Hoy desde temprano quise comenzar con mis responsabilidades, quería avanzar con la limpieza y quitar la mala hierba que había en el jardín.
Tenía que limpiar varias habitaciones, aunque como había avanzado con la mitad ayer, hoy sólo me quedaban las restantes.
No debo limpiar demasiado, como las habitaciones no se usan, es cosa de simplemente quitarle el polvo y barrer en caso de que alguna pelusa haya entrado por la ventana que abro todos los días para orear las habitaciones.
A eso del mediodía, tenía todo limpio y resplandeciente. Sólo me faltaba el jardín, aunque antes planeaba cocinar mi almuerzo.
–Señor, el príncipe lo está esperando en el jardín– me informó Pablo, uno de mis guardias.
–¿El príncipe? –pregunté con sorpresa, no esperaba su regreso tan pronto.
Cómo quizás algún día nos casemos, debo lucir bien, de hecho, me preocupe con respecto a mi imagen, salí prácticamente corriendo a mi habitación para ponerme la corona y acomodar mi cabello.
Se supone que siempre debo estar con ella, sin embargo, prefiero dejarla de lado cuando hago la limpieza.
–No pensé que regresaría tan pronto– dije una vez me acerqué al jardín.
–Sólo estoy de paso– me aclaró con una sonrisa– le he traído un obsequio– añadió ofreciéndome una caja pequeña cuidadosamente envuelta con una cinta de color roja.
Como quería ver qué era, la abrí bajo su autorización en aquel instante, quedándome sin palabras al ver un hermoso collar de diamantes con forma de rombo.
Había varios diamantes, aunque el más grande era acompañado de otros más pequeños que formaban casi una cadeneta.
–Esto es...– dije sin palabras, era hermoso– no puedo aceptarlo.
–¿Por qué? ¿No le gusta? –preguntó preocupado.
–Es hermoso, pero no puedo aceptarlo, debe ser muy costoso– le dije un poco agobiado de estropearlo.
El príncipe rio levemente observando el collar como si fuese un simple obsequio, de hecho, lo tomó entre sus manos y lo acercó a mi cuello, donde lo puso con total tranquilidad, mientras que yo, sentía mi cuerpo tenso.
–Se le ve precioso– me aseguró– casi hecho a su medida.
–G-Gracias– dije avergonzado por aquel obsequio.
–No se sienta nervioso, no se lo he dado con fines románticos, simplemente pensé que le quedaría bien– me aclaró con una amable sonrisa– por ahora, sé que no está preparado para tener un nuevo esposo, pero podemos partir siendo amigos.
–Eso suena bien– comenté con timidez, aunque me sentía un poco avergonzado– ¿se quedará a comer?
–Ya debo irme, pero espero ser invitado en otro momento.
–Por supuesto ¿qué le parece venir el viernes a cenar? –le propuse e inmediatamente sonrió.
–Me encantaría.
–¿Alguna cena en particular que desee? –pregunté.
–Sorpréndame, seguramente cualquiera cosa que prepare usted estará delicioso– dijo con una sonrisa que se contagió en mis labios– hasta pronto.
–Nos vemos– me despedí.
Una extraña sensación de felicidad envolvía mi cuerpo al ver como se marchaba. Él dijo que podemos ser amigos y eso me hace muy feliz, de hecho, levantó mis ánimos y quería organizar todo para este viernes.
Tendría que repasar el libro de cocina para ver si había algo con lo que sorprenderlo. Quería llevarme bien con él, además él me ha dado un obsequio y de algún modo debo agradecérselo.
El resto del día, continuó marchando igual de bien que como empezó, de hecho, a eso de las seis comencé con el cuidado del jardín, donde mis guardias me ayudaban a mover algunas cosas.
Ensuciar mi vestimenta no es algo que me preocupa, así quitaba la mala hierba y plantaba una nueva adquisición que hace poco había comprado.
Me gusta cantar mientras cuido de las plantas, es algo que me relaja y siento que las ayuda a saber que estarán en buenas manos. Los guardias ya me han escuchado cantar antes, es un sitio tranquilo y apartado, por ende, no me preocupa ser escuchado por otros.
Cuándo vi la sombra de Hernán, mi segundo guardia, sabía que seguramente estaba cansado.
–Hernán, deja las piedrecitas allí y ve a descansar– le dije mientras aplastaba la tierra.
–¿Quién es Hernán?
Yo por supuesto que rápidamente me giré y me puse de pie, viendo como el rey estaba en esta zona ¡él nunca viene! Jamás pensé que sería capaz de hacerlo...
–S-Su majestad...– dije con nerviosismo. Mi vestuario estaba sucio y mis manos estaban en peores condiciones que mi atuendo– ¿q-que hace aquí...?
–¿No deberías dejar esa labor en manos del jardinero? –me preguntó, evitando responder mi pregunta.
–El jardinero no viene a esta zona– respondí manteniendo la cabeza agachada.
–¿Qué? ¿Y quién ha arreglado todo este lugar? –preguntó sorprendido.
–Yo, su majestad...– dije sonriendo levemente.
–Wow...– soltó mirando a su alrededor.
–I-Iré a cambiarme...– le avisé queriendo ir hasta mi habitación.
–¿Y ese collar? –preguntó acercándose hasta conseguir tomarlo entre sus dedos– parece costoso...
–Me lo obsequió el príncipe– respondí rápidamente, para que no creyera que había malgastado el dinero de este modo.
–¿El príncipe? –repitió con sorpresa– ag... lo había olvidado.
–Ya regreso...– dije queriendo marcharme.
–Te acompaño.
–Pero...– dije sintiendo mis mejillas calientes.
–Te sigo– dijo abriéndome paso para que lo dirigiera a mi habitación.
No creía que esa sería una buena idea, pero igualmente obedecí y lo dirigí hasta mi habitación. A comparación de la suya, es mucho más pequeña y fría, sabía que no sería de su agrado, aunque igualmente le abrí la puerta.
–¿Por qué te quedas aquí? –preguntó con rechazo– parece la habitación de un sirviente.
–Su madre me ha ordenado quedarme aquí...– respondí aproximadamente al baño, queriendo lavarme las manos.
–Arriba hay una matrimonial, toma esa, es una con puertas dobles– me ordenó mientras sentía que se paseaba por mi habitación.
La habitación que me nombraba, era gigante, de hecho, es la más grande de todas, casi como si fuera destinada para un rey.
Se asemeja a la suya, además tiene una chimenea que seguramente me entregará calor durante las noches de invierno.
No sé por qué está haciendo esto, pero sin duda agradezco este gesto y no puedo evitar emocionarme por la idea.
Seguramente la cama es cómoda, nunca he querido subirme para comprobarlo, aunque da esa percepción. Por otro lado, el baño de esa habitación es gigantesco, tiene una ducha tradicional y una gran tina justo al centro. Es un baño muy bonito, aunque para alguien como yo, es demasiado grande.
Cómo no deseaba hacer esperar al rey, me apresuré en cambiarme de vestimenta, planeaba quedarme con el collar que el príncipe me regaló, sentía que combinaba con mi atuendo, sin embargo, cuando el rey me vio dijo "quitátelo" y obviamente obedecí.
Luego salimos de la habitación y caminábamos a un paso lento de regreso al jardín, aunque Hernán nos interrumpió tras traer una máquina de costuras que su madre me obsequió.
–Señor, ¿dónde la dejo? –me preguntó un poco cansado.
–Aún no he designado un lugar, por ahora déjala en mi habitación para que no estorbe en los pasillos– le pedí.
–Sí, señor– dijo marchándose rápidamente.
–¿Por qué necesitas una de esas máquinas? –preguntó el rey.
–Para coser más rápido– respondí.
–¿El qué? ¿No es trabajo de un sastre el coser tu atuendo en caso de algún desperfecto? –preguntó confundido.
–El sastre no viene hasta aquí– respondí inocentemente, aunque mis palabras hicieron que detuviera sus pasos.
–¿Haces tu propia ropa? –preguntó sorprendido.
–Sí– respondí mirándolo a los ojos, sin comprender el problema.
–Repasemos– dijo casi en shock– haces tu propia ropa, tienes una habitación de sirviente, atiendes el jardín por la falta de jardinero y... ¿Tienes sirvientes?
–No...– respondí confundido, no entendía por qué parecía cada vez más enfadado– solo los dos guardias.
–¿Cocineros?
–Tampoco...
–No tienes nada– dijo perplejo.
Yo no sabía qué responder, no sabía si era algo bueno o malo, aunque me sentía regañado y no sabía exactamente por qué.
–Lo siento...– dije por inercia, bajando la cabeza con tristeza.
–No te disculpes, no hiciste nada malo– comentó deslizando su mano por mi mejilla, buscando que mis ojos se encontraran con los suyos– me aseguraré de que recibas todo lo necesario para que vivas cómodamente, o directamente múdate a la zona norte.
–¡No!– dije rápidamente, pillándolo desprevenido– a-aquí me gusta...– aclaré con nerviosismo.
–Está bien– dijo riendo– me mudaré yo.