Capítulo 13

1593 Palabras
Nicola No podía creer lo que acababa de hacer. Estaba parado frente a mi escritorio, con las mangas arremangadas, el cabello desordenado y un ligero sudor en la frente, mirando el espacio vacío donde hace unos minutos estaba mi esposa. "¡Maldita sea la demonia loca y sexy de mi mujer!" Había entrado como una psicópata, gritando y haciendo de las suyas, tocando los botones justos para provocarme y hacerme caer directo en su trampa. Después de jugar conmigo y saciarse, se fue al baño a quitar las huellas de su delito, como si nada hubiera pasado. Y yo, el gran Don de Palermo, estaba plantado ahí como un idiota, con la mente aún repitiendo el momento en que la vi sobre mi escritorio, con los labios entreabiertos y esa mirada peligrosa que me volvía loco. Amaba cada una de sus facetas. Desde la mujer que podía atravesar el corazón de un hombre sin pestañear, hasta la madre que le cantaba canciones de cuna a nuestra hija. Pero la mujer de hoy... Esta Valentina me había dejado con más que una sonrisa en el rostro. También me había dejado con un nudo en el estómago. Cuando salió del baño, estaba radiante. Su sonrisa era la de alguien que sabía que había ganado la batalla. Caminó hacia mí con esa gracia felina que nunca perdía, y antes de que pudiera siquiera pensar en qué decirle, ya estaba sentada en mi regazo. Me abrazó dejando que su cabeza descansara en mi hombro, y me dio un beso en la mejilla. —¿Todo bien, amore? —preguntó, su voz dulce, pero con ese trasfondo que siempre llevaba una pregunta implícita: "¿En qué estás pensando?" "¿Todo bien? Claro, si no contaba con el hecho de que mi mayor miedo en el mundo acababa de golpearme en la cara. Si no tomaba en cuenta que el mismo amor que sentía por ella era también mi mayor debilidad." —Solo trabajo, amore —mentí con una tranquilidad que habría engañado a cualquiera menos a ella. Vi cómo sus ojos se entrecerraron para evaluarme. No insistió, solo dejó escapar un suspiro y besó mi cuello antes de murmurar: —Sabes, si me dejaras intervenir… —No. —Mi respuesta fue instantánea, casi automática. Ella se enderezó en mi regazo, su sonrisa desapareció en un segundo. —¿No? —repitió, con una ceja arqueada. —Es mejor que sigas al margen, como hasta ahora. El silencio que siguió me afectó más que cualquier grito. Sus labios se fruncieron, y ese movimiento casi imperceptible en su mandíbula me dijo que acababa de encender un incendio. —No entiendo cómo es que dejas tu mejor arma en bastidores —replicó, cruzando los brazos, mirándome con incredulidad. —Amore... Tú tienes que quedarte en casa y cuidar a Vitto… No me dejó terminar. Se levantó de mi regazo de un salto, caminando de un lado a otro bufando y suspirando. —¿¡De verdad, Nicola!? —bufó, girándose hacia mí con el rostro encendido de furia—. ¡Eres un maldito machista! Sabía que había pisado una mina, pero también sabía que tenía que defender mi punto de vista, aunque eso significaba enfrentarla. —No es así, amore, escúchame —intenté calmarla, levantando las manos en un gesto conciliador—. La verdad es que sé que contigo a mi lado, todo sería más fácil... Pero Vittoria… Suspiré, pasándome una mano por el cabello mientras pensaba en nuestra pequeña principessa. —Si algo me ocurre, tú estarás para ella. Pero si te involucro en esta situación, sé que no podría impedirte ir a alguna misión peligrosa. Y si algo nos pasa a los dos, ella quedaría sola. Valentina se quedó en silencio, con los brazos cruzados y una expresión que decía: "¿Eres el más grande de los idiotas? ¿O te haces?" —Detente —dije rápidamente, antes de que pudiera lanzar una avalancha de palabras que sabía que no podría detener—. No será para siempre, cuando Vitto cumpla los 18... Pero ya era demasiado tarde. —¿Esto no será permanente? —preguntó con sarcasmo—. ¿Me dejarás entrar al juego cuando Vitto cumpla 18? ¿Ese es tu plan maestro? —Valentina… —empecé, pero me interrumpió de nuevo, sus ojos ardiendo con una mezcla de furia y decepción. —Esto no pasaría si de una vez le dijéramos la verdad a nuestra hija. —Sus palabras fueron afiladas—. Que dejara de pensar que es una niña del montón y se fuera haciendo a la idea de que será la próxima Reina de esta organización. Otro tema delicado que no quería enfrentar. "No hoy, por favor" me lamenté internamente. —Creo que… —dije, reuniendo todo el valor que tenía para no ceder por completo—. Vittoria debería tener la oportunidad de elegir algo diferente para su vida. Ella me miró como si acabara de hablarle en otro idioma. —¿Disculpa? —Que ella debería… —Sí, sí, ya escuché esa… blasfemia. —Su tono era casi letal—. Nicola, solo por ser nuestra hija está en peligro desde el día en que nació. ¿De verdad eres tan ingenuo como para pensar que puede tener una vida normal? Sabía que, con Valentina, cualquier palabra con doble sentido podía ser el equivalente a echarle gasolina al fuego. —No se trata de ingenuidad —respondí, levantándome de la silla y colocando ambas manos sobre el escritorio. Intenté calmar mi tono, aunque mi voz tenía ese toque autoritario que nunca podía esconder del todo—. Se trata de darle opciones. —¡Opciones! —repitió, soltando una risa incrédula mientras se llevaba las manos a las caderas—. Nicola, no me vengas con esa tontería. Vittoria no tiene opciones. ¡Nació en esta vida! ¡En nuestra vida! —Y por eso quiero protegerla —dije, apretando los puños sobre la mesa—. No quiero que se convierta en nosotros. —¿En nosotros? —preguntó, dando un paso hacia mí, su ceja arqueada en desafío—. ¿Acaso te avergüenzas de lo que somos? —No es eso —respondí con frustración, pasando una mano por mi cabello desordenado—. Pero ¿de verdad quieres que Vittoria tenga la misma infancia que tú? ¿Que tenga que entrenar para sobrevivir desde pequeña? La vi detenerse por un segundo, pero no era una rendición. Lo supe por cómo su mirada se endureció de nuevo. —Nicola, ¿crees que no lo entiendo? ¿Qué no veo lo que estás haciendo? —Su tono bajó, pero el calor seguía ahí; un volcán a punto de explotar—. Quieres creer que puedes construir un mundo perfecto para ella, pero no puedes. No importa cuánto cambies las reglas, cuánto finjas. Vittoria siempre será nuestra hija. Y eso significa que siempre estará en peligro. Me enderecé, mirando fijamente sus ojos, buscando un atisbo de comprensión en ellos. —Lo sé —admití, mi voz más baja, casi un susurro—. Pero quiero darle algo más. Quiero que ella elija su futuro... Valentina negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro pesado. —Eres un soñador. —Su tono era frío, casi condescendiente—. Y en este mundo, los soñadores terminan muertos. Dio un paso hacia mí. Apoyó sus manos en el escritorio, sin apartar sus ojos de los míos. —La única forma de protegerla es enseñarle a ser más fuerte e inteligente... —¿Y crees que eso no la destruirá? —pregunté, sintiendo cómo la frustración crecía en mi interior—. ¿Crees que podemos entrenarla para sobrevivir sin robarle su infancia? —¡Es que no tiene infancia, Nicola! —gritó, golpeando el escritorio con la palma de la mano. Su voz temblaba, no de debilidad, sino por la intensidad de sus emociones—. Deja de actuar como si pudiera ser una niña normal. Porque no lo es. Mi respiración era pesada, y mi mente estaba llena de imágenes de Vittoria: su risa, su sonrisa, la manera en que corría a abrazarme cada vez que llegaba a casa. Todo lo que yo quería proteger. —¿Qué pasará el día que tus enemigos descubran que tienes una hija? ¿Dejarás que pase por lo mismo que tu hermana? —sus preguntas cayeron en mi rostro como una fuerte bofetada. No fuí capaz de responderle. Mi garganta se cerró, con una verdad que no deseaba enfrentar. Lo único que pude hacer fue observarla mientras se daba la vuelta, caminando hacia la puerta con pasos firmes y rápidos sin detenerse. Valentina volvió a hablar, su tono ahora más bajo, pero no menos firme, sin mirarme antes de salir. —Hoy me quedo en casa de Bianca —dijo, con una calma peligrosa mientras abría la puerta—. Tenemos mucho trabajo fingiendo que somos amas de casa perfectas, así que te haces cargo de Vittoria. Mañana, a las nueve, en el colegio. Y sin más, salió de la oficina, dejando la puerta abierta tras de sí. Me dejé caer en la silla, sintiendo el peso de su furia como una losa en el pecho. "La familia es lo más importante," decía siempre mi padre. Y yo la estaba cagando como un idiota. Había ganado muchas batallas en mi vida, pero con Valentina siempre era un campo de guerra que no podía controlar.
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