Capítulo 1-2

2036 Palabras
—No deberías estar aquí, mujer. —La profunda vibración de su voz recorrió mi piel como el sonido de un bajo a través de un parlante, mis pezones inmediatamente se pusieron tan duros como la piedra. Como decían en la Tierra, esas palabras eran un desafío. Ahora que estaba fuera de la Coalición, nadie me diría qué hacer. —Puedo cuidar de mí misma —le respondí con un chasquido, mirándolo. Cielos, follándolo mentalmente. Me tomé mi tiempo, observando cada perfecto centímetro. Esos labios. Tan grandes. Tan firmes. Su mirada desaprobatoria me animó a desafiarlo más. No veía colmillos; sin embargo, había oído que solo aparecían cuando estos híbridos de Rogue 5 tomaban una compañera. Ya que definitivamente no era su compañera, pues no le pertenecía a nadie, significaba que no tendría esa experiencia, lo cual estaba bien para mí. Me apetecía el sexo algo salvaje, pero ¿colmillos y mordidas? Me estudió en silencio y yo le devolví la mirada, negándome a apartarla. La confrontación humedeció mi sexo por el calor. —Eh, ¿teniente? ¿Está todo bien? Uno de los humanos de la unidad de ReCon cercana me llamó y fruncí el ceño. Maldita sea. Me habían dado de baja de forma honorable de la Flota de la Coalición, pero mis implantes neuronales seguían activos y otros soldados podían escanearlos si usaban sus uniformes de la Flota, llenos de tecnología. Esa tecnología en los trajes más nuevos escaneaba constantemente aliados y enemigos, captando frecuencias de la Colmena sin importar cuán sutiles fueran. Cuando el Prime Nial de Prillon Prime, el líder de toda la Coalición de Planetas y el gran jefe a cargo de toda la milicia, dijo que los veteranos contaminados con tecnología de la Colmena podían irse a casa, bueno, pensar en quién sería peligroso y quién no había pasado a ser una gran prioridad para la Central de Inteligencia de la Coalición. Nadie quería que un guerrero, soldado o señor de la guerra con implantes fuera interceptado por las señales de la Colmena y se desatase una matanza. Así que los nuevos uniformes tenían escáneres, y todos los miembros en servicio tenían transmisores incrustados en su piel, los cuales podían ser leídos por esos uniformes. Lo cual significaba malas noticias para mí, por ahora. Una vez que se era un teniente, siempre lo sería, incluso aunque no usara el uniforme. Antes de poder responder, el alien gigante que estaba enfrente de mí gruñó y el sonido fue una sutil advertencia para cualquiera que pudiese pensar en interferir. El equipo de ReCon se levantó como uno solo, con sus manos puestas sobre sus armas, listos para atacar a un alien de Rogue 5 por mí, lo que significaba que morirían. Valientes pero estúpidos. Sin duda el whisky había nublado sus mentes más allá de los niveles normales. Me levanté y le di la espalda al alien, un riesgo calculado que me dio escalofríos e hizo que todo mi cuerpo quisiera sollozar de placer. Quizá él rodearía mi cuello con una mano para acercarme. Quizá me abriría las piernas y me daría por detrás mientras todos miraban. En algún momento de estos últimos años mis fantasías se habían vuelto más oscuras y desesperadas. Un tabú para la Tierra. Demasiado salvajes. Apartando esos pensamientos, alcé las palmas hacia la mesa de honorables soldados que solo trataban de proteger a uno de los suyos. No era su culpa. —Descansad, soldados. Estoy bien. No rompáis las reglas de la CI por mí. El hombre que había hablado inclinó la cabeza y, mirando por encima de mi hombro, midió al gigante de Rogue 5. —¿Está segura, teniente? No me molesté en decirle que no me llamara así. No me escucharía. —Estoy segura. Gracias. Disfrute su tiempo libre. —Alcé el pulgar por encima de mi hombro y sonreí como si estuviese compartiendo un secreto—. Es un amigo. Eso provocó las risas del grupo y unos ojos abiertos llenos de envidia de parte de la única mujer entre ellos. —Vaya. Así se hace, chica. —Me devolvió la sonrisa y alzó el vaso en modo de saludo, a la vez que una mano enorme