Capítulo 18

1477 Palabras
Nicola Tomé la pequeña pistola de aire que el encargado me ofreció, revisándola como si fuera un arma real. Era un hábito como lavar los dientes después de cada comida, algo tan natural. —¡Papi, tienes que ganar el oso más grande! —exclamó mi princessa, tirando de mi manga con emoción. Sus ojitos brillaban mientras señalaba al enorme muñeco. —¿Dudas de tu padre? —le respondí, arqueando una ceja mientras ajustaba mi postura frente a los blancos. Vittoria se rió, cubriéndose la boca con las manos. Su confianza en mí era absoluta, y no podía evitar sentirme orgulloso cada vez que me miraba como si fuera capaz de hacer cualquier cosa. Levanté el arma, alineando la mira con el primer objetivo, un pequeño círculo rojo. Contuve la respiración por un segundo, ajustando mi pulso, y disparé dando en el blanco. Me apronté para el siguiente objetivo cuando de repente una voz detrás de mí rompió mi concentración. —Nada mal, señor Moretti. Parece que tiene buena puntería. Reconocí el tono antes de girarme. Mi mandíbula se tensó mientras bajaba el arma con calma y me giraba hacia él. Estaba parado a un lado del puesto, con esa sonrisa despreocupada que parecía diseñada para irritarme. —Es cuestión de práctica —respondí, con un tono seco. Mis ojos recorrieron su figura rápidamente, evaluando cada detalle. Su postura era relajada, pero había algo en su mirada que me indicaba que estaba buscando algo. Una reacción. —Seguro que sí. Aunque creo que en su caso es algo más que práctica. Vittoria, que estaba a mi lado, frunció el ceño mientras lo miraba con curiosidad. —¿Quién es él, papi? —preguntó, jalando mi brazo. —Solo alguien que está perdiendo el tiempo en el lugar equivocado —respondí, sin apartar los ojos de él. Gennaro soltó una risita, como si mi comentario lo divirtiera en lugar de asustarlo. —No quería interrumpir, solo me pareció interesante ver al gran Don Nicola Moretti en un entorno tan… familiar —dijo, enfatizando la última palabra con un toque de burla. —¿Y qué es lo que le parece interesante? —pregunté, cruzándome de brazos y endureciendo mi mirada. —Nada, en realidad. Solo es refrescante ver que incluso alguien como usted tiene tiempo para los juegos. Sentí cómo la rabia empezaba a formarse en mi pecho, pero la mantuve bajo control. Vittoria seguía a mi lado, mirando la interacción con ojos curiosos. —Papi, ¿vas a disparar o no? —preguntó, dándome un ligero empujón. Solté un suspiro y volví a alzar el arma, ignorando a Gennaro mientras apuntaba al siguiente blanco. El disparo hizo un sonido seco al impactar en el centro del objetivo, y el pequeño círculo rojo cayó al instante. —Buen tiro —comentó el perro sarnoso detrás de mí, con una nota de sarcasmo que me hizo apretar la mandíbula. Hice otro disparo, y luego otro, derribando todos los blancos sin fallar ninguno. Tenía que mantener la calma, aunque cada fibra de mi cuerpo me pedía que girara y le rompiera esa cara de imbécil a golpes. El encargado del puesto tocó una campana, indicando que había ganado el premio mayor. Tomé el oso de peluche gigante que me ofreció y se lo entregué a Vitto, que lo recibió con una risa emocionada. —¡Gracias, papito! —exclamó, abrazando el oso con fuerza. —Ve con tus primos, principessa —le dije, acariciando su cabello. —Te alcanzaré en un momento. Ella asintió y corrió hacia donde estaban Augusto, Marcello y Damiano. —Debe ser un desafío, ¿no? —continuó, su tono casi amistoso, aunque cada palabra estaba cargada de doble intención—. Protegerlas. A ambas. El aire pareció volverse más pesado a mi alrededor. Giré lentamente la cabeza hacia él, manteniendo mi expresión imperturbable. —¿Disculpe? —pregunté con mi voz fría. —Oh, no es nada personal, Don Moretti —dijo, levantando las manos como si estuviera disculpándose—. Solo estoy diciendo que alguien como usted, con tantos enemigos... bueno, nunca se sabe cuándo alguien podría intentar aprovecharse de sus puntos débiles. Mis ojos se estrecharon, pero mantuve mi postura relajada. —Los hombres que intentan aprovecharse de mis puntos débiles suelen aprender demasiado tarde que no tengo ninguno —dije, acercándome un paso hacia él. —¿De verdad lo cree? —preguntó, su sonrisa ensanchándose un poco más—. Yo diría que esa pequeña niña podría ser uno. Es encantadora. Tan inocente. Sentí un calor subir por mi pecho, una furia que luchaba por salir, pero la enterré tan rápido como apareció. Este hombre estaba buscando algo, una reacción, una grieta en mi fachada. No iba a dársela. —Nadie se atrevería a ponerle una mano encima —le advertí, esta vez sin molestarme en ocultar el filo en mi voz—. Saben que mi mano no titubea cuando es necesario. Gennaro me sostuvo la mirada por un momento, evaluándome, antes de soltar una risa breve. —Es fascinante, de verdad —dijo, dando un paso atrás. —Verlo tan... tranquilo. La mayoría de los hombres ya habrían perdido la cabeza por menos. Pero usted... usted es otra cosa. —Y usted sigue siendo un hombre que no sabe cuándo callarse —respondí, devolviéndole la mirada con una calma que sabía que solo lo irritaría aún más—. Bueno, eso hasta que tome cartas en el asunto. —Tal vez —respondió con un encogimiento de hombros—. Por es bueno saber dónde están los límites. Me giré hacia el encargado del puesto y le devolví la pistola de aire comprimido. —¿Ha terminado? —pregunté, mirándolo por encima del hombro. —Por ahora —dijo, sin dejar de sonreír—. Pero sabe cómo es esto, Don Moretti. Me dirigí hacia donde Vittoria estaba jugando con sus primos, dejando a Gennaro parado en el puesto de tiro. Cada paso que daba era deliberado, controlado, recordándome que el momento para actuar no era ahora. Lorenzo notó de inmediato que algo no estaba bien. Dejó de hablar y entrecerró los ojos, enderezándose como el consigliere que siempre sabía leerme mejor que nadie. —¿Qué pasó? —preguntó en voz baja para que nadie más escuchara. —Gennaro Esposito —dije, dejando que su nombre saliera como una maldición. Lorenzo frunció el ceño, su cuerpo tensándose al instante. —¿Qué hizo? —Lo que esperaba. Amenazas indirectas, provocaciones… mencionó a Valentina y a Vittoria —respondí, cruzándome de brazos mientras mi mirada se desviaba hacia donde Gennaro estaba ahora, hablando con Alessia como si nada hubiera pasado. Renzo, que también había estado prestando atención, dio un paso más cerca. —¿Quieres que lo manejemos ahora? —preguntó, su voz cargada de una calma peligrosa. Negué con la cabeza, mirándolos a los dos. —No aquí. No delante de los niños. Pero en cuanto termine esta maldita fiesta… quiero que lo atrapen. Quiero que los hombres lo lleven a la sala de interrogatorios. Lorenzo no dudó ni por un segundo. —Entendido —respondió, sacando su teléfono para empezar a enviar mensajes. Renzo dejó escapar un suspiro mientras miraba hacia el puesto de dulces, donde Valentina todavía estaba con Bianca y Gabriella. —¿Y Valentina? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿Le dirás algo? —No —respondí de inmediato, con un tono que no admitía discusión—. No necesita saberlo... todavía. Lorenzo levantó la vista de su teléfono, mirándome fijamente. —¿Todavía? —Quiero manejar esto rápido y en silencio —dije, mirando a nuestro enemigo de nuevo—. Pero si él vuelve a acercarse a ella o a Vittoria, no tendré opción más que matarlo aquí mismo. Lorenzo asintió, entendiendo lo que no estaba diciendo. Si él daba otro paso en falso, lo mataría sin obtener la información que necesitaba. Renzo dejó escapar una risita, cruzándose de brazos. —¿Y no planeas hacer que pague por lo que insinuó? Lo miré, dejando que una sonrisa peligrosa se dibujara en mi rostro. —Lo haré pagar por cada palabra que dijo. Y por las que no dijo también. Renzo soltó una carcajada, asintiendo como si aprobara el plan. —Bueno, entonces supongo que esta noche será interesante. —Los hombres ya están en camino. Estarán listos para seguirlo apenas ponga un pie fuera del colegio. —Bien —respondí, mirando por última vez a al imbécil que en poco estaría en mi territorio. Sabía que él tenía sus propias estrategias. Pero lo que no sabía era que estaba jugando con alguien que siempre iba diez pasos por delante. Los hombres como él siempre cometían el mismo error: subestimarme. Y eso era lo que aseguraría su caída.
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