Capítulo 13

4998 Palabras
Blake había imaginado que eso era lo que le diría Jeff. —Olvidas que soy yo el que se beneficia de la llegada de este bebé, mucho más que Samantha. Estoy absolutamente seguro de que no ha sido a propósito. Jeff se inclinó sobre la mesa. —¿Estás seguro? —Del todo. —En ese caso, felicidades. —Y le ofreció la mano por encima de la mesa. Tras estrechar la mano de su abogado, Blake pasó a temas más urgentes. —Sobre las cámaras en casa de Samantha, ¿sabemos algo? Jeff abrió una carpeta y extendió su contenido sobre la mesa. —Como recordarás, Vanessa se presentó en casa de Samantha, pero la hemos estado siguiendo y no ha vuelto por allí y tampoco se ha puesto en contacto con ningún detective privado. Nuestro detective le ha sacado algunas fotos, pero la gente que aparece en ellas está limpia. Son hombres de negocios como tú o profesionales como yo. Blake reconoció la consabida imagen de Vanessa en las fotos, con sus gafas de sol y sus rasgos de porcelana mientras tomaba café o hablaba por teléfono. Sin embargo, una de las estampas le resultaba muy familiar. En ella, Vanessa hablaba con una mujer que Blake había visto antes, pero no conseguía recordar dónde. —¿Sabes quién es esta mujer? —Una estudiante de derecho... ¿O era secretaria en un despacho de abogados? —se preguntó Jeff—. Sí, creo que era secretaria. Blake repasó el resto de las fotos. Solo en esa le parecía que había algo extraño. —Creemos que el tipo de la limpieza se ocupó de deshacerse de las cámaras. No nos llevó a ningún sitio. No encontramos nada que relacione a Parker o a tu primo con Estados Unidos. Es como una calle sin salida. Blake suponía que, llegados a esas alturas de la película, el tema de las cámaras ya no era tan importante, pero aun así quería pillar al responsable de invadir la intimidad de Samantha. —Sigue trabajando en ello. Algunos creían que un abogado solo servía para temas legales, pero uno de los refranes favoritos de Blake, y que le había sido muy útil a lo largo de la vida, era «hoy por ti, mañana por mí». Jeff conocía a gente que podía vigilar lo que fuera, cosa o persona. —Lo haré. Cogió la fotografía de Vanessa y la secretaria de encima de la mesa. Hasta que supiera el nombre de aquella mujer, no dejaría de mirarla. No existía mensaje más directo que unas maletas junto a la puerta para saber que algo no iba bien. O al menos eso era lo que Samantha esperaba. Blake le había mentido. En lugar de confiarle un problema que seguramente podrían haber solucionado entre los dos, había preferido manipular la situación para obtener un resultado que se adaptara a sus necesidades. De pronto los recuerdos del arresto de su padre o del dolor que Dan le había infligido al engañarla parecían sacados de ayer. Blake conocía todos sus secretos, sus inseguridades, y se había aprovechado de todo ello para conseguir sus objetivos. Sí, ambos se habían embarcado en aquel pacto con el diablo de forma consciente. Casarse para cumplir la voluntad de un hombre muerto y salir de allí más ricos que antes, ese era el plan. Pero aquello cambió a medida que la atracción entre ellos se iba haciendo cada vez más fuerte, y el fruto de esa atracción fue la concepción de un hijo. Samantha se acarició la barriga, que había empezado a crecer y ya no le cabía en los pantalones. En la otra mano sostenía una copa de vino de la que solo había bebido una vez y que no tenía intención de acabarse. Por mucho que quisiera hacerle daño a Blake, su hijo no tenía la culpa. Lo maldijo una y mil veces por hacer que se enamorara, que confiara en él para luego mandarlo todo al infierno. De pronto, oyó el ruido de la llave en la cerradura. Clavó la mirada en las maletas que esperaban junto a la puerta y levantó la copa de vino. Quién sabe, quizá debería haber sido actriz, pero Blake sin duda había dejado pasar su verdadera vocación. Por