Capítulo 16

1556 Palabras
Nicola Mi atención seguía en mi esposa, que aún estaba a mi lado, con su cuerpo relajado contra el mío. No quería soltarla. Después de todas las discusiones que habíamos tenido, este era un momento de tregua algo muy valioso como para dejarlo ir tan rápido. —Bueno, ya es hora de soltarla —dijo una voz conocida detrás de mí. Giré la cabeza y vi a Bianca acercarse con una sonrisa divertida. —¡Oye! Tú no me das órdenes —respondí, arqueando una ceja mirándola con fingida seriedad. —¡Claro que sí! Soy tu hermana favorita —dijo con una sonrisa descarada. Valentina sonrió apartándose de mí, pero no sin antes acariciar mi mejilla con una suavidad que hizo que toda mi frustración del día desapareciera. —Parece que la jefa ha hablado —murmuró, lanzándome una mirada divertida antes de girarse hacia Bianca. Iba a responderle cuando escuché un grito agudo a mi lado. —¡Tíos! Vittoria salió disparada hacia Lorenzo y Renzo, que acababan de llegar con sus hijos. Augusto y Marcello corrieron hacia ella con los brazos abiertos. —¡Cuidado! —grité, pero ya era demasiado tarde. Los gemelos la derribaron en su entusiasmo por abrazarla. Valentina soltó una risita mientras cruzaba los brazos y me miraba de reojo. —Nicola, ¿crees que alguien puede con tu hija? Es igual de cabezona que tú. —Y eso me preocupa —respondí, entrecerrando los ojos. Observé cómo los niños hablaban al mismo tiempo, riendo y señalando hacia las áreas de juegos. Vittoria sonrió y les dio órdenes como si fuera la capitana de un equipo. Aunque lo que más me inquietó fue cómo ellos la miraban con adoración... —Voy a tener que empezar a preocuparme por los pretendientes desde ahora —dije en voz baja, sacudiendo la cabeza. Valentina me dio un codazo en el costado, sonriendo. —Eso es porque es la hija de Nicola Moretti. Ningún hombre va a atreverse a acercarse a ella sin permiso. —Más les vale —murmuré, aunque sabía que mi tono no era una broma. Terminé de decir eso y vi algo que hizo que mi mandíbula se tensara. Un niño de la edad de mi pequeña, se acercó a ella con una sonrisa nerviosa. Le entregó algo que parecía un brazalete. Vittoria lo tomó, sonriendo de oreja a oreja, y el niño se sonrojó. —¿Y ese quién se supone que es? —pregunté, sin poder ocultar la molestia en mi voz. Valentina me miró con una mezcla de sorpresa y diversión. —¿Nicola, en serio? Tiene siete años. —Eso no responde a mi pregunta. Valentina rodó los ojos mientras cruzaba los brazos. —Relájate, Don celoso. Es un niño. Probablemente solo quiere ser su amigo. —O algo más —murmuré, observando cómo Vittoria y el niño seguían hablando. —Por Dios… —mi esposa soltó una carcajada antes de tomar mi rostro entre sus manos—. Eres ridículo. La voz de la directora resonó por los altavoces, llamando la atención de todos. —Buenos días, familias. Gracias por acompañarnos en esta fiesta especial del Día del Padre. Preparamos diferentes actividades para que disfruten juntos, así que siéntanse libres de explorar y participar. ¡Diviértanse! Los adultos aplaudieron, y los niños comenzaron a correr hacia las diferentes estaciones de juegos. Augusto y Marcello agarraron a Vittoria de las manos y la arrastraron hacia las carreras de bolsas mientras Damiano los seguía más despacio. —Voy a seguirlos —dije, todavía mirando hacia el niño que le había dado el brazalete. Valentina me detuvo, sujetándome del brazo con una sonrisa divertida. —Nicola, si asustas a ese niño, Vittoria se va a enfadar contigo. —No me importa —respondí, aunque su mirada me hizo detenerme. —Déjala disfrutar. Es una niña, amore. Solté un suspiro, sabiendo que tenía razón. Aunque, sabía que ella tenía sus propios guardianes y no permitirían que un mocoso se le acercará... Valentina se acercó más, abrazándome por la cintura. —Confía en tu hija —dijo en voz baja—. Y confía en mí. —Siempre lo hago —respondí, inclinándome para besar su frente. —Ve. Los juegos y tu hija te esperan. Lorenzo y Renzo caminaban a mi lado, pero mi atención estaba dividida. Mi mirada seguía volviendo al niño que le había dado el brazalete a Vittoria. No podía ignorarlo. Algo en mí no me dejaba soltar el asunto. Me acerqué un poco más a Renzo, que estaba ayudando a Augusto a ajustarse los zapatos. —Renzo —murmuré solo para que él escuchara. —¿Sí? —preguntó, levantando la cabeza —Ese niño que está con Vittoria —dije, señalándolo con un leve movimiento de cabeza—. Averigua quién es. Quiero toda la información sobre su familia. Renzo arqueó una ceja, y una sonrisa burlona se dibujó en su rostro. —¿De verdad? ¿El gran Don de Palermo está celoso de un mocoso de siete años? —Hazlo, Renzo —respondí con un tono que dejaba claro que no estaba bromeando. —Está bien, está bien —dijo, sacando su teléfono mientras todavía se reía entre dientes—. Le mandaré un mensaje a uno de mis hombres. Vi cómo sus dedos volaban sobre la pantalla antes de que guardara el dispositivo en su bolsillo. —Listo. En unos minutos tendrás un informe completo sobre el pequeño Casanova. —No es gracioso —murmuré. Caminamos hacia las áreas de juegos, donde los niños ya estaban preparándose para las carreras de sacos. Vittoria estaba al frente, hablando con otra niña, mientras sus primos intentaban empujarla hacia el primer lugar en la fila. Un hombre, alto y de porte seguro, caminaba hacia nosotros con una sonrisa que me resultaba de lo más falsa. Pero no fue su sonrisa lo que me tensó. Fue el niño que caminaba a su lado. Lo reconocí al instante. Carlo. Conocía su historia. Su padre había trabajado para mí hace años. Un hombre leal que había muerto cumpliendo servicio, dejando a su hijo y a su esposa solos en la vida. El hombre llegó hasta nosotros, deteniéndose a una distancia respetuosa. —Buenos días —dijo, extendiendo una mano hacia mí con una sonrisa educada—. Soy Gennaro Esposito, el padrastro de Carlo. Sentí cómo mi cuerpo se tensaba de inmediato. Escuchar ese nombre fue como un golpe directo al estómago, pero mantuve mi expresión neutral. Sabía quién era. Gennaro Esposito, el autoproclamado líder de la Camorra. El hombre que había estado jodiéndome en los últimos días, ese mismo que probablemente estaba detrás de los traidores en mis filas. Su supuesta inteligencia no solo representaba una amenaza a mi poder, si no un insulto que pronto cobraría. No podía hacer nada en ese momento. Apreté la mandíbula y tomé su mano, estrechándola con más fuerza de la necesaria mientras lo miraba directo a los ojos. —Nicola Moretti —respondí, mi tono tan frío como podía hacerlo sin levantar sospechas. Gennaro sostuvo mi mirada durante unos segundos antes de soltar mi mano, todavía con esa sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Es un placer conocerlo, señor Moretti. Carlo me ha hablado mucho de su hija. Parece que se llevan muy bien. Mis ojos se desviaron hacia Carlo que estaba hablando con Vittoria. —Son niños —respondí, con un tono que sugería que no tenía interés en seguir la conversación. —Eso es cierto —respondió, con una risa breve—. Es bueno ver a los pequeños disfrutando de su infancia. Renzo y Lorenzo intercambiaron una mirada rápida. Sabían exactamente quién era este hombre, y también sabían que no podíamos hacer nada en ese momento. Pero podía sentir su tensión, la misma que corría por mis propias venas. —Bueno, será mejor que me una a Carlo para los juegos —dijo Gennaro, haciendo un gesto hacia el área de las carreras de sacos—. Espero que disfruten la fiesta. —Lo haremos —respondí, mi voz cortante. Lo observé alejarse, con Carlo caminando a su lado, mientras mi mente empezaba a girar con preguntas y posibilidades. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Esto era una coincidencia o un mensaje? —Es él, ¿verdad? —murmuró Lorenzo. Asentí, todavía mirándolo. —Es él. Renzo dejó escapar un suspiro bajo, sus ojos clavados en el hombre. —¿Qué hacemos? —Por ahora, nada —respondí, aunque cada músculo de mi cuerpo gritaba por hacer algo—. Pero asegúrate de que alguien lo siga. Quiero saber cada movimiento que haga desde ahora. Renzo asintió y sacó su teléfono de nuevo, mandando instrucciones a uno de sus hombres. Mis ojos se desviaron hacia mi niña, que estaba riendo mientras se preparaba para la carrera. "Por ella, por Valentina, tengo que jugar mis cartas con cuidado." Instintivamente mi mirada fue hacia Genaro por un leve segundo. ¡El maldito perro! Se sentía tan seguro que incluso se atrevió a mostrar su horrible rostro, pretendiendo burlarse de mí en mi propia cara. ¿No entiende que en mi territorio nada sucede sin que yo lo sepa? Ahora era mi turno de decidir cómo jugar mis cartas. Una cosa era segura: el juego apenas comenzaba.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR