Mattewn no me había tocado. Sabía de sobra que no era una cuestión de si lo excitaba o no. Más bien, él quería esperar a que seamos marido y mujer. Eso sí, se encargaba de deleitarme con aquellos labios que tanto amaba.
Porque si de algo estaba clara era de lo que sentía por ese chico. Sabía que lo nuestro era un convenio de intereses. Pero él había hecho que entre nosotros crezca algo más que, el típico cariño entre hermanos, puesto que habíamos crecido casi juntos. Pero, no. No lo veía como un hermano. Era el hombre con el que iba a casarme. Y el que me iba a tener entre sus brazos, mientras me follaba duro.
Y no, tampoco lo veía como un juguete s****l, porque es Matt, es único y no lo encontrarás nunca en ninguna s*x shop. Amaba a Mattewn Harmont como sabía que él me amaba a mí. Me lo demostraba en cada ocasión que podía. Y yo lo sabía. Tenía a Mattewn comiendo de la palma de mi mano. Era, al igual que con mi padre, su niña consentida. La cual solo tenía que abrir la boca. Y ya lo tenía frente a mí. Haciendo lo que yo quería.
Terminé la escuela cuando recién tenía los 17 años. Por ende, mi madre y la madre de Matt se habían encargado de "prepararme" para ser una buena esposa. Y, no. No lo hacían con la intención de hacerme sumisa, más bien. Se habían encargado de mostrarme cómo ser según mi madre "un maldita perra". Tanto con las chicas que intenten algo con mi futuro esposo, sino con aquellos que quisiesen entrar la nariz donde no deben.
Por ende, al entra a la universidad donde mi amado novio/prometido estudiaba también y que, como casi todos los lugares a los que iba, pertenecía a la familia Harmont. Su padre era el subdirector y su madre la rectora.
También había decidido trabajar en una de la empresas familiares. Para familiarizarme con mi futuro.
Mágicamente, luego de entrar al recinto como becaria — había exigido a mis padres que no se supiese quién era, así estaba entre los empleados escuchando, cosas que podrían ayudarme en un futuro—. Mattewn había solicitado el puesto como director de la empresa, y mi padre encantado de su querido yerno, le cedió el puesto orgulloso.
Yo solo..., intenté no matarlo, y ambos compartíamos, no solo lugar de estudio sino lugar de trabajo. No resultaba desagradable, pero si manteníamos distancias. Y, eramos prudentes con nuestros encuentros.
Agradecía, sobre todo, que nadie sabía quién era en el recinto. Eso me había ayudado a escuchar cuan ardiente estaba mi futuro esposo, desde la percepción de otras. Y lo dichosa que sería su futura esposa. Puesto que, lo que en realidad no era secreto era que el chico no estaba soltero. Y que — como muchas decían —, una maldita mujer rica se había quedado — como la mayor parte del tiempo — con el pez gordo.
Sí, perras ese chico es mío.