Blake acarició las fotografías de las tres mujeres que Samantha
le había enviado. Todas eran perfectas: cultas, con estudios y
preciosas. Entonces ¿por qué se habían apuntado a una agencia de
citas para encontrar un marido temporal? Tenía que haber algún tipo
de conexión entre ellas y la propia señora Casamentera, pero Blake no
conseguía dar con ella.
Candidata número uno, Candice... Sin apellido. Según el
informe, era estudiante de derecho de segundo año y tenía las típicas
deudas de estudios. Le encantaba el arte y dedicaba su tiempo libre a
correr maratones. Blake volvió a mirar la fotografía. El parecido con
Jacqueline era desconcertante. Samantha había pensado en todo,
hasta el punto que había incluido las medidas y el peso de la chica al
final de la página. Debajo de la fotografía, Sam había escrito una nota
explicando que las agencias de citas solían utilizar imágenes antiguas
del instituto retocadas con Photoshop, pero que Alliance actualizaba
las suyas cada seis meses.
Candidata número dos, Rita... De nuevo, sin apellido. Ayudante
en la consulta de un médico y preparándose para entrar en medicina.
Le encantaba la navegación y pasar temporadas en lugares exóticos.
Había viajado por muchos países, pero los papeles de Sam no
hablaban de cómo se lo había costeado.
Candidata número tres, Karen... Blake no se molestó en buscar
el apellido. Sabía que no aparecería por ninguna parte. Karen podría
haberse dedicado al mundo de la moda. Sus ojos, de un azul increíble,
y su hermoso cabello de un rubio blanco como la nieve eran
suficientes para dejar sin respiración a cualquier hombre. Karen no iba
a la universidad y tampoco tenía préstamos de estudios pendientes.
Dirigía una especie de hogar para ancianos y hacía de mentora para
chavales en un club para niños y niñas.
Las tres eran perfectas. Entonces, ¿por qué tenía la sensación
de que ninguna de ellas encajaba?
Se inclinó hacia delante y cogió el teléfono.
—¿Y bien, Mitch? —preguntó cuando su ayudante respondió al
otro lado del teléfono.
—Todavía tengo un par de llamadas sin respuesta, pero he
encontrado algunos datos interesantes acerca de la señorita Elliot.
—Genial, tráeme lo que tengas.
Blake se acercó al ventanal de su despacho, que ocupaba toda
una pared desde el suelo hasta el techo, y miró hacia abajo, a la
ciudad que se extendía a sus pies. Llevar su negocio de transporte
marítimo desde cuatro puntos distintos del mundo le daba ventaja
sobre sus competidores. Había levantado la empresa desde la nada a
pesar de la oposición de su padre. Blake quería demostrarle que no
necesitaba su dinero, ni su título, y esa misma determinación le servía
de combustible para seguir adelante. Sin embargo, el apellido Harrison
le había abierto muchas puertas a lo largo de los años, y menospreciar
el grueso de su herencia no era algo que estuviese dispuesto a hacer,
especialmente ahora que el viejo llevaba tiempo muerto.
Mitch llamó a la puerta del despacho antes de entrar. Blake se
dio la vuelta y señaló con la cabeza hacia la mesa de café que
ocupaba una esquina de la estancia, donde podría ver los documentos
que Mitch llevaba en la mano.
—Pongámonos ahí.
Mitch se sentó y rápidamente repartió los papeles sobre la mesa
para que Blake los revisara.
—Samantha Elliot, veintisiete años, nacida en Connecticut, hija
de Harris y Martha Elliot.
Blake tomó asiento.
—¿Por qué me suenan esos nombres?
—Deberían sonarte. Harris era un pez gordo de los medios hace
ya bastantes años. Fue acusado de evasión de impuestos y
malversación de fondos. Él y su familia vivían en una mansión de
veinte millones de dólares y tenían propiedades en Francia y Hawai. El
sueño americano, vamos.
Blake lo recordaba. El gran hombre de negocios neoyorquino
había canalizado todos sus fondos a través de una estafa piramidal.
Firmaba pólizas de seguros para casas, terrenos, negocios y
propiedades varias con víctimas que no sospechaban nada y a las que
no tenía intención de pagar un solo dólar. Si la memoria no le fallaba,
los federales no consiguieron pillarlo por corrupción pero se las
arreglaron para meterlo en la cárcel por evasión de impuestos. Sus
cuentas y todas sus propiedades fueron embargadas y su familia al
completo se desmoronó.
—Martha, la esposa, no pudo soportar semejante declive en su
estatus. Se tomó una caja de pastillas con ginebra y nunca volvió a
despertar.
Mitch relataba los detalles de la vida familiar de Samantha Elliot
como si se tratara de un culebrón.
—Según la prensa, la hermana de Samantha, Jordan, intentó
seguir el ejemplo de su madre sin éxito y acabó sufriendo daños
cerebrales. Estoy esperando que me pasen los detalles de dónde está
la chica ahora. Samantha sobrevivió a la debacle, pero acabó
recogiendo los trozos que quedaron de la familia. Dejó la universidad,
donde estudiaba empresariales. Seguramente consiguió esconder una
pequeña cantidad de dinero de la que el Gobierno no sabía nada para
pagarle un centro a su hermana. —Mitch tomó aire y entregó una lista
de nombres a Blake.
—¿Qué es esto?
—Es gente con la que la señorita Elliot se relaciona. Crecer
rodeada de gente rica y bien relacionada le proporcionó algunas
amistades que han perdurado en el tiempo. Los adultos cortaron
cualquier lazo que los uniera a los Elliot, pero los amigos de Samantha
no. Esta lista incluye a la hija de un senador y a dos abogados en
rápida ascensión. Todavía no estoy seguro de cómo averiguó cosas
de tu pasado, pero tengo una llamada pendiente.
Blake pasó las páginas y encontró una fotografía de la familia
Elliot cuando aún eran felices. Iban a bordo de un yate. Martha estaba
delgada como un lápiz y sus hijas, ambas en bañador, posaban detrás
de ella. Samantha llevaba el pelo recogido en una coleta, pero aun así
el viento lo había empujado hacia su cara en el momento en que se
había tomado la fotografía. Jordan, mucho más joven que Sam, tenía
el cabello oscuro de su madre y un cuerpo minúsculo. Harris, con al
menos veinte kilos de sobrepeso, tenía una mano apoyada en el
hombro de su mujer y sonreía a la cámara.
Las fotografías eran engañosas. Recordó la imagen de un retrato
familiar muy parecido al de Samantha. El padre de Blake posaba de
pie detrás de su mujer, con una mano sobre su hombro. Los nudillos
de la madre se aferraban, blancos de la tensión, al brazo de la silla en
la que descansaba. Aún recordaba el día en que se había tomado la
instantánea. Blake había discutido con su padre porque quería hacer
unas prácticas de verano que le ayudaran a mejorar sus posibilidades
de entrar en una buena universidad. Edmund se negaba a que Blake
trabajara para nadie, y menos sin cobrar. Su padre creía que los
estudios solo eran necesarios para fanfarronear con los amigos. El
trabajo, sin embargo, era una palabra de siete letras con la que ningún
Harrison tendría jamás relación alguna mientras él tuviera algo que decir al respecto.
—Y yo que creía que mi familia era disfuncional —susurró Blake.
—Creo que la señorita Elliot se lleva el premio.
Blake sabía que aquel era un premio que no merecía la pena
ganar.
—¿Dónde vive Samantha?
—Vive de alquiler en una casa en Tarzana.
—¿Algún compañero de piso?
—Es difícil saberlo.
—¿Novio? —preguntó, sin saber muy bien por qué.
Mitch le clavó la mirada.
—No lo he comprobado, pero lo haré. —Justo en ese preciso
instante, el teléfono de Mitch sonó dentro del bolsillo de sus
pantalones. Lo sacó y comprobó el número—. Es sobre la hermana
—explicó antes de atender la llamada.
Mitch habló mientras Blake estudiaba los nombres que
aparecían en el papel que sujetaba entre las manos. Samantha tenía
muchos amigos. Se preguntó si alguno de ellos la ayudaba
económicamente.
Mitch silbó, con el teléfono todavía en la oreja, y llamó la
atención de Blake.
—De acuerdo, gracias —se despidió antes de finalizar la
llamada.
—¿De qué se trata?
—Está claro que la señorita Elliot realmente necesita tenerte
como cliente.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Su hermana está ingresada en el Moonlight Villas. Bonito
nombre para un centro asistencial para adultos que cuesta ni más ni
menos que seis cifras al año.
Blake se quedó pálido.
—¿Y nadie ayuda a la señorita Elliot con los pagos?
Mitch sacudió la cabeza.
—No que yo sepa. Puede que sus amigos la aconsejen, pero la
única fuente de ingresos constantes es la empresa.
Una empresa a la que Blake ya había investigado y de la que
conocía hasta el último detalle.
—Interesante.
—¿Y cómo es ella? —Era la primera pregunta personal que le
hacía Mitch.
Blake visualizó su piel de alabastro y la firme línea de su
mandíbula. Y esa voz. Dios, solo recordarla fue suficiente para querer
volver a hablar con ella.
—Es una mujer de negocios —le dijo Blake a su ayudante—. Te
gustaría.
Tener el control era parte de su trabajo, de modo que cuando
Blake Harrison insistió en cenar con ella para hablar de las candidatas
a convertirse en su futura esposa, Samantha imaginó diferentes
escenarios.
Quizá Blake había reconocido a alguna de las mujeres o
relacionado un apellido con una cara. Samantha siempre obviaba los
apellidos para que sus clientes tuvieran que valorar los méritos de
cada mujer teniendo en cuenta sus atributos, no los de sus familias.
Ella misma tenía que sufrir que la gente la juzgara por las acciones de
sus padres. Tras la caída de su familia, Samantha había llegado a
considerar la opción de cambiar de nombre e incluso de color de pelo.
Al final decidió mudarse a la costa Oeste y evitar a la prensa. Y
funcionó, porque los tabloides pronto dejaron de prestarle atención. En
cuanto apareció un nuevo escándalo, la gente se olvidó del suyo. Al
vivir cerca de Hollywood, se aseguraba de que los focos iluminaran
siempre a otra persona. Además, su cara no había aparecido en
prensa desde el funeral de su madre.
Si Samantha hubiera sido una belleza o una yonqui de los
medios, los periódicos la habrían seguido sin dudarlo, pero un buen
día empezó a vestirse como la fea del baile, y evitar a los periodistas
fue coser y cantar.
¿De qué querría hablar Harrison? Quizá ya se había puesto en
contacto con su abogado y necesitaba los detalles que no constaban
en la documentación que le había entregado. Cuando fundó la
empresa, Samantha había tenido en cuenta hasta el último detalle
para que no quedara ningún cabo suelto. Siempre pagaba sus
impuestos («Gracias, papá») y guardaba los contactos a buen
recaudo. Nada de lo que hacía, en lo referente a comprobaciones o
detectives privados, era ilegal. Cuando necesitaba información, solía
recurrir al género femenino. No es que creyera que las mujeres no
cometían ilegalidades, no era tan tonta. El problema venía de su falta
de confianza hacia los hombres. En su vida eran pocos los que no la
habían traicionado de una forma u otra. En realidad, si se paraba a
pensar en ello, no se le ocurría ninguno.
El sol todavía no se había puesto cuando entró con su coche en
el aparcamiento del restaurante más caro de Malibú, en primera línea
de mar. No pudo evitar al aparcacoches, así que dejó el motor de su
sedán de fabricación americana en marcha y se bajó. Le dio las
gracias al chico y vio como este se sentaba tras el volante y aparcaba
apenas a unos metros de ella. Su GMC parecía fuera de lugar rodeado
de tantos Lexus, Mercedes y Cadillac.
Samantha entró en el restaurante y dejó que el delicioso olor del
ajo y las hierbas le embargara los sentidos. Había pasado un año
desde la última vez que cenó en un restaurante de cinco tenedores,
con una de sus clientas felizmente casadas. Hacía tiempo que Sam
había renunciado a los restaurantes caros y al estilo de vida opulento
del pasado, pero a veces lo echaba de menos. Entre sus objetivos a
corto plazo estaba el de dejar de comer comida para llevar o
preparados para microondas.
Cuando se disponía a entrar en el salón y buscar a la maître del
restaurante, un hombre la abordó por la espalda.
—¿Señorita Elliot?
No llevaba el uniforme del personal. Quizá era el gerente.
—¿Sí?
—El señor Harrison la espera.
«Seguro que es el gerente.» Samantha le siguió a través del
restaurante hasta un reservado con vistas sobre el Pacífico. Blake
Harrison, que la había visto acercarse, se levantó para recibirla.
Al igual que en su anterior encuentro, Samantha vio los rasgos
cincelados del rostro de Blake y la forma en que el traje de firma que
llevaba se amoldaba a su cuerpo y no pudo evitar sentir un
estremecimiento recorriéndole la piel. Aquel hombre dominaba el
espacio con su sola presencia.
Él, por su parte, recorrió el cuerpo de Sam con la mirada y una
pequeña sonrisa afloró en la comisura de sus labios. Samantha había
escogido un vestido sencillo, no demasiado informal pero tampoco
apropiado para acudir a la gala de los Oscars. Y a juzgar por la
expresión en el rostro de Blake, no le había defraudado. No es que
ella se vistiera para recibir su aprobación, pero tampoco quería
parecer fuera de lugar sentada a su lado. Lo miró a los ojos y sintió
que una descarga le recorría la espalda.
—Llega tarde —dijo él con voz burlona.
Sam se quedó con la boca abierta como un pez, a punto de
responder, pero decidió no hacerlo.
—Touché.
Blake sonrió.
—Me he tomado la libertad de pedir una botella de vino. Espero
que no le importe.
Aguardó hasta que ella estuvo cómodamente instalada en su
lado de la mesa para coger la botella de vino de la cubitera.
Samantha lo observó mientras él servía el pálido líquido en una
copa de cristal, concentrando todos sus esfuerzos para que su mirada
no resultara demasiado intensa.
—¿Celebramos algo?
—Quizá —respondió él mientras dirigía la botella hacia su copa.
Quería acelerar la conversación, preguntarle qué candidata era
la elegida. Claro que todavía no las conocía, así que no creía que ya
se hubiera decantado por una.
Blake levantó su copa en alto y esperó a que ella se le uniera en
un brindis.
—Por una relación de negocios exitosa.
Un escalofrío de incertidumbre recorrió la mano con la que
Samantha se disponía a coger su copa. Había algo raro en la forma en
que Blake había pronunciado la palabra «relación». Tras chocar la
copa contra la de él y tomar un sorbo de vino, descansó las manos
sobre el regazo para ocultar el leve temblor que la delataba.
—Espero que el trayecto en coche no le haya causado
problemas.
Vale, no irían directos a hablar de negocios como a ella le habría
gustado. En lugar de presionarlo, prefirió dejar que la conversación
siguiera su curso.
—La autopista del Pacífico siempre es un problema a última hora
de la tarde.
—Gracias por acceder a reunirse conmigo.
—Me sorprende que haya elegido este sitio. Para una cena de
negocios sería más apropiado un local menos formal. —Menos
romántico, le habría gustado añadir.
Blake se relajó en su asiento. Sam, por su parte, apenas podía
concentrarse en la razón por la que estaba sentada frente a él. Los
rasgos de su cara eran perfectos, casi pecaminosos. Resultaba muy
fácil perderse en la belleza de aquellos ojos grises y caer en la trampa
de su cálida sonrisa.
—Va contra mis normas invitar a una mujer hermosa a un bar a
tomar un cóctel.
Vaya por Dios, hora de poner los pies en el suelo. Samantha
sabía que no era guapa, atractiva como mucho, y que el tipo de
belleza que atraía a aquel hombre estaba totalmente fuera de su
alcance.
—Es usted encantador, señor Harrison, pero pierde el tiempo
conmigo. Supongo que ha tenido oportunidad de revisar los
documentos que le he enviado por fax.
Blake entornó los ojos, pero no dijo nada. Samantha tragó saliva
y juntó las manos sobre el regazo. En lugar de evitar su mirada, se la
devolvió, aunque prefirió mantener los labios sellados.
