Cecilia tocó la puerta tres veces, y luego de haber hecho eso, le ordenaron que entrara, pero en su lugar hizo pasar a Andrew que miró hacia atrás notando que la morena se marchaba dejándole solo frente a cuatro personas, de las cuales ya conocía a una, que era la señora Thompson. Un hombre trigueño se encontraba sentado al lado de la elegante mujer, en un mullido sillón blanco, mientras que a los extremos de la hermosa sala que también funcionaba como oficina, estaban dos jóvenes, que aparentaban posiblemente unos veintitantos años, todos eran de pieles blancas perfectamente bronceadas y demasiado rubios para el gusto de Andrew, que repentinamente se sintió que lo habían echado a una jaula llena de aristocráticas fieras rapaces, las cuales en ese instante lo observaban como si él fuese u

