Bajas pasiones
Valery O’Brien giró lentamente la copa de cristal entre sus dedos, observando cómo el líquido ambarino se mecía contra las paredes del recipiente mientras el bullicio del exclusivo club de Los Ángeles se elevaba por lo alto. Había llegado a la ciudad con la sola intención de cerrar un trato millonario con un antiguo cliente de su padre. Alexander, había confiado con fe ciega ese proyecto su hija, quien a sus treinta y dos años, no era solo una arquitecta con un apellido de peso; era más bien una fuerza de la naturaleza que combinaba la audacia estratégica de los O’Brien con la elegancia magnética de su madre. El lunes sería el día de la reunión crucial con Joseph Wallas para unificar las potencias de los Garrett y los O’Brien en un proyecto que prometía cambiar el horizonte de la costa, pero esa noche, el trabajo era lo último que ocupaba su mente. Necesitaba un trago, una distracción y, quizás, recordar que fuera de la empresa familiar y de inmensos planos y desarrollos, seguía siendo una mujer que disfrutaba de los placeres sencillos que brindaba la vida.
Entonces la puerta del reservado se abrió y Peter Garrett apareció, lo identificó al instante. Aunque habían pasado años desde la última vez que sus familias coincidieron en un evento social —cuando ella era poco más que una adolescente curiosa—, la imagen de Peter se había grabado en su memoria. Sabía quién era; si bien no existía una amistad entre ambas familias, si compartían un fuerte pasado. Sumado a ello, Valery se había encargado de investigar cada detalle del hombre con el que posiblemente estaba destinada a colaborar, mismo que fue un amor platónico de su juventud.
Sin embargo, si ahora tuviera que describir a Peter Garrett en una palabra... sería cruel. Así era como lo veía el mundo. Un hombre capaz de abandonar a la mujer con la que se suponía pasaría el resto de su vida sin dar siquiera una explicación, no podía ser llamado de otra forma. Era lo suficientemente frío para mandar un compromiso directo al carajo y al siguiente día continuar como si nada hubiese pasado. Como si no hubiese lastimado un corazón y vuelto cenizas a quien debería ser la mujer más importante de su vida. Había leído tanto sobre aquel escándalo que compadeció a la chica. Después de todo, los escándalos siempre recaían en la mujer, mientras que él, como todo hombre simplemente había seguido con su vida.
Pero el hombre que apareció frente a ella le impedía creer que todo lo que se hablaba de él era cierto, era demasiado alto y tenía una espalda ancha y unos brazos fuertes que quería tocar. La espesa barba oscura que enmarcaba una mandíbula tensa fue frotada por la mano del hombre mientras con la mirada recorría el lugar. Su cabello n***o estaba perfectamente peinado hacia atrás, dándole ese aire autoritario que bien podría mojar sus bragas.
Era el tipo de hombre que odiaba, de esos que no necesitaban seducir a las mujeres porque su sola presencia bastaba para llamar la atención de cualquiera… incluso la de ella.
Valery lo observó desde la distancia de su mesa, sintiendo cómo una chispa de adrenalina recorría su columna vertebral. Sabía que él no la recordaba, o al menos no parecía reconocer en ella a la niña de los eventos de caridad de antaño. Para él, ella era solo otra mujer hermosa en la barra.
Lo sabía bien, pero cuando sus ojos se cruzaron con ese verde intenso que prometía una ardiente noche de pasión, todo aquello pareció disolverse. ¿Estaba mal? Probablemente. Aquel hombre representaba ese fuego con el que no debía quemarse, el heredero de la empresa que su madre una vez compartió con Andrew Garrett, una bandera roja andante que gritaba peligro en cada paso que daba sobre el suelo del club. Pero es que a veces esas llamas que se decían prohibidas resultaban ser las más excitantes. Valery no era ninguna santa; había tenido demasiadas decepciones amorosas en el pasado como para pretender que a estas alturas encontraría un príncipe azul en un club donde se despertaban bajas pasiones, y alguien como Peter era completamente lo contrario a eso.
Ese hombre era lo más cercano al caos, a todo aquello de lo que su padre siempre intentó protegerla. Pero el maldito se veía demasiado bien bajo ese traje caro que Valery no pudo evitar pensar en saciar aquel deseo de juventud y probar las mieles de un hombre que hoy estaba a su alcance.
Dejó la copa vacía sobre la mesa, se ajustó la caída del vestido que abrazaba sus curvas de una forma pecaminosa y caminó hasta él.
Se acercó a la barra ignorando su presencia de manera deliberada, aunque cada fibra de su ser era consciente de que él estaba a escasos centímetros. Pidió un trago al barman con un tono de voz sugerente y una picardía que sabía que Peter no ignoraría. Valery era consciente de su propia belleza; sus ojos grises, grandes y expresivos, poseían esa extraña cualidad de parecer inocentes cuando en realidad guardaban una inteligencia afilada que pocos se atreverían a explorar. Peter no tardó en reaccionar. Antes de que ella pudiera sacar su tarjeta, escuchó una voz grave y profunda, que causó una vibración que pareció asentarse en su vientre.
—Esta ronda corre por mi cuenta —dijo él, sin apartar la vista de ella.
Una sonrisa interna se amplió en el rostro de Valery mientras se volvía lentamente hacia él con un gesto que fingía sorpresa, casi inocente. Lo observó de cerca, notando cómo él, con un descaro absoluto recorría sus piernas con la mirada, deteniéndose en la forma en que el vestido se ceñía a su cadera antes de volver a encontrarse con sus ojos grises.
Maldito imbécil.
Pero no pudo evitar admitir que era un imbécil que quería entre sus sábanas. La reputación de Peter le precedía, y aunque todo su sentido común le indicaba que debía alejarse del hombre que despreciaba los compromisos con la misma facilidad con la que respiraba, la tentación de probar aquellas aguas prohibidas era demasiado grande. Después de todo no lo quería para formar una familia, ni para que le jurara amor eterno; solo deseaba descubrir si el fuego que emanaba de su mirada era tan real como decían.
—No suelo aceptar tragos de desconocidos, pero haré una excepción contigo si prometes que no eres tan aburrido como pareces —soltó ella con un tono sutil, manteniendo la distancia justa para que él tuviera que inclinarse si quería captar el aroma de su perfume.
Peter soltó una risa corta, una que no llegó a sus ojos, pero que marcó el inicio de un juego que ambos sabían cómo terminaría. Valery no se alejó. Al contrario, mantuvo su mirada desafiante, saboreando el inicio de lo que sería una noche marcada por la impulsividad. No le importaba el apellido Garrett, ni las advertencias de su padre, ni el hecho de que el lunes tendrían que sentarse frente a frente en una sala de juntas para discutir presupuestos y estructuras. En ese momento, solo existía la piel morena clara de ella bajo las luces del club y el verde oscuro en los ojos de él, prometiendo un encuentro que no necesitaba explicaciones.