Empleada irrespetuosa.
—¡Estás mintiendo! Tú no puedes estarte vengando de mí...
—¿¡Por qué no!? ¿¡Qué te hace pensar que estoy mintiendo si me has ocultado todo este tiempo que mi padre murió el día que le dijiste esa mentira!? —señalo los lugares de esta sala— ¿Fue ahí? ¿Allá? ¿Dónde fue? ¿En qué lugar le confesaste esa falsedad para que le diera el infarto y se muriera bajo tus ojos? —digo con dolor, dejando derramar una lágrima.
Se queda en silencio, dejando caer una que otra lágrima— ¡Responde cobarde! ¡Responde! ¿Dónde le quitaste la vida a mi padre!
—No sabía que era mentira... Fue un error, Bex.
—¡Un error que le costó la vida a mi padre! ¡Un error que me dejó huerfanata y desdichada! ¿Sabes todo lo que tuve que pasar después de que él se fuera de mi vida? ¿Sabes siquiera lo que es no tener experiencia laboral, quedarte con tantas deudas, sobre todo, a cargo de una hermana recién nacida? ¿Tú tienes idea de lo que se siente estar sola, desprotegida, y ver como el que decía era tu mejor amigo se marcha, odiandote sin razón? ¡No tienes ni puta idea!
—Bex... Por favor...
—¡Por favor nada! Yo... Nunca voy a perdonarte Camilo. ¡Nunca!
Sin más, me giro para marcharme, antes de salir levanto la mirada y me encuentro con esa mujer, la cual oculta una sonrisa.
"¡Es todo tuyo, perra!" Digo para mí misma, y me marcho.
MESES ATRAS.
Las puertas del ascensor se abren con un suave zumbido, revelando un pasillo elegantemente decorado con cuadros y plantas de interior.
Me encuentro con los ojos preocupados de Florencia, quien con un gesto sutil me indica la oficina del jefe al final del corredor.
Su rostro refleja compasión y advertencia mientras hace una persignación discreta en el aire, como otorgándome una bendición protectora ante lo que me espera.
Sus labios se mueven brevemente, quizás musitando una plegaria silenciosa por mi bienestar.
Suelto el aire contenido en mis pulmones y me dirijo hacia la oficina, sintiéndome nerviosa mientras el tacón de mis zapatos resuena contra el suelo, marcando cada segundo de mi inevitable aproximación.
Antes de tocar la puerta respiro hondo, intentando calmar el furioso latido de mi corazón, llenando mis pulmones con aire que sabe a incertidumbre, e ingreso cuando escucho esa voz profunda y autoritaria que, a pesar de los años, reconocería en cualquier lugar del mundo.
Al abrirse la puerta, observo a ese hombre imponente sentado tras el escritorio, que se encuentra absorto firmando unos papeles.
La luz que se filtra por los ventanales ilumina su perfil definido, haciéndolo lucir como un Dios griego.
Cuando levanta la mirada, me taladra con ella, provocando que un escalofrío recorra mi columna vertebral desde la base hasta la nuca.
Su fría mirada azul, penetrante como daga de acero templado, contrasta con su rostro de facciones cinceladas y atrayentes que parecen esculpidas por un artista, un conjunto que enloquecería a cualquier mujer con pulso y capacidad visual.
La mandíbula definida, los pómulos altos, y esos labios perfectamente delineados que ahora se comprimen en una línea de desaprobación, conforman una imagen que las revistas de negocios han explotado repetidamente en sus portadas.
Aparta su mirada por un breve segundo que parece eterno y la posa en el reloj de oro blanco que adorna su muñeca izquierda, para nuevamente regresarla a mí con intensidad, y decir con una voz grave.
—Tú hora de entrada es a las nueve en punto, ya son las diez y quince minutos.
—He tenido un inconveniente con el transporte público, hubo un accidente en la avenida principal que bloqueó el tráfico durante una hora, intenté comunicarme, pero… —intento explicar.
—No te he pedido ningún tipo de explicaciones, mucho menos que me cuentes tu triste historia —sus palabras, aunque normales y pronunciadas sin alzar el tono, suenan crueles para mis oídos.
—No me las has pedido, pero considero dártelas para que comprendas la razón por la cual he llegado tarde en mi primer día bajo tu supervisión —le respondo con una voz que lucha por mantenerse firme mientras le sostengo la mirada, desafiando su intento de intimidación.
Se levanta sin dejar de observarme intensamente, con su mirada glacial y penetrante, que me tensa cada músculo del cuerpo hasta convertirlos en piedra. Su traje cortado a medida acentúa su figura atlética mientras rodea el escritorio que hasta hace un momento nos separaba.
—¿Me estás tuteando? —lo tengo a unos cuantos metros, observándome con desdén— ¿Cómo te atreves a dirigirte a mi persona de esa forma? –Ya está más cerca, acortando la distancia.
Al ser más grande y alto que yo, me saca una cabeza completa de diferencia, lo que me obliga a levantar la mirada para encontrarme directamente con sus ojos intimidantes.
—¡¿Crees que somos iguales para que oses usar ese tono conmigo!? —su mandíbula cincelada se tensa, mientras el iris de sus ojos se oscurece peligrosamente como el mar antes de una tormenta.
—Lo siento, señor Walton, me disculpo por haberme dirigido a usted de esa forma tan inapropiada —respondo, tragándome mi orgullo como si fuera una píldora amarga.
Camilo Walton, quien alguna vez fue mi amigo de infancia, compartió conmigo innumerables momentos durante nuestra niñez y adolescencia, construyendo secretos, sueños y risas que creí imborrables, hasta que ambos ingresamos la universidad, y todo cambió entre nosotros. Él me odia y desprecia sin razón.
Ahora, por azares del destino, se ha convertido en mi jefe, después de que su padre, Fausto Walton, empresario visionario y respetado decidiera cederle la presidencia de la renombrada cervecería internacional, en la que laboro.
Yo, Bexley Gates, de veintiséis años, antes de esa desgracia financiera que destrozó mi familia, estaba al mismo nivel que los Walton, compartiendo veranos en yates y fiestas exclusivas donde nuestros apellidos abrían todas las puertas.
Pertenecía a una familia adinerada, respetada y de clase privilegiada, con acceso a las mejores escuelas, vacaciones extravagantes y conexiones importantes, pero de un día para otro, mi padre, cegado por la ambición y mal aconsejado, hizo un negocio financiero y, nos quedamos completamente arruinados, perdiendo todo: la mansión, los automóviles de colección, las propiedades vacacionales y, lo que más me dolió, la amistad entre Camilo y mi persona, que se terminó tan abruptamente como nuestra fortuna familiar.
Como él lo está diciendo ahora con crueldad y sin filtro en sus palabras. Ya no estamos al mismo nivel social o económico, y por ese motivo, dejó de considerarme su amiga, borrando décadas de complicidad y recuerdos, como si nunca hubieran existido en su memoria.
—Se me había olvidado que no soy más su amiga, que esta se terminó cuando mi familia se enfrentó a la ruina.
Sus labios se curvan en una media sonrisa, y su mirada es más fría que un glaciar.
—Pues no vuelvas a olvidarlo. Y recuerda que ahora estoy a cargo, y si quieres mantener tu trabajo, debes ser puntual, porque yo no soy mi padre, y no voy a dejarte pasar ni una falta.
Dice mientras regresa a su escritorio.
—Lo tendré en cuenta, señor Walton ¿Algo más que tenga que decirme?
—Si, hazme un informe de toda la producción de este año.
—Disculpe, pero no soy su asistente, menos su secretaria.
—¡Ah! ¿No? ¿Entonces, que puesto ocupas en mi cervecería?
—Soy director de ventas y marketing.
—¿Y un director de Marketing no puede realizar un informe al presidente?
Asiento—. Entonces, ve a trabajar y no sigas perdiendo el tiempo.
—De hecho, usted me está haciendo perder el tiempo, porque si por mi fuera, hace rato estaría en mi puesto de trabajo, señor.
Puedo escuchar sus dientes traquear, y sonrío satisfecha.
—¡Vete!
—Ahora mismo, señor —giro en mis propios talones, y salgo sintiendo su mirada puesta en mi espalda.
Cuando la puerta se cierra detrás de mí, ladeo la cabeza, y sonrío para mí misma.
Me es increíble de creer que, ese hombre que ahora me mira y me trata con desde, fue mi mejor amigo, a quien llegue a querer demasiado, pero él decidió odiarme sin razones.
—¿Qué tal te fue? Estaba hecho una fiera cuando no te encontró en tu puesto de trabajo, temía porque te corriera —pregunta Florencia, una compañera trabajo.
—No lo ha hecho.
—Bex, dicen que es muy impulsivo y no tiene consideración, que estar en su oficina, te paraliza.
—Es verdad que carece de consideración, pero no es difícil de sobrellevar.
—Hablas como si lo conocieras.
—No lo conozco, pero me pareció que no es tan malvado como aparenta —digo, pensando en el Camilo que conocí en mi niñez y adolescencia, ese que siempre cuidó de mí. No del Camilo de finales de la universidad, ese que se comportó cruel y despiadado, acusándome de interesada.
No fui yo la que le dijo a mi padre solicitará a su padre nos casará para salvarnos de la ruina. Fue la idea de mi padre, pero como nuestra relación estaba deteriorada, Camilo rechazó esa proposición, y le importó una mierda que nos fuéramos a la ruina.
No lo juzgo, no tenía por qué casarse conmigo para salvar a mi familia de la ruina, sobre todo, abandonar a la mujer que amaba por mí.
No era su problema, era el problema de mi padre, y debía de buscar otra forma de salir de ese rollo, no ofreciéndome como moneda de cambio a quien claramente no le interesaba.
Me despido de mi compañera, porque tengo mucho trabajo, sobre todo, tengo que realizar un informe, cosa que me llevará todo el día.
Me concentro en el trabajo. Al medio día salgo de la oficina para dirigirme a la planta baja, antes de ingresar veo a Camilo yendo hacia ese sitio, por lo tanto, decido bajar por las gradas, y esperar en el siguiente piso otro ascensor, uno donde no tenga que compartirlo con él.
Al salir del ascensor me dirijo hacia la guardería, donde se encuentra mi pequeña, quien desde hace tres años se convirtió en el amor de mi vida.
—Bex, esta niña ha querido comer .
—Oh, mi pequeña Brisa, ¿Por qué no has comido?
—Te retrasaste, no puedo comer sin ti —me siento en su pequeña silla, y la siento en mis piernas—. Recuerda, siempre las Gates comerán juntas —dice, y sonrió. Porque es la frase que suelo decir cada vez que se está durmiendo.
—Lo recuerdo, mi pequeña Brisa —beso su frente—. Ya estoy aquí, así que, comamos.
Le meto una cuchara a la boca, y mientras lo hago lo veo ingresar, su mirada fría se posa en nosotras.
Su mirada va de Brisa y a mí, de mí a Brisa, de pronto la aparta y se encierra en la oficina de la encargada de la guardería.
—Bex, ese hombre se parece mucho con el que tienes muchas fotografías.
—Sí, pero no es el mismo —le digo para que olvide ese tema, sino, la tendré frente a Camilo hablándole de las fotografías que adornan mi habitación.
Aunque Camilo está dentro de la oficina de la directora de guardería, siento su mirada puesta en mí, no me atrevo a mirar en esa dirección, pero de reojo puedo notar su silueta a través del cristal, observándonos desde el interior.
—Bueno, princesa, debo regresar al trabajo, promete que te portaras bien, y harás todo lo que la maestra te pida.
—Lo prometo —dice dándome un abrazo.
Mi pequeña bebé es tan inteligente. Ella, es lo único que me quedó de papá. Aunque él nunca supo de la existencia de Brisa, sé que, desde lo alto, nos cuida.
Mireya, mi madrastra, apenas había empezado a tener mareos cuando estábamos pasando este mal momento. Y no le había dicho a mi padre que estaba embarazada, porque pensaba abortar. Gracias a Dios llegué a tiempo y la saqué de ese sitio, para impedir que cometiera ese error, pero no pude impedir que apenas naciera, la abandonará.
En el registro del hospital, y en todos los controles, no existía el nombre de Mireya como embarazada ni madre de Brisa, sino, yo. Era mi nombre que usaba, porque se negaba a ese embarazo.
Salgo de la guardería y voy a la oficina, para continuar con mis labores.
Cuando es hora de salir, y como aún no he terminado lo que me solicitó, decido ir a su oficina a pedirle más tiempo.
—Adelante —escuchó su gruesa voz.
Al entrar, encuentro a Rosana, nuestra ex compañera de universidad, la mujer que Camilo amó, por lo visto aun ama, masajeándole los hombros.
—¿Trabajas aquí? —se asombra al verme. No respondo a su pregunta, simplemente miró fijamente a Camilo.
—Señor Walton, el tiempo se me ha ido de prisa, y creo no podré entregarle el informe que me solicitó…
—Por qué ignoras el saludo de mi novia —más que una pregunta, suena a recriminación.
—Su novia no ha saludado, señor. Solo ha preguntado si trabajo aquí, lo que es evidente ante los ojos de cualquier persona inteligente —miro a Rosana, quien abre la boca ante mi supuesto insulto.
—¿Permitirás que me insulte, Camilo?
Este me mira con frialdad, y masculle.
—Discúlpate con mi novia —Rosana sonríe, y yo también lo hago, por lo estúpido que se ve mi examigo haciendo lo que esa mujer le pide.
—Me disculpa señor Walton, pero no voy a disculparme con su novia, ya que no he dicho ninguna ofensa.
—¡Que no me has ofendido! Me has dicho tonta…
—No recuerdo haber pronunciado tales palabras, si usted tomó mi respuesta de esa manera, no es mi culpa —bajo la mirada a Camilo y digo—. Le entregaré el informe mañana, ahora debo irme, señor —si esperar respuesta, me giro en mis propios talones, y mientras salgo escucho a Rosalía reprochar.
—¿Dejaras que se vaya? —no hubo respuesta, solo una mirada intensa que calaba mi espalda.
Llego a la oficina, recojo mis cosas y me voy. Paso por la guardería de la cervecería recogiendo a mi niña.
—Bexley, acompáñame un momento a la oficina —Sigo a la directora—. Toma asiento.
Lo hago, sintiéndome nerviosa—. Bex, Brisa está a una semana de cumplir los tres años, lo que significa que, después de eso, no podrá seguirse quedando en la guardería, deberá ir a la escuela.
—Lo sé, pero había pensado que… se quedará en la guardería hasta que las clases empiecen —ahora mismo estamos en vacaciones escolares, y falta un mes y medio para que retornen.
—Lo siento, pero Brisa no podrá seguir ocupando un lugar en la guardería después de cumplir los tres años. Son las reglas de la empresa, y debo cumplirlas.
—Vi al presidente ingresar al medio día a tu oficina, ¿Segura que lo haces por cumplir las reglas?