Curiosos libros

2194 Palabras
Al llegar al gimnasio, Pamela se quitó la larga y amplia playera que traía encima, dejando ver su bien tonificado y bien formado cuerpo, las ajustadas prendas con las que estaba vestida le permitían flexibilidad para hacer ejercicio y a la vez mostraban que lo estaba haciendo correctamente. Los hombres que ahí se encontraban se desconcentraron rápidamente, uno de ellos incluso se golpeó con una de las pesas que estaba levantando, ella se reía internamente, no sabía si mirarlos con lástima, los hombres que la veían con su ropa holgada y gafas, solían despreciarla, en cambio cuando la veían con prendas ajustadas, parecían aves de carroña acechando a su presa, ella era la misma, solo cambiaba la ropa, también el rostro bajo aquellas gafas era el mismo, nunca terminaría de entender a los hombres, aunque eran tan predecibles no comprendía el porqué de su comportamiento, aparentemente su amiga tenía razón, si conoces a uno, los conoces a todos, la diferencia es que algunos saben fingir muy bien su verdadera naturaleza, Camila lo decía todo el tiempo. Había estado tentada a vestirse sexy, y atrevida para acudir a la empresa, quería ver la cara que pondría Andrés, quizá se arrepentiría de todas las veces que la había despreciado, y Emilio, uf, su corazón latía muy rápido al recordarlo, quizá él podría por fin notarla, pero no se atrevía, quizá se vería muy obvia y descarada, además era interesante poder estudiar el comportamiento de aquellos adonis italianos camuflajeada detrás de sus gafas. El entrenador era un chico apuesto y agradable, al menos con ella, desde que la veía llegar no se quitaba de su lado así estuviera dos o tres horas. —Vamos Pam, estás muy distraída, concéntrate en levantar esas pesas, mueve esas piernas. —La ronca voz del entrenador la sacó de sus pensamientos. Al finalizar las rutinas, seco su sudor con la toalla que llevaba, los chicos no se perdían ese momento, les parecía muy sexy los movimientos de la chica, nunca se bañaba en el gimnasio, siempre lo hacía en su casa, en ese lugar acudían muy pocas chicas, la mayoría eran hombres, no sabía porque, quizá era la zona, Camila la había llevado, era amiga del dueño, el hombre les dio muy buen descuento en la membresía. Se apresuró para ir a su casa, tenía algunas cosas que hacer, por la tarde se iría al club, al ser la que daba el espectáculo principal, tenía un camerino que solo usaba ella, por lo que podía dejar la ropa que utilizaba ahí, llevarla a su casa sería muy peligroso su marido podía encontrarla y descubrir lo que hacía. El dueño del lugar le daba muchas concesiones por ser una mujer muy bella que atraía demasiados clientes, las otras chicas se sentían celosas de ella, pero Camila se encargaba de ponerlas en su lugar, la morena era para Pamela como la hermana que nunca tuvo. Su primer número pasó sin contratiempos, en el segundo, uno de los clientes que ya estaba bastante pasado de copas, intentó propasarse con ella, los guardias de seguridad la protegieron bajándola enseguida de la pista, tan solo cinco escalones era lo que la separaba del nivel donde se encontraban los clientes, no era una gran altura por lo que cualquiera de ellos podría llegar a ella de proponérselo. —¿Estás bien amiga? —Preguntó Camila preocupada, el hombre había alcanzado a tomar a Pamela por el brazo. —Sí, no te preocupes, tan solo es un pequeño morete. La morena la revisó, tenía los dedos del hombre marcados sobre su blanca piel, las marcas estaban adquiriendo un extraño color entre azul y verde. —Te ha lastimado, hablaré con el jefe, debe poner más vigilancia a la hora del espectáculo, él sabe perfectamente que nosotras nada más bailamos, no tenemos ningún tipo de contacto directo con los clientes. —¿Acaso crees que a Sandro le interese nuestra seguridad? A ese hombre solo le importa el dinero que puedan dejar los clientes. —Eso es verdad, afortunadamente t6enemos por firmado que no intentara obligarnos a estar con los clientes, hasta ahora ha respetado ese acuerdo. Minutos después un mal encarado hombre entró en el camerino sin siquiera llamar a la puerta. —Princesa, ¿Estás bien muñeca? —Pamela odiaba que le dijera muñeca, princesa era su apodo en él club, nadie ahí sabía su verdadero nombre, todos los datos que había dado eran falsos, jamás se quitaba el antifaz de su rostro hasta estar lejos del lugar. —Estoy bien jefe, solo fue un ligero morete. —Sabes que tú puedes llamarme Sandro, te lo he repetido infinidad de veces, si aceptas puedo llevarte al médico para que revisen tu brazo. —Dijo mientras le revisaba el brazo, Pamela se alejó de inmediato de su lado. —Y yo le he repetido infinidad de veces también que no puedo llamarlo así, usted es mi jefe, y muchas gracias por lo del médico, pero no es necesario, estoy bien. Camila observaba nerviosa la interacción entre los dos, Pamela era la única que se atrevía a despreciar de ese modo al jefe, era un hombre con mucho poder en el bajo mundo y se notaba que la chica le interesaba demasiado, él nunca trataba directamente con sus empleados, si quería que alguna chica lo atendiera, enviaba por ella para que la llevarán a su oficina, jamás bajaba, a menos que se tratara de algo relacionado con Pamela, siempre observaba todo lo que ocurría en su oficina desde el amplio ventanal oscuro de su oficina, estaba en el piso de arriba, desde ahí podía verse todo el lugar, pero hacía adentro no se veía. —Si necesitas cualquier cosa, no dudes en decirme. —Muchas gracias jefe. —No tienes que agradecer nada preciosa. Sandro salió del camerino, era un hombre rudo aunque atractivo, una gran cicatriz atravesaba su rostro, recuerdo de una gran pelea de su juventud, era de carácter fuerte, temido en todo el bajo mundo. —¿Qué te parece amiga si pasamos a cenar antes de ir a casa? —Me parece fenomenal, esa horas de ejercicio me provocan un hambre infernal. —Ja, ja, ja, ok, vamos. Las dos amigas subieron a la camioneta de la morena para dirigirse al lugar donde iban a cenar, al llegar enseguida les dieron una mesa, Pamela se había quitado el antifaz en la camioneta. —¿Cómo va tu relación? —Hay amiga ese hombre ya fue. —¿Cómo así? —Si te cuento, promete que no te vas a reír. —Jamás me reiría de algo que pudiera lastimarte. —Pues ayer, cuando llegue a casa lo encontré de una manera que jamás podrías imaginarte. —¿Cómo lo encontraste? —Preguntó curiosa. —Con un hombre arriba. —Amiga no entiendo. —Literal, con un hombre encima, o mejor debería decir dentro. —¿De dónde? —De él. —No me digas que... —Sí amiga, pensé que sería el definitivo, me equivoque otra vez. —Lo siento en verdad. —En mi si aplica eso de mientras encuentras el hombre indicado, diviértete con el equivocado, ya perdí la cuenta de cuantos equivocados llevo. —Es difícil saber cómo son en realidad, a veces las apariencias engañan. —¿A veces? —Bueno, casi siempre, imagino que por algún lugar habrá alguno diferente. —Quizá en un lugar muy, pero muy lejano, en otra dimensión quizás. —Ja, ja, ja, en un universo alterno. Las amigas disfrutaron su cena, Camila no mostraba lo que realmente sentía, no tenía caso, trataría de olvidar como siempre lo hacía. —¿Y tú que tal con John? —Nada nuevo que contar, lo mismo de siempre, él enfocado en la televisión, y yo en el computador, evitando hablar, bueno si sucedió algo, cuando llegó, pasó por mí a la oficina para invitarme a comer. —Eso estuvo bien. —En realidad no, lo hubiera estado si no hubiera hecho lo de siempre, regreso a pedir el teléfono de la recepcionista. —¿Está vez le dijiste que te has dado cuenta, que sabes todo lo que hace? —No Cami, ¿Para qué? —Pues para que vea que no eres tonta, que te das cuenta de todo. —Sabes que es lo más lindo de todo. —¿Qué? —Que no regreso el viernes porque se quedó con alguien. —¿Cómo lo sabes? —Tenía un chupete en el cuello. —Vaya que sí es descarado, como nunca le retas ni dices nada. Pamela solo alzo los hombres en señal de que le daba igual, alguna vez había estado locamente enamorada de él, pero ahora era solo su único familiar y nada más. Las amigas salieron del restaurante poco después, Pamela se