Las cenizas del pacto

1671 Palabras
Eysi flotaba en un mar de sensaciones sin nombre. Su cuerpo estaba exhausto: las muñecas le dolían, tenía marcas rojas en los muslos, y un hilo caliente le recorría el vientre. Respiraba con desesperación, como si hubiera corrido una carrera contra su propia resistencia. Nathan la miraba desde arriba, erguido, casi inmóvil. Había recobrado el control de su vestido, aunque solo llevara una bata de seda, su antifaz y su silencio. No la tocaba, no hablaba, pero su presencia formaba un muro alrededor de ellos. Era como si el aire se refractara a su alrededor, templado en su control. Como si él fuera el centro de una geometría oscura. Eysi intentó observarlo al detalle por primera vez, pero tenía los ojos vidriosos, nublados por las lágrimas que amenazaban con derramarse a cantaros. Vio el sudor reseco en su frente. El vello brillante en su pecho. El leve temblor en sus manos mientras ajustaba el nudo de su bata sin quitarle la mirada de encima. No había ternura en su expresión, pero sí un leve trazo de vulnerabilidad. Como una señal de algo sin nombre que había surgido entre el dominio y la destrucción. La habitación era un testigo en silencio. Alrededor estaban las pruebas de lo que acababa de suceder. Las cadenas colgando, las marcas de cera reciente en el cuero n***o, la pequeña mancha de sangre reseca sobre su vientre. Todo contaba una historia que no necesitaba palabras. Nathan dio un paso atrás, como si tomara distancia de un incendio que aún consumía su atención. Estuvo así un momento, observándola, a través del antifaz, apenas iluminados por la luz del pequeño cuarto de baño contiguo y los focos de las luces tenues de la habitación, preparadas para darle al espacio la sensación de intimidad propia de la tormenta que Nathan provocó entre ellos, sin excusas. Eysi bajó la mirada hacia su entrepiernas sangrante y chorreante de algo distinto a la prueba de su pureza perdida bajo el cuerpo de Nathan, luego al suelo. Pensó en su hermana, en Griselda. En los golpes que había soportado. En cada pared que la había visto llorar y retorcerse de desesperación. Se preguntó si alguien la reconocería después de esa noche. Si recuperar la dignidad sería siquiera posible. La voz de Nathan cortó sus pensamientos: —Levántate. Exigió en una orden, o más bien una amenaza. Fue una invitación que retumbó en el cuarto como una campana dolorosa. La pared donde había estado apoyada ya no estaba fría. Su cuerpo la había calentado, como testigo de lo que había ocurrido. Con pasos temblorosos, Eysi se puso de pie, apoyándose en un mueble que encontró a su lado, mientras la mirada de Nathan la taladraba. Lo miró de frente. Aquella frialdad inhumana había se acentuó más, por una necesidad mucho más grande que él. —Qui… quiero… —comenzó a hablar, pero la mirada de Nathan la frenó por unos segundos—. Yo… yo ¿Puedo volver a casa? E… Ella me debe estar esperando Al escucharla su mirada se oscureció y su cuerpo aún descubierto en esas partes más importantes adquirió una postura más imponente. Llevó sus manos a sus caderas, y abrió las piernas para pararse con más firme. —Estás donde debes estar. Lo firmaste... —le dijo frío, seco—. No creo que haya nadie —susurró Nathan, en voz baja, casi inaudible pero dejando ver la frialdad—. Y si así fuera, no importa quien lo haga. Créeme por un buen tiempo nadie te extrañará. El corazón de Eysi se encogió y sus ojos volvieron a amenazar con inundarse. —Creo que Luca te aclaró que a partir del momento en el que firmaste el contrato no eres dueña de tu tiempo… me perteneces por al menos nueve meses a partir de ahora dijo en un tono de voz que se escuchó como una sentencia. Eysi sintió el latido de su corazón multiplicarse. Aquella frase no era una oferta. Era una cadena inamovible en la que ahora estaba atrapada. Su cuerpo gritó que ella pertenecía a otra historia. Su mente lo sabía. Se apoyó en el borde de la mesa. Volvió a sentir los dedos fríos y temblorosos, y su piel ardía donde la herida todavía dolía. Nathan guardó silencio durante un instante. Luego se acercó y extrajo un pañuelo blanco de un bolsillo. Lo humedeció en agua de una jarra cercana. Se lo ofreció con delicadeza inesperada. —Esto es para ti —le dijo en un tono de voz que contrastaban con el autoritario y frío con el que se había dirigido a ella. La confundió. Eysi no lo tomó de inmediato. Había escuchado esa voz dos veces… la primera noche en su infancia, la segunda en la misma boca que la había adoptado, golpeado y amenazado una y otra vez de su deber de pagarle por haberle salvado la vida a ella y a Suky. Tomó el pañuelo. se le quedó mirando sin entender para qué era. —Limpia eso —le dijo firme, y con la mirada le señaló la sangre en su cuerpo. Nerviosa, limpió con cuidado, trató de no llorar. Nathan la miró con atención. Como si buscara en su rostro algo, solo encontró miedo, y algo dentro de él se llenó de satisfacción. Le encanta tener el control de todo, y Eysi, era la evidencia fehaciente de sumisión. La mujer perfecta para su objetivo. —Esta noche has confirmado un acuerdo mucho más profundo que palabras en un papel —dijo él—. Ahora viene la segunda parte, la más importante. Dentro de ti llevas lo más grande que jamás me ha hecho cruzar la línea… Debo asegurarme que todo termine como debe ser, y tú debes cumplir. No hay opciones, solo existe una opción. Eysi sintió que la garganta se le cerraba. No quería entender ese peso. No quería aceptar que había entregado algo más que su cuerpo. Pero lo había hecho. —No quiero estar aquí — respondió con voz temblorosa y quebrada. Él no respondió de inmediato. Su mano rozó su mandíbula, bajó por el cuello, recorrió el hombro vacilante. —Ven —murmuró, y con un gesto preciso la condujo hacia una pequeña silla junto a la mesa. Sentada, Eysi sintió el vértigo de estar a su merced, totalmente desnuda, expuesta, y la mirada de él tan cerca que podía sentir su respiración. Nathan se arrodilló frente a ella y le puso la mano contra el vientre, luego justo encima de su centro, invadió su entrepierna como si tuviera real derecho de tocar las veces que quiera sin pedir permiso. —Aquí —susurró—, llevas mi marca. Aquí, también, crecerá lo que has creado conmigo. Quiero que lo recuerdes durante estos meses. Eysi cerró los ojos, su centro palpitó al contacto, su cuerpo tembló y el mundo pareció perder sentido. Respiró hondo, tratando de robarle votos al aire de la habitación, tratando de recordar quién era. —Desde ahora debes cuidar más de él que de ti misma —adujo en un tono de voz cavernosos, amenazante—. Si no quieres conocer lo que es vivir un verdadero infierno extrema las medidas de cuidado, protéjelo de ti misma. Como quiera que Eysi era incrédula, dudaba que dentro de ella pudiera existir algo más que dolor, verguenza y decepción, su corazón se aprisionó. En su mente se formó una frase. Una frase que había acompañado cada paso de esa noche. “Nadie ve a la mujer detrás del antifaz.” Y comprendió que nada ni nadie la reconocía. Ni siquiera el hombre frente a ella, Nathan no lo hacía. La había marcado. Y no se detenía allí. Él se puso de pie y la tomó suavemente del mentón, obligándola a mirarlo. —¿Lo sientes? —preguntó—. El pulso… eso es vida. Es el principio de algo que ya es mío. Que está creciendo dentro de ti. Eysi sintió una punzada en el pecho más intensa que las espasmos del acto s****l. Allí, en ese instante, entendió que habían cruzado un umbral. Que nada podría deshacerse de lo que acababa de nacer. Ni ella, ni él. Se quedaron en silencio. Ambos sabiendo que el contrato ya no pertenecía solo al papel. No se había dado cuenta pero en cuestión de segundos, el fuego volvió a arder en él, Eysi no vio venir la avalancha erótica que lo invadió, y sin darle aviso, aunque muy en contra de él y de lo que se propuso, la empujó en contra de la pared con una violencia que ella no vio venir y la atrapó en un beso que no le dio tiempo a respirar para reponerse del impacto. La virilidad punzante de Nathan en contra de su vientre fue el aviso de esa reacción. Quería respirar, reaccionar, pero él no se lo permitió. No debía hacer sino obedecerle, paro se negaba. Al no abrir sus labios, él la mordió sin importarle el dolor. —Ábrete para mí —le ordenó en contra de su boca mientras sus manso con una ansiedad inusual viajaban por su cuerpo tembloroso, y la alzó—. aprisioname. No había terminado de darle la orden cuando la embistió sin compasión. El dolor de la herida recién ocasionada y la sorpresa de la invasión, la hicieron llorar y proferir otro grito en contra de su boca. Nathan poseído, no reparaba sino en su satisfacción, en apagar lo que comenzó a arder dentro de él de solo ver sus ojos tristes, temerosos. Verla tan reducida le excitaba y nadie más, que él recuerde, ocasionaba ese efecto en él. Estando allí no iba a perder la oportunidad de saciar ese deseo repentino, ese que no podía controlar como en otras ocasiones. Y aun así, siendo anónimos, pero con el fuego encendido y mientras él con manos hábiles buscaba una vez más la sumisión de Eysi, ninguno de los dos estaba previendo que la noche sin rostro los había sellado para siempre.
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