Valentina
Salí del puerto ignorando las miradas nerviosas de los hombres que se cruzaban en mi camino.
Algunos me saludaron con una inclinación de cabeza, pero ninguno tuvo el valor de decir una palabra. Lo sabían. Lo veían en mis ojos. Estaba furiosa.
Mi mente estaba en otro lugar, repitiendo cada palabra de Nicola, cada maldita excusa.
“¿Que Vittoria debería tener la oportunidad de elegir algo diferente para su vida?”
Apreté los dientes mientras sacaba el teléfono de mi bolso.
Mis dedos volaron por la pantalla, marcando el número de Gabriella primero. No tenía paciencia para mensajes.
—Valen, justo iba camino al salón de yoga. Dejé al prisionero en la sala de Nicola. ¿Qué pasa?
—Cambio de planes —dije de inmediato, con la voz más firme de lo que había planeado. —Nos vemos en la casa de Bianca.
—¿Todo bien? —preguntó, aunque su tono delataba que ya sabía que no estaba bien.
—Nicola. —Con esa sola palabra sabía que no necesitaba explicaciones por ahora. —Voy en camino. Tú ve directo allá.
—De acuerdo, estaré allá en veinte minutos.
Colgué sin decir nada más, y de inmediato marqué a Bianca.
—Dime que estás en casa —solté antes de que pudiera siquiera saludarme.
—Acabo de salir de recoger los postres —respondió Bianca, claramente confundida por mi tono. —Voy para el puerto.
—No. —Mi respuesta fue rápida y cortante. —Lleva los postres a tu casa. Estoy en camino, y Gabriella también.
—Valen, ¿qué está pasando? —preguntó preocupada.
Sabía que no cambiaba de planes a menos que algo importante hubiera ocurrido.
—Nicola pasó un límite —dije, sin entrar en detalles. —Nos vemos allá.
Corté la llamada y guardé el teléfono en mi bolso.
Llegué a la casa de Bianca en el mismo momento que ella. Estaba abriendo la puerta con una caja de pasteles en las manos.
—Gabriella viene en camino —dije, caminando hacia la cocina sin esperar su invitación.
Ella caminaba detrás de mí, dándole ordenes a las chicas del servicio y entregándole las cajas, hasta que entramos a la cocina.
—¿Me vas a explicar qué está pasando o tengo que adivinar?
Se apoyó en el borde de la mesada para mirarme mejor.
El sonido del timbre nos interrumpió y Gabi entró con pasos rápidos, murmurando un "hola" antes de dejar su bolso en una silla.
—¿Ahora sí me cuentan qué pasa? —preguntó, mirándonos a ambas.
—Ya es hora de que Nicola reciba su dosis de realidad —dije, con un tono que no dejaba lugar a dudas.
Bianca levantó una ceja, claramente intrigada.
—¿Qué quieres decir?
—Que ya puedes liberar el correo del médico —dije, dirigiéndome directamente a Bianca.
Su expresión cambió al instante, y Gabriella dejó escapar un ligero suspiro mientras se sentaba en una de las sillas.
—¿Estás segura? —preguntó Bianca con el tono más serio que le había escuchado en semanas.
—Completamente —respondí sin dudar.
Sabía que ellas entendían, ellas estuvieron ahí cuando me enteré de lo que Nicola había hecho. Y aunque ahora mi rabia estaba fría, calculada, no siempre había sido así.
Todavía recuerdo ese día en que todo había cambiado.
Habían pasado dos años desde el nacimiento de Vittoria, dos años desde que estuve a punto de morir trayéndola al mundo. Era un día normal hasta que Bianca me llamó para decirme que algo extraño estaba pasando con los correos de Nicola.
—Interceptamos unos mensajes del doctor que le está haciendo chequeos, pero hay algo raro, Valen. Esto no tiene nada que ver con su salud general…
—¿Qué dices? —pregunté, deteniendo mi entrenamiento y frunciendo el ceño.
—Es mejor que vengas a mi casa —dijo con un tono que no admitía discusión y me puso los pelos de punta.
Cuando llegué, Bianca ya tenía los correos abiertos en su laptop. Gabriella estaba a su lado, revisando un par de documentos que había impreso.
Levantaron la cabeza al mismo tiempo. En cuanto vi sus rostros, supe que no iba a gustarme ni un poquito lo que tenían para decirme.
—¿Qué pasó? —pregunté, apoyándome en la mesa intentando mantener la calma.
Bianca giró la pantalla hacia mí. El correo que había interceptado estaba ahí.
Asunto: Seguimiento post-vasectomía.
Mis ojos leyeron y releyeron esas palabras, sin poder entenderlas.
Señor Moretti,
Le recordamos que debe asistir a su revisión anual para asegurarnos de que la intervención sigue siendo efectiva.
—Esto… esto tiene que ser un error —murmuré, aunque sabía que no lo era.
—No lo es, Valen —dijo Gabi, levantando la vista de los documentos. —Nicola se hizo una vasectomía hace más de un año.
—¿Qué? —mi voz salió como un susurro, pero luego subió unas octavas. —¿¡Cómo!? ¿¡Por qué!?
No esperé una respuesta. Mi mente ya había hecho la conexión.
Evitar un posible embarazo.
La operación que Alessandro había ordenado para atarme las trompas sin mi consentimiento. Las complicaciones que casi me matan.
—El muy maldito —gruñí, sintiendo cómo la rabia comenzaba a arder en mi pecho.
Empujé la laptop de Bianca, que cayó al suelo con un golpe sordo. Mis manos tiraron todo lo que estaba a mi alcance con un movimiento brusco.
—¡Valentina! —gritó Gabriellea.
Intentó acercarse a mí.
—¡¿Cómo se atrevió?! —grité, mi voz temblando de ira mientras lanzaba una silla contra la pared.
Sentía que no podía respirar, que el aire no era suficiente para contener la furia que me consumía. Él había tomado una decisión que nos afectaba a los dos sin siquiera consultarme. Ni siquiera había tenido la decencia de decírmelo.
—¡Valentina, basta! —Bianca se puso frente a mí, sosteniéndome por los hombros con fuerza. —¡Respira!
—¿Cómo pudo hacerme esto? —murmuré, llorando de rabia.
Bianca me apretó los hombros un poco más, obligándome a mirarla.
—Escúchame, lo sé. Lo sé. Pero esto no significa que no sea irreversible.
—¿Qué? —pregunté, mirándola entre lágrimas.
—Gabriella ya lo revisó —Bianca giró la cabeza hacia nuestra amiga, que asintió—. Una vasectomía puede revertirse.
—Si decides que quieres tener otro hijo, hay formas de hacerlo, Valen. Pero lo primero es decidir cómo quieres manejar esto —suspiró, porque sabía que eso era lo que yo quería—. Te haremos los controles necesarios, vas a estar bien.
Tomé aire, sintiendo cómo la furia comenzaba a transformarse en algo más frío, más calculado.
—Primero… —dije, enderezándome lentamente. —Primero quiero que no sepa que descubrí esto.
Bianca y Gabriella intercambiaron miradas, pero no dijeron nada.
—Bloqueen los correos del médico. No quiero que reciba ningún recordatorio ni nada.
—¿Estás segura? —preguntó Gabriella, con una ceja levantada.
—Sí —respondí. —Si él va a jugar a ser Dios con mi cuerpo, entonces yo jugaré mejor que él.
Volví al presente cuando Bianca cerró la laptop con un clic definitivo.
—Listo —dijo, levantando la mirada hacia mí. —El correo ya está en la bandeja de entrada de Nicola.
Sentí una sonrisa lenta formarse en mis labios, aunque no tenía nada de amable.
—Perfecto. Ahora solo queda esperar a que lo lea.
Gabriella me miró con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—¿Y qué harás cuando lo enfrentes?
—Le recordaré quién manda realmente en esta relación —respondí, con una calma peligrosa.
Bianca dejó escapar una carcajada breve mientras se recostaba en la silla.
—Pobre Nicola. No tiene ni idea de lo que se le viene.
Sonreí, cruzándome de brazos mientras miraba por la ventana.
—No. Pero lo sabrá pronto.
—Siguiente paso de la lista -dijo Bianca revisando unos papeles—. El puesto de dulces para mañana.
Las tres nos quejamos, y Bianca fue la que preguntó;
—¿Qué saben hacer?
—No mucho —dije tomando mi teléfono para llamar a mi profesora, sí, yo también tomaba talleres de cocina—. Pero ya lo soluciono.