vino a descansar sobre la curva de mi cadera. Su mano. Su mano cálida, pesada, y más grande de lo que había imaginado. Dios, sí. Le sonreí de vuelta y envolví mi mano tanto como pude en la muñeca del gran hombre detrás de mí, y ciegamente lo llevé hasta la puerta más cercana. La abrí, arrastrándolo conmigo, —estaba muy consciente de que él me permitía hacerlo— y la cerré con fuerza detrás de mí para activar la cerradura. Afortunadamente, estábamos en un cuarto de juegos lleno de una decena de mesas vacías, sillas y la versión espacial del billar. Cuando me giré de nuevo, me encontré con él sonriéndome; su m*****o era evidente pues formaba un enorme bulto bajo su uniforme. Había estado en lo correcto. Lo tenía proporcionadamente a su tamaño. —¿Estás seguro de que no me quieres en la estación Zenith? Sería muy, muy difícil... —Bajé la mirada hasta la dura polla con la que quería que él pensara—... para ti follarme si me voy. Y será imposible que lo hagas con los pantalones puestos. Apoyé la espalda contra la puerta para impedir cualquier clase de huida. Una ceja oscura se alzó, pero él no dijo nada. No se iría. Ah, era lo suficientemente grande para levantarme y apartarme fácilmente, pero no lo haría. No con su pene marcándose, grueso y evidente, bajo la tela negra, y poniéndose más grande mientras más me miraba. ¿Cómo había caminado por la cantina con eso? ¿Cómo no estaba reventando las costuras? Me mojé los labios, dándome cuenta de que todo eso era para mí. Era por mí. Mis ansiosos deseos no eran tan evidentes, pero si fuese un cazador everiano que pudiera oler la excitación de una mujer, habría sabido que mi sexo estaba caliente, húmedo y preparado para él. Sin duda podía ver lo duros que estaban mis pezones. Los sujetadores espaciales no eran para nada como las piezas de satén y encaje de Victoria’s Secret que solía usar en la Tierra. Pero después de cuatro años con la Flota de la Coalición y los últimos seis meses como cazarrecompensas recorriendo las zonas periféricas del espacio controladas por renegados, me di cuenta de que a un chico espacial, es decir, a un alien, no le importaba una mierda la lencería. Ni el peso. Ni el tamaño. Ni la talla de sujetador. Ni los tacones altos. Ni el maquillaje. Ni el peinado o el nombre de la marca de carteras que cargara una mujer. Ninguna de las cosas por las que me había preocupado al crecer. Fuese de la Coalición o no, a estos hombres alienígenas les apetecía una mujer deseosa. Desnuda. Húmeda. Preparada. Y si ella no era ninguna de esas cosas y él la quería, haría que lo fuera. Este hombre pronto sabría que no necesitaba nada de ayuda en esa área. Excepto quizá por la parte de desnudarme. Ya estaba mojada, dispuesta y lista. No me preocupaba por el juego previo, tampoco me importaba saber su nombre. Nada de eso era necesario. Cielos, solo ver al hermoso espécimen que era este desconocido era todo el calentamiento que necesitaba. Porque, vaya… Quería sexo caliente y salvaje sin compromisos. Lo quería. Ahora. —Y sería imposible que yo lamiera ese coño si tú usas los tuyos. —El profundo tono de voz se sintió como un desafío en la cantina. Las palabras que decía en este momento eran una sentencia de calentamiento, pero la promesa que vi en su mirada y la idea de lo que planeaba hacerme ayudaron a que un quejido se escapara de mis labios. Él lo escuchó y un extremo de su boca se levantó. Maldita sea, era demasiado bello para ser real. Pero estaba aquí, vivo, respirando, follándome con la mirada. Fuese real o no, quería que me lamiese allá abajo. Dios, sí. Vaya calentura. No me daba vergüenza. Estaba soltera, sola en el espacio. Quería algo de polla y la iba a conseguir. La cena que había tenido antes llenaba mi cuerpo. Había deseado la comida, y me sació. Ahora lo deseaba a él, y quería que él llenara mi cuerpo. Me saciaría, también. Pero de una manera completamente distinta. —Sigues vestido —dije. Su mirada se ensombreció y su voz se volvió un gruñido. Otro desafío que hizo temblar