1.Marcada por el infierno
Elena ajustó la capucha de su sudadera y apresuró el paso por los callejones húmedos de Brooklyn. Su turno en el restaurante había terminado tarde, y la ciudad, a esa hora, se sentía más peligrosa de lo habitual. Sabía que no debía cortar camino por esas calles, pero si quería llegar antes de que su hermano, Luca, se despertara asustado, no tenía otra opción.
El sonido de un motor rugiendo la hizo detenerse en seco. Desde la sombra de un contenedor de basura, vio cómo un auto n***o de lujo se detenía al final del callejón. Dos hombres salieron y arrastraron a un tercero, con las manos atadas y la boca cubierta con cinta adhesiva.
Elena contuvo la respiración.
—Por favor… No… —suplicó el hombre arrodillado.
Otro hombre, alto y vestido con un abrigo n***o, salió del coche. Caminó con calma, como si lo que estaba a punto de hacer no le quitara el sueño. Dante DeLuca. Elena no lo conocía en persona, pero su nombre era un susurro de terror en la ciudad. Hijo del padrino, heredero del imperio DeLuca.
Dante sacó una pistola y la apoyó en la frente del hombre.
—Las traiciones se pagan con sangre —su voz era baja, pero firme.
El disparo retumbó en la oscuridad. Elena se cubrió la boca para no gritar. Sus piernas temblaron y sintió náuseas, pero no podía moverse. Si la descubrían, estaba muerta.
—Desháganse del cuerpo —ordenó Dante mientras limpiaba la pistola con calma.
Uno de los hombres se movió hacia el contenedor donde Elena estaba escondida. Su corazón latía con fuerza en los oídos. Un paso más y la verían. Su mente gritaba que corriera, pero sus piernas estaban pegadas al suelo.
—¡Eh! —otro de los hombres llamó la atención del matón—. Vamos, apúrate.
Elena no respiró hasta que los vio alejarse. Cuando el auto arrancó, se dejó caer contra la pared. Estaba viva… por ahora.
Pero había visto demasiado. Y los DeLuca no dejaban cabos sueltos .
Elena apenas sintió cómo sus piernas la llevaban de vuelta a su apartamento. Cada rincón del callejón le parecía más oscuro, cada sombra más amenazante. Su corazón aún retumbaba en sus oídos cuando cerró la puerta detrás de ella, asegurándola con todas las cerraduras. Se apoyó contra la madera, su respiración entrecortada, mientras intentaba asimilar lo que había visto.
Un asesinato. A sangre fría.
Y ahora, ¿qué?
Se obligó a moverse. Cruzó el diminuto departamento de una sola habitación y se asomó al cuarto donde su hermano dormía profundamente. Luca solo tenía diez años y dependía de ella. Su madre había muerto años atrás y su padre los había abandonado antes de que él naciera. Elena había hecho de todo para mantenerlo a salvo, para que nunca tuviera que conocer el verdadero rostro de la ciudad.
Pero ahora, ella estaba en la mira del infierno.
Se llevó las manos a la cabeza y respiró hondo. Nadie la había visto. Si guardaba silencio, si hacía como si nada hubiera pasado, tal vez se salvaría.
Pero entonces, sonó el golpe en la puerta.
Fuerte. Impaciente.
Elena sintió cómo la sangre se le helaba.
No te precipites, se dijo a sí misma. Puede ser la señora Rosetti, la vecina, o alguien del edificio.
Se acercó con pasos silenciosos y miró por la mirilla.
Dos hombres de trajes oscuros estaban parados al otro lado.
Elena dio un paso atrás, su corazón golpeando contra su pecho.
Los DeLuca.
No podía quedarse ahí. Si la atrapaban, jamás la dejarían escapar. Miró a su hermano. No podía arriesgarse a que él estuviera ahí cuando la encontraran.
Se movió con rapidez, tomó una mochila con algo de ropa y dinero —poca cosa, pero lo suficiente para desaparecer—, y despertó a Luca con cuidado.
—Luca, cariño, tienes que despertarte —susurró, sacudiéndolo con suavidad.
Él gruñó, frotándose los ojos. —¿Qué pasa?
—Tenemos que irnos, ahora.
Luca parpadeó, pero al ver la seriedad en su rostro, se sentó de inmediato.
Los golpes en la puerta volvieron, esta vez más fuertes.
—Abre la puerta, sabemos que estás ahí —una voz firme y grave resonó en el pequeño departamento.
Elena tragó saliva. No había tiempo.
Tomó la mano de Luca y se dirigió hacia la ventana. Vivían en un tercer piso, pero conocía la salida de emergencia. Abrió la ventana con cuidado y lo ayudó a salir primero.
—Baja rápido, pero con cuidado —susurró.
Luca asintió y comenzó a descender. Justo cuando Elena iba a seguirlo, escuchó un ruido fuerte: la puerta cediendo bajo la fuerza de los hombres.
Sin pensarlo, se lanzó tras su hermano, bajando la escalera metálica de emergencia tan rápido como pudo.
—¡Ahí está! —gritó uno de los hombres.
Elena apenas vio el destello metálico de un arma antes de que un disparo rompiera la noche.
Corrió.
Sujetó la mano de Luca con fuerza y lo arrastró consigo entre las calles, zigzagueando por los callejones que conocía bien. Su corazón latía tan fuerte que temía que pudiera delatarlos.
Solo se detuvo cuando estuvo segura de que no los seguían. Se refugiaron en la parte trasera de un viejo edificio, donde se agachó para ver a su hermano.
—¿Estás bien? —preguntó con desesperación.
Luca, con los ojos enormes por el miedo, asintió.
—¿Quiénes eran esos tipos?
Elena tragó saliva. No podía decirle la verdad.
—Solo… gente peligrosa.
Él no preguntó más. Lo conocía lo suficiente para saber que confiaba en ella.
Pero ella no confiaba en nadie.
Ni siquiera en su suerte.
Porque sabía que los DeLuca no se daban por vencidos.
Y tenía razón.
Porque al día siguiente, Dante DeLuca la encontró.
El sol apenas se había asomado cuando Elena se despertó sobresaltada en el pequeño cuarto que había alquilado con el poco dinero que tenía. Luca seguía dormido en el colchón junto a ella.
Se pasó una mano por la cara, tratando de calmarse.
No sirvió de nada.
Porque cuando levantó la vista, él estaba ahí.
Dante DeLuca.
Sentado en la única silla del cuarto, con una calma aterradora.
Su traje impecable contrastaba con la pobreza del lugar. Sus ojos oscuros la observaban con la paciencia de un depredador que ya había atrapado a su presa.
Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Corre —pensó en decirle a Luca, pero su cuerpo estaba congelado.
Dante se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas.
—No eres muy buena huyendo —dijo con voz tranquila.
Elena tragó saliva.
—No sé de qué hablas.
Una sonrisa apareció en el rostro del mafioso.
—No juegues conmigo, Elena. Sé lo que viste.
Ella sintió que el mundo se le desmoronaba.
—No diré nada —soltó rápidamente—. No sé nada. No vi nada.
Dante inclinó la cabeza, analizándola.
—Eso lo decidiré yo.
Elena sintió que el aire le faltaba.
—¿Qué quieres?
El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier amenaza.
—A ti.
Elena sintió que su piel se erizaba.
Dante sonrió de lado, viendo su reacción.
—Ahora trabajas para mí.
Elena sintió que la habitación se encogía a su alrededor.
Acababa de vender su alma al diablo.