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Kydog Down (Kydog #2)

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Descripción

Trabajo para él.

Me acuesto con él.

Estoy enamorada de él.

Soy un desastre.

Mi vida nunca volveré a ser la misma, lo sé, y lo acepto.

Conocerlo es lo mejor que me ha pasado, así él se empeñe en asegurar lo contrario.

En el ring es un dios, sin embargo, en esta loca relación, está a la deriva... como yo.

Espero que la intensidad con la que marchan las cosas no termine por consumirnos, porque a diferencia de los fénix, nosotros no resurgimos de las cenizas.

Kydog #2

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3° ENCUENTRO - Para Siempre - 1º ROUND
—Esto tiene que ser una broma —gruñe Daniel, apretando las manos en puños sobre la mesa—. No sé en qué idioma estoy hablando, porque está claro que no me estoy dando a entender. El silencio predomina en la habitación. Su ira es conocida por no tener rival, nadie en su sano juicio se atrevería a decir una palabra en su contra cuando sus ojos destellan y su expresión corporal muestra la tensión y la fuerza que le cuesta controlarse. Ha estado muy alterado últimamente. Su comportamiento es bastante errático, y su temperamento… parece un fosforo, con el más mínimo roce se enciende. Todo desde la visita de ese hombre, el que se hace llamar señor. Hago mi mejor esfuerzo por olvidar cada segundo de lo sucedido. Hago como si ese señor ni siquiera existiera, pero Daniel… él… no lo sé, le cuesta Dios y su santa ayuda olvidar la escena que encontró en su apartamento hace ya varias semanas. En la sala de reuniones todos se han —nos hemos— quedado completamente callados. Todos mirando fijamente a Daniel sentado en la cabecera de la gran mesa de reuniones. Como su asistente, estoy sentada a su derecha, o bueno, más bien petrificada a su derecha. No sé qué hacer, ni qué decir, ni siquiera si es correcto moverme. —Señor Kydog —murmura el editor en jefe de la revista LifeK, una de las revistas de la Editorial Kydog. La voz le pertenece a Chris, un hombre alto, delgado, cabello castaño claro, gafas de moldura gruesa y traje de Armani, cuando menos. Trata de sonar firme, y de no mostrar el miedo que la tembladera de sus manos no logra ocultar—. Sabemos que rechazó el artículo cuando se lo propuso… —¡No! —exclama Daniel rotundamente, poniéndose de pie y haciéndome apretar el bolígrafo que tengo en la mano con fuerza. ¡Por favor, por favor, contrólate! Pido en mi mente, porque obvio no lo voy, ni creo poder, decir en voz alta—. Dije específicamente que no. Mi orden precisa fue que se deshicieran del artículo. —Señor —dice Chris nerviosamente—. Nos estamos basando en ese artículo para asegurar la proyección de ventas. Esta oportunidad… —¿Oportunidad? —bufa Daniel, rodeando la mesa y caminando hacia el editor que está sentado en el extremo opuesto—. ¿Me quieres decir que esa… —señala el artículo que dejó frente a su asiento—, oportunidad como tú le llamas, es lo mejor que tu equipo y tú tienen? Daniel se detiene junto a Chris, sus brazos a cada lado, su mirada fija en el hombre que estoy muy segura está por sufrir un infarto, pobre. »Estoy esperando una respuesta —demanda Daniel en el mejor tono de Señor Kydog. La manzana de Adán en la garganta de Chris muestra la dificultad que tiene para tragar. —Daniel… —murmura Chris en voz baja. —Señor Kydog —corrige este, cruzándose de brazos. Mi corazón se estrella contra el suelo. En este momento Daniel parece un tirano, ni más, ni menos. Hace unas semanas todos lo adoraban. En la cafetería se escuchaban comentarios como, “El mejor jefe del mundo”, “Nadie sabe la suerte que se tiene al trabajar para Daniel Kydog”, “Es un hombre tan simpático”, y muchos más por el estilo, ahora… es otra historia. Las últimas tres reuniones con el personal de las diferentes revistas han sido un desastre. No hay nada que le guste, nada lo convence, todo necesita cambios, y a los jefes de edición… ellos se llevan siempre la mejor parte, nótese mi tono sarcástico. Pero con Chris… con él sí que se está pasando de la raya. »Mi paciencia tiene un límite —dice Daniel, rompiendo el estridente silencio que reina en la sala de reuniones—. Y lo estás alcanzando. Dios… ¡Dios! —Señor Kydog, me gustaría ser muy honesta con usted. —La seguridad en la voz de la pelirroja sentada a tres puestos del mío, contrasta con la tensión en el ambiente—. El artículo es lo que usted y la Editorial en general necesitan. Daniel toma una profunda respiración, y sin despegar los ojos de un muy pálido Chris, demanda—: Explícate. La pelirroja asiente y por alguna extraña razón que no logro comprender, dirige su mirada hacia mí. —Para nadie aquí es un secreto que lo sucedido con Catrina… —No —corta Daniel, de nuevo, haciéndonos saltar a todos, e interrumpiendo a la pelirroja que no tengo idea como se llama, por si no lo habían notado—. Lo que pasó con Catrina no es asunto de nadie en esta sala. Ese comentario me dolió, porque ese nadie me incluía en él de principio a fin, es más, creo que la entonación con la que pronunció esa palabra gritaba a los cuatro vientos que era para que me sintiera identificada. —Pero esa es la razón… —contraataca la pelirroja, que se ve interrumpida, otra vez, cuando Daniel levanta una mano para hacerla callar, y, además, trata de intimidarla con la furia que brilla en su mirada. —Esa es la razón por la que ese artículo no verá la luz. —Daniel camina de vuelta a su silla—. La prensa de todo el país quiere volverme un villano… —Por eso… —La chica no se rinde, vaya que tiene agallas. Estoy que le hago barra, si no fuera porque Daniel es su oponente, y mi lealtad para él no flaquea, aunque se esté comportando de esta manera. —…Y están esperando precisamente esto. —No la deja continuar, sino que levanta el artículo de la discordia como si se tratara de un objeto del mal—. Todo el mundo espera que utilice una de las revistas para defenderme. No se me pasó por alto que haya dicho “una de las” en vez de “una de mis” revistas. Hace unos días me dijo que veía la Editorial como una familia, y que más que suya, era de sus empleados, porque ellos la hacían grande, la hacían lucir, destacar. Aunque al final, es él el que toma todas las decisiones sobre qué se publica y qué no. —¿Y eso está mal porque…? —pregunta la pelirroja. —Emily. Sólo un nombre, y ella levanta las cejas, sorprendida. —¿Sabe mi nombre? —pregunta casi incrédula. —Sé el nombre de cada uno de mis empleados —responde Daniel—. Por algo los contraté. Bien, eso es increíble, teniendo en cuenta la cantidad de empleados en las diferentes áreas de la Editorial, pero eso no responde a la pregunta de por qué es malo el artículo. —Eso es increíble —dice Emily, expresando mis pensamientos. Cada vez me cae mejor—. Pero sigo sin entender. Definitivamente esa chica lee la mente. Daniel suspira, cansado. —Imagina que quieres hundir a una persona, la que sea —empieza, haciendo una pausa para que tengamos tiempo de imaginar a esa persona que queremos hundir en lo más recóndito del planeta, lo cual para mí es fácil porque, aunque los valores morales que mi madre me inculcó desde pequeña me atormentan, el nombre de cierta esquelética aparece en mi mente—. Has estado diciéndole al mundo que esa persona ha hecho algo malo, y el mundo te cree —continua, su voz serenándose a medida que habla—. ¿Qué harías si esa persona le dice al mundo que lo que estás diciendo es mentira? No tiene importancia si es verdad o no, si por lo que la acusas es un hecho o una invención, únicamente importa que el mundo te crea a ti, ¿Qué harías si trata de defenderse? —¿Contraataco? —pregunta Emily en respuesta, frunciendo el ceño pensativamente—. ¿Replanteo mis argumentos? ¿Busco la debilidad en su defensa? Daniel asiente, y ahí es cuando lo entiendo. Es más que defenderse de algo que se le acusa. Si Daniel permite que ese artículo sea publicado, les dará más de qué hablar. Les dará un argumento para empezar de nuevo. Y no soy la única que lo entiende. Todos en la sala asienten, hasta Chris —que ya, gracias a Dios, ha recuperado su color— está de acuerdo. —Quiero que el artículo desaparezca. Ni siquiera en la papelera de reciclaje puede estar. —Daniel se pone nuevamente de pie—. El resto queda aprobado. —Mira a Chris—. Para mañana a las dos necesito sobre mi escritorio el boceto con el artículo de reemplazo, elige el tema que quieras. —Parece que lo va a dejar ahí, pero después hace una especie de broma, y de advertencia—: Pero que no tenga mi nombre ni siquiera en la letra pequeña. Y con eso se termina esta… digámosle curiosa reunión. Me pongo de pie y camino a su lado —en completo silencio— hacia el ascensor. Paciencia y serenidad, pido en mi mente, paciencia y serenidad.   »No dijiste ni una sola palabra —murmura Daniel cuando entramos en la oficina. Ignoro su comentario deliberadamente, dirigiéndome a mi escritorio y tomando asiento. Presiono Enter para activar la pantalla de mi computador y organizar las notas que tomé en la reunión. »Margaret —dice mi nombre con firmeza, porque sabe perfectamente lo que estoy haciendo. Se ha quedado de pie frente a mi escritorio, sus brazos cruzados, mirándome. —¿Qué quieres que diga? —pregunto, sin despegar los ojos de la pantalla, haciéndome la que esto no es conmigo. —Cualquier cosa —responde, suspirando y siguiéndome la corriente. Cualquier cosa son tantas cosas. —Cecili tiene listas las correcciones que le pediste, el libro sólo necesita tu aprobación para empezar la impresión. —Empiezo, dándole una actualización puramente laboral, y cuando trata de interrumpirme, no lo dejo, continuando sin dejar espacio a más—. El almuerzo estará aquí en cinco minutos, y Jean Paul nos espera abajo en cuarenta y cinco. Sebastian llamó para adelantar el entrenamiento —otra vez—, y dijo que... —hago memoria, porque realmente dijo tantas cosas, que tengo que rebuscar en toda la conversación—… dijo que el chico que querías, o algo así, estará disponible hoy. Las palabras de Sebastian fueron más o menos esas, y sí, suena súper raro, horroroso, pero ya saben cómo es, todo lo que dice y hace parece fuera de lugar. Daniel no dice nada, tan sólo se queda como está; brazos cruzados, mirada fija, dura e intimidante, exquisitamente intimidante debo decir, pero esa pose no funciona conmigo, a no ser que busque quitarme la ropa, porque para eso si es bien efectiva. Cuando los segundos se alargan entre nosotros, y el silencio es tanto que se puede escuchar el teclear de Marilyn afuera, habla. —Margaret. —Mi nombre, de nuevo, una advertencia. Cierro un segundo los ojos y tomo una profunda respiración. —Dime qué tengo que hacer —murmuro suavemente, abriendo los ojos y fijándolos en él, implorándole que me dé una pista sobre lo que tengo que hacer para alejar todo lo que lo agobia. Daniel luce confundido, ya sea porque no entiende el giro que le di a nuestra conversación, que sí, tengo que admitir fue muy abrupto, o porque tampoco sabe qué hacer. Me pongo de pie, rodeo mi escritorio y camino hacia él. Cara a cara, trato de proyectar tanta sinceridad como me es posible, y aquí vamos, con toda. »Dime qué tengo que hacer —repito, mi corazón subiéndole el volumen a los latidos—. Dime qué tengo que hacer para que vuelva el hombre encantador, risueño, que disfruta de su trabajo, que disfruta de la Editorial, y que se ha perdido en estas últimas semanas. —Trago, obligándome a ser fuerte—. Dímelo y te aseguro que lo haré —declaro, llena de convicción. Frunce el ceño, dejando caer los brazos a los lados, tan perdido como yo me siento. »Lo de hoy… —continuo, pero me quedo sin palabras por unos segundos—. A lo de hoy no le encuentro explicación. Cuando estamos solos tú y yo es… es como si dejara de existir el mundo. Te relajas, sonríes, eres juguetón, travieso, el hombre que conocí y del que me ena… —Me detengo en seco, y carraspeo, pero en su rostro se dibuja una tímida sonrisa, que contrasta totalmente con la incertidumbre en su mirada—. Pero —retomo el rumbo de mis pensamientos, y de mis preocupaciones—, en las reuniones, cuando estamos con alguien más, casi ni te conozco. —Y admitirlo duele, y mucho—. Chris no se merecía que lo trataras así. El artículo no era precisamente la mejor de las ideas, pero tampoco era la peor, es más, me sigue pareciendo una buena idea, así le des a la prensa más de qué hablar. —Tengo que ser sincera—. Ellos simplemente tratan de ayudar. —¿De ayudar? —bufa y medio se ríe, pero no es una risa de alegría, ni de qué chévere—. Todo el mundo se empeña en hacerme ver como un asesino. Desvío la mirada, porque se me apretuja el corazón cada que veo un noticiero donde lo señalan, o un periódico donde lo tachan de esto y lo otro. —No todo el mundo —murmuro dolida, obligándome a mirarlo de nuevo—. Yo no —le recuerdo, cosa que no debería hacer porque lo debe de tener bien claro—. Y estoy segura de que Sebastian tampoco. Ni Marilyn, ni Jean Paul, ni el personal de la Editorial. Todos aquí saben quién eres, cómo eres. Y aunque nunca me has querido hablar sobre Catrina… —Ese es un tema prácticamente tabú entre nosotros, y sin importar lo mucho que le ruegue para que me hable de ella, se cierra en banda y cambia de tema, pero no me rindo, algún día; aunque con su nadie de hace un rato medio mató… tachen eso, esa palabra no está en nuestro vocabulario; medio acabó con mis esperanzas de saber sobre ella—; por todo lo que he escuchado, sé que tenían algo especial. —Finalizo mi comentario, suponiendo con todas mis fuerzas que lo que tenían era una muy bonita amistad. Daniel asiente, suspirando. Baja la cabeza, cierra los ojos y corre las manos sobre su rostro. Cuando las deja caer, y levanta de nuevo la mirada, se ve tan cansado. El ritmo de los entrenamientos es cada vez mayor. La prensa señalándolo en cada oportunidad que se le presenta. El recuerdo de ese día al encontrarme sola en su apartamento —con ese hombre— del que no se puede despegar. La pelea a la vuelta de la esquina… Le doy gracias a Dios que la esquelética no ha vuelto a aparecer, y las odiosas notas con amenazas tampoco, pero el resto, sé que lo agotan, y lo peor es que es más que físicamente, lo están enviando a la lona mentalmente, y yo parezco una simple espectadora, viéndolo caer. —Es… —Empieza, o lo intenta por lo menos—. Te aseguro que una vez que pase la pelea, todo volverá a su lugar. —Es una afirmación, y en su mirada, a pesar del cansancio, hay tanta seguridad, que creo en sus palabras, porque más que saberlo, siento que es verdad. La pelea es lo primero en su mente, lo que más lo estresa. Una vez que pase, sólo quedará darle tiempo al tiempo y esperar que el FBI concluya la investigación y encuentren al verdadero responsable del asesinato; que como pasa con todo, la prensa pierda interés y encuentre a alguien más de quien hablar —difamar— y se olviden de Daniel; que al Señor Lebrón le dé por irse a vivir a China o al país que desee, ¿Yo que sé? ¿Holanda dónde queda? Aunque Italia iría más con su estilo, que elija, empaque y se vaya, porque se vale soñar; que la rusa esquelética recuerde que su país natal está al otro lado del océano y la nostalgia la haga volver a sus raíces, y colorín colorado, este cuento se ha acabado. El teléfono sobre mi escritorio suena, y después de sostenerle la mirada a Daniel por unos segundos, me doy la vuelta y contesto. —Dime —hablo de manera informal porque he aprendido que a ese teléfono sólo llama Marilyn, y sólo lo hace cuando no respondo los mensajes que me envía por medio de la red interna de la Editorial. —Marcus está aquí —me informa. Ah sí, el almuerzo. —Que pase —le digo—. Gracias. Hago el intento de colgar, pero alcanzo a escuchar cuando pregunta. —¿Todo bien? Me quedo en silencio un momento. Ya debe saber lo que pasó en la reunión. Marilyn también ha estado muy preocupada estas últimas semanas. Conoce a Daniel desde mucho antes que yo, y da fe de que su comportamiento ha cambiado drásticamente, y que no estoy simplemente tratando de justificarlo. —Todo bien —digo—. Hablamos en un rato. —Está bien —concuerda, entendiendo perfectamente que no es un buen momento para hablar—. Marcus va a entrar. Y colgamos. Las puertas se abren, y Marcus entra empujando un carro de repartos con nuestro almuerzo. —Señor Kydog —saluda—. Señorita Queen. —Marcus. —Trato de sonreírle, y trato es la palabra clave—. Te he dicho que es sólo Margaret. Marcus me sonríe cálidamente, llegando hasta la mesa de cristal y hierro forjado que nos sirve de comedor, la cual está situada junto a los sillones al lado derecho de la oficina. —La costumbre —responde Marcus