bajó como siempre en el estacionamiento donde dejaba su auto, regresó a su enorme y fría casa, la soledad a veces la invadía, pero nada podía hacer más que acostumbrarse y aceptar que así era su vida de infeliz, cuando menos cuando bailaba se sentía viva, sentía que a alguien le importaba, cuando menos por un momento, aquellos hombres la deseaban. Después de ducharse, se recostó en su cama y volvió a escribir en aquel diario, era de color rosa con letras doradas en la portada, parecía más bien el diario de una adolescente que el de una mujer de su edad, a sus 22 años se consideraba madura, quizá porque John era ocho años mayor que ella. Al otro día muy temprano salió como siempre hacia la oficina, llego antes que su jefe, como sabía cuál era la rutina, se dirigió hacia la sala de descanso para encender al cafetera, minutos después llegó su jefe, ese día se veía increíblemente sexy con ese traje hecho a la medida, o tal vez era los días de abstinencia lo que la hacían velos así. De pronto el encanto se rompió, detrás de él venía como siempre el estirado de Andrés. —Buenos días señorita Amberson. —Emilio la saludo cortésmente sin voltear a verla. —Buenos días señor Caresse. —Buenos días moscorrofio, nuestros cafés de inmediato, y está vez ten más cuidado. —Enseguida señor Lianni. Después de llevar el café, Pamela regresó a su lugar, Andrés siempre le ponía apodos, el más común era moscorrofio, creyó que era hora de investigar que significaba o si al menos la palabra existía en el vocabulario, al buscar se puso roja de ira al darse cuenta del significado de aquella palabra. —Con qué persona fea, algún día te haré ver las tuyas Andrés Lianni. Poco después al estar sacando las grapas para poderlas dentro de la engrapadora, abrió con demasiada fuerza el recipiente, las grapas cayeron al suelo, se agacho para recogerlas, esto hizo que la falda se le ajustara al cuerpo, poco después escuchó un carraspeo, al voltear pudo ver a Emilia y a Andrés que la miraban fijamente, se levantó apresurada. —Lo siento señor, se me han caído las grapas. —No se preocupe, saldré un par de horas, estoy esperando una importante llamada, mi novia me avisara la hora de llegada de su vuelo, mi celular se ha descompuesto así que me imagino que llamara aquí. —Estaré al pendiente. Los dos hombres se dirigieron hacia el elevador, era la primera vez que Andrés no le decía un comentario despectivo al estar frente a ella. —Oye amigo, al parecer no todo está perdido en el moscorrofi9o, ¿Viste el tremendo trasero que se carga? Emilio volvió a mover la cabeza en señal de desaprobación, claro que había visto, era hombre y no estaba ciego, pero la chica era su secretaria, además hasta ahora era el único atributo que le había visto. La semana pasó muy rápido, John le enviaba un mensaje de vez en cuando, ni siquiera se molestaba en llamarla, ese día decidió llegar de sorpresa, ya era fin de semana, llegó por la noche, Pamela no estaba en casa, le extraño porque ella nunca salía a esa hora, quizá había salido a comprar algo para cenar, decidió darse un baño en lo que la chica llegaba, está vez no lo iba a dejar con las ganas de tenerla. En la habitación, al sacar su cartera, esta salió volando, cayó abajo de la cama del lado donde la chica dormía, se agacho apresurado para buscarla, al fondo pegados a la pared pudo notar dos libros, le extrañó, los tomó para sacarlos, pensó que tal vez se habían caído, Pamela acostumbraba leer por las noches. Al tenerlos entre sus manos, le llamó la atención las letras doradas en la portada que formaban la palabra diario, decidió dejarlos sobre la mesa de noche, tomó la cartera que se le había caído, después se dirigió al baño, salió minutos después vestido solo con su bata de baño, espero pacientemente, pero su esposa se estaba tardando, intentó llamarle, pero el teléfono de ella estaba apagado. Los curiosos libros llamaron su atención de nuevo, mientras los veía se preguntaba qué es lo que una mujer como Pamela podría escribir en ellos.
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