Valentina
Bianca estaba a mi lado, ordenando las bandejas de cupcakes. Gabriella organizaba los pequeños frascos con gomitas en la otra esquina del puesto.
Todo estaba perfecto, como lo esperábamos.
Pero mi mente no estaba aquí.
Estaba distraída mirando a los niños correr de un lado a otro, preguntándome si Nicola ya habría amenazado al primer niño que se acercara demasiado a Vittoria. No me sorprendería; su sobreprotección hacia nuestra hija siempre rozaba lo ridículo.
—¡Valentina! —exclamó Bianca, dándome un codazo.
Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Alessia acercándose al puesto. No venía sola. A su lado, un hombre alto, de cabello oscuro y mirada intensa, caminaba con una confianza que me puso en alerta de inmediato.
Ella parecía nerviosa, aferrándose a su brazo, sin querer soltarlo. Pero él tenía una sonrisa despreocupada. Se detuvieron frente a nosotras y apartó suavemente su brazo del agarre de Alessia.
—Buenos días, hermosas damas —dijo, con un tono tan suave que me hizo apretar la mandíbula—. Soy Gennaro Esposito.
Ese nombre.
Mis dedos se tensaron alrededor de las pinzas que usaba para servir los dulces, y durante un segundo, mi mente se llenó de imágenes. Miles de posibilidades de cómo matarlo cruzaron por mi cabeza.
"¿Un movimiento rápido hacia su cuello? ¿O mejor directo a los ojos?"
—Encantada —respondió Bianca con su tono más cortés, aunque sabía quién era este tipo frente a nosotras.
Gabriella apenas le dedicó una breve mirada antes de volver a su trabajo. Yo, en cambio, no aparté mis ojos de él, evaluando cada detalle, cada movimiento.
Alessia se alejó un poco para atender a Carlo, que estaba insistiendo en que quería algo de lo que estaban vendiendo frente al nuestro.
Esa distracción fue todo lo que Gennaro necesitó. Se inclinó un poco hacia mí, su sonrisa aún presente, pero sus ojos cargados de lujuria.
—Sabes —dijo en un tono bajo—, podría pagar una cantidad considerable de dinero por tenerte en una cama cubierta con esos dulces...
Apreté las pinzas con tanta fuerza que por un momento pensé que podrían romperse.
—¿Ves a aquel endemoniadamente sexy hombre que está caminando hacia aquí? —respondí, señalando a Nicola, que avanzaba a zancadas con su mirada fija en nosotros.
Gennaro siguió mi dedo y asintió con una sonrisa divertida.
—Él es mi esposo —le dije, dejando que el orgullo se filtrara en cada palabra.
Gennaro soltó una carcajada suave, dándome a entender que lo que acababa de decir no le importaba en lo más mínimo.
—Ya lo sé —respondió, todavía sonriendo—. Eso no cambia el hecho de que yo podría hacerte disfrutar más. Piénsalo, Valentina.
El sonido de mi nombre en su boca me hizo desear atravesarle la garganta con las pinzas. Pero justo en ese momento, sentí la presencia de Nicola junto a mí. Sin embargo el malnacido había asegurado una tortura especial para el día de su muerte.
—Amore —dijo mi marido, su voz baja y peligrosa, cargada con esa calma que siempre precedía a una tormenta.
Giré la cabeza para mirarlo, y vi que sus ojos no estaban en mí, sino fijos en el maldito imbécil frente a nosotros. Sé que ese perro sarnoso solo había venido para provocanos.
—Señor Moretti —dijo Gennaro, con una sonrisa falsa—. Nos vemos otra vez.
Nicola no respondió. Su mirada bajó hacia las pinzas que aún sostenía en mi mano, y luego volvió a subir.
—Espero que estés disfrutando de la fiesta —dijo, su tono cortés, pero con un filo que solo los más inteligentes podían detectar.
—Claro que sí. Los dulces de su esposa son una delicia —respondió, mirándome lascivamente y una sonrisa que dejaba claro su doble sentido.
Nicola inclinó la cabeza, su mandíbula apretada apenas perceptible.
—Son mortales si no sabes manejarlos —dijo, dejando caer cada palabra con una amenaza implícita.
El mensaje entre líneas estaba claro, pero el maldito pedazo de carne no pareció intimidado.
—No sé si vale la pena arriesgarse —dijo sin dejar de sonreir—. Fue un placer conocerlas, bellas damas. Señor Moretti.
Se giró y caminó hacia Alessia, que seguía ocupada con Carlo.
—Quédate quieta —murmuró Nicola, apenas moviendo los labios.
—¿Nicola…? —empecé a decir, pero la mirada que me lanzó me detuvo.
—¿Qué dijo? —preguntó cuando el tipo se alejó lo suficiente.
—Nada que no haya esperado de alguien como él —respondí con mi tono frío.
Nicola soltó un suspiro pesado, cerrando los ojos por un momento antes de mirarme.
—Si vuelve a acercarse a ti…
—No lo hará —lo interrumpí, poniéndole una mano en el pecho—. Y si lo hace, no tendrás que preocuparte. Tengo mis pinzas...
Nicola sonrió, aunque sus ojos seguían oscuros.
—Sabes que lo mataría solo por mirarte, ¿verdad?
—No tengo duda de eso, amore —le dije con una sonrisa sensual, acercándome lo suficiente para que mis palabras fueran una caricia contra su oído—. Y sé que ahora no es el momento, pero como se acerca mi cumpleaños… tal vez podrías regalarme esa figurita.
Nicola dejó escapar una risita, esa que siempre acompañaba a su lado más oscuro. Lo miré unos segundos antes de tomar su rostro entre mis manos y besarlo.
—Te lo prometo, amore, será tuyo —respondió en un susurro.
Iba a contestar cuando alguien apareció entre nosotros, exigiendo nuestra atención.
—¡Papá! —gritó Vittoria, tirando de la mano de Nicola con tanta fuerza que casi lo hizo tambalearse.
Nicola se giró hacia ella con una sonrisa de felicidad genuina que solo usaba con nosotras dos.
—¿Qué tienes, principessa? —preguntó, inclinándose para estar a su altura.
—Quiero ese oso gigante —dijo, señalando un puesto de disparar al blanco—. Mami no tiene paciencia para estas cosas, y tú eres el mejor en todo.
No pude evitar reírme.
—Tiene razón en ambas cosas —dije, cruzándome de brazos mientras los miraba.
Nicola me lanzó una mirada divertida antes de volverse hacia Vittoria.
—¿Quieres el oso?
—¡Sí!
—Entonces vamos a ganarlo —dijo, ofreciéndole su mano.
Vittoria lo tomó sin dudar, arrastrándolo hacia el puesto con una sonrisa radiante.
Me quedé donde estaba, observándolos.
Había algo en la manera en que Nicola se comportaba con Vittoria que siempre lograba robarme una sonrisa.
Era un hombre frío, calculador, alguien que podía acabar con una vida sin pestañear. Pero con ella… con ella era otra persona.
Su paciencia, su ternura, su manera de hacerla sentir que era la princesa del mundo.
Pero esa sonrisa se borró de mis labios cuando ví a Alessia acercarse de nuevo al puesto.
—Valentina, ¿te ayudo con algo? —preguntó, poniéndose el cabello detrás de la oreja.
Le sonreí, un gesto que sabía usar para ocultar mis verdaderas intenciones.
—Gracias, Alessia, pero estoy bien. Aunque… ya que estás aquí —dije, tomando una bandeja para reorganizarla—. Te felicito por tu novio...
Alessia sonrió, sabía que estaba esperando una oportunidad para presumirlo.
—Oh, gracias. Gennaro es increíble —respondió con un suspiro soñador—. Lo conocí hace dos años en una app de citas. Él es de Nápoles.
—¿En serio? —pregunté, fingiendo interés—. ¿Y qué lo trajo a Palermo? —pregunté casualmente, aunque estaba alerta a cualquier información que pudiera darme.
—Negocios —respondió con orgullo—. Es algo relacionado con inversiones o importaciones… no entiendo mucho, pero sé que es importante.
"Negocios", pensé. Claro. Eso lo explicaba todo, y a la vez, nada.
No sé que habrá interpretado con mi silencio, pero Alessia me miró alzando una ceja con desconfianza.
—¿Por qué quieres saber tanto sobre él?
Su tono era más defensivo ahora, y su sonrisa se desvaneció.
—Solo curiosidad —respondí, sonriendo para suavizar la tensión—. Es raro ver a alguien nuevo por aquí, y menos alguien que parece tan… seguro de sí mismo.
Alessia frunció el ceño, dando un paso hacia mí.
—¿Seguro de sí mismo? —repitió, su tono subiendo—. Valentina, espero que esto no sea lo que creo que es.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que ya tienes un marido, y no cualquier marido, sino Nicola Moretti. ¿Qué más podrías querer?
Abrí la boca para responder, pero Alessia continuó, su rostro ahora enrojecido por la rabia.
—Si piensas que puedes acercarte a Gennaro… olvídalo. No voy a dejar que alguien como tú, con toda tu… perfección venga a arruinar mi relación.
—¿Crees que tengo algún interés romántico con tu novio?
No pude evitar reírme de lo absurda que me parecía la idea.
—¡No lo sé! —espetó enojada, apretando los puños a los lados—. Pero no pienso correr el riesgo. Si no te basta con Nicola, busca a otro hombre, pero no el mío...
Dejó la frase inconclusa, me lanzó una última mirada de advertencia antes de alejarse hacia donde estaba su noviecito.
Sabía que Alessia no era la amenaza. Pero Gennaro… él era un problema que pronto tendría que resolver.