a mi comentario, dejando los platos sobre la mesa. Daniel camina rodeando a Marcus, y se deja caer en uno de los asientos, sin pronunciar palabra. Me acerco, pero me quedo de pie viendo como Marcus ordena los cubiertos y las servilletas. Una vez que termina, le da una leve inclinación a Daniel, que lo mira fijamente, se da vuelta hacia mí, me sonríe con esa mágica sonrisa suya, y dice: »Provecho. —Gracias —contesto. Camina con el carro de repartos por delante y cierra las puertas detrás de él. »¿Te costaba mucho saludar? —pregunto, sentándome en uno de los asientos de cuero n***o al frente de Daniel. Compró la mesa hace dos semanas, ya que se ha vuelto una costumbre para nosotros almorzar aquí, en la oficina, por dos razones. Uno, gracias a la prensa es mejor permanecer en el edificio, por lo que los restaurantes están descartados, y por alguna razón más allá de mi compresión, la cafetería también. Dos, porque nos gusta comer uno frente al otro, o por lo menos a mí, y hablar de cualquier cosa mientras comemos. —¿Te costaba mucho no coquetear con él? —me pregunta a cambio. Espera… ¡¿Qué?! Mi mano queda suspendida a mitad de camino hacia los cubiertos. —¿Disculpa? —la pregunta abandona mis labios casi de inmediato, con incredulidad bordeándola de principio a fin. —Me escuchaste perfectamente —dice, atravesándome con la mirada. No, creo que no. Pienso. —No —digo aturdida, porque no me puede estar haciendo esa pregunta en serio—. Creo que no. —Pongo mi pensamiento en palabras. —Te he dicho que es sólo Margaret —repite lo que dije, tratando de imitar mi tono de voz, y fallando miserable y ridículamente en el intento—. Y sonrisa va, y sonrisa viene. —Descansa los antebrazos sobre la mesa, a cada lado del plato—. Para los hombres, si ese comportamiento viene de una mujer hermosa, se le llama coquetear. Así de sencillo. Bueno, ese hermosa me llegó, PERO… —Para tu información —replico—, para las mujeres, eso se llama ser amable. Así de sencillo. Me pongo de pie, porque se me quitó el hambre por completo. —Margaret —gruñe cuando me doy la vuelta y empiezo a caminar, pero lo ignoro y sigo a paso firme. Necesito estar sola un minuto, porque si no, voy a explotar—. ¡Margaret! —Su tono esta ocasión es más fuerte—. ¡Te estoy hablando! —¡Y yo te estoy ignorando! —exclamo, abriendo la puerta del baño y cerrándola con seguro detrás de mí. ¿Actitud de adolescente rebelde? Por supuesto que sí, pero en ocasiones, como en esta, es muy necesaria. Camino hasta el lavamanos y mojo una pequeña toalla, presionando la húmeda tela contra mi rostro en busca de calma. Respira, me digo. Se comporta así por el estrés. El pomo de la puerta vibra, pero ni siquiera me volteo mientras me miro en el espejo. Todo se está saliendo de control. En su apartamento —o en el mío— nos la pasamos genial; hemos comido varias veces con las chicas, Demmi haciéndonos suspirar con sus platos, Nat y Daniel contradiciéndose por todo y retándose a cada oportunidad que tienen, y yo riendo como una loca viéndolos pelear y haciendo de réferi, por eso de que no puedo elegir bando, así que mejor elijo ser imparcial. En la cama… ¡Dios! De sólo recordar todo lo que hemos hecho en la cama —y en una muy diversa variedad de “plataformas”— me acaloro, así que no voy a entrar en detalles, simplemente diré que la palabra que busco para describirlo empieza por GE y termina en NIAL; pero una vez salimos de mi burbuja de felicidad y entramos al mundo real, como lo dije antes, ni siquiera lo conozco. Es que, en serio, ¿Celos de Marcus? Esperen, mejor: ¿Yo coqueteando con Marcus? Nadie le va a quitar que tiene una sonrisa preciosa, que es un chico amable, simpático, agradable a la vista, pero Daniel sabe que no tengo ojos para nadie más, que ni intentándolo con todas mis fuerzas podría desviar mis pensamientos a otro hombre que no sea él, por eso me enfurece que siquiera se atreva a cuestionarme. —Margaret, abre la puerta —ordena, el pomo todavía moviéndose. Respiro profundamente, cierro los ojos y cuento hasta diez… mil. »¡Abre la maldita puerta! —exclama cuando voy por el… se me olvidó por cual número voy, así que vuelvo a empezar. Uno, dos… cuatro, cinco… siete, ocho… diez, once… trece, catorce… »¡Te juro que la voy a tumbar! ¡Que la tumbe! Veinticinco, veintiséis, veintisiete… Todo queda en silencio cuando no le contesto, y minutos después dice: »Hermosa… —Su tono baja considerablemente al pronunciar esa palabra, y el pomo de la puerta se queda inmóvil. Y así de simple puede conmigo. Ay, es que a veces lo odio, y después recuerdo que el estrés lo hace actuar así, y se me pasa. Soy débil, lo sé, pero es que él… ay Dios, su voz cuando me dice hermosa, la suavidad con la que esa simple palabra abandona sus labios, la afinidad con la que la acaricia, el profundo sentimiento que se impregna en su voz... Suspiro, dándome la vuelta y quitándole el seguro a la puerta. Cuando tiro de ella para abrirla, Daniel se desequilibra un poco, ya que tenía la frente apoyada contra la madera. Nos quedamos mirándonos el uno al otro hasta que él da un paso al frente y me envuelve entre sus brazos. Dios… »Lo lamento —murmura contra mi sien, donde presiona sus labios. —¿Por qué? —pregunto, abrazándolo con fuerza, apretándolo tanto como puedo a mí. —Por no poder soportar que te alejes un segundo de mí —dice, inclinando la cabeza y bajando sus labios hasta mi cuello. Empieza a besarme, aunque lo que realmente quiere hacer es dejarme un pequeño círculo rojo en la piel, cosa que le encanta hacer, marcarme con sus endemoniados labios. Siempre supe que los sueños eran premoniciones, y ese que tuve hace un tiempo se hace, más o menos, realidad, solo falta el sofá. —Daniel… —susurro para que se detenga, aunque contradigo mis palabras con mis propias acciones, ya que inclino la cabeza a un lado dándole un mejor acceso. Cierro los ojos con fuerza, disfrutando de la sensación.  —¿Hummm? —murmura, ajustando sus brazos en mi cintura y empujándome hacia atrás. —Deten… —No termino la palabra, porque su lengua, lamiendo la marca que segurísima ya tengo en el cuello, me hace gemir. ¡Auxilio! Daniel y sus tácticas de distracción son una combinación peligrosa. Cuando se siente satisfecho con su trabajo, levanta la cabeza y apoya la frente contra la mía. Mi respiración por mucho más agitada que la suya, y el agarre de mis manos en su saco temblando por el esfuerzo que estoy haciendo para no rogarle que lleve lo de mi cuello a otro nivel. —No vuelvas a coquetear con nadie —me pide suavemente. ¡Por Dios! ¿Todavía con eso? —No estaba coqueteando con él —respondo, abriendo los ojos—. Sólo estaba siendo amable. Entiéndelo —murmuro, dandole a mi voz determinación—, únicamente tengo ojos para mi jefe —exquisito. Sus labios tiran de una sonrisa ladeada. Se endereza, dejándome apoyada contra el lavamanos, al cual me arrinconó hace un minuto. Retira su mano derecha de mi cintura y la acerca a mi rostro, acariciando con su pulgar mi labio inferior, el cual mira con deleite. —Cuando una mujer hermosa, como tú, le sonríe a un hombre —dice, sus ojos fijos en el movimiento de su pulgar sobre mi labio—, siempre parecerá que está coqueteando. ¿Una mujer hermosa, como yo? ¿Así o más divino? —Parecerá que estoy siendo amable —lo contradigo. —Entonces no seas amable —dice, sus ojos yendo a los míos, inmovilizándome—. Sólo conmigo. Suspiro. —Estas siendo irracional. —Y se lo digo con la mayor sinceridad. Niega con la cabeza. —No me importa. Promételo. —Daniel… —pido en voz baja. —Promételo —repite con más firmeza. Dios. ¿Quién puede con don obstinación? —No puedo prometerte no sonreír —digo—, es un don natural en mí —bromeo—. Pero —Y este “pero” me cuesta esta vida y la otra—, puedo ser más seria con él. —Con todos los hombres —replica. ¡Ay Dios! —Con todos los hombres —murmuro entre dientes, controlando la rabia que quiere echar raíces dentro de mí, porque él me lleva al límite. Su radiante sonrisa es una gran recompensa, ya que llena su rostro de vida, su mirada de un travieso brillo, y promete tantas cosas, cosas buenas. Seguiré echándole la culpa al estrés de su absurdo comportamiento, porque sé que una vez que pase la pelea, y el resto se ponga todo en su lugar, volverá a pensar con claridad. Estoy segura. 

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