Tuvo que ser el camarero quien rompiera la tensión. El chico, de
unos veinte años, enumeró los platos especiales del chef mientras
Samantha escogía de la carta. Blake Harrison era su cliente y la
tradición mandaba que fuera ella quien se ocupara de la cuenta,
aunque el restaurante se escapara del presupuesto. Al final, escogió el
pez espada acompañado de una pequeña ensalada e hizo todo lo
posible por ignorar los precios del menú. Lo cargaría a su tarjeta de
crédito con la esperanza de poder cobrar el cheque del señor Harrison
antes de que le pasaran el cargo.
—Dígame, Samantha, ¿por qué cree que malgasto mis encantos
con usted? —le preguntó Blake cuando se quedaron a solas.
Pronunció su nombre como la caricia suave y delicada de un
amante. A Sam le pareció captar un leve dejo inglés, un acento que en
realidad debería ser mucho más marcado en alguien con un título
nobiliario como el suyo.
—Estamos aquí para hablar de su futura boda con una de las
tres mujeres que están a mi servicio —le recordó ella—. No sé de qué
le sirve a usted emplear sus encantos conmigo.
—¿Todo tiene que tener alguna utilidad?
—En los negocios, sí. —Al menos así funcionaba en su mundo.
—¿Y en su vida personal?
Blake se inclinó hacia delante y se le abrió la chaqueta. Fue
entonces cuando Sam se dio cuenta de que no llevaba corbata. Los
dos primeros botones de la camisa estaban desabrochados y dejaban
al descubierto unos centímetros de piel bronceada en la que Sam no
había reparado hasta ese momento.
—No estamos aquí para hablar de mi vida privada.
—Yo no estaría tan seguro de eso. El resumen que ha hecho
esta mañana de mi vida me ha llevado a hacer algunas averiguaciones
por mi cuenta.
Samantha se preparó para afrontar el juicio de Harrison. Nunca
intentaba ocultar su pasado, pero sabía que se arriesgaba a perder un
cliente por culpa de los errores de su padre.
—No es necesario cavar muy hondo para desenterrar mi
pasado, señor Harrison.
—Creí que habíamos decidido que podía llamarme Blake y, ya
que estamos, ¿te parece que nos tuteemos?
Nombres propios, tuteos y conversaciones sobre relaciones.
Aquello no iba nada bien. Samantha tomó un buen trago de vino,
deseando que fuera algo más fuerte.
—Mi padre es un hombre horrible. Mi madre era una cobarde.
Ninguno de los dos me representa a mí ni a mi modo de hacer
negocios, Blake.
—No he dicho lo contrario.
El tono de su propia voz a la defensiva y la mirada de compasión
en los ojos de Blake le sentaron como un tiro.
—Ignoras los apellidos de las mujeres a propósito. ¿Por qué?
Perfecto, otra vez de vuelta a los negocios.
—No soy la única cuyos padres han afectado negativamente en
la opinión que la gente tiene de mí. Soy consciente de que la familia
puede suponer un problema en cualquier relación, aunque se trate de
una relación de negocios. Empezar solo con la información de ellas y
no de su entorno ayuda a mantener la puerta abierta a todas las
posibilidades.
—¿Son todas niñas ricas que viven del dinero de papá o son
hijas de estafadores convictos?
—Nada más lejos de la realidad. Las tres han cortado los lazos
familiares, al menos en el aspecto económico, y por eso buscan
seguridad en lugar de amor.
Blake acarició el borde de su copa. Sam siguió sus movimientos
con la mirada y por un instante se preguntó cómo sería sentir sus
manos sobre la piel, acariciándole los brazos, recorriéndole los
muslos. Notó que un calor intenso le subía por el cuello y tuvo que
apartar la mirada.
—Si insistes, puedo darte sus apellidos. Si va a influir en tu
decisión, es mejor que lo sepas.
—No es necesario. Ya he escogido a la mujer que quiero.
Samantha lo miró fijamente. De pronto apareció el camarero con
las ensaladas y no tuvo más remedio que morderse la lengua y
esperar a que terminara de sazonar los primeros con pimienta negra recién molida y rellenara las copas de vino. El suspense la estaba
matando. ¿A quién habría escogido y por qué? ¿Cómo podía decidir
con quién quería casarse sin ni siquiera haberlas conocido? Era
demasiado arriesgado, incluso para un millonario como el que tenía
delante. O quizá no. En realidad, ¿qué sabía ella de Blake Harrison?
Que le gustaban las mujeres delgadas, con mucho pecho y las piernas
largas. No había encontrado ni una sola foto de él sin una modelo de
esas características colgando del brazo. De ahí que Samantha
hubiese escogido a las tres mujeres más guapas de su pequeña
agenda negra —que en realidad era una libreta—. Aun así, ¿cómo
había podido escoger basándose únicamente en unas fotografías?
—¿No quieres conocerlas antes?
De pronto, la idea de que fuera capaz de escoger esposa a partir
de una imagen le pareció demasiado superficial, incluso para sus
estándares. ¿Una cara bonita era suficiente para decantar las
intenciones de un hombre? La respuesta era sí. Sam sabía que Blake
Harrison podía ser tan superficial como el que más, sin embargo, no
podía evitar sentirse decepcionada al comprobarlo en primera
persona.
—¿A las chicas de las fotografías?
Sam asintió, confundida.
—Por supuesto, ¿a quién si no?
—No. —Blake cogió el tenedor y se lo llevó a la boca.
¿No? Mierda. Había decidido casarse con otra. De pronto, los
pequeños símbolos de dólar que llevaba grabados en la retina desde
el mismo día en que había oído hablar del duque por primera vez
empezaron a desvanecerse lentamente
—¿Has encontrado a otra dispuesta a casarse contigo?
—No ha dicho que sí, al menos no de momento. —Blake comió
otro bocado, siempre controlando la situación y sin darle mayor
importancia.
Si él no pensaba utilizar sus servicios, ¿qué demonios hacía ella
allí?
—Entonces, ¿Alliance es una especie de plan B? —Quizá
todavía no tenía intención de deshacerse de ella. Los hombres como
Blake Harrison no hacían nada sin un motivo.
—No exactamente.
Samantha dejó el tenedor sobre la mesa y lo miró fijamente.
—Lo siento, señor Harrison, pero hay algo que no entiendo. Esta
misma mañana buscaba a una mujer dispuesta a firmar un acuerdo con el que satisfacer sus necesidades. ¿Ha cambiado algo en las
últimas horas? ¿O es que no está satisfecho con las mujeres que le he
presentado?
Blake dejó de fingir interés en la comida y puso las manos sobre
la mesa a ambos lados del plato.
—Tutéame, por favor. Las mujeres que has escogido son
perfectas. Demasiado. Como sabes, no tengo demasiado tiempo para
escoger esposa, por lo que conocer a cada una de esas adorables
mujeres y tomar una decisión al respecto es un lujo que no puedo
permitirme. —Metió la mano debajo de la mesa y sacó un maletín que
Sam no había visto. Cogió una carpeta de su interior y la deslizó hacia
ella por encima de la mesa.
—¿Qué es esto?
—El contrato que mi abogado y yo hemos redactado esta misma
tarde.
Sam se moría de ganas de abrir la carpeta, pero en lugar de
hacerlo la cubrió con una mano.
—¿Qué contrato?
Los ojos grises de Blake no se apartaban de los suyos.
—Te estoy ofreciendo un acuerdo de matrimonio.
El corazón de Sam se desplomó en el interior de su pecho con
un golpe seco.
—Yo no estoy en el menú, señor Harrison.
Empujó la carpeta hacia Blake, pero él cubrió su mano y la
sujetó firmemente. El contacto desató la misma descarga de la primera
vez, una corriente que se propagaba por su cuerpo hasta la punta de
los pies y subía otra vez. Se le aceleró el corazón y sintió que el vello
se le ponía de punta. Todo su cuerpo se estremecía y lo único que
estaba en contacto entre los dos eran sus manos.
—Todo el mundo tiene un precio, Samantha.
—Yo no. —Intentó retirar la mano, pero él le apretó los dedos
para evitarlo.
—Voy a crear un fondo fiduciario para ocuparme de Jordan de
por vida. Aunque te pasara algo a ti, Jordan recibiría todos los
cuidados necesarios.
Sam abrió la boca y volvió a poner cara de pez, y es que una
explosión no podría haberla sorprendido más. Blake venía con los
deberes hechos, sabía lo de su hermana y las necesidades especiales
de esta.
—Mi hermana solo tiene veintiún años y podría vivir hasta los cien. —Según los médicos, eso era poco probable, aunque tampoco
existían indicios de que fuera a morir joven.
—Y sus cuidados te cuestan ciento seis mil dólares al año. El
gasto no hará más que subir. —Su mano se relajó, pero Sam no retiró
la suya.
—¿Estás dispuesto a pagarme más de ocho millones de dólares
a cambio de que sea tu esposa durante un año?
—Más el veinte por ciento. Esos son tus honorarios, ¿no?
Samantha asintió lentamente y luego sacudió la cabeza.
—¿Por qué yo?
—¿Por qué no? —El pulgar de Blake empezó a moverse por su
mano, pero ella seguía demasiado impresionada como para moverse.
—No soy tu tipo.
—¿Mi tipo?
—Alta, rubia, espectacular.
Blake soltó una carcajada que devolvió a Sam a la realidad.
Aquello no era más que un trato, un acuerdo comercial, nada más ni
nada menos. Blake le había dado la vuelta a su mano y ahora le
estaba acariciando la parte interna de la muñeca, describiendo
círculos lentamente. Bueno, quizá un contrato matrimonial era algo
más que un acuerdo de negocios.
Sam apartó la mano.
—¿En qué consistiría para ti este matrimonio?
—Tu vida no cambiaría en nada —respondió Blake, mientras se
llevaba la copa de vino a los labios—. Una escapada rápida al
juzgado, quizá a Las Vegas. Tendríamos que hacer algunas
apariciones durante los primeros meses para satisfacer a los
abogados que mi padre contrató antes de su muerte y también a mi
primo, que sería el principal beneficiado si todo esto no funcionara. Yo
paso la mitad de mi tiempo en Europa y la otra mitad aquí, en Malibú,
así que no nos estorbaríamos el uno al otro.
—¿Y por qué no buscar esposa en Europa?
—Para minimizar la atención de la prensa de allí. En Estados
Unidos no hay revistas del corazón dedicadas a reyes y reinas,
duques y duquesas. Aquí la novedad de mi matrimonio se olvidaría
pronto.
Según las condiciones del testamento de su padre, Blake tenía
que estar casado y asentado antes de cumplir los treinta y seis años si
quería heredar la fortuna familiar, además de conservar el título. Tras
un largo debate, los abogados habían decidido que, cuando se cumpliera el primer año de matrimonio, el Estado renunciaría a la
herencia y levantaría cualquier otra restricción legal que existiera. Al
menos eso era lo que los contactos de Samantha en Londres le
habían contado.
—¿Qué tipo de apariciones?
—Una pequeña recepción y unas cuantas apariciones en actos
públicos. Tendrías que viajar a Londres conmigo para firmar con los
abogados los papeles referentes a mi título. A nuestros títulos, vamos.
Sam tragó saliva. Por un momento había olvidado que el hombre
que tenía delante era duque.
—No tengo ni idea de cuáles son las atribuciones de una
duquesa.
Blake cogió el tenedor y se dispuso a comer.
—Serías la primera, así que yo tampoco estoy muy seguro.
Samantha no pudo evitar que se le escapara la risa.
—Esto es una locura.
—Me sorprende que pienses eso. Para mí, el acuerdo tiene todo
el sentido del mundo.
El camarero volvió con los segundos y se marchó rápidamente.
Samantha recordó el consejo que le había dado a Blake ese
mismo día: «Depende de su capacidad para controlar sus instintos
más básicos, señor Harrison». Quizá la había escogido porque con
ella le resultaría más fácil permanecer lejos de su cama. Eso sí tenía
sentido. Quizá había visto las fotografías de las candidatas y se había
dado cuenta de que, tarde o temprano, acabaría acostándose con
ellas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Blake.
Tenía que mejorar su cara de póquer cuanto antes.
—Nada. Es que... son muchas cosas de golpe. No me lo
esperaba.
—Pero lo estás considerando.
—Sería estúpida si no lo hiciera.
—A mí no me pareces estúpida —le dijo él, mientras se llevaba
un trozo de carne a la boca.
No, Samantha Elliot no era estúpida.
—Mañana le echaré un vistazo al contrato.
—Excelente.
hola chicas solo publicare 2 capítulos cada 2 días, esto es por que el libro es corto así que no desesperen...??