado concentrada en su llamada.- solo suspiré. Fruncí el ceño, pero decidí esperar. Seguro colgaría en cualquier momento. Cinco minutos después, aún no había terminado. Respiré hondo y me alejé, sintiéndome un poco tonta por pensar que podía irrumpir en la rutina de los demás y esperar que todo se detuviera para mí. —¡Valeria! —escuché la voz de mi hermana mayor desde la sala—. ¿Cuándo llegaste? Me giré con una sonrisa al verla. —Hace un momento. ¿Cómo estás? —Súper ocupada —bufó, dejando caer su mochila sobre el sofá—. Tengo que terminar un proyecto para presentarlo en la empresa de papá y después voy al trabajo. ¿Tú? —Solo… pasé a verlos. —¡Genial! Si quieres, ayúdame con unas cosas de mi presentación. Dudé un segundo. No era exactamente lo que había imaginado al venir, pero asentí. Al menos podría pasar tiempo con ella. Pero apenas sacó su computadora, su teléfono vibró y, después de ver la pantalla, su rostro se iluminó. —Ay, dame un minuto, me están llamando del trabajo. Asentí con una sonrisa que se sintió más como una máscara y la vi alejarse, dejándome sola de nuevo. Así que Decidí probar con mi padre. Lo encontré en su estudio, escribiendo algo en la computadora con la misma expresión concentrada que siempre tenía cuando trabajaba. —Papá… —Valeria, cariño —dijo sin apartar la vista de la pantalla—. ¿Cómo estás? —Bien… dudé un segundo en contarle todo, pero jamás levanto su mirada a pesar de mi silencio. Esperé otro segundo, esperando que dijera algo más. Que me mirara. Pero en su lugar, solo agregó: —¿Necesitas algo? Estoy con un asunto del trabajo súper importante. Mi corazón se encogió un poco. —No, solo quería saludarte. —¡Qué bueno que viniste! Luego hablamos, ¿sí? Asentí, aunque sabía que no me veía. Salí del estudio y me detuve en el pasillo. Por primera vez en mi vida, sentí que no pertenecía allí. Todos estaban ocupados, metidos en sus rutinas, en sus responsabilidades. No había espacio para mí. Quizás no era culpa de ellos. Quizás el problema era yo, que había pasado tanto tiempo resolviendo sus cosas, sus problemas que solo existo en ese momento y luego me enfoque en la relación con Leonardo, que ahora no sabía cómo encajar en la vida de los demás, sin ser necesitada. Dejé escapar un suspiro y tomé mi bolso. Sin despedirme, salí de la casa. El sol brillaba con intensidad, pero dentro de mí, todo se sentía nublado. Había buscado refugio en mi familia, pero en lugar de eso, me di cuenta de que el hogar no siempre era suficiente para curar las heridas. Tal vez, la única persona en la que realmente podía encontrar refugio… Era en mí misma.
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