Capítulo 19

1409 Palabras
Gennaro Cada paso que daba, cada palabra que salía de mi boca, estaba diseñada para provocar, para plantar dudas y encender la furia en Nicola Moretti. No pude evitar sonreír mientras lo veía de lejos, tan rígido y controlado como siempre, siguiendo a su hija como si fuera un maldito perro guardián. Nicola era el hombre más peligroso de Palermo, eso lo sabía, pero también sabía que tenía un punto débil. Sus emociones. Su familia. Y yo había presionado justo donde dolía, sin esforzarme. Aún podía sentir la electricidad del enfrentamiento en el puesto de tiro al blanco. Su mirada, fría como el acero, me lo dijo todo. Si no fuera por la multitud de padres y niños, probablemente habría intentado arrancarme la garganta ahí mismo. Pero Nicola no era tan tonto. Era paciente, calculador. Claro, él pensaba que en cuanto pusiera un pie fuera del colegio sería un hombre muerto. Lo que no sabía era que yo también había planeado justo eso. Este juego lo llevaba controlado desde el principio. Caminé hacia Alessia, que estaba esperándome junto al auto con esa sonrisa nerviosa y servil que tanto me irritaba. La miré de arriba abajo, fingiendo una mirada de deseo que no sentía en absoluto. Alessia era… un mal necesario. Una fachada, un medio para un fin. Pero su voz chillona y su constante necesidad de atención hacían que cada minuto con ella fuera un suplicio. —¿Todo bien, amor? —preguntó, intentando sonar dulce mientras pasaba un brazo alrededor de mi cintura. —Perfecto —respondí, sonriendo con la misma falsedad que siempre. Afortunadamente, Carlo ya no era mi problema. Su abuela había venido a buscarlo poco antes de que terminara la fiesta, llevándoselo con una insistencia que agradecí internamente. No tendría que matar al niño esta noche. Alessia se subió al auto primero, y yo la seguí, cerrando la puerta detrás de mí con un suspiro apenas audible. Apenas nos pusimos en marcha, ella se giró hacia mí, mirándome por debajo de las pestañas en un patético intento de seducción. —¿Sabes? —dijo, acercándose a mí mientras me pasaba una mano por el pecho—. Hoy estabas tan… imponente. Me quedé en silencio, mirando por la ventana mientras ella hablaba. Su voz me taladraba los oídos, pero asentí de vez en cuando para mantener las apariencias. No podía arriesgarme a perder su utilidad antes de tiempo. Y entonces, como si no pudiera esperar más, Alessia se lanzó sobre mí, sus manos recorriendo mi cuello y sus labios presionándose contra mi piel con una desesperación que me resultaba asquerosamente desagradable. Cerré los ojos, intentando soportar el momento, pero mi mente no podía evitar desviarse. Ya no veía a Alessia. No sentía sus labios. La vi a ella. La pelinegra del puesto de dulces, con esos ojos feroces y esa sonrisa peligrosa. Valentina Moretti. Desde el instante en que la vi, su imagen se había quedado en mi mente como una fijación… una completa obsesión. Era todo lo que Alessia no era: fuerte, astuta, inalcanzable. Una mujer que podía mirar a un hombre como Nicola Moretti a los ojos y hacerle frente. Mi respiración se aceleró al imaginar un escenario alternativo. En vez de Alessia, eran las manos de esa mujer las que me tocaban. Eran sus labios los que rozaban mi cuello. Y era su voz la que susurraba mi nombre con un tono que me enloquecía. —Valentina… —gemí sin poder contener su nombre deslizándose por mi lengua como una maldita confesión. Recibí un golpe en el pecho que me devolvió a la realidad. Abrí los ojos para encontrar a Alessia enderezándose en su asiento con su rostro rojo de furia. —¿Qué dijiste? —espetó, su voz subió una octava. —Nada —respondí, pero la mentira era tan débil que incluso yo la noté. —¡No me vengas con nada! —No seas ridícula, Alessia. —¡Ridícula! —gritó, girándose hacia mí—. ¿Crees que no me di cuenta? Desde que la viste en el puesto de dulces, no le quitaste los ojos de encima. —Basta —respondí, con un tono frío que solía callarla. Pero esta vez no funcionó. —¡No me digas que basta! —gritó, su voz chillando aún más—. ¿Qué tiene ella que yo no tenga? La fulminé con la mirada, ya harto de sus berrinches. —Todo —dije antes de poder detenerme. Con solo esa palabra, toda su ilusión sobre nosotros desapareció. Ella soltó una risa amarga, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. —Eres un idiota. ¿De verdad crees que tienes una oportunidad con una mujer como ella? Su tono me irritó más de lo que debería. Me incliné hacia ella, acortando la distancia entre nosotros. —Si quisiera, ya sería mía. Ella soltó otra carcajada, pero esta vez había algo más en su mirada. Desprecio. —Eres un imbécil —dijo, su voz llena de veneno—. Esa mujer nunca te miraría dos veces. Es demasiado para ti. —Creo que deberías pensar muy bien antes de abrir tu bocota —dije, con un tono frío. Soltó un grito ahogado antes de levantar una mano con la intención de golpearme otra vez. Me moví con calma, atrapando su muñeca en el aire antes de que me tocara. —No hagas algo de lo que te arrepentirás —le advertí, mis ojos fijos en los suyos. La voz de uno de mis hombres interrumpió nuestra discusión. —Señor, tenemos compañía —dijo, su tono profesional pero tenso. Mi mirada se dirigió al retrovisor, donde vi las luces de un auto acercándose a gran velocidad detrás de nosotros. La sonrisa que se formó en mi rostro fue automática, estaba esperando este momento. —Bien —dije, soltando la muñeca de Alessia con un empujón—. Démosle el espectáculo que quieren. Ella me miró confundida, su respiración acelerada mientras intentaba comprender lo que estaba pasando. Pero no le di tiempo para pensar. Con calma, saqué mi arma de la funda oculta bajo mi chaqueta. El movimiento fue tan fluido que por un segundo pensé que Alessia no lo había notado. Giré la cabeza hacia ella y vi cómo sus ojos se ensanchaban de terror. —¿Qué… qué estás haciendo? —balbuceó horrorizada. —Ya me cansé de tí. Levanté el arma y apunté a su pecho. —¡No! —gritó levantando las manos para defenderse. El disparo retumbó en el auto, su cuerpo inerte se desplomó a un lado. El olor a pólvora llenó el espacio mientras observaba cómo su sangre comenzaba a manchar el asiento. Mi sonrisa se mantuvo mientras me movía hacia adelante, mirando a mis hombres. —Espero que estén listos —dije, justo antes de que el impacto nos sacudiera. El golpe hizo que el auto se tambaleara violentamente hacia un lado, tirándome contra la puerta. —¡Nos dieron! —gritó el chófer. Solo tenía unos segundos para reaccionar. Saqué mi teléfono y marqué a Marco. —Tienes dos horas máximo —dije y corté la llamada. El auto se detuvo después de que unos disparos dieran en las ruedas, explorando los neumáticos. Ignoré el dolor en mi hombro. La adrenalina ya estaba corriendo por mis venas. —Señor, nos tienen en la mira —dijo mi hombre, mirando por los espejos retrovisores. —Eso creen —respondí, mi tono casi burlón—. No se preocupen, esto es exactamente lo que quería. Abrí la puerta con lentitud, ignorando los gritos de mis hombres para que me quedara dentro. El aire fresco golpeó mi rostro, pero lo único que noté fue el sonido de pasos acercándose y el clic inconfundible de armas siendo preparadas. —¡Manos arriba, Esposito! —gritó alguien desde la sombra. Mi sonrisa se ensanchó. Reconocía esa voz. Era uno de los perros de Nicola, alguien lo suficientemente leal como para meterse en la boca del lobo sin dudar. —Tranquilo, tranquilo —dije, levantando las manos con una calma que no debería tener un hombre en mi posición. Hice lo que me pidieron, viendo cómo salían más hombres de las esquinas, rodeando el auto con precisión militar. Todos estaban armados, sacaron a mis hombres y los arrodillaron a mi lado. —¿Qué hace, señor? —susurró uno de ellos. —Entrando a la cueva del zorro...
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR