Me despierta un grito que me hiela la sangre. Lleno de desesperación y miedo, retumba en las paredes y me inunda las venas de adrenalina.
Me incorporo y salto de la cama antes incluso de darme cuenta de lo que está ocurriendo. Según se va amortiguando el sonido, alcanzo el arma que tengo escondida en la mesilla de noche y al mismo tiempo golpeo el interruptor con el dorso de la mano.
He encendido la lámpara de la mesilla para iluminar la habitación y veo a Nora acurrucada en el centro de la cama, temblando bajo la manta.
No hay nadie más en la habitación, ninguna amenaza visible.
Mi acelerado corazón comienza a bajar el ritmo. No nos han atacado. Nora debe de haber gritado, habrá tenido otra pesadilla.
Joder. El ansia de violencia es casi tan fuerte que no puedo controlarlo. Se apodera de cada célula de mi cuerpo hasta el punto de temblar de rabia, con las ganas de matar y destruir a todo hijo de puta responsable de esto, empezando por mí.
Me giro e inspiro profundamente varias veces, tratando de contener la ira convulsa de mi interior. No hay nadie a quien pueda atacar aquí, ningún enemigo al que machacar para saciar mi sed de sangre.
Solo está Nora, que me necesita calmado y racional.
Pasados unos minutos y con la certeza de que no le voy a hacer daño, me giro para mirarla y devuelvo el arma al cajón de la mesilla de noche. Luego, me meto en la cama otra vez. Me duelen ligeramente las costillas y el hombro y me zumba la cabeza por los movimientos tan repentinos que he hecho, pero ese dolor no es nada comparado con la presión que siento en el pecho.
—Nora, pequeña… —Me inclino sobre ella, separo la manta de su cuerpo desnudo y coloco la mano derecha en su hombro para despertarla—. Despierta, mi gatita. Solo es un sueño. —Está sudada y sus gimoteos me duelen más que cualquier tortura de Majid. Una nueva rabia me brota por dentro, pero la reprimo y mantengo la voz baja y calmada—. Despierta, pequeña. Solo es un sueño, no es real.
Se gira sobre la espalda, temblando todavía, y veo que tiene los ojos abiertos. Abiertos y cegados mientras jadea en busca de aire; el pecho le sube y le baja y aprieta las sábanas con desesperación.
No es un sueño, está en medio de un ataque de pánico, posiblemente de uno causado por una pesadilla.
Quiero echar la cabeza hacia atrás y sacar mi rabia con un rugido, pero no lo hago. Ahora me necesita y no le voy a fallar. Otra vez no.
Me arrodillo, me coloco a ahorcajadas sobre ella y me agacho para sujetarle la barbilla con la mano derecha.
—Nora, mírame. —Convierto mis palabras en órdenes con un tono brusco y autoritario—. Mírame, mi gatita. Ahora.
A pesar del pánico, me obedece. Es un ataque de pánico fortísimo. Me mira y veo que tiene las pupilas dilatadas y los iris casi negros. Además está hiperventilando e intenta tomar aire con la boca abierta.
Joder, j***r, j***r. Mi primer instinto es abrazarla, ser dulce y amable, pero me acuerdo del ataque de pánico que tuvo la noche anterior mientras hacíamos el amor y que nada parecía ayudarla. Nada excepto la violencia.
Así que, en vez de murmurar inútiles palabras de cariño, me agacho apoyándome sobre el codo derecho y la beso en la boca con fuerza, aprovechando que tengo su mandíbula sujeta para mantenerla quieta. Mis labios chocan con los suyos e hinco los dientes en su labio inferior mientras fuerzo la lengua a entrar dentro, la invaden y le hacen daño. Mi monstruo sádico interno tiembla de placer ante el sabor metálico de la sangre, al tiempo que me retuerzo de arriba abajo de dolor ante la angustia que está sintiendo.
Jadea en mi boca, pero ahora es un sonido distinto, más sorprendido que desesperado. Siento que se le expande el pecho al respirar profundamente y me doy cuenta de que mi duro método para llegar a ella está funcionando, que ahora se está centrando en el dolor físico y no en el mental. Abre los puños, ya no se aferra a las sábanas, y se queda quieta debajo de mí. Todo el cuerpo se le tensa como si tuviera un miedo distinto, un miedo que excita mi parte más oscura, más agresiva, la parte que quiere dominarla y devorarla.
La rabia que todavía me hierve se suma a esta hambre, se mezcla con ella y la alimenta hasta convertirse en necesidad, en un deseo intenso, terrible y sin sentido. Me concentro más hasta que todo mi yo es consciente del tacto suave de sus labios, con sabor a sangre, y de las curvas de su cuerpo desnudo, pequeño e indefenso bajo el mío. Tengo una erección dolorosa cuando me sujeta el antebrazo derecho con ambas manos y surge un sonido suave y agonizante del fondo de su garganta.
De repente, un beso ya no basta. La quiero entera.
Le suelto la mandíbula, me levanto sobre un brazo y me pongo de rodillas. Me mira con los labios hinchados y teñidos de rojo. Aún jadea y el pecho le sube y baja a toda velocidad, pero ya no está cegada. Está conmigo, totalmente presente y eso es lo que mi demonio interior quiere en este momento.
Me alejo de ella con un rápido movimiento, haciendo caso omiso a la punzada de dolor en las costillas y alcanzo el cajón de la cabecera de nuevo, solo que esta vez, en lugar del arma, saco un azotador de cuero trenzado.
Nora pone los ojos como platos.
—¿Julian? —dice casi sin aliento por el pánico que acaba de sentir.
—Gírate —Las palabras salen con brusquedad, lo que demuestra la rabia y necesidad de violencia que llevo dentro—. Ahora.
Duda un momento, luego se tumba sobre el estómago.
—Ponte de rodillas.
Se pone a cuatro patas y se gira para mirarme, esperando las siguientes instrucciones. Una gatita muy bien entrenada. Su obediencia intensifica mi lujuria y mi hambre desesperada por poseerla. Con esta postura se le ve más el culo y el coño, con lo que la polla se me hincha aún más. Quiero engullirla entera, reclamar hasta el último centímetro. Se me tensan los músculos y, casi sin pensar, bajo el azotador con fuerza y marco las tiras de cuero en la suave piel de su trasero.
Grita y se le cierran los ojos mientras se le tensa el cuerpo y la oscuridad interior se apodera de mí, destruyendo cualquier resto de pensamiento racional. Casi como si lo viera desde la distancia, observo cómo el látigo le besa la piel una y otra vez y le deja marcas rosadas y rojas en la espalda, el culo y los muslos. Se encoge ante las primeras sacudidas, gritando de dolor, pero en cuanto encuentro el ritmo, comienza a relajar el cuerpo, anticipándose más que resistiéndose a la cuerda. Suaviza los gritos y los pliegues del coño comienzan a brillar de la humedad.
Está respondiendo a los azotes como si fueran caricias sensuales.
Se me endurecen los testículos cuando dejo caer el látigo y gateo para ponerme detrás de ella. Presiono la polla contra su sexo y gimo al sentir su calor resbaladizo en la punta, cubriéndola de una humedad cremosa. Jadea, arquea la espalda, y me introduzco dentro de ella, obligando a su piel a envolverme, al entrar en su interior.
Noto su coño increíblemente tenso y sus músculos internos me aprietan como si fueran un puño. No importa con cuánta frecuencia me la folle; cada vez es una experiencia nueva de algún modo, las sensaciones son más agudas e intensas que en mis recuerdos. Podría estar dentro de ella eternamente, sintiendo su suavidad, su cálida humedad. Pero no puedo, el ansia primitiva de moverme, de entrar en ella, es demasiado fuerte y no puedo pasar de ella. Noto cómo la sangre me bombea en los oídos; el cuerpo me palpita por el deseo salvaje.
Me quedo quieto todo lo que puedo y, luego, comienzo a moverme. Cada sacudida hace que le presione la ingle contra el culo recién azotado. Jadea con cada golpe y se tensa alrededor de mi polla. Las sensaciones de uno se apoyan en el otro y se intensifican hasta un nivel insoportable. Se me ponen los pelos de punta ante mi inminente orgasmo y comienzo a entrar en ella más rápido, con más fuerza, hasta que siento que empieza a contraerse y el coño se le estremece a la vez que grita mi nombre.
Es la gota que colma el vaso. El orgasmo que he estado conteniendo me supera con una fuerza explosiva e irrumpe en sus profundidades con un gemido brusco. Un placer impresionante se dispara a través de mi cuerpo. Es un gozo como ningún otro, un éxtasis que va muchísimo más allá de la satisfacción física. Es algo que solo he experimentado con Nora, que solo experimentaré con ella.
Respirando con dificultad, salgo de ella y dejo que se desplome sobre la cama. Luego, me inclino sobre mi costado derecho y la acerco a mí, sabiendo que necesita ternura después de mi b********d.
En cierto sentido, yo también la necesito. Necesito consolarla, tranquilizarla, atarla a mí en su momento más vulnerable para asegurarle mi amor.
Puede parecer cruel, pero no dejo al azar cosas tan importantes como esta.
Se da la vuelta para mirarme y esconde la cara en el hueco de mi cuello, con los hombros temblando por sus sollozos silenciosos.
—Abrázame, Julian —musita, y le hago caso.
La abrazaré siempre, pase lo que pase.