el rabillo del ojo, vio cómo Blake daba dos pasos antes de detenerse. —¿Samantha? Llevaba toda la tarde pensando en qué le iba a decir. Una opción era huir de allí cuanto antes, sin enfrentarse a él para que la única certeza fuese que sencillamente se había ido. Sin embargo, al final había llegado a la conclusión de que no podía marcharse sin unas últimas palabras de reproche. —¿Cuándo pensabas contármelo? —preguntó Samantha cuando Blake entró en el dormitorio como quien atraviesa un campo de minas repleto de bombas listas para explotar. —¿Contarte qué? —Has estado en el despacho de tu abogado. Seguro que habéis hablado del testamento. Blake permaneció inmóvil. Samantha volvió lentamente la cabeza hacia él, pero se tomó su tiempo antes de mirarle a los ojos. Cuando finalmente lo hizo, vio que su mirada se debatía entre la copa que sostenía en la mano y su cara. Incluso en aquel momento, pensó, se preocupaba más por el niño que por ella. Solo por provocarle, se llevó la copa a los labios y fingió que bebía un buen trago antes de volver a bajarla. —¿Qué está pasando, Samantha? —Los ojos de Blake se desviaron hacia las maletas que ella había preparado con antelación para que su salida fuese lo más digna posible. —Creí que íbamos a ser siempre sinceros el uno con el otro. ¿Qué ha pasado con eso, Blake? —Sam, ¿de qué estás hablando? Incapaz de permanecer sentada ni un segundo más, Samantha se puso en pie y dejó la copa sobre una mesa cercana, derramando parte del contenido al hacerlo. Si fuera él, pensaría que había estado bebiendo demasiado. Mejor aún, se dijo Sam. —El testamento de tu padre. ¿Qué ponía en realidad? ¿O pensabas que nunca lo descubriría? Blake abrió los ojos como platos y su boca se convirtió en una delgada línea recta. Su cara decía todo lo que ella quería saber. Culpabilidad... Quizá un cierto remordimiento. Pero ¿por qué? ¿Remordimiento al saberse sorprendido en una mentira? —No pensé que fuera importante. —¿No te pareció importante explicarme que tu padre te exigía que engendraras un heredero? Blake cerró los ojos, admitiendo sus palabras. Y ese gesto lo decía todo. Reprimiendo las lágrimas que amenazaban con nublarle la visión, Samantha enderezó los hombros y se dirigió hacia el duque como una exhalación. —Lo que nos definía como pareja era la sinceridad, pero tú no podías confiarme algo tan importante, ¿verdad? Blake abrió los ojos y vio cómo se acercaba a él. —No quería abrumarte con los detalles. Samantha no pudo reprimir una carcajada de puro sarcasmo. —¿Abrumarme? Dios, te crees tu propia historia. No eres mejor que tu padre. Le dices a la gente que te rodea cómo tiene que hacer las cosas, impones tu voluntad a quien sea y todos siguen tus órdenes. Blake intentó tocarla, pero Samantha se apartó. —No me toques. Eso ya es cosa del pasado. —Samantha, por favor, sé que esto parece... —No es que lo parezca, es que lo es, Blake. Me has mentido sobre el testamento de tu padre. —Descubrí la segunda condición después de casarnos. A Samantha se le hizo un nudo en el estómago. Tanto estrés no podía ser bueno para el niño. Se obligó a respirar profundamente y luego fue soltando el aire poco a poco. —Puede ser, pero eso no te detuvo, ¿verdad? Al final tú siempre tienes que ganar. Blake negó con la cabeza. —¿De qué estás hablando? Ambos sabíamos a qué nos arriesgábamos cuando nos acostamos. —No te atrevas a mentirme. Da la cara, Blake. No eres el primero que me miente a la cara, y los otros eran más grandes que tú y aguantaron más tiempo. Puede que en los últimos meses me haya dejado llevar demasiado por las emociones, pero no soy idiota. —Confiaba en que Blake tuviera el valor de confesarle que había agujereado los preservativos para conseguir lo que quería, y la decencia de pedirle perdón. En vez de eso, lo que recibió fue una mirada vacía. Sin mediar palabra, Samantha se dirigió hacia las maletas. —¿Qué estás haciendo? —Me voy. ¿O es que las maletas te han confundido? —Por Dios, Samantha, podemos arreglarlo. Tendría que haberte explicado lo del codicilo. —Tienes toda la razón, deberías habérmelo explicado. Te habría dado lo que tú quisieras, Blake. —El corazón se le rompió en mil pedazos cuando las siguientes palabras salieron de su boca—: Solo tenías que pedírmelo. Dio media vuelta y se alejó de la vida de Blake. Una parte de Samantha esperaba que saliera corriendo tras ella. Sin embargo, ese era su lado más romántico, la parte de ella que creía que había significado algo más para él que una yegua con la que reproducirse. Daba igual si se iba o no. Blake habría conseguido su heredero. Y ella una vida de remordimientos. Samantha se marchó. Maldita sea, y todo por culpa de una simple omisión por su parte. «Las mujeres son criaturas emocionales.» Sobre todo si estaban embarazadas. Samantha necesitaba tiempo para calmarse y él lo comprendía, pero sabía que acabaría volviendo. Sin embargo, a medida que los minutos se convirtieron en una hora y luego en dos, Blake se dio cuenta de que lo que había evitado contarle pesaba mucho más en la vida de su esposa de lo que imaginaba. Cuando una hora más tarde sonó el teléfono, se apresuró a contestar. —¿Samantha? —Soy Jeff. Perdona, te llamo más tarde si estás esperando una llamada. La última persona con la que quería hablar era con su abogado. Cogió el vaso de whisky que se acababa de servir e hizo girar en su interior el líquido ambarino, un triple malta, antes de bebérselo de un solo trago. —¿De qué se trata? —¿Estás bien? Por tu voz diría que estás hecho una mierda. —Gracias. —Vale, no estás de humor para hablar. Solo quería que supieras que el detective ha visto a Vanessa hoy acorralando a Samantha en unos grandes almacenes. Según él, Vanessa estaba un poco agresiva, pero ha sido Samantha la que se ha marchado de allí bastante afectada. «¿Vanessa?» —¿Ha escuchado la conversación? —No. No se ha acercado tanto. ¿Va todo bien? Blake podía oír el engranaje de su cerebro funcionando. Entonces así era como Sam había descubierto lo del testamento, a través de Vanessa. Pero ¿cómo lo sabía ella? De pronto recordó quién era la mujer de la fotografía. —¡Mierda! La mujer... —¿Qué? —La de la fotografía, con Vanessa. Leona. No. Neo... Naomi. Naomi no sé qué. Trabaja como secretaria en Parker y Parker. —Blake se llevó una mano a la frente—. Vanessa conoce a la secretaria de Parker, Jeff. —¿Tu ex conoce a la mano derecha del abogado de tu padre? —Lo que significa que Vanessa sabe lo del testamento de mi padre desde el principio. —No era de extrañar que estuviera deseando ser duquesa. —¿Crees que también está detrás de lo de las cámaras? —Me apuesto lo que quieras. —¿Y qué le ha dicho a tu mujer? —Lo suficiente como para que Samantha se vaya. —No tenía sentido intentar disimular con Jeff. Al fin y al cabo, sería el primero en enterarse si hubiera algún tipo de problema legal. —¿Que se ha ido? ¿Qué quieres decir? —No importa. Te llamaré en unos días. Mientras tanto, redacta una carta para Parker recordándole que un incumplimiento del compromiso de confidencialidad podría provocar la nulidad de cualquier cosa que salga de su despacho. Maldita sea, no podía negar que era un tirano, y no mucho mejor que su padre. Incluso en un momento tan crucial para él, a punto de perder a su esposa y a su hijo, no podía dejar de pensar en el final de sus problemas. —Mejor dicho, no hagas nada de momento. No, espera... Necesito que hagas otra cosa. Blake dio las órdenes, sin que quedara duda alguna acerca de cómo debían llevarse a cabo. Una hora más tarde, estaba sentado delante de un ordenador, comprobando el navegador para saber si Samantha había estado buscando vuelos de regreso a California, pero al abrir el historial y encontrar páginas sobre preservativos y tasas de embarazo relacionadas, Blake se quedó mirando fijamente la pantalla. Si Vanessa conocía el testamento, sabía que su padre le exigía un heredero... Estaría dispuesta a hacer lo que fuera con tal de quedarse embarazada de él y que pareciera un accidente, eso si le hubiera dado tiempo. Gracias a Dios, Blake había conocido a Samantha, lo que había desencadenado el fin de su relación con Vanessa. Lo único que quedaba de ella eran las cajas de preservativos que había dejado tras ella. —¡Maldita zorra! Blake se puso en pie de un salto y corrió hacia el dormitorio. En la caja de preservativos que había en el cajón solo quedaban dos. Levantó uno de los envoltorios en alto y no encontró nada raro, de modo que lo sujetó frente a la luz. Cuando vio el pequeño agujero en el centro del envoltorio, sintió que una llamarada le abrasaba el pecho por dentro. Dios mío. —Samantha. Su mujer debía de haber descubierto la manipulación y pensado mal de él. ¿Y por qué no? Él tampoco se había molestado en explicarle que los condones eran de una ex. Maldición, ¿qué pensaría de él? Seguramente que era peor que Dan, otro hombre más que la decepcionaba, que le mentía para conseguir sus objetivos. Quería llamarla cuanto antes, obligarla a escuchar lo que tenía que contarle, pero ¿cómo podía probarlo? Visualizó la imagen de Vanessa y sintió una ira tan intensa como jamás había experimentado. El odio que sentía por su padre era un paseo por el campo comparado con la sed de venganza hacia su ex amante que sentía en aquel preciso instante. Blake cogió el teléfono para pedir unos cuantos favores. Carter tenía bastantes amigos en el cuerpo de policía de Nueva York. —Carter, necesito que hagas algo por mí. Veinticuatro horas más tarde, Blake esperaba frente a un complejo residencial de alto standing, retorciéndose las manos con tanta fuerza que Samantha habría estado orgullosa de él. No correr detrás de ella había sido lo peor, pero no quería enfrentarse a ella hasta que Vanessa hubiera pagado por lo que había hecho. Olió el dulce perfume floral que siempre precedía a Vanessa, tan intenso que casi resultaba desagradable, antes incluso de verla. Se le aceleró el pulso, pero no porque todavía sintiera algo por ella, sino porque la odiaba profundamente. Si acababa con sus posibilidades de construir un futuro junto a su mujer, encontraría la manera de arruinarla como fuera, y así se lo prometió a sí mismo mientras se alejaba del edificio y la cogía del brazo. Vanessa se sorprendió, pero al darse la vuelta y ver que se trataba de Blake, se relajó al momento. —¿Blake? Querido, ¿cómo estás? Por el rabillo del ojo, Blake vio como Carter y un agente de paisano entraban en el enorme edificio sin que Vanessa se percatara de ello. —¿Tienes un minuto? —le preguntó, sintiendo que se le ponía el vello de punta al pensar que tendría que ser agradable con ella al menos el tiempo que durase el registro de su piso. La expresión del rostro de Vanessa cambió, como si no estuviera segura de sus intenciones. No en vano, su último encuentro había sido de todo menos agradable, pero Blake no quería arriesgarse a que se marchara. —Creía que no teníamos nada más que decirnos. —Quería darte las gracias por avisarme. —La mentira había salido por su boca con tanta naturalidad que incluso él mismo se la creyó. —¿Avisarte? ¿De qué? —De que Samantha no sería feliz hasta que se apoderara incluso de mi alma. Pensé que podríamos acordar un matrimonio agradable y tranquilo, desprovisto de emociones o de lealtades... —Dejó que las palabras flotaran entre ellos para ver si Vanessa mordía el anzuelo. —Oh, Blake. —Se quitó las gafas de sol y le dedicó una mirada cargada de significado mientras todo su rostro componía una expresión de fingida compasión—. ¿Qué ha pasado? —No estoy seguro. Todo esto del embarazo... No me lo esperaba. No sé, siempre hemos tenido mucho cuidado. —Miró a su alrededor, la llevó hasta una zona más apartada lejos de miradas ajenas, y bajó la voz para darle más efecto a sus palabras—. ¿Cómo puede una mujer quedarse embarazada utilizando preservativos? No es que dude de la paternidad, pero... Vanessa agachó la cabeza. —Vaya por Dios. Una vez oí hablar de una mujer que agujereaba los preservativos para quedarse embarazada. ¿Crees que ella sería capaz de hacer algo tan grave? Blake cerró los ojos y se alegró de que las gafas de sol ocultaran casi todas sus expresiones. Podía sentir el sabor amargo de la bilis en la garganta. Menuda zorra malvada y vengativa. Envió una señal mental a los hombres que estaban registrando el apartamento de Vanessa para que salieran de allí cuanto antes. Cada segundo que pasaba en presencia de aquella mujer era tiempo que no le dedicaba a su esposa. —No puedo ni imaginármelo... —dijo él. —Debería estar enfadada contigo. Después de todo, te casaste con ella en cuanto nosotros dos... Blake suspiró. —Yo... —De pronto el móvil que llevaba en el pantalón vibró y al sacarlo pudo leer en la pantalla un mensaje de Carter: «¡La tenemos!» La mentira que había estado a punto de soltar murió en su lengua. En su lugar, la verdad salió a la luz. —Yo la quiero. —¿Qué? —Amor. Confianza. Cosas que nunca sentí cuando estaba contigo. Vanessa, que se había acercado a él más de lo que a Blake le hubiera gustado, retrocedió. Estaba pálida como una aparición. —Acabas de decir que... Blake se quitó las gafas de sol y sus ojos se convirtieron en dos afiladas dagas. A juzgar por la expresión de Vanessa, había sentido cómo se le clavaban en lo más profundo de su ser. —Entre nosotros nos referimos a ti como «la víbora». ¿Lo sabías, Vanessa? —¿Qué? —Tu veneno ya ha envenenado a demasiada gente. ¿Realmente creías que te saldrías con la tuya? Mientras hablamos, la policía ha registrado tu piso y resulta que han encontrado todo lo que necesitan. Vanessa empezó a retroceder de espaldas. Uno de sus tacones se hundió entre dos adoquines y a punto estuvo de caerse al suelo. Mientras intentaba recomponerse, sus ojos transmitían un profundo odio. —No sé de qué me estás hablando. —Claro que sí. Blake vio que uno de los coches blancos y negros de la policía se detenía junto a la acera. Vanessa miró hacia la patrulla y luego de nuevo a él. —No he hecho nada ilegal. Había contratado a gente para que se encargara del trabajo sucio, como el hombre que se había hecho pasar por técnico de la compañía de teléfonos para instalar cámaras en casa de Samantha, y había tomado fotografías ilegales de la pareja, un delito que iba contra la ley. De una forma u otra, encontraría la manera de hacérselo pagar ante un juez. —Dejemos que sean los tribunales los que tomen la decisión. Seguramente Vanessa no pasaría ni un solo día entre barrotes, pero Blake se conformaba con que cada hombre que se cruzara en el camino de la víbora supiera la clase de serpiente que era. La primera noche tras su regreso a California, Samantha pidió que le pusieran una cama supletoria junto a la de su hermana e intentó conciliar el sueño. Lo había mandado todo al garete. Cierto, se había asegurado el dinero para poder cuidar de Jordan, pero también tendría que hacerse cargo de una nueva responsabilidad: un bebé nacido de la relación entre un padre dominante y egoísta y una madre con vocación de mercenaria. Una pareja de lo más patético. ¿Y todo para qué? Samantha podría habérselas apañado sola, podría haber cuidado de Jordan sin los millones de Blake. Claro que el camino más sencillo era aceptar su oferta y librarse del peso de una vida tan difícil como la suya. Eliza había echado a su novio de casa a patadas al descubrirle fisgoneando entre las fichas de las nuevas clientas con las que se había puesto en contacto en nombre de Alliance. Eso dejaba espacio más que suficiente en su apartamento para que dos mujeres despechadas pudieran pasar el rato hablando sobre las cualidades de los hombres, o más bien sobre la ausencia de ellas. A diferencia de otras veces, Samantha solo era capaz de comer, dormir y mirar por la ventana a la gente de la calle. El intenso dolor que sentía en el pecho se negaba a desaparecer. En cierta ocasión, y creyendo que algo no iba bien, llegó a considerar muy seriamente la posibilidad de llamar a su médica, pero luego se dio cuenta de que un corazón roto también era capaz de sentir dolor a escalas que no recordaba desde la muerte de su madre. Tres días después de su regreso a casa, Eliza dejó sola a Samantha para que pudiera meditar en paz. Alguien llamó a la puerta. Samantha no esperaba a nadie, así que continuó sentada en el sofá sin intención de moverse. Los golpes continuaron hasta que no le quedó más remedio que levantarse. Aunque sabía que tarde o temprano volvería a ver a Blake, tenerle allí delante, con unos pantalones caqui, una camisa arrugada y barba de varios días, fue más que suficiente para abrir las heridas. —¿Qué haces aquí, Blake? —Tenemos que hablar. Las lágrimas hacía tiempo que se habían secado y además se negaba a provocar en el bebé más estrés del que ya había sufrido. —No tengo nada más que decir. Cuando se disponía a cerrar la puerta, Blake metió un pie en el vano y la detuvo. —Te quiero. Una de las manos de Samantha quedó suspendida en el aire. Cerró los ojos al sentir el dolor que aquellas palabras evocaban. Otro día, en otro momento, seguramente se habría lanzado a sus brazos al oír aquella confesión, pero ahora ya era demasiado tarde. Aunque realmente la quisiera, eso no cambiaba nada. —¿Me has oído? —¿Por qué me haces esto? —El dolor que le atenazaba el pecho empezaba a ser insoportable. Apenas podía respirar y estaba a punto de asfixiarse con el poco aire que entraba en sus pulmones. —Cinco minutos, Samantha. Dame cinco minutos. Por favor. ¿Le había oído suplicar alguna vez? Abrió la puerta del todo y le dejó pasar. Él le entregó un periódico. —Mira en la página tres. —¿Qué es? —Tú solo mira. Samantha buscó la página tres y vio una fotografía de la víbora junto a una mujer a la que no conocía, en la que eran escoltadas hasta un coche de la policía. —¿Qué es esto? —Vanessa ha estado utilizando a una amiga suya que trabajaba en el bufet de los abogados de mi padre para conseguir información confidencial relacionada con el testamento. Lo cual explicaba por qué Vanessa lo sabía todo sobre el testamento y ella, en cambio, no tenía ni idea de nada. —¿Y? —Localicé los preservativos, Samantha. Todos. Samantha sacudió la cabeza y levantó la mirada hasta encontrarse con la de Blake. —¿Todos? —Vanessa quería tenderme una trampa para que me casara con ella. Sabía que necesitaría un heredero antes incluso que yo y por eso se inventó una supuesta alergia al látex, para encargarse ella de los preservativos. Yo no tenía ni idea de que los había manipulado. Llegó al extremo de abrir los envoltorios para luego volver a pegarlos. Blake se acercó y cogió a Samantha de las manos. Su mujer no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar, y su mirada ausente se clavó en su pecho. —¿Vanessa hizo agujeros en los preservativos? —No fui yo. Samantha dio un paso atrás, apartó las manos de las de Blake y se sentó en el sofá. La fotografía de Vanessa rodeada de policías no hacía más que confirmar sus sospechas de que aquella mujer era una auténtica víbora. —La policía encontró unos archivos en su ordenador, archivos de vídeo, de nosotros dos juntos. Vanessa estaba enferma. Blake había tenido suerte al escapar de sus garras, aunque sus acciones no le eximieran de culpa. —¿Por qué no me contaste lo del testamento? Blake se sentó en la mesa de café, mirándola cara a cara. Cuando apoyó las manos en sus rodillas, Sam no pudo evitar dar un brinco. Una expresión de dolor ensombreció el rostro de Blake antes de retirarlas. —Al principio solo quería asegurarme de que no existiera algún resquicio legal para invalidar la cláusula. Cuando mi abogado agotó todas las vías, me decidí a decírtelo. Al llegar a casa, te encontré en el lavabo declarándole la guerra a los condones. Luego un día llevó a otro y ya no me pareció tan importante. —Eso no es excusa. —Ahora lo sé, pero es la verdad, Samantha. La semana pasada, tras reunirme con el abogado de mi padre, pensé que tenía que contártelo todo, pero tenía tanto miedo a perderte que fui incapaz de abrir la boca. —Blake intentó tocarla de nuevo y esta vez ella no se sorprendió—. Lo siento —le dijo mirándola con ojos suplicantes—. Tendría que haber hecho muchas cosas de otra manera. Y si me das otra oportunidad, prometo no volver a ocultarte nada. Los labios de Samantha empezaron a temblar, de modo que se los mordió para controlarlos. La explicación de Blake, sus motivaciones, eran comprensibles, pero lo cierto era que el suyo seguía siendo un matrimonio de conveniencia... destinado a terminar con al menos un corazón roto. Ocurriría ese mismo día o quizá más adelante, pero su unión tenía fecha de caducidad y Samantha ya no podía vivir más con semejante incertidumbre. No era justo para ninguno de los dos... ni para el bebé. —¿Podrás perdonarme? Samantha cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir, se clavaron en los de Blake. —Te perdono. Él empezó a sonreír, pero Samantha sacudió lentamente la cabeza. —Blake, espera. No puedo seguir con esto. Creí que sería capaz de jugar a las casitas, de jugar a ser tu esposa e irme cuando el año terminara, pero no puedo. —Pero... —No, espera —lo interrumpió—. Ya sé que tú no querías que los sentimientos se inmiscuyeran en esto, pero no he podido evitar enamorarme de ti, como no puedo evitar respirar y sobrevivir. Esta vez Blake fue incapaz de contenerse y en sus labios asomó una sonrisa que rápidamente pasó también a sus hermosos ojos grises. —¿Me quieres? —le susurró. —Por eso tenemos que poner fin a esto cuanto antes —respondió ella. Blake cerró los ojos y, sin dejar de negar con la cabeza, dejó escapar una exclamación de sorpresa. —¿Qué? —Ya es suficientemente duro estar embarazada. Este dolor en el pecho, esta sensación de no saber si vas a dar por buena la fecha de finalización de nuestro contrato de matrimonio, es algo con lo que no puedo vivir. —Mirarle, incluso en aquellos momentos tan duros, era suficiente para que se le partiera el corazón. ¿Cómo podía pasar los ocho meses siguientes pensando que en cualquier momento podía pedirle que se marchara? —¿Me has oído cuando te he dicho que te quiero? —Sí, pero... Blake le cubrió los labios con un dedo para hacerla callar. —Te quiero, Samantha Harrison, y si estás esperando a que te pida que salgas de mi vida, será mejor que te pongas cómoda porque vas a esperar mucho tiempo. Le he pedido a Jeff que redacte mi testamento y que haga constar en él que, si algún día me pasa algo, todo lo que tengo sea para ti y para el niño. —¿Qué? En lugar de explicarse, Blake hincó una rodilla en el suelo y se llevó una de las manos de Samantha a los labios para darle un tierno beso. —Sé que lo estoy haciendo todo al revés, pero ¿quieres casarte conmigo? No por un contrato, ni por un testamento, ni siquiera por dinero, sino porque me amas y quieres ser mi mujer ahora y para siempre. —¿Qué? —La voz de Samantha bajó una octava, un tono que para ella ya era muy grave. —Has hecho de mí un hombre mejor, Samantha. Dime que te casarás conmigo. —Oh, Blake... —dijo ella, arrodillándose junto a él—. Si ya estamos casados. Él sonrió y sujetó su cara entre las manos. —¿Eso es un sí? Samantha lo amaba tanto que no podía negarse. —Para siempre es mucho tiempo.
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