Desde donde estaba, podía ver las luces de neón parpadeando en el interior, manos agitándose al ritmo de la música que se filtraba desde adentro. Era viernes por la noche, y preferiría estar muerta antes que dejarme ver con una blusa blanca y una falda negra en un club un viernes por la noche, pero ahora mismo eso me importaba poco. Lo único que necesitaba era ahogarme en alcohol y quedarme dormida tan pronto como mi cabeza tocara la almohada al regresar a casa. Como lo esperaba, miradas de asco me siguieron mientras me abría paso entre la multitud y llegaba a la barra delantera. Tomé un taburete y llamé al camarero. —Hola, señorita —dijo el barman con una sonrisa—. ¿Qué desea tomar? —Un Martini, por favor —respondí, dejando mi bolso en el asiento de al lado—. Dos Martinis. Ni siquier