mis piernas. —Tú también. Para ser dos personas que querían sexo, no estábamos yendo muy lejos. Estábamos en un callejón sin salida de ropa. Estábamos posicionándonos, probando nuestro poder, quién dominaría a quién. Hasta ese punto, estábamos igualados. Me gustaba esto. Muchísimo. Pero sabía que él se contenía; podía girarme y ponerme contra la puerta en cualquier momento. Sabía que quería que él me tomara, que me volviera loca, que no me diera otra opción que ceder y rendirme al placer. Pero yo nunca lo iba a admitir, no a un alien mandón y dominante como él, porque si lo hacía, entonces querría adueñarse de mí. Así que le daría luz verde; haría que su polla estuviese dentro de mí y esperaría ansiosa a que fuera tan salvaje como se veía. Nuestras manos alcanzaron nuestras ropas al mismo tiempo. Era como si ambos hubiéramos llegado al punto de inflexión de la ansiedad y no quisiéramos fingir por un momento más. Mientras bloqueaba el mundo, mi misión, mi pasado, todo excepto este momento, este pequeño momento en el tiempo, me concentré en él hasta que fue lo único que pude ver. Todo lo que quería. Y aún no habíamos llegado a lo bueno. Mi camisa salió volando. Su bota rebotó en la pared adonde la había pateado. Sus pantalones cayeron. Ambos quedamos desnudos en cuestión de segundos; todo lo que habíamos estado vistiendo era como un mercadillo a nuestro alrededor. Solo había una puerta cerrada entre nosotros y la concurrida cantina. Saberlo, la adrenalina de que alguien podría descubrirnos, solo hacía que fuera más excitante. El aire se sentía fresco sobre mi piel caliente y cuando su mirada bajó para recorrer mi cuerpo, observando cada centímetro, me estremecí. No era perfecta. Tenía cada duda femenina que la cultura terrícola había creado en la mujer. No era una supermodelo, no lo fui antes del accidente y definitivamente tampoco después. Tenía una cicatriz que recorría mi cuello y la mitad de mi espalda. Una gran cicatriz, gigante, junto a decenas de pequeñas heridas de guerra que me había ganado por las malas. Una cápsula ReGen podía sanar bastante, pero no después de tardar mucho tiempo en meterse en una. No después de que el cuerpo había empezado a sanarse a sí mismo. Incluso después de diez horas en una cápsula, mis cicatrices seguían allí, y esperaba que él notara las visibles marcas en mis piernas, abdomen y hombros; esperaba alguna clase de reacción. Claro que me miraba, pero sus ojos destellaban a través de las marcas como si no estuvieran ahí. En su lugar se concentró en todas las partes correctas y de una forma muy satisfecha. Para él yo era lo suficientemente alta, pero mis pechos eran muy grandes, mis caderas muy anchas. Mi culo… bueno, mi culo era glorioso. Era mi orgullo. Por la manera en que se lamía los labios parecía que le apetecían muchas más cosas que solo mi culo. ¿Y él? Cielos. Era como el David de Miguel Ángel combinado con un colosal y macizo alien. Con músculos como ladrillos. Y hombros tan grandes como Texas. Cintura estrecha. Caderas delgadas. Esa cosa en forma de V que me hacía babear. Y entre esa V… las estrellas porno se arrodillarían ante su falo. El tamaño no era tan grande como para asustarme, porque, ¿quién querría hacerlo con una tubería de plomo? Pero era inmenso. Tan grande que me abriría y quizá me dolería un poco. Mi sexo se apretó con ansias al ver esta obra maestra ante mí. Era lo suficientemente grueso para abrirme, rozar cada punto caliente que tenía y probablemente descubrir algunos que no sabía que tenía. Era largo, pero no lo suficiente para romperme. Apenas podría tenerlo todo adentro. Me cautivaba la idea. Bastante. —Te quiero dentro de mí ahora —dije. Sacudió la cabeza acercándose lentamente; su m*****o se meneaba, duro y erecto, frente a él. Me apuntaba con él, como si supiese que sería su siguiente conquista. —No. ¿No? Diablos, sí. Me estremecí. Su negativa hizo que una descarga de electricidad recorriera mi